Los
Guerrilleros
de
Sierra Mágina
Francisco Cejudo Gasco
D.N.I.
Objeto de la propiedad intelectual: El texto
Clase de obra: Histórica literaria
Parte de la obra de la que es autor: Totalidad
No divulgada
Tipo de soporte: Papel
Número de solicitud:GR 29/06
Fecha de presentación:12/01/06
Guerrilleros
de
Sierra Mágina
Francisco Cejudo Gasco
D.N.I.
Objeto de la propiedad intelectual: El texto
Clase de obra: Histórica literaria
Parte de la obra de la que es autor: Totalidad
No divulgada
Tipo de soporte: Papel
Número de solicitud:GR 29/06
Fecha de presentación:12/01/06
Nº de Asiento Registral Propiedad Intelectual. 04/2007/2610
En memoria de mis padres.
La guerra no se deduce necesariamente
del hecho de la invasión,
Sino del hecho de que
los invadidos resistan al invasor.
( Clausewitz)
Art. 1º. Declaramos la guerra por tierra y mar al Emperador Napoleón I y a Francia, mientras esté bajo su dominación y yugo tiránico.
Art. 2º. Mandamos a todos los españoles que obren contra aquellos (franceses) hostilmente, y le hagan todo el daño posible, según las leyes de la guerra.
(Junta Suprema del Gobierno de España y de las Indias)
Sus hechos serán eternos, porque los que mueren en defensa de la Patria, viven siempre en la memoria de los buenos.
NOTA
Los personajes que aparecen en esta obra son históricos; otros, invento mío. Si alguno viera semejanza con alguien aquí descrito, será pura coincidencia; y si coincidiera, el autor tiene autorización para usar su nombre.
INTRODUCCIÓN
Los guerrilleros de Sierra Mágina son un grupo de hombres que no existieron.
Las fuerzas que se enfrentan en un conflicto buscan siempre ganar el control del territorio mediante su ocupación.
Las operaciones de guerrillas tienen como fundamentos, entre otros, desorganizar el mando, el control de las comunicaciones y la logística del enemigo.
Sus principios básicos son:
-Colaboración con la población civil. La habilidad de las guerrillas para operar sucesivamente se basa en contar con el apoyo popular.
-Buscan destruir al mando y eliminar a los correos para interferir y cortar toda comunicación entre unidades adversarias.
-Intentan cortar toda comunicación de abastecimiento logístico, interceptando y eliminando convoyes, cortando puentes o caminos, causando confusión entre las fuerzas que se localizan en estas áreas. Esta confusión aunada a la habilidad de nuestras propias fuerzas, permite descubrir y explotar las debilidades del enemigo.
Los guerrilleros hostigan al enemigo no dándole cuartel, ni de día ni de noche, con lluvia o con sol, con luz o sin ella; siempre, siempre, aunque no necesariamente hay que mantener un acoso continuo, aplicando ingenio, astucia, engaño, sorpresa y constancia.
En situaciones que exista desorganización, confusión y hostigamiento en áreas vitales del enemigo, la guerrilla apoyará, enlazándose con ellas, a las unidades regulares de combate.
La partida nace del encuentro entre un jefe y un grupo de subordinados, cuya docilidad contribuye a reforzar aún más la autoridad del cabecilla.
Los guerrilleros suelen llevar apodos, que es la forma de estar todos en un mismo plano.
No existen reglamentos; el jefe ejerce su justicia.
La falta de armas y municiones explica su táctica: arma blanca.
El odio al invasor hace al guerrillero más atrevido e impetuoso que al soldado normal. Su vestimenta les da el aspecto de cazadores o contrabandistas.
Los grupos mejor dotados tendrán escopetas, trabucos, pistolas y sables, generalmente ocupados al enemigo.
El uniforme perjudica su movilidad y por eso no lo utilizan.
Conocen perfectamente el terreno donde operan.
Son grupos pequeños que tienen gran movilidad.
Utilizan la sorpresa en el combate.
Su principal técnica es el camuflaje.
Se retiran del combate sin que esto sea una cobardía.
La guerra de guerrillas jamás conduce a una victoria final. Es una forma de hacer la guerra contra un enemigo común en un teatro de operaciones común. Si el enemigo es poderoso, se le elude, si débil se le ataca hasta eliminarlo.
REALIDAD HISTÓRICA
El gobierno de Carlos IV forzado por el tratado de Fontainebleau, aprueba el paso por España de un omnipotente ejército francés, con el pretexto de ocupar Portugal y así hacerle cumplir a este país el plan continental que Napoleón ha dispuesto, impidiendo el contrabando inglés. Se trata, en definitiva, de evitar que Portugal ayude a Inglaterra.
El rey de España es Carlos IV, y don Manuel Godoy, Príncipe de la Paz, el dueño y señor de los designios de la nación. Es el predilecto de la reina doña María Luisa, aunque reprobado por el Príncipe de Asturias Fernando y odiado por el pueblo español.
El 19 de Marzo se alza la población de Aranjuez y Carlos IV abdica en su hijo el Príncipe de Asturias, pasando a ser Rey de España con el nombre de Fernando VII, dando lugar también a la caída de Godoy.
El ejército francés atraviesa los Pirineos y marcha lentamente camino de Portugal, pero va ocupando las plazas fuertes que considera más importantes.
El levantamiento coge al general Dupont a mitad del camino entre Madrid y Cádiz, donde tiene que hacerse cargo de la flota franco española del almirante Rosilla con el fin de bloquear a los ingleses en Gibraltar.
En realidad, el plan de operaciones francés consiste en controlar el valle del Ebro y permitir las comunicaciones de Francia con la meseta española. Se pretende hacer confluir sobre Zaragoza un ejército desde Barcelona y otro desde Vitoria y Pamplona.
Con la conquista de Valencia saliendo un ejército de Madrid, se pretende tener dominado el Mediterráneo.
Los planes franceses se malogran y enormes contingentes de tropa se quedan estancados en la depresión del Ebro.
El 2 de Mayo de 1808, los madrileños derrochan heroísmo y se levantan contra los franceses.
El pueblo español le declara la guerra a Napoleón.
La noticia corre como la pólvora y no hay lugar o rincón de España que no se alce contra el francés.
La Junta de Defensa le otorga la protección del paso del Despeñaperros al coronel de los Voluntarios de Aragón don Manuel de la Peña, y éste, en vez de ocupar los pasos como se le ha ordenado, se aparta de la ruta dejando sin defender el citado paraje. La Junta de Sevilla manda guarnecer y defender este desfiladero al conde de Telli, por si aún pudiese remediar la anomalía, pero ya los ejércitos enemigos son dueños del terreno.
Napoleón se encuentra en la cúspide de su poderío, erigiéndose árbitro de las discrepancias de la familia real española, consiguiendo que sus miembros salgan de España.
Ocurrían en Bayona escenas entre Bonaparte y la Familia Real Española. El Emperador consiguió el 6 de Mayo que Fernando renunciase sus derechos a la Corona a favor de su padre, y el 10 a los de Príncipe de Asturias, y estas renuncias, juntas con las que el mismo Carlos había hecho a favor de Napoleón, puso en manos de éste el Trono, nombrando rey de España a su hermano José.
Llega Dupont entre el 1 y 2 de Junio con una división de infantería de 5.000 hombres, 500 marinos de la Guardia Imperial y 3.000 jinetes al mando del general Fresia.
Su Cuerpo de Ejército ha sido disminuido en dos divisiones que guarnecen Aranjuez y San Clemente, al mando de su segundo el General Vedel; quedándole una división y una brigada de infantería y una división de caballería. Con estas fuerzas se siente seguro al no encontrar ninguna oposición en su camino de tropas enemigas.
Se le advierte del levantamiento popular cuando se encuentra a la altura de la Carolina, y decide quedarse en Andujar para que Belliard desde Madrid le confirme las órdenes de seguir a Cádiz o volver a la capital de España.
La Junta Provincial de Sevilla enterada de que el General Dupont ha cruzado el paso del Despeñaperros, encarga al General Castaños que reúna lo antes posible una fuerza capaz de detener al general francés.
El teniente coronel don Pedro Agustín de Echevarri al frente de patriotas proporcionados por la Junta de Córdoba, arma a quince mil hombres para defender la ciudad.
Dupont recibe órdenes de avanzar hacia el sur, donde el día 7 se encuentra con las fuerzas de Echevarri, al que se le han unido dos batallones de tropa regular, y entablan combate en el Puente de Alcolea entrando en Córdoba este mismo día después de cuatro horas de combate. Son derrotados los españoles por el ejército invasor; dándole la oportunidad de enviar un informe triunfal a Belliard.
Los franceses, dueños y señores de la ciudad, se dedican durante diez días a saquear lo que quieren, profanar lo sagrado y violar a las mujeres. La pérdida de 10 días en Córdoba, junto con la falta de comunicaciones con Madrid ha sido positiva, ya que de no haber estado esos diez días en esta ciudad, y sus tropas hubiesen iniciado al día siguiente su marcha hacia Cádiz, que era su destino, habrían llegado sin ningún contratiempo, dando lugar a que la escuadra del Almirante Rossily que se rindió el día 14, hubiese resistido, con toda seguridad, de haber tenido noticia de su avance.
Este mismo día 7, la población de Alcaudete pelea contra un escuadrón francés, causándole bajas y prisioneros y el día 9 en Andújar también se detienen a varios pelotones de franceses. Cuando los imperiales llegaron a esta ciudad, los habitantes habían huido con todas las provisiones, por lo que el General Dupont se vio obligado a enviar una expedición a Jaén en busca de avituallamiento para su ejército. La ciudad no cuenta con más defensa que un cuerpo de milicianos que huyen al primer disparo, por lo que los franceses entran a saco y, de nuevo, se repiten los pillajes, saqueos y violaciones vividas en otras poblaciones, regresando a Andújar con el alimento suficiente para unas jornadas.
Dupont no se siente seguro al informarse que en Sevilla, Utrera y Granada se están creando nuevas unidades, así que se toma su tiempo para recibir los refuerzos de Madrid que pide con reiteración para poder continuar. Se sitúa el día 19 en Andújar, y el 20, manda a Jaén al oficial Baste con ciertas fuerzas para dar un riguroso escarmiento a la ciudadanía, a la que se considera causante del revés sufrido en Andújar. Baste, irrumpe a degüello en la ciudad y alrededores y después de robarla regresa a su base de operaciones.
El día 26 recibe la 2ª división del General Vedel, que se sitúa también en Andújar para cubrir su retaguardia, dejando algunos destacamentos para controlar el Despeñaperros y el camino de Madrid, conforme a las órdenes recibidas del duque Rovigo.
Cuando las fuerzas de Vedel atraviesan el desfiladero, los guerrilleros cierran el paso e interceptan todos los correos y mensajes que intentan comunicarse con Bellard o Murat.
El 1 de julio Dupont le ordena al General Cassagne ir a Jaén para conseguir nuevamente provisiones; tiene que ir a las poblaciones cercanas, a los caseríos y cortijos por alimentos. Sale el día 2, pero la ciudad está casi deshabitada y apenas hay vituallas; además se encuentran con milicianos que, con la colaboración de campesinos armados, hostigan a los franceses hasta tal punto que tienen que retroceder. Al siguiente día continua el combate, reforzados los milicianos por algunas tropas regulares del regimiento suizo de Reding, que se ha acercado a la ciudad para ayudar a su población. Los franceses no tienen otra alternativa que retirarse a Bailén con un considerable número de bajas.
Desde primeros de julio, las tropas reunidas por la Junta de Granada, unos 10.000 hombres, se encontraban itinerantes. Primero se desplazaron a las montañas situadas al Norte de Granada para prestar apoyo a los milicianos de Jaén que rechazaron la expedición de Cassagne. Luego continuaron su marcha hacia Porcuna, punto de reunión con las tropas de Sevilla, en el que se entrevistaron Castaños y Reding.
El 11 de julio se reúnen con las fuerzas de Granada en Porcuna. El Cuerpo volante de vanguardia, al mando de Mourgeon, inicia un hostigamiento contra las avanzadas francesas en Arjonilla, obligando a que éstas se replegaran hasta Andújar. En este mismo día se procede a la reorganización del Ejército de Andalucía. La unión de las tropas de Sevilla y Granada incrementan considerablemente los efectivos nacionales. Al mando conjunto queda el General Castaños, pues, aunque el Capitán General de Granada, don Ventura Escalante, es más antiguo, decide renunciar a su favor, a la vista de que éste aportaba mayor número de tropas.
Sin embargo, en contra de las recomendaciones de Castaños y de las recomendaciones de la Junta de Sevilla de actuar con prudencia, el ejército de Andalucía inicia sus operaciones militares demasiado pronto. Al parecer, el saqueo de Córdoba exacerbó de tal manera el ardor combativo de los soldados y de la población que las autoridades civiles y militares, fuertemente presionadas, se vieron obligadas a ordenar su inicio. El sistema de hostigamiento propuesto por Castaños no puede llevarse a cabo por la propia actitud de los soldados, que refleja qué clase de hombres tiene el general a su cargo. Consciente Castaños del escaso tiempo dedicado a la instrucción, decide detenerse en Bujalance y continuar allí el entrenamiento; pero un conato de insubordinación de sus tropas, deseosas de combatir, le obliga a continuar adelante. Parece evidente que el ejército avanza contra sus enemigos debido al ímpetu de sus soldados, más que por la decisión y determinación de su Comandante en Jefe.
Por su parte, el General Dupont considera que la poca resistencia encontrada en el enfrentamiento de Alcolea y en Córdoba se debe a que las tropas españolas, integradas por milicias y voluntarios, están tan mal preparadas que no ofrecen un gran riesgo en una posición tan defendible como es Andújar.
Y...
Aquí relato la hazaña
para un romance al heroísmo;
mojo mi pluma mismo
en tinta de buena calaña,
y escribiendo sin fanatismo,
surge... el nombre de España.
I
La noticia
Desde la era del cortijo, observa en la distancia y ve venir un borriquillo con andares desbaratados y al hombre que lo guía, que cogido del rabo del animal, camina y avanza pausadamente.
Con esta constitución sólo puede ser el tío Manuel Cantarillo y su burro; y acertó de lleno, porque burro que anda como éste sólo puede ser suyo.
Al llegar a la vera del cortijo, ata al asno a la sombra de una vieja encina y saluda a su antiguo y achaparrado amigo, de edad por él ignorada, porque, según dice, para qué se van a contar los años, si no se extravía ninguno.
_ Dios te conserve Gabriel.
_ Me pereció que tardabas –contestó.
_Ay Gabriel de mi alma, lo que me ha pasado en las huertas de Algaratín.
_ ¿Ha sido algo malo? –preguntó Gabriel.
_Malo no, ha sido más que malo, –apostilló Manuel.
Escucha con esas orejas Gabriel. Vengo desde Torres montado en Descuadernao –así le llama al burro– y al pasar el portillo que entra a la huerta de Salvador el Loco, ya sabes, cuando se revuelve la vereda, he visto entre las habichuelas a un franchute con un fusil terciado en las manos y me da que me apuntaba en toda la frente.
_¿Te dijo algo? –demandó Gabriel.
_Es un francés más mudo que un gato de yeso, no obstante, le he dado las buenas tardes y le he saludado quitándome el sombrero de paja con cortesía y respeto
_Bien hecho tío Manuel, hay que ser educado. ¿Y que te contestó él?
_Nada, –respondió Manuel. Me miraba fijamente con unos ojos más negros que la boca de un horno… ¡Hay Gabriel que ojazos tenía el francés! Se me ha puesto un nudo en el gañote que ni baja ni sube y estoy ahogándome.
_¿Y al final qué? –preguntó Gabriel.
_Que al final el francés no es francés, que es un espantapájaros, que para asustar a los desvergonzados gorriones, puso el Loco para que no se jalen las flores de las habichuelas. ¡Mal torozón le dé a Salvador!
Gabriel rió con gana.
_Échame un jarrillo grande de vino Gabriel, que no sabes la sed que me da el miedo –dijo Manuel.
_Te hace un gualdipeñas o un montilla.
_Siendo grande me da igual que sea gualdi que mon.
Se bebe el vino con suma delicia y como extasiado se queda boquiabierto mirando al infinito.
_Bueno Manuel, –dijo Gabriel–, ¿Para algo habrás venido no?
_¡Sí! He venido para darte lo mejor información que hay en este mismo instante. Ayer estuve en la Mancha negociando las almendras y nueces del año pasado y fui informado por gente de valía que un destacamento de franchutes, pasará por el camino real que desde Granada va a Jaén, y desde allí, tomarán el de Andújar para llevar órdenes, suministros y municiones a los gabachos, –que mala puñalada le den a todos–, que a la fuerza están ocupando España. Será dentro de nueve días a partir de éste que estamos y si no me equivoco, por ser hoy día uno, corresponde al día diez, segundo domingo de este mes de Julio. Parece ser, y aquí tengo un papelillo para que no se me olvide, que son hombres del Segundo Cuerpo de Ejército que el General Dumpón está juntando cerca de Bailén después de arrasar Córdoba.
_Buena información me trae tío Manuel. Quién te la facilitó.
_Sabes que no lo puedo decir, aunque sí adelantarte que algo ha tenido que ver un loro hablador de esos con muchos colores. Y nada más, que va en ello mi vida.
_Bien. Le pasaré la información que me has dado a la partida. Don Luis Miguel se pondrá muy contento y estoy seguro que desplazará algunos reales para hacerte feliz Manuel.
_Pues si esta noticia es importante, que no se te olvide decírselo que la he dado yo, Manuel Cantarillo. A propósito:
¡Temiendo estoy pasar por la fuente de la Zarzadilla con la sed que tengo y con el daño que me hace el agua!
_ ¿Te beberías otro jarrillo Manuel?
_ ¿Otro jarrillo? Para que veas que no soy desagradecido ¡Sácalo Gabriel!
Y se lo bebió con deleite.
_ ¿Tú crees que nos fusilarían los franceses si se enteran que hemos sido nosotros los que hemos pasado la noticia?
_Ni que lo dude tío Manuel, –respondió Gabriel.
_Ay madrecita de mi alma, morir a manos de los franceses con lo feos que son.
¿Hay algún sitio en dónde no haya franceses?
_Me han dicho que hay un sitio al norte de la Siberia setentatrional que está ¡Cualquiera sabe dónde está! Allí no hay ni uno, –argumentó Gabriel. Creo que se encuentra algo más lejos que de aquí a Madrid y de tanto frío que hace, se tiene uno que chupar hasta los deos de los pies para darle calor; y que para mear tienes que andar listo y tener cudiao porque en llegando el meao a la nieve, se hace un chuzo y si no estás al tanto, vuelve el frío patrás y se te congela la churrinilla.
_¿Andará el vino muy caro allí? –pregunto el tío Manuel.
_No lo sé –le respondió Gabriel.
_¡No sé para qué habré mentado yo el vino! Dijo entrando en la cocina y llenando su sobada bota de amontillado de una de las cubas que allí hay.
_Este lo voy a guardar para esta noche por si me viene el miedo, –dijo Manuel. Tú no sabes lo que es soñar con un francés.
_ ¿Y bebiendo se te olvida el francés?
_ No, aparecen más.
_ ¿Entonces? –se interesó Gabriel.
_Entonces me bebo una azumbre y se me olvida todo, –dijo desatando a Descuadernao de la encina.
Lo apega a una piedra grande que le sirve de grada y se sube a él; y en diciendo adiós, coge el camino de vuelta mirando de reojo a derecha e izquierda, por si ve algún francés escondido tras el matorral de espesas encinas y verdes coscojas. Con lo alto y enflaquecido que es, en cada traspié que da la burra con su andar descompuesto, arrastra las alpargatas haciendo sendos surcos sobre el polvoriento camino.
La sierra se va apagando y da paso al nacimiento de los resplandecientes luceros. De vez en cuando se oyen los lamentos de algunos pájaros nocturnos.
II
Luis Miguel
Tiene el comandante Luis Miguel no más de cuarenta y cinco años. Es la persona de mayor influencia de la villa por su nacimiento. Hijo de don Pedro de Portocarrero y de doña Francisca Luisa de Luna, Marquesa de Camarasa, descendiente por abolengo materno de don Francisco de los Cobos y Molina, Comendador Mayor de León y del Consejo de Estado de su Majestad el rey Carlos I de España.
Con un puñado de hombres sin tacha está en el monte por razones patrióticas.
Alto, con patillas en forma de hacha, de cara agradable y cuerpo fornido. Es caballero de casa solariega.
Habita en Torres su pueblo natal. Rico en cortijos, montes y grandes olivares. Tiene buena presencia. No deja duda por su planta y vestimenta. Usa traje que para estos tiempos es de lujo, viste chaquetilla corta, sombrero de buen paño y botas de cuero de las llamadas de campana. Esposo de doña María Trinidad Martín Balmes de Mexía Dávila quien le dio una hija llamada Amelia, que a sus veinte años es un portento de belleza; dulce, apasionante y coqueta; con unos modales propios de la educación que en el colegio de las Adoratrices de Jaén está recibiendo.
En su guerrilla se hallan, entre otros, su lugarteniente Juan de Herrera; hombre de total confianza.
Los subalternos a caballo Blusa Loca, así llamado por el garbo con que se le mueve el chaleco abierto cuando anda y Dulzura, apodado así por ser hijo de María la Dulce; los subalternos de a pie hermanos Eugenio, Eusebio y Eulogio, hijos de otro gran padre y patriota: don Eufrasio Gonzaga de Torres. El Jeta se hace notar por tener los labios muy gruesos y abultados. Benavides, al que le llaman, por ser más fácil Meavides y el Refranes por estar siempre diciendo muchos de éstos. No debemos olvidarnos del Güaitre , que por tener éste una vista excepcionalmente elevada, así como una nariz curva a manera de pico, ése es su mote. Le dicen a modo de broma que no estornude por ser mucho el inconveniente, no sea se hinque la nariz en el pecho y se haga grave daño.
La partida está formada por cuarenta hombres a caballo más o menos, y otros tantos a pie, que montan a la grupa en caso necesario. Llevan trabuco, escopeta o fusil y sable de acero toledano. En su mayoría, zamarra, faja roja, negra o verde sobre la que asoman las cachas de nácar de una hermosa navaja albaceteña; pantalones de pernera estrecha que facilita el acople de las polainas; calzan buenas botas de cuero de Ubrique costeadas por Luis Miguel, así como diversidad de prendas cogidas al francés, lo que les da cierta uniformidad.
Su capacidad consiste en que tienen sustento y apoyo de la población de la zona; le proporcionan lo que necesitan; dominan el terreno y lo conocen como la palma de su mano; tienen gran presteza; su habilidad se basa en la movilidad y el camuflaje y hacen guerra de desgaste.
Su base de operaciones la tienen en un cortijo de una finca de don Luis Miguel en las cercanías del paraje de Cabeza Prieta situado al pie de una frondosa colina; justo por debajo del Rajón del Peregrino, cubierta su pendiente de fragantes laureles, chaparros y arces, así como vistosos madroños de verdísimas hojas perennes, alfombrado su suelo de oloroso tomillo y espliego.
A su orilla cae un ramalillo de agua cristalina que sale de las entrañas del Almadén, más fría que el hocico de un perro, brotando en pequeñas pero sonoras y plateadas cascadas.
Los nogales, chaparros y cerezos forman como una bóveda casi impenetrable a los rayos del sol, y los que cuelan, hacen un efecto sorprendente para el que pasa por debajo de su fresca sombra.
En su entorno tiene una discreta, aunque amplia y hermosa huerta en la que en su tiempo no falta una buena hortaliza.
Los pollos, gallinas, ovejas y cabras, pacen a sus anchas al abrigo del monte cuidados por Meavides, hombre manso, trabajador y cabal donde los haya.
Una vez informado Luis Miguel por Gabriel de la noticia, le dio a éste unos reales de plata para que se los entregara al tío Manuel, que bien se los había ganado.
III
La llegada del Centella
Un mozo de unos veinte años, delgado como un junco, sube monte arriba en dirección al cortijo.
Oyó algo el Buitre y al mismo tiempo que saltaba como un felino, cogió el trabuco en su mano, mandando a todos que salieran y se ocultaran entre la maleza del cortijo. Se perdieron en un santiamén. Hasta el tío Manuel corrió follaico perdio dejando un jarrillo lleno de vino sobre el hogaril de la chimenea.
Al llegar el joven a la puerta, llamó sobre ella con una gruesa vara que hacía las veces de cayado.
_ ¿Hay alguien ahí?
No respondió nadie, pero se vio cercado por los hombres de Luis Miguel con sus armas en la mano.
_A ese lo conozco yo, –dijo el Refranes. Es albanchezón y le llaman Centella porque corre más que el sonio y es primo de Picatoste.
_Tanto gusto, –saludó Luis Miguel.
_No sabe la gana que tenía yo de hablar con su merced, –dijo Centella.
_ ¿Tú?
_ Sí señor, yo.
_¿Y tú que quieres de mí? – preguntó Luis Miguel.
_ Mire su merced señor don Luis Miguel. Hace unos días que cerca de unas eras en los Ríos, me encontré de repente con un rancial y tirando de él sin darme cuenta, se vino una jaca detrás.
_ ¿Y?
_ Y nada. Que según me dicen es de un general francés y vienen buscándome unos cuantos franchutes para invitarme a comer en el primer mesón que encuentren.
Luis Miguel sonrió.
_ Así que yo quiero ingresar si hay un huequecillo en su partida.
_Yo conozco a Centella y puedo decir que tiene arte para este oficio. Es hijo de un hombre bueno y trabajador de Albanchez que se llama Bonifacio, que vive de su aceituna y su ganado, –dijo Juan.
_¿Tú sabes tirar con un arma? – preguntó Luis Miguel.
_Si es para mandar al infierno a esos gabachos, no fallo ni un tiro.
_Bien, admitido. Y ahora a cenar y a darle la bienvenida a éste nuestro nuevo compañero. Después todo el mundo a los jergones, que debemos estar descansados por si mañana tenemos que trabajar.
Dulzura, que se había quedado vigilando toda la noche, se fue a dormir al rayar el alba, siendo relevado por el Jeta que a partir de esa hora le correspondía la vigilancia.
Salió con su trabuco a la era para desperezarse y poner leña en la lumbre para encenderla cuando…
_He oído algo, –dijo para sí.
Avisó a los demás y algunos con sus armas en la mano salieron del cortijo y se escabulleron entre la maleza
_Aquí no se oye nada, – dijo Eulogio.
_Habrá sido un mochuelo –observó su hermano Eusebio.
_Tú si que eres un mochuelo. He dicho que ha sido una voz no muy lejana de un hombre, –replicó el Jeta.
Y para no desmentirlo llegó a sus oídos un nuevo gemido.
_Allí, dijo señalando con la mano sobre la copa de un pino el Buitre.
No tardaron en rodearlo dispuestos a disparar en cualquier momento.
_A ese le damos un trabucazo en la rabailla y cuando caiga que nos diga que ha venido a hacer aquí, –dijo el Buitre mirando para arriba.
_Si es el tío Manuel Cantarillo. ¿Baja del nido hombre, que se fueron los franceses? Baja o subo yo y te tiro de una pata
_¿No me pasará nada? –preguntó Cantarillo.
_Si no bajas sí porque iré por un escuadrón de franceses para que te estiren de las patas y bajes.
El tío Manuel bajó raspándose la barriga poco a poco del gran pino, y al poner las albarcas en el suelo, se tambalea y...
_¡No sé que me pasa que al poner los pinreles en el suelo me da sed! Me he tirado toda la noche encima del pino sin beber nada, vigilando para avisar a la partida por si venían más franceses con artillería.
IV
La reunión
Luis Miguel había mandado correos para reunir a las partidas de Campotéjar, Noalejo, Carchelejo, Pegalajar y Cambil en la heredad de la Muela, discreta y cercana a éste último pueblo.
Por la trascendencia de la acción se han presentado, al amanecer, como no, los mejores; los jefes de partida con sus lugartenientes respectivos; Julián de Campotéjar; Antón de Noalejo: –que el que quería salir mal parado, sólo tenía que llamarle “Perulero”; de Carchelejo Pedro Abad; Paco “el Zogas ” de Pegalajar, más flaco que un canuto; y de Cambil, Francisco Ruiz, hombre recio y de buena ascendencia.
Al alba, un blanquecino fulgor comienza a disipar las sombras de la noche, mientras palidecen las estrellas. Se dibujan los picos altos de sierra Mágina y un airecillo fresco anuncia que amanece.
Don Francisco les da la bienvenida conforme llegan a la Muela.
Los caballos sudorosos se atan al tronco de cuatro grandes olivos que abrigan al cortijo.
Después de los abrazos y saludos pertinentes, se sientan los jefes de partida alrededor de una mesa redonda sobre la que en su centro hay una garrafa de media arroba de aguardiente seco de Arbuniel y una docena de vasos chicos puestos a su alrededor, dos fuentes de dulces de sartén así como sendos panes redondos, recién sacados del horno del cortijo y un jamón empezado. Detrás de cada jefe de partida, se coloca su lugarteniente correspondiente.
Abre el diálogo don Francisco por ser el dueño y anfitrión.
_Colegas de fatigas y amigos míos: Como primero coman y beban a su placer, y como segundo –continuó–, por don Luis Miguel de Portocarrero, aquí presente, vamos a ser informados de una noticia que llegó a sus oídos. Da por hecho de… ¡bueno, mejor será que lo cuente él!
Luis Miguel dio las gracias a don Francisco por el recibimiento dado y comienza a hablar de esta manera, después de que tosiera por el agarre que le ha hecho el aguardiente al pasar por la garganta.
_Patriotas amigos míos:
Por buena tinta he sabido que el próximo domingo día 10, a eso de las diez de la mañana, pasará por el camino real que desde Granada va a Jaén, una columna de franceses que al parecer llevan abundante material de guerra a las fuerzas que ocupan Andújar, con el fin de integrarse al II Cuerpo de Ejército que el general Dupont tiene concentrando allí. Como el terreno nos es favorable, el secreto en la aproximación al enemigo es total, y si acometemos con violencia y corta duración, obtendríamos, con toda seguridad, uno de nuestros mayores éxitos guerrilleros atacando a la francesada.
Contamos con un terreno que conocemos y nos protege, lugares de refugio, alimento en ellos, armas y municiones de sobra y apoyo de nuestros compatriotas. No creo que se nos presente una acción como esta con más seguridad de ser ganada.
_¿Cómo podríamos organizar esto, don Luis Miguel? –preguntó Julián.
_Llevo dos días pensando en un plan que creo no nos puede fallar.
Levantándose desplegó un papel de estraza grande en la mesa y poniendo un dedo sobre los dibujos a colores que allí hay, y después de apurar el aguardiente que en el vaso quedaba dijo:
He planeado esta operación considerando varios factores, a saber:
Misión, terreno, enemigo y los medios con los que contamos.
La misión:
Como toda misión debe ser analizada, ésta no ha sido menos. Consiste en destruir la columna francesa y recuperar todo el armamento, equipo y animales que podamos.
El terreno:
Lo he estudiado bajo los aspectos de la observación, cubiertas, encubrimientos, obstáculos, puntos críticos, caminos de aproximación y rutas de escape.
El enemigo:
Desde que conocí la noticia la he creído cierta por venir de donde viene. No sabemos cuántos son, pero analizando el término columna, creo que no serán más de cien hombres, hombre arriba hombre abajo, al mando de algún oficial. Destacaremos a uno de los nuestros para que visto el enemigo a distancia nos comunique con antelación suficiente el número de individuos de la que se compone esa fuerza.
Los medios con que contamos:
Emplearemos todo nuestro personal por no saber con certeza con el que cuenta el enemigo. Emplearemos gran volumen de fuego y movilidad en el terreno, llevaremos equipo ligero y dejaremos cobertura de hombres en nuestros respectivos puntos de apoyo por si nos persiguiera el enemigo.
Independientemente de esto, cada una de nuestras guerrillas, dispondrá de un equipo volante de unos doce hombres a caballo con otro a su grupa para perseguir con rapidez y eliminar a todo francés que intente escapar.
También advertir que el peligro es constante, y que cada elemento debe proporcionarse su propia seguridad, vigilando constantemente el frente, los flancos y retaguardia.
Y con esto de ahora cierro mi plan:
Adónde, por dónde, cómo y cuándo, explicó Luis Miguel.
Como podréis ver –señaló con el dedo sobre el papel de estraza desplegado sobre la mesa, carraspeando la garganta–, este es el río de Arenas. Aquí hay un paso por el que no tienen más remedio que atravesar los franceses.
El paso de Santa Lucía es ideal para la emboscada. El enemigo sólo podrá transitar por este sitio tan angosto a ras del río, que además tiene unas alturas inmejorables para nuestra defensa y ofender más y mejor al enemigo y evitar que su caballería explore la zona por lo escarpado de ella. Las jaras, los chaparros y pinos, nos darán cobertura y una vez consumado el asalto, se perderá todo el rastro de nuestra gente. Este primer punto es adónde; es decir, en el paso de Santa Lucía bajo el castillo de Arenas.
Reiterando que debemos acercarnos de noche, por barrancos, a campo traviesa y zonas ocultas a las vistas, poniendo sobre los cascos de los caballos sacos atados a modo de guantes para que no haya ningún ruido que nos pueda delatar. Esto es por dónde, es decir: por donde nadie oiga ni pío.
Las partidas de Campotéjar y Noalejo observarán al enemigo, destacando a un vigía para que se me informe lo más pronto posible del número aproximado de franceses. Los dejarán pasar y cubrirán la retaguardia por si a algún gabacho le diera por volver.
Don Julián y don Antón ¿Estáis de acuerdo?
_De acuerdo –contestaron al unísono.
_Si de acuerdo estáis sigamos. Don Francisco con sus gentes de Cambil cubrirá la vanguardia desplegando a los suyos sobre los riscos que hay antes de llegar a la Cerradura, por si algún francés se escapa, que dicho sea de paso, lo dudo. Pegalajar con don Paco apoyará a las gentes de Cambil situando a los suyos a ambos lados del río como mejor os convenga, o cerca de la venta de San Antonio.
_Y los míos que hacen –preguntó don Pedro de Carchelejo.
_Los vuestros lo mismo que los míos –dijo Luis Miguel–, atacaremos a los franchutes; vos en el margen izquierdo del río y yo en el derecho. Creo que con esta acción obligaremos al enemigo a distraer fuerzas para desequilibrarle, ya que preveo con mucha certeza, que mandarán algunos escuadrones tras nosotros; le causaremos muchas bajas, destruiremos sus carruajes, los despojaremos de sus suministros y obtendremos abundante armamento, material y caballos. Repito; Torres y Carchelejo consuman la acción del combate, y vosotros la hacéis posible. Esto es cómo.
El reparto del botín que haya, se hará como de costumbre. ¿Alguna pregunta?
_Fecha y hora para estar cada uno en su puesto –requirió Paco “el Zogas”
_Antes del amanecer del domingo día 10, todos en sus puestos, para que nadie vea movimiento alguno. Y esto es cuándo, –respondió Luis Miguel. Y creo que ya quedó todo explicado.
_Dios nos la dé buena, –apostillo don Francisco Ruiz.
V
La emboscada
Una columna con banderas desplegadas al viento que contrastan con el rojo amapolado del campo, atraviesa sin novedad alguna el puerto del Zegrí camino de Campillo de Arenas.
Montado sobre un brioso caballo ruano con pomposas guarniciones, el oficial que la manda, ordena hacer alto antes de entrar en el pueblo y destaca una escuadra de exploradores para saber si hay algún peligro al cruzarlo. Por un suboficial de dragones de negro bigote, le es aconsejado destacar algunos elementos de caballería para que cubran ambos lados de la calle el paso de la formación.
Una vez atravesado Campillo sin novedad, son observados por elementos de la guerrilla de Julián y Antón, unos a la derecha y otros a la izquierda del río, que pegados al terreno, se confunden con el mismo como si fuesen parte de él. Destacan sin pérdida de tiempo a un jinete para informar a don Luis Miguel de que la columna francesa son ochenta hombre aproximadamente.
Después de examinar lo que a sus ojos se presentó como lo más curioso del paisaje, el joven Refranes se sienta sobre un peñón que se halla a la sombra de un hermoso chaparro, desde el cual se divisa perfectamente el camino y está a la vista de su enlace de enfrente, que sería quien informara sobre la cercanía de la columna francesa; registra su alforja y saca un buen pedazo de pan moreno y un taco de una libra de jamón atocinado, que empieza a consumir por si acaso en algunos días tuviera que quedarse sin comer. Come retrepado sobre el tronco del chaparro y espera acontecimientos. Se siente como un moderno Leónidas en el paso de las Termópilas, esperando al ejército de Jerjes. Acabado el tentempié le da tal apretón a la bota, que le sale el blanco por las narices. Dobla su manta jerezana de vivas rayas rojas, verdes y marrones y la coloca entre su espalda y el tronco del chaparro. Canta por lo bajo:
Una vez que te quisí
y tu páe lo supió,
fue porque yo le dijé
que te casabas con yó;
y como tié el genio así,
tó lo descompusió .
La columna francesa tiene mucho colorido y se distinguen perfectamente sobre un fondo de unas seiscientas varas, medidas a ojo de buen cubero. El tren de transporte todo a caballo y arrastre está perfectamente planeado; de vanguardia a retaguardia se despliegan:
Seis exploradores, un oficial jefe, dos escoltas de éste, un correo, un corneta y un porta estandarte. A continuación marcha una primera formación de lanceros a caballo con su sargento al mando, dos cabos y diez soldados. Le siguen ocho carros tirados cada uno por dos soberbias mulas y dos elementos que lo conducen. Cada carro arrastra detrás un cañón de ligero calibre. A continuación sigue una segunda formación montada de caballería con la misma composición que la primera, seguida por otros ocho carros también con piezas arrastradas; detrás de estos, una tercera formación a caballo con idéntica composición a las demás y seis exploradores de retaguardia que cubren las espaldas.
Marcha el oficial francés al frente de sus tropas cuando uno de los batidores de vanguardia vuelve al galope y habla con él. Manda hacer alto a la columna y en picando espuelas al caballo, observa con muchísima atención, desde una vuelta del camino, a distancia, el desfiladero y paso estrecho de Santa Lucía. El canto de los pájaros y el repiqueteo tamboril de los pica pinos, le dan sosiego al paraje y seguridad al oficial, que una vez observado con detenimiento y total tranquilidad, alza su brazo derecho y da con energía la orden de marcha a sus tropas para continuar su viaje; órdenes que son cumplidas al instante.
Los guerrilleros fueron desplegados para el asalto, sobre las crestas y faldas del desfiladero antes de que amaneciera, de modo que parecen más de los que realmente son; el valeroso Luis Miguel, para triunfar en el combate, cuenta tanto con el auxilio del cielo, como del comportamiento heroico que con seguridad tendrán sus valientes hombres. Fueron pocos los escogidos a fin de guardar el máximo secreto entre la población, no sea que por la magnitud de la maniobra, llegara a oído de los franceses. ¡En fin! Como diría el Refranes en este caso “En boca del discreto, lo público es secreto” que es como tiene que ser.
Al llegar al paso estrecho el centro de la columna, puestos a tiro, de repente, y a las órdenes vigorosas de Luis Miguel, descargan los guerrilleros sus fusiles, escopetas y trabucos, haciendo estragos en la caballería francesa, que gritando como grajos, se mueren muy aprisa. Las voces confusas de españoles y franceses; el crujir de las armas, el relincho de los caballos y las caídas de sus monturas, forman un ruido horrible, que como rugido de una tempestad se extiende por el desfiladero.
La caballería huye para ponerse a salvo, dejando a los dragones desperdigados en el río, haciendo fuego a discreción, aunque expuestos a la muerte que por la boca de los trabucos sale.
Bajan los guerrilleros reptando como serpientes por el terreno a fin de acercarse más al enemigo; el subalterno de don Pedro Abad apodado el Rano, Eufrasio Jiménez de Monroy, les da ánimos a grandes gritos subido valerosamente sobre una piedra voladiza. Un certero tiro en el hombro izquierdo lo derriba del peñón, y en levantándose se quita el polvo golpeándose con el sombrero su descuidada ropa, al mismo tiempo que, asomando la cabeza entre la peña con más cuidado dice: ¡Mardita la puta que alumbró al fransés de los cojones, pues no ma erribao!
La segunda descarga fue atroz; parecía como si los gabachos se bajaran más apresuradamente del caballo de lo normal. Se ha logrado dispersar a la columna francesa, y la acción hubiera terminado aquí, si no fuera por el oficial francés y un sargento con mostacho negro que hablando en su parla ¡Vive l’Empereur! tratan de reanimar y concentrar a los suyos sobre unos carros que quedan agrupados.
Una nube de humo de pólvora oscurece los rayos del sol.
Los franceses combaten bien, pero no se quedan a la zaga los españoles que por la sorpresa, y picados con gran ardor, rápidamente logran a su favor la contienda.
Un nuevo estruendo espanta a los caballos y mulas que huyen en desbandada, sin que sus monturas puedan contenerlos. Bien cubiertos los hombres, disparan desde la falda de la pandera sembrando la tierra de muerte y tiñendo de rojo las aguas del río Guadalbullón.
Recordando las palabras de Luis Miguel, no dan cuartel a nadie.
El oficial francés que está jadeando, se detiene un momento para aspirar aire y arengar a sus soldados a quienes persuade de que el emperador Napoleón había dispuesto que no le diese cuartel a los españoles, lo cual, aquellos soldados lo tomaron como que había que morir antes que rendirse.
No se oyen más que estruendo de tiros y la voz chillona de una corneta que solicita se reúnan la caballería y los dragones para tener una mejor defensa.
Juan Herrera grita:
_¡Vivan los hombres de España! ¡Viva España!
Cada disparo hecho, francés muerto.
Eugenio, calado el sombrero hasta las orejas, salta con el trabuco en la mano sobre un enemigo, no dándose cuenta que se mete entre un grupo de ellos. Como un tigre se revuelve y dispara a quema ropa sobre un franchute, al que con la fuerza del trabucazo desplaza reculando como cinco o seis varas, para quedar pegado y más seco que un bacalao, sobre una piedra plana y grande que está a la vera del camino. Sale airoso del lance; y cubriéndose entre la maleza, se acerca a los carros y uno a uno va cortando las bridas para que no puedan ser gobernados.
Un tercer sargento está ya rendido a Matacucos, lugarteniente de Pedro Abad, a quien ofrece chapurreando el español un buen rescate a cambio de su vida, pero es implacablemente eliminado por un guerrillero que llega arrastrándose ente los juncos y maleza del río, al ver que el francés metía la mano en su morral para sacar algo.
El Jeta salta con la mayor agilidad; cae sobre uno a caballo y lo derriba de una certera puñalada con su albaceteña. Pronto se hizo dueño del caballo, del sable y del fusil del muerto. El odio del guerrillero es inexorable contra los enemigos de la Patria que caen en sus manos.
El capitán galo lleva un uniforme con casaca azul de cuello recto con una divisa de oro que enganchada en el hombro izquierdo, cuelga sobre el brazo; una falda que le llega hasta la corva, chaleco blanco, pantalón corto de montar también azul aunque algo más oscuro, medias blancas, zapatos de campo con sendas hebillas, sombrero atravesado con una escarapela tricolor. El pelo recogido en moño y terminado en trenza. A lo lejos ve pelear a Luis Miguel montado sobre su briosa jaca y se dirige a él a todo galope. Ambos resisten el primer encuentro sobre sus poderosas monturas. Los dos se observan nuevamente en la distancia y como poniéndose de acuerdo, echan pie a tierra; y con sendos sables al aire inician su particular combate.
Pelean hasta que de un fuerte golpe, Luis Miguel pierde el sable, y cuando iba a descargar el acero el francés, éste recibe una puñalada en su costado con tal ímpetu, que se le hunden en las carnes las cachas de su navaja. Queda malherido en tierra. En una chapa pegada sobre su morral, se ve la siguiente inscripción: Capitaine Louis Colbert Saint Mars.
El camino y las márgenes del río están cubiertos de franceses muertos que con toda seguridad serán comidos por los grajos y las alimañas. Con los brazos en alto, sólo hay siete prisioneros; el capitán Colbert herido; un sargento y cinco soldados sanos. Queda el sargento de negro mostacho, que observado de cerca, tiene ojos de bitoque y huele a distancia. He dicho queda por decir algo, ya que al acercarse Luis Miguel con el sable en mano para rendir al oficial, el del mostacho que está a sus espaldas, saca un estoque entre su correaje para hundírselo a Luis Miguel en la espalda. Un nuevo trabucazo suena en el angosto paso y las postas silban como moscas de hierro entre los matorrales y el sargento, que tiene la cara más fea que un mochuelo bizco, se muere de repente.
El Refranes que está cerca, dice dirigiéndose al hombre que acaba de desplomarse: Requiencantimpace y le hizo una cruz con la mano. … Y amén.
Después de terminado el combate, se reúnen rápidamente y hacen recuento de los hombres. No hay bajas en ninguna de las dos partidas. Sólo el Rano resulta herido en un hombro sin gravedad.
_Que se atiendan a todos los heridos y traedme el número de muertos y prisioneros –dijo Luis Miguel.
Pasado un tiempo le dieron novedades diciendo:
Señor, heridos nuestros, uno, el Rano aquí presente; y de los franchutes, prisioneros cinco y muertos el resto. Su armamento reglamentario, cincuenta y siete caballos, treinta y dos mulas, dieciséis carros de transporte, dieciséis cañones de ligero calibre y cientos de fusiles, municiones, vestimenta y calzado; material suficiente como para mantener a un regimiento durante mucho tiempo combatiendo sin necesidad de suministro alguno. Y ahora pregunto, ¿ahorcamos a los que quedan?
_No. Dejad que se vayan los prisioneros. Dejadlos vivos para que sientan vergüenza para siempre. Quitadle las botas y los pantalones, y dadle una mula para que puedan llegar adónde los amparen. Nosotros ya les hemos robado el honor y bastante tienen con eso.
VI
En el cortijo de María
_¿Está mal? – preguntan sobre el estado del capitán Colbert.
_Muy mal.
_ ¿Morirá?
Luis Miguel señaló al cielo con un dedo, como dando a entender que sólo dependía de la Providencia.
Está perdiendo mucha sangre y ahí está el mal.
Se arranca una manga de su camisa, y mientras habla le pone un tapón en la herida.
_Aquí no puede seguir el francés –advirtió Julián–; quien coge en sus brazos el inerte cuerpo del oficial y lo tercia sobre una mula.
Decide Pedro Abad llevarlo a un cortijo no muy lejano que le servía de cobijo.
_Matacucos. Dispón que tres de nuestros hombres lleven a este franchute al cortijo de María Figueroa. Allí estará a buen recaudo y bien atendido. Dile que vas de mi parte.
Un guerrillero se sube de un salto sobre la grupa de la mula para sujetar al herido, y los otros dos, uno delante abriendo camino y otro detrás, echan a andar por un senderillo que hay entre los matorrales. Es muy estrecho, bordeado de álamos y maleza. Cruzan por un barranco donde pasa un arroyuelo con aguas saltarinas y sacian su sed tanto ellos como la mula.
No más de dos horas tardaron en llegar a un pequeño cortijo que debía tener muchos siglos. A la puerta está María arremangada y con un pañuelo negro cubriendo su cabeza.
Le dicen, para no dar pistas, que el franchute tuvo una pelea en el mesón de Campillo y que don Pedro Abad ha dispuesto que lo atienda.
María decide el lugar donde poner al herido.
Entran en un reducido aposento, en el que se ve a la derecha, una escalera de madera que sube a un palomar.
Hay una mesa camilla redonda; una cómoda con tres cajones sobre la que resplandece una mariposa encendida junto a una estampa gastada de un santo difícil de reconocer, y un camastro de madera y sogas con un jergón lleno de hojas secas de maíz. Sobre la cómoda una serie de bazares con tarros que contienen botellas con distintos líquidos.
_Mochuelo, desnuda a este hombre –dijo María dirigiéndose a uno de los guerrilleros.
El Mochuelo con cierto tiento quita la azul guerrera y una camisa ensangrentada, pantalón, medias y zapatos, dejando semidesnudo al capitán Colbert.
A la altura del riñón izquierdo hay un boquete.
María moja un pañuelo limpio en el caldero de agua hirviendo que sobre un trípode cuelga en la chimenea, y limpia con mimo e indulgencia el borde de la herida a la que le quita el trapo que le puso Luis Miguel.
_No es mala esta lesión –opinó María.
Quitando el corcho de una botella, echa un abundante chorreón sobre la herida y limpia la sangre con un nuevo pañuelo blanco y húmedo.
El francés se estremece.
_ Siente –aseguró María.
Toma un tarro achatado y en abriéndolo, saca con una cuchara de palo parte del ungüento que contiene y se lo extiende por el desgarro.
_Limpia, templa, conforta y quita el dolor –dice María.
Y poniendo un apósito nuevo en la contusión, lo venda con unos trapos pulcros y largos que ha sacado de la cómoda y cuando hubo terminado, pone a Colbert echado sobre su costado izquierdo.
_Si no queremos tener laberintos, tendremos que hacerle una lavativa para descargar y limpiar su vientre, no sea que tenga las tripas afectadas, se produzca calentura y se desordene el pulso por alguna causa interior.
_Mochuelo –requirió María.
_Mientras yo estiro de su pierna así – señalaba –, tú le metes la punta de goma por donde se emana el gas y una vez dentro, estrujas la pera y que le entre todo el líquido ¿de acuerdo?
_Señora María; de acuerdo no. Y si la vida de éste depende de que yo haga este trabajo –manifiesta el Mochuelo muy serio–; el francés se muere irremisiblemente, porque eso no lo hago yo así me afusilaran ahora mismo.
_ Entonces sujeta la pierna y quítate de ahí estorbo.
María arremangada por encima del codo realiza la operación con soltura y una vez terminado, arropa al francés con una sábana más blanca que la nieve.
A corta distancia de ella se encuentra su Juanita, sosteniendo con el brazo en alto un candil de luz incierta.
Tiene solo dieciocho años, joven, morena y de altura suficiente; cuerpo mejor que bien acabado; de cara con finos rasgos y más que guapa; semblante risueño; labios rojos y carnosos cual amapola; de ojos color miel chispeantes como carbón encendido. Viste un ceñido corpiño de paño azul, corto de talle, y una falda de merino de fondo claro con ramos verdes y encarnados; parte de sus cabellos cortos coronan su frente mientras que los de atrás más largos caen a sus espaldas trenzados.
Un gato privilegiado está a su lado acurrucado en el asiento de una silla de anea.
Sobre el filo de una ventana, cuelga la jaula de una perdiz loca, con la cabeza desplumada por los saltos que da cuando alguien se le acerca, y a su vera, un canario posado sobre una varilla atado de una pata con un ramalillo fino, de voz canora que como un confidente canta revoloteando para dar alegría a la estancia.
El aislamiento del cortijo es la causa de no ser frecuentado nada más que por algún familiar lejano de María o por el grupo de Pedro Abad, hallando siempre alojamiento cómodo, buen vino, mesa abundante y buena acogida.
Juanita no se mueve del lado del herido. Sentada sobre una mecedora de mimbre con espaldar de caña, pasa la mayor parte del día y de la noche cuidándolo con el mayor esmero. Cada vez que se mueve, ella moja un trapo limpio en el agua que hay en una zafa de porcelana blanca y lo pone sobre la frente del francés para bajar el calor de su piel. A diario toma onza y media de aceite de arrayán, una onza de aceite de membrillo y la cera necesaria, y prepara el ungüento que le pone sobre la herida del capitán.
Unos días después, ya está sentado Colbert sobre una silla con asiento de anea algo destartalada a la puerta del cortijo.
Está pálido porque ha pasado algún tiempo sin ver un rayo de sol y estar luchando contra la muerte.
Siempre está junto al francés la bella Juanita; y junto a ella, su fiel perro mastín que la mira fijamente, echado sobre un trozo de manta jerezana a la que hace tiempo se le borraron los colores. Cuando lo llama, mantiene el ojo izquierdo cerrado y sólo levanta el párpado del derecho y mira que es lo que se le ofrece. Si no le convence, lo cierra despacio y sigue dormitando. Corre únicamente cuando huele que ha llegado la hora de comer.
Miles de pájaros cantan a los alrededores y un airecillo agradable hace que se muevan las hojas de los álamos temblones.
Aún siente mucho dolor, pero se levantaba ayudado por Juanita y da unos pasos alrededor del cortijo. En ello está cuando oye la voz chillona de María.
_Señor francés. Le hago habichuelas con arroz o arroz con habichuelas.
_Mon Dieu, Oh ouí, madame, moy prefegir lo primegó, segugó que bichuelas con agóz me gustan plus, madame moi – respondió Colbert.
El francés esta chalao perdio; no ves Juanita lo raro que habla y me da que algún ramalillo tiene que ir del riñón herido a la cabeza, porque la tiene efaratá –dijo María, y continuó:
_El señor francés sin entender español, que hasta los burros lo entienden, y nosotros sin entender su habla, que el diablo que la entienda.
VII
Entrega del material
Las partidas tienen por costumbre repartirse todo aquello que consiguen del enemigo en el combate.
Se han puesto de acuerdo los jefes de cada cuadrilla y éstos a su vez con el resto de sus hombres.
Deciden quedarse con algunos fusiles que les faltan para cubrir sus necesidades, y depositarlos en varios de sus escondites en la sierra, así como dar seis mulas a los de Campillo porque no les son necesarias al haber sido dañados tres carros en el combate.
Sabedores de que la Junta de Granada, ha puesto en pie de guerra al mayor número posible de hombres, enviando nueve mil de ellos, más o menos, al mando del General Reding a recuperar Jaén, deciden mandar un correo y esperar para entregarle el abundante material ganado, en una planicie que hay antes de bajar el puerto en dirección a Capillo de Arenas.
Mientras aguardan a las tropas en el llano del Noguerón, junto a la venta Barajas, a derecha e izquierda se sitúan los guerrilleros a caballo y delante de ellos sus respectivos jefes de partida.
En fila se expone el material y en el suelo un guión de dragones y una bandera tricolor francesa rendida.
A la espera y a la sombra, descansa y canta el Refranes recostado sobre el tronco de una noguera:
Aquel que quiera saber
lo que España vale,
que le pregunte al francés,
que el francés ya lo sabe.
Se ve a una escuadra de gastadores a caballo acercarse al lugar. Visten chaqueta de paño azul turquí con solapas, collarino y vuelta encarnada, botón blanco y sombrero con escarapela y pluma de estambre encarnado.
Luis Miguel destaca a un jinete para darse a conocer.
Uno de ellos se adelanta y en llegando al sitio, ve la disposición de la guerrilla y el despliegue del material. Levanta un brazo a modo de saludo y picando espuelas regresa junto a sus compañeros.
Un teniente con cuatro gastadores vuelve nuevamente al lugar de la guerrilla, dejando a varios jinetes enlazados a ojo por si fuese necesario informar a su columna ante cualquier imprevisto que ocurriese.
_Señor –dijo el joven mando saludando y dirigiéndose a Luis Miguel. Soy el teniente Gálvez Rodríguez, gastador de los Voluntarios de Loja. ¿Quién es vuestra merced y que es lo que desea?
_Joven teniente; soy don Luis Miguel de Portacarrero y Luna, comandante de guerrillas de Sierra Mágina; sector este de la provincia de Jaén. Soy sabedor de que el General Reding, mandado por la Junta de Granada, ha formado gente de guerra para luchar contra los franceses en Jaén. Quiero entregarle abundante material de guerra ocupado a los franceses.
_Bien señor, aguarde –dijo espoleando y despabilando su caballo–, para volver donde espera su compañero, quien enterado de todo, se dirige al galope para dar la novedad e informar a su edecán.
No ha pasado ni una hora cuando aparece un pelotón de gastadores montados sobre briosos corceles; una sección de llamativos lanceros mandados por otro elegante oficial de pelo negro llamado Cristóbal López de Lorite; detrás un guión del Regimiento Nuevo de Granada; un edecán, el Jefe de Estado Mayor brigadier Abadía, un coronel Ayudante y el Segundo Comandante, brigadier Venegas.
Visten los oficiales igual que la tropa, a excepción de sus divisas y pantalón color de ante amarillo para unos y azul oscuro para otros. Cierra la columna una sección de coraceros suizos.
Luis Miguel se adelanta y saludando al brigadier cortésmente, le entrega una relación y le solicita sea leída a voz alzada para el recuento y entrega del armamento y material. En la misma reza:
“En el llano del Noguerón, sito en el término Municipal de Noalejo, en la provincia de Jaén:
Las partidas guerrilleras comandadas por don Luis Miguel de Portocarrero y Luna, de la guerrilla de Sierra Mágina, hacen entrega a las heroicas Tropas Españolas comandadas por el general Reding, aquí no presente, en su nombre, y en nombre de las conocidas partidas guerrilleras de Carchelejo comandada por don Pedro Abad; la de Noalejo por don Antón; Campotéjar por la de don Julián; Pegalajar por don Paco y por Cambil la de don Francisco, el siguiente material que ha sido ocupado a los franceses el pasado día 10 en una emboscada hecha en las inmediaciones del paso de Santa Lucía en esta dicha provincia.
Armamento: Dieciséis cañones ligeros de a doce. Seis carros a doscientos cincuenta fusiles con sus correspondientes bayonetas hacen mil quinientos todos nuevos. Cincuenta fusiles más de los gabachos derrotados. Ochenta y nueve pistolas. Ochenta y nueve sables de acero. Seis carros llenos de cubas de pólvora.
Animales: Cincuenta y siete caballos y veintiséis mulas.
Material: Dieciséis carros de transporte. Uniformes y botas de cuero cuatro carros llenos. Dos carros llenos de material vario; hachas, palas, sogas, correajes de cuero, cartucheras, manoplas, etc.
Alimentos: Cincuenta sacos de garbanzos, cincuenta costales de lentejas y ciento cincuenta y cuatro pancetas de tocino salado y veinte sacos de sal.
Lo que firmamos todos, porque así lo hemos decidido, exponiendo que los alimentos aquí reseñados, son a título de información y para constancia, y no se nos deben recompensar, ya que hemos dispuesto repartirlo entre la guerrilla y población civil de esta zona tan necesitada.
Por lo que toca a las armas, caballos, carros y municiones, apelamos al Reglamento de Partidas y Cuadrillas que la Junta Central aprobó en la ciudad de Sevilla, siendo firmado este documento por haber recibido el material aquí reseñado, por el Señor Jefe de Estado Mayor de la 1ª división de Granada y refrendado con el visto bueno de su Señor Comandante General Mariscal de Campo, como prueba de su entrega y para que nos sea abonado cuando proceda por la Real Hacienda.
Así se hizo.
–¿No llevaban oro, plata, objetos de valor o planos? –preguntó el coronel con negros ojos de comadreja.
–Sí coronel, pero hemos dispuesto que el dinero y alhajas que el enemigo llevaba encima sea nuestro. Los napoleones de oro y plata que hemos recogido, así como algunos objetos de valor, han sido dados a los pobres y a las monjas. A los unos para que puedan comer y las otras para que recen por las almas de los millares de muertos que está dejando la guerra –respondió Luis Miguel con cierto brío, quedando el jefe convencido.
VIII
La decisión en el cortijo de la Mesa
Repartido el botín, cada partida se fue a su sector ya que esperaban que el enemigo diera alguna batida en la zona para detenerlos y eliminarlos.
El día 12 llegan los de Torres cansados y sin novedad al cortijo propiedad del jefe, en la Mesa, apegado discretamente sobre unas altas peñas a su espalda y rodeado por milenarias encinas.
Se sientan sobre un tablero alargado y el tío Manuel –que allí se halla– con su navaja destroza más de medio jamón y una panceta de fino y veteado tocino hecho tacos. Dos fuentes de aceitunas de agua pone sobre la mesa; dos hogazas y un plato hondo lleno de aceite para mojar pan. Prepara lumbre suficiente para asar el borrego que tiene listo para que coman los hombres que vienen estragados. Antes de una hora estuvo repartido y comido en su totalidad.
Mañana me traigo una dosena como este, con el premiso der señó –dijo Meavides.
_Con media docena tendremos bastante Meavides, –advirtió Luis Miguel.
_Lo que hay que hacer un día de estos, es traer un tonel con ciento cien mil arrobas de vino bueno pa no pasar sed –expuso Manuel Cantarillo.
_Así se habla tío Manuel, vaya boquita con más salero –dijo Eusebio.
Me parió mi mae mu salao –respondió nuevamente.
_Así le gusta tanto el agua –dijo Eulogio.
_¿El agua? El agua me da muchos mareos y suores y degüervo y…
…Y de pronto oyeron el galope de unos caballos, que según el ruido debían tener mucha prisa.
_Maresita de mi arma, ya están aquí los franchutes; que son más feos que un mochuelo bizco a media noche –dijo el tío Cantarillo saliendo de estampida.
En segundos los guerrilleros se dispersaron y en veloz espantada, cogieron cada uno su arma y se pusieron en su lugar prefijado, esperando órdenes del jefe.
_Si son los franchutes –dijo alguien–, no tardarán en echar la puerta al suelo.
El Buitre fue mandado por Luis Miguel a lo alto de la piquera.
Con su vista de águila ve cruzar como una flecha, a un grupo de caballos desbocados que coceando y dando relinchos, son perseguidos por una cuadrilla de hambrientos perros salvajes que los acosan.
Repuestos del incidente, vuelve cada uno a su sitio.
_Como la noche se hizo para dormir, comamos antes y durmamos después, y mañana a descansar todo el día, que para eso se hizo el día, para descansar –dijo el Refranes.
Luis Miguel dio su consentimiento.
_ Olé lo bien dicho que está eso, –respondió Meavides.
_ Eso no es de mi cosecha, eso es del rey San Luis, que es el único francés bueno que ha habido en toda la vida.
_Y como es eso Refranes, le preguntaron.
_Oído, dijo el Refranes entonando una copla
“San Luis rey de Francia es
el que con Dios pudo tanto,
que para hacerlo santo,
lo dispensó de ser francés ”
_Eso si que es mala leche manifestó alguien.
_Que se jodan, dijo el Refranes.
_ ¿Te he contestado?
Tan claro como la luz del día –respondió Meavides.
_Cuenta lo que le pasó al alcalde de Torres, pidió Centella al Refranes.
_Te contaré lo del alcalde y además, también contaré, de propina, a la concurrencia lo que le pasó a dos paisanos tuyos a la vera del río; aunque he de apuntar que sabido es que hay sujetos, que han leído u oído algún caso, lo cuentan como pasado en su pueblo si es bueno; y si es malo, perverso o innoble, le echan el mochuelo a otro pueblo diciendo que no ha ocurrido en el suyo. Y ese es tu caso Centella, que le echas el mochuelo al alcalde de Torres cuando tú sabes que es al de Albanchez al que le pasó.
_¿Que es eso de echarle el mochuelo a otro? –preguntó nuevamente Centella.
_Manda pelotas Centella, no sabes nada.
_Primero contaré lo del alcalde de tu pueblo, y luego lo del mochuelo ¿de acuerdo?
_El alcalde de Albanchez –y aclaro una vez más–que es tu tierra, mandó hacer cabildo general solemne y extraordinario para saber si sus conciudadanos entraban en conformidad en hacer un pilar a la salida del pueblo, en el camino que va a Jimena, por ser grande el beneficio, y así pudieran beber agua las bestias a la ida y venida del campo. Dando el Concejo su aprobación, la obra fue encargada a un albañil bromista pariente de Picatoste aquí presente, y no teniendo prisa en acabar la labor, ya que cobraba y no trabajaba, se pasaba los días enteros discutiendo a los concejales y vecinos la altura que debía tener el pilar; que si vara y media, que si una vara y tres cuartos de otra.
_En fin. El tío Jeromo –que así se llamaba el alcalde–, después de mes y medio de tarea, cansado de que el pilar no estuviese terminado y que cada uno diera una opinión y no llegar a ningún acuerdo, se puso a gatas a la orilla del pilar y sentenció:
_Aquí queda todo finiquitado. A la altura de mi rabailla. Que si alcanza el alcalde a beber, también alcanza un burro.
Y se rieron a carcajadas.
Y lo de los primos –preguntó Eulogio.
_Lo de los primos ahora va:
Eran dos primos hermanos que…
_Oye, a ver si te pasas que cobras –atajó Picatoste.
…que todos los días al venir de Chaballanque de cavar los capotes y quitar las varetas de las olivas, esperaban a que anocheciera y corrían río arriba para coger la luna que veían reflejada en el agua en cada remanso. Por mucho que la acosaban, siempre quedaba el reflejo a la misma distancia. Noche a noche y a lo largo de todo el verano realizaban la misma maniobra; la de alcanzarla, pero no había forma. A finales del mes de septiembre y después de estar toda la noche corriendo tras ella, el pequeño, que al parecer era el más avispado, y el que tenía mas ardiles, estaba ya asfixiado de tanta persecución y antes del amanecer dispuso descansar bajo el ramaje de un olmo. Estando en ello le vino un bolunto muy brillante:
_Primo –le decía en baja voz y al oído para que la luna no se enterara: Tú que eres más viejo y como corres menos que yo, vete a la otra orilla del chiláncano , ataja la luna allí, y en poniéndote delante de ella la entretienes, como no queriendo saber nada de ella, que yo con mucho tiento y fingimiento, como un sonsolillo , voy por detrás y la pillo de golpe ¿Vale?
_Vale –contestó el primo.
Je je je…
_Esos no son mis primos –protestó Picatoste.
_Y ahora va lo del mochuelo.
Se cuenta que el suceso se dio entre un torreño y un albanchezón que eran cuñados. Fueron a la Fuensanta de romería y en llegando la hora de comer, entraron a una venta y le pidieron pitanza al ventero. Éste les avisó que para el almuerzo sólo le quedaba una perdiz y un mochuelo.
Como vuestras mercedes intuirán, el torreño que llevaba la voz cantante le dijo al ventero:
_Traiga vuestra merced las dos piezas que ya resolveremos.
Al rato, le fueron servidas las dos aves fritas en una fuente de barro y el torreño dijo:
–Cuñado, como ofrecer algo a otro primero es cortesía, muy cortésmente te lo ofrezco a ti; tú te comes el mochuelo y yo la perdiz.
_Oye torreño. Ni cuñao ni na ¿Porqué no lo haces al revés?
_Si no estás de acuerdo, lo hacemos al revés y a ver si te enteras de una vez.
Para ti el mochuelo y para mí la perdiz, es decir; primero para ti y después para mí. Eso es lo correcto.
Y ahora lo hago al revés.
Para mí la perdiz y para ti el mochuelo, es decir, primero para mí y después para ti y…
_¿Te has enterado ya?
El albanchezón después de haber pensado un rato, quisquilloso dijo:
_Cuñao; no sé cómo te las compones que si principiamos por un lado o principiamos por el otro, siempre me ha de tocar a mí el de la perola más gorda.
Y después de las risas...
_A dormir todo el mundo –atajó Luis Miguel–, y disponed la seguridad del cortijo, que mañana al alba tendremos que decidir si nos vamos río Gil Moreno abajo hasta dar con el Puente del Obispo y seguir combatiendo al enemigo o nos quedamos guarneciendo nuestra sierra.
_Creemos que lo más conveniente es ir río abajo para eliminar la resistencia que hallemos y acercarnos a Mengíbar para hechar una mano en lo que podamos; y si ese es vuestro deseo, todo queda hablado –dijo Juan Herrera viendo que consentían la totalidad de los guerrilleros moviendo la cabeza.
_Pues si ya lo habéis decidido, a descansar, que yo me quedaré de imaginaria –manifestó el Refranes.
En un momento se fue todo el mundo a acostarse al cuarto donde tienen los jergones de hojarasca, quedando despierto sólo él.
Sobre las cuatro de la madrugada se sentó junto a la chimenea y con una vara, removió la ceniza y aparecieron unas brasas que le dieron calor. La noche es clara y serena; sólo se oyen unos sapos croar y unos cansinos cucos haciéndose burla unos a otros.
Sintió frío y se puso de espaldas a la lumbre sentado sobre un pinete de chaparro.
Un hermoso gato negro de ojos amarillos se levanta de una espuerta de pleita despachurrada que utilizan para transportar leña y se sienta sobre sus pies, al amparo de las pocas ascuas que hay para recibir algo de calor.
Estuvo adormilado una hora, hasta que notó que comenzaba a amanecer. Viendo que Blusa Loca estaba ratoneando ya, salió fuera del cortijo para echar una ojeada y coger leña para encender de nuevo la chimenea y preparar el desayuno antes de la marcha.
No había hecho más que prender y cuando la llama tomó cierta altura, se oyeron unos terribles gritos que parecían venir de ultratumba.
_Salvamento, remedio, ayuda, auxilio.
_¿Dónde suenan esos gritos? –preguntó Blusa Loca cogiendo su escopeta.
El Buitre también cogió la suya.
_No sé. Me parece que ha sido en el tejado dijo el Refranes.
Un nuevo grito más aterrador que el anterior sonó sin saber de donde salía. Fueron todos a la cocina, y Luis Miguel dispuso que cogieran las armas y apagaran los candiles para que no hubiese luz.
Alguien echó un caldero lleno de agua sobre las llamas para apagarlas.
La humedad sobre la hoguera hace que suba chimenea arriba un volcán de humo y pavesas llenando en parte la cocina.
Blusa Loca se puso sobre la boca un pañuelo mojado atado detrás del cuello, y respirando fuertemente, se metió dentro de la chimenea y vio un bulto negro que la atoraba en su totalidad.
_Que me peguen un tiro en la sesera si no es un hombre –dijo.
Respirando fuerte una vez más, se metió entre el humo y las pavesas y cogiendo un pie de alguien, trató de descenderlo de dentro del humero.
El mismo se agarraba con uñas y dientes sobre el saliente de los ladrillos para no ser bajado.
_Que baje quien sea –dijo Blusa Loca; que somos amigos.
_ Buen hombre. Misericordia para este inocente que no ha hecho nada a nadie en su vida y lo quieren asar como a un conejo ¿Ha llegado ya mi hora señor francés?
Déjate de tonterías tío Manuel, que ya te he conocido. Y no tengas miedo, que soy Blusa Loca.
_ ¿No me engaña su merced?
_Sal ya asaura, que no veas el susto que nos has dado, cagón.
_ ¿No es su merced ningún francés a caballo? –repetía Manuel.
_ ¿Un francés a caballo en la cocina? No hombre no, salga ya.
Si aquí no estoy mal –decía Manuel.
Blusa Loca le dio una drástica solución.
_ O bajas a le prendo fuego a la lumbre y te tuestas como un chicharrón.
Ante tal orden no tuvo Manuel más remedio que bajar.
_Madre mía, –dijeron los guerrilleros a coro.
Con los ojos inflados y casi fuera de su órbita, todo lleno de hollín, más que un hombre parecía un gorila endemoniado.
Tiritando de miedo como un condenado, miró a todas partes con sus ojos saltones para contar los franceses que allí había.
_Señala con el dedo y dice: uno, tres, siete y sinco mil.
El Blusa Loca le dio la mano.
_ ¿Tú, tú aquí… eres tú Brusilla Loca?
_Si hombre, si soy yo, el Blusa Loca. Que te den un vaso de tila grande para ver sí te tranquilizas.
_Tú no eres el Blusa Loca, tú eres un francés que me quiere matar ahogándome con un vaso grande de tila. Mal nacido.
Le dieron una jarra de vino amontillado y esto le dio cierta tranquilidad.
El pobre Manuel, la noche anterior, al salir de la cocina a estampida toda la partida con las armas en la mano por lo de los caballos, creyó que eran lo menos un regimiento de franceses y muerto de miedo se encaramó dentro de la chimenea, agarrándose con las uñas de las manos y las de los pies sobre los salientes de los quemados ladrillos.
Allí pasó toda la noche y no hubiera salido a no ser por la lumbre que encendió el Refranes.
_Creí que me ahogaba allí arriba –dijo Manuel cuando se hubo tranquilizado.
_ Se te olvidaría el trance con otra jarra.
La respuesta fue rápida y concreta.
_Como se me jase er josico armíbar y me queo clisao, llena la bota que está vasía y transe orviao.
Tienes una perversa costumbre tío Manuel. He observado que te agrada mucho el vino; aunque esa no es la cuestión; la cuestión es que te mareas muy a menudo – dijo Luis Miguel.
Señor, es que la bota no tiene medida y yo no sé apreciar lo que se bebe.
Luis Miguel ante tal respuesta no pudo remediar la risa.
_Hablando de otra cosa, sería nuestro deseo que antes de salir de nuevo a guerrillear a los franceses, vuestra merced nos gratifique con lo mejor que haya de pitanza en el cortijo, y mientras, nosotros preparamos lo necesario para la marcha, disponga la mesa a su superior hacer y entender. ¿Qué vino le parece que pongamos?
_Me parece señor que había que poner una damajuana de cada clase y que cada uno beba lo que quiera.
_Pon en la mesa oloroso seco de Jerez.
_Eso está hecho señor–aseguró Cantarillo con una sonrisa que la comisura de los labios le llega a las orejas.
_Además, ahora mismo te pones el uniforme que te trajo Picatoste y nos despides vestido de gala. ¿Te parece?
_Me parece señor.
Y Manuel Cantarillo entró en un cuarto y saliendo al rato se presentó ante los demás.
Vestía un uniforme negro con galones dorados, calzón corto del mismo tono, medias de color olvidado, zapatos con una hebilla algo oxidada y peluca empolvada con harina y sebo.
Se miró en un trozo de espejo que en el cuarto había y no se reconoció, ya que vio a un hombre negro.
_Jesús que tío más feo, –dijo pensando que era otra persona la que se reflejaba en él.
Nada, er que quiera que se meta con Manué, –dijo marcando un garboso paso guerrero dirigiéndose a servir la mesa.
–Si bien esto va en contra de mis principios –dijo–, lo hago por don Luis Miguel que me ha dao toa su confianza.
–¿Cuáles son los principios que con tanto ahínco hablas tío Manuel? –preguntó el Refranes.
–Oído que ahí van: El primero es que estar acostado es mejor que estar haciendo joyos con un pico para poner almendros en mitad del mes de agosto. El segundo: Es preferible estar sentao antes que estar de pié, y estar acostao es mejor que estar sentao. El tercero: Que lo que tengas que hacer hoy, déjalo para mañana y mañana piensa lo mismo que hoy. El cuarto: Mira con un ojo para que pueda descansar el otro, y si descansan los dos mejor. El quinto: Si te entran ganas de trabajar, date un garbeo por el monte y espera a que se te quite la gana. El sexto: Que lo malo de ser abuelo no son los años, sino tener que acostarte con la abuela. Procurad aprender lo dicho para que yo no me tenga que cansar para explicároslo más. Y con esto concluyo mi intervención.
_ Tan pronto tío Manuel. Ya que estás hoy tan entrado en sabiduría, por qué no nos cuentas algo más – solicitó Juan Herrera.
_Solamente os contaré una sutileza que me contó un manchego no hace mucho tiempo.
Me dijo el lumbrera:
_ Tío Manuel. Hay un padre y un hijo segando a eso de las doce de la mañana en Moragón. El sol, te puedes imaginar, cae a plomo. En esto, al padre vínole una necesidad imperiosa, y ante tal aprieto, no pudo remediarlo y al agacharse para continuar la siega, se le escapó un sonoro y pestilente pedo.
Ante semejante ruido y maligno olor, le dice el hijo:
_¿Padre, ha sido vuestra merced?
_Si hijo, he sido yo, y no lo pude remediar.
Ya decía yo respondió el hijo, que ese pedo es mucho pedo para la mula.
IX
El castigo
Murat tenía mucho interés en someter Andalucía, de donde le llegaban noticias de insurrección. Dispuso la marcha del general Dupont, que a la sazón estaba en Toledo, dando orden de marcha el día 24 de Mayo. Se componía su ejército de una división de infantería con unos 5.000 hombres, 500 marinos de la Guardia Imperial y 3.000 jinetes al mando del General Fresia. Atravesaron la Mancha y el día 2 de Junio atravesaron el paso del Despeñaperros.
Después de la acción guerrillera del paso de Santa Lucía, el general Dupont mandó realizar una operación de venganza en Jaén, donde el oficial Baste con sus fuerzas, castigó a los jiennenses por considerarlos culpables de las derrotas sufridas por los franceses. Vence a su pequeña guarnición y deja el campo libre a sus unidades para dar un escarmiento a los habitantes de la zona.
En la noche oscura, cuando todo duerme, llegan los gabachos a Campillo de Arenas y detienen a hombres mujeres y niños, que llevan a la plaza del pueblo, cercada por un escuadrón de lanceros y otro de fusileros a caballo.
Alguien ajeno a los acontecimientos, tal vez un arriero, por el camino de la ribera del río, alboreando la mañana, canta un fandanguillo que se aleja con su eco inmerso por la melancolía.
Soñar y vivir contigo,
es un soñar tan bendito
que me lleva al infinito,
cuando sueño yo consigo.
Y si al soñar yo contigo,
soñara un sueño dichoso
yo me sentiría, celoso,
si no soñaras conmigo.
Contigo soñando sigo,
porque mi amor es tan fiero,
que al quererte, sólo quiero,
soñar y vivir...
Un disparo suena y queda interrumpido el cante. La borrica con orejas de liebre agacha la cabeza y olfatea la sangre que vierte su amo al quedar tendido en el camino. Un perrillo canelo se acurruca junto a él y sin saber que pasó, tiembla de miedo con su mirada puesta en el infinito.
El pueblo calla y avanza el tiempo, y cuando el oficial que manda las fuerzas de ocupación sale de la Casa Consistorial, pone al alcalde sobre la pared y una escuadra de caballería lo fusila antes de aclarar el día ante todo el pueblo reunido.
La soldadesca busca casa a casa y salen algunas de las mulas de la columna francesa que atacó Luis Miguel, y que repartió a los campesinos más necesitados.
Conforme llegan a la plaza, es preguntado el inocente, y ante la negativa de decir quienes fueron los atacantes y donde se escondían los guerrilleros, es puesto sobre la pared y fusilado sin misericordia.
El llanto de mujeres y niños no despierta pena en los corazones de los franceses; llevan un nuevo hombre a la pared. Así uno tras otro.
Las campanas no tocan, las casas de Campillo asustadas, ni viven ni oyen. Sólo ladran los perros ante cada descarga de fusilería y después un hondo silencio.
Un mozo de unos quince años sale corriendo al encuentro del oficial, y dos gastadores fornidos de brillante coraza y negros mostachos, lo detienen apuntándole en el pecho con sendos fusiles armados con largos cuchillos bayoneta.
_ ¡Señor, excelencia! ¡Vuecé, señor vuecé! – gritaba desesperado el muchacho llamando al oficial.
Éste se percató y ordenó a sus gastadores lo dejaran libre para saber que quería. Ellos soltaron al muchacho al instante.
Se arrodillo ante el comandante del Tercer Regimiento de Fusileros del general Vedel y agachando su cabeza en señal de respeto, balbuceando pero valiente le dice:
_Señor excelencia; ese hombre que ve ahí, –dijo señalando a un hombre de unos cuarenta años–, es mi padre. Yo tengo siete hermanos menores y si él se muere moriremos de hambre los demás. Cámbieme por él señor. Yo ya soy un hombre que no tiene miedo a morir, –dijo abriéndose la camisa con rabia– y no tengo que cuidar a nadie. A vuestra señoría le dará igual. Mi madre y mis hermanos lo necesitan.
Alguien le explica lo que quiere el muchacho y después de pensar durante un instante, ordenó:
_ ¡Que los fusilen a los dos!
Padre e hijo son puestos sobre la pared que había dejado de ser blanca para teñirse de rojo. Puestos de espalda los dos, escuchan:
_ ¡Preparados! ¡Apunten!
Sus labios secos y sedientos no pidieron ni agua...
Sus nervios de acero no temblaron...
Sus miradas serenas no guardan rencor…
A tan tajante voz, padre e hijo se vuelven y dándole cara al pelotón, se cogen de la mano, se rajan sus camisas con fuerza para ofrecer mejor sus pechos desnudos y gritan:
_ ¡Viva España!
_¡Viva! _respondieron los presentes.
_ ¡Fuego! Ordena el jefe al pelotón.
Caen uno junto a otro y su mirar se va apagando para volver a encenderse en la luz de la eternidad.
Sus corazones llenos de pura sangre hispana dejaron de latir.
El cielo se nubla y entristece por el humo de la pólvora.
Me parece ver como un pajarillo… ¡sí, un ruiseñor! deja caer sobre sus cuerpos muertos una flor.
Loor y gloria a los que dan su vida por la Patria.
El oficial francés exclamó:
_No comprendo a estos españoles.
Se oye el eco de las descargas por intervalos, siguiendo los franceses inmolando a victimas inocentes. Sólo por tener una pequeña arma blanca, se impone la pena de la vida.
El barberillo del pueblo Joselito Moreno es ejecutado porque se le encuentran unas tijeras para cortar el pelo y una navaja de afeitar.
Campillo queda ocupado y las patrullas de fusileros siguen concentrando a la gente en la plaza para ser fusilados allí.
A pesar del humo, una bandada de jilgueros llenos de colorines, ajenos a todo, revolotean llenando el aire de libertad.
Alguien que ha visto lo que está ocurriendo en Campillo, manda correos a Noalejo y Carchelejo para que estuviesen preparados en caso de una visita del francés.
Noalejo se tira al monte, como sí hubiesen tocado a escape. Se queda casi despoblado, no permaneciendo más que algunos desamparados impedidos y enfermos reunidos dentro de la iglesia junto con el cura don Evaristo que decide no abandonarlos.
Un destacamento de Caballería se hace presente en el lugar. Recorren casa por casa y sólo encuentran algunos animales. Los caballos, mulos y burros son matados allí donde los encuentran y cabras, ovejas y vacas las van reuniendo en manada para llevárselas y así servirles de suministro. Se disponen a prender fuego al ayuntamiento, cuando en fusilero gastador informa de lo que ha encontrado en la iglesia. Después de mandar sustraer los objetos de valor, atrancan las puertas desde fuera y le prenden fuego
En la distancia se ve el humo que sale del templo de Noalejo.
X
El despliegue
La Junta de Granada al conocer estas noticias, manda fortalecer con tiradores civiles el camino de Jaén.
El francés Vedel es acosado constantemente por guerrilleros valerosos, aunque pudo llegar a La Carolina, donde se unió con las fuerzas de Dupont.
El 1 de Julio el general Cassagne ocupa Jaén defendido por el Teniente Coronel don Miguel de Haro, viéndose obligado a retirarse a Torre del Campo.
El Capitán General de Granada, don Ventura Escalante, sabedor de la ocupación de la ciudad, ordena al Coronel de Caballería don Joaquín Romero y al Comandante de Húsares Marqués de Campo Verde, con 300 caballos y 700 de infantería, emboscaran al enemigo en unas eras al este de la ciudad. En esta heroica acción se distingue un pelotón de los Voluntarios de Granada muriendo casi todos.
Cassagne, temiendo le corten la retirada, se marcha de la cuidad, dejando abandonados a muchos de sus soldados heridos para así poder huir más rápidamente. Con posterioridad, Jaén es ocupado por nuestras unidades.
Las tropas españolas de Sevilla y Granada se han unido en Porcuna y hoy día 11, tanto el general Reding como Castaños acuerdan en Consejo de Guerra reorganizarlas y convenir un plan de ataque.
Se concierta que Reding cruce el Guadalquivir por Mengíbar para ir a Bailén, y que le apoye, atajando por Villanueva el marqués de Coupigny, en tanto que, Castaños con la 3ª división y la de reserva, atacaría de frente, mientras que don Juan de la Cruz hostigaría desde las alturas de la Sementera, pasando por el reconstruido puente de Marmolejo.
La 1ª división queda compuesta con 9.436 hombres, 817 caballos, 2 compañías de zapadores y 6 piezas de artillería. Su jefe es el comandante general, mariscal de campo don Teodoro Reding; segundo comandante, brigadier don Francisco Venegas y el jefe de estado mayor brigadier don Federico Abadía.
La 2ª división con 7.850 hombres, 453 caballos, 1 compañía de zapadores y 6 piezas de artillería. La manda el comandante general mariscal de campo marqués de Coupigny, y como su segundo al mando don Pedro Grimarest.
La 3ª división con 5.415 hombres y 582 caballos, al mando del mariscal de campo don Félix Jones.
La 4ª división de reserva con 6.676 combatientes, 408 caballos, 1 compañía de zapadores y 12 piezas de artillería, al mando del teniente general de la Peña.
Aparte de estas tropas, van otras volantes de unos 1.000 hombres al mando del teniente coronel de la Cruz; del coronel marqués de Valdecañas y las de don Pedro Echevarri.
El plan consiste en un ataque de frente y una doble maniobra envolvente por la derecha, aunque no sabemos donde puede estar la división francesa de Vedel, aunque creemos que estará dispersada desde el Despeñaperros hasta Mengíbar.
A esta se le une el día 13 la división de Gobert.
La 1ª del general Reding se pone en marcha hacia Mengíbar y se interna en terreno dominado por el enemigo.
Nuestra guerrilla, al mando como siempre de don Luis Miguel, desde el Puente del Obispo, río abajo, va eliminado a pequeños destacamentos de ojeadores franceses que se guarnecen y camuflan en la ribera del Guadalquivir. Nos unimos al general Reding en Mengíbar, en el vado del Rincón, donde es derrotado el brigadier francés Liger Belair que defiende los pasos del río.
XI
Escaramuza guerrillera
Recibimos información por un voluntario de Loja, de que un pequeño grupo de patriotas se sentía acosado por una sección de coraceros franceses, a no más de media legua, río abajo, defendiendo un puente de barcazas que con anterioridad conquistaron a las fuerzas del general francés Belair.
El general Reding da la orden inmediata a don Luis Miguel, de que acuda en ayuda de tan heroicos españoles; los que a pesar de estar en minoría, defienden caro el terreno y sus vidas.
Son ocho hombres.
Armados con trabucos, fusiles viejos y oxidados sables, los que se oponen al paso del enemigo.
Al llegar al lugar, los vimos apostados detrás de unos peñascos que limitan y estrechan el paso, permaneciendo a la espera de que los soldados de Napoleón iniciaran una nueva envestida.
Una avanzada de veinticinco polacos de caballería fue lo primero que se presentó al alcance de sus viejas y casi inservibles armas.
El ruido de la descarga que les hicieron y la caída de siete jinetes fue la primera noticia que aquellos exploradores polacos descuidados tuvieron de estos valientes.
Retrocedieron cobardemente.
Desde la distancia vimos como con presteza cargaban de nuevo sus armas y se preparaban para hacer una segunda descarga, pero antes de efectuarla, tuvieron que abandonar sus atrincheramientos y retirarse ante los numerosas escuadras de infantería y caballería que se destacaban en contra suya, dispuestos sin duda a envolverlos y hacerlos pagar cara tal osadía.
Habiendo dejado nuestros caballos a cargo del Jeta, unos se camuflaron con sigilo entre la vegetación del río, y otros fuimos avanzando hasta llegar a las tapias de un cortijo caído que a la vera hay. Yo subí escombros arriba y me coloqué de observador escondido tras unas barcinas de paja.
Nos hacemos fuertes una vez agrupados y el enemigo, al notar la resistencia que le presentamos, retrocede con miedo por creer, me imagino, que van a caer en alguna emboscada.
A grandes voces, alguien arenga a los franceses, y éstos llenos de coraje, atacan de nuevo nuestro atrincheramiento y nos obligan a retirarnos; pero antes, resistiéndonos tenazmente, les hacemos nuevas bajas en sus filas.
Aumenta en cada momento el número de enemigos que disparan sus fusiles contra nosotros; cientos de balas nos silban como si fueran avispas de plomo que zumban en nuestros oídos, mas no tenemos bajas. Uno de los ocho, acosado por todas partes, lo veo que huye haza arriba y allí se encuentra con seis franceses que le han cortado la retirada. Él ni se rinde ni se amilana en tan terrible momento, si no que se defiende como gato boca arriba. No tiene munición, y empuñando el fusil por el cañón, lo rompe sobre las costillas de un enemigo y al resto, les tira con descaro los pedazos de su arma.
De su verde faja ventrera saca una albaceteña, y empuñándola con su mano derecha, desafía a los cinco franceses que quedan y lo rodean.
Por todos lados acorralan los gabachos a este héroe y pugnan por aprisionarlo; pero él sigue retrocediendo hasta llegar al borde de un precipicio que corta el valle por aquel sitio, y extendido sus brazos parece que se va a lanzar por él, antes de caer prisionero.
Visto este comportamiento heroico por Blusa Loca, se lanza al asalto con desesperación, y disparando su trabuco en carrera, derriba dos franceses al mismo tiempo. Suelta el trabuco y con una pistola en su mano izquierda, derriba a otro sorprendido francés que se muere antes de darse cuenta.
Con su acerado sable curvo amenaza a los dos jóvenes lanceros que quedan, y huyen espantados, deseando no perder sus vidas.
En la distancia se ven como saltan sobre la silla de sus caballos y se alejan a todo galope, aunque de poco les vale; tres guerrilleros salen de la maleza del río y apuntando sus armas, derriban de una descarga certera a los que huyen.
XII
Movimientos y operaciones.
Con arreglo al plan acordado, el General en Jefe se dirige con la división Jones y la de reserva, por Arjonilla y Arjona a los Visos; colinas situadas en la orilla izquierda del Guadalquivir, frente al puente de Andújar, como para atacar al enemigo por aquella parte, y la 1ª de Reding, la nuestra, toma Mengíbar a Liger-Belair, mientras la 2ª de Coupigny toma posiciones en la Higuereta, lugar de Higuera de Arjona, para apoyar a aquella en su marcha y observar a los franceses acantonados en Villanueva de la Reina, donde son desalojados por Coupigny y perseguidos por su caballería hasta más allá de Andújar, debiendo una y otra pasar el río y dirigirse a Bailén para colocarse a la retaguardia del general francés Dupont, y caer después sobre Andújar al mismo tiempo que Castaños acomete de frente desde los Visos.
El General en Jefe rompe con un vivo cañoneo desde sus posiciones, demostrando una actitud amenazadora.
El teniente coronel de la Cruz pasa el Guadalquivir por el puente de Marmolejo para molestar a los franceses que andan por Andújar, retirándose después al Peñascal de Morales.
Coupigny desde la Higuera rechaza a dos batallones franceses que ocupan Villanueva, mientras nosotros seguimos con nuestro jefe el mariscal Reding impasibles en Mengíbar, manteniendo ocultas la mayor parte de las fuerzas ante los reconocimientos que practica el general Vedel. Este hecho, a mi entender, es clave para el buen funcionamiento de futuras maniobras, ya que los franceses están siendo privados por la astucia de Reding, de saber realmente cuantas son las fuerzas que operan en la zona.
Desorientados los franceses, no dan importancia a la presencia de algunas tropas españolas, así que Dupont, que ha pedido fuerzas de apoyo a Vedel, marcha a Andújar con su división al completo por la orilla del río, dejando frente a Mengíbar dos batallones a cargo del general Liger Belair, a quien debe apoyar Gubert, ya que para este fin se ha trasladado desde la Carolina a Bailén.
En la madrugada del día 16 hay una intensa actividad en el campamento. Toda la división, mas los agregados de la 2ª se aproximan al río para pasar cuanto antes a la otra orilla. Unos observadores franceses a caballo, empiezan a detectar nuestros movimientos.
Luis Miguel se da cuenta de este hecho y manda a nuestro grupo a eliminarlos antes de que dieran informes a sus jefes. Ni que decir tengo que su orden fue cumplida con destreza y sin tardanza.
Pasamos junto a las fuerzas de Reding el río por el Vado del Rincón para, según nos dicen, practicar un reconocimiento ofensivo en dirección a Bailén.
El ataque comienza a la llegada del alba. Nuestros tiradores le están produciendo cientos de bajas a las fuerzas de Vedel. El general Reding da la orden de iniciar el ataque.
Liger Belair se repliega con orden buscando el apoyo de Gobert y éste, acude presuroso a su auxilio, con tan mala fortuna para él, y buena para nosotros, que cae muerto de un certero balazo en la cabeza, causando gran desaliento entre los franchutes, por lo que el general Dufour, inicia la retirada.
Nuestros hombres se están cubriendo de gloria en estas acciones, ya que tanto infantes como jinetes, rechazan con bravura a los coraceros franceses que los asedian.
Me dan la noticia de que en esta acción ha muerto heroicamente el valeroso capitán del Regimiento de Farnesio don Miguel Cherif, a quien Dios lo premiará con creces, ya que a los héroes los pone aparte y los recompensa eternamente.
El general Reding le hace a los franceses la jugada de la cabra; les da confianza retirándose frente a Mengíbar, y a nosotros nos ordena retirar de la zona, una vez limpia de enemigos, todo aquellos víveres y recursos que los franceses pudieran obtener para sustentarse.
Hoy es día 17 y la división española de Coupigny viene hacia nosotros para unir fuerzas.
Vedel llega a las ocho y media de la mañana a Bailén para apoyar a Dufour; mas éste, teme que las fuerzas irregulares de don Pedro Valdecañas que operan en el camino de Baeza y Úbeda y que han derrotado ya a los franceses en Linares, se apoderen de los pasos de la sierra y le corten la retirada. Así pues, Vedel, después de haber recorrido todos los pasos del Guadalquivir, y no viendo peligro alguno, siguió desde Bailén tras las tropas de Defour reuniéndose con él en Guarromán, ordenándole continuara hasta Santa Elena, trasladándose él a la Carolina, donde esperó a que le dieran noticias tanto del enemigo, como órdenes de su general en jefe. Dupont, considerando comprometidas sus fuerzas por la considerable distancia que las separa, resuelve trasladar su campo a Bailén. Tranquilizado por los informes que le mandaba Vedel, no tiene prisa en ello y pone en marcha a sus tropas la noche del 18, con el fin de ocultar sus movimientos al general Castaños.
Los españoles preparamos nuestro plan y nos trasladamos desde Mengíbar con la división de Coupigny y la del general Reding a Bailén, donde éste, toma el mando de las dos.
Reding comunica a Castaños la llegada a Bailén. Como le han informado del paso de Vedel, envía un reconocimiento para averiguar la situación de los franceses. Sabe que están en Guarromán y se dirigen al norte. Establece su campamento al oeste de Bailén, en los alrededores de la Noria, y destaca a nuestro grupo, con Luis Miguel al frente, al otro lado del pueblo para cortar la retirada y evitar alguna sorpresa.
El general Dupont recibe en Andújar un parte de Vedel en el que le da noticias tranquilizadoras de que el enemigo no se ve por ninguna parte.
El general Castaños también está a la espera de acontecimientos, aunque mantiene su actividad ofensiva sobre el acantonamiento de Dupont, el cual, al enterarse de la ocupación de Bailén, supone que el mayor peligro está en los Visos y que sólo se encuentra en Bailén la división de Reding.
Con sus dos divisiones cree que son fuerzas suficientes para alcanzar la victoria. No imagina que en Bailén van a cerrarle el paso las dos mejores divisiones del ejército español. Decide levantar su campamento por la noche y en silencio para evitar enfrentamientos con el general Castaños. Dupont no advierte a Vedel del cambio de estrategia.
En vanguardia sale la brigada de Chavert al mando del Mayor Taulet. Le sigue un largo tren de víveres, equipos, familias, funcionarios, enfermos, escoltados en sus flancos por la brigada Schramm y alguna caballería. En retaguardia marcha la brigada Pannetier y los marines imperiales de La Garde. Obstruyen con carros y madera el puente sobre el Guadalquivir para evitar que le den información a Castaños. En la Carolina, Vedel, piensa, al quedar incomunicado con Dupont, que en Bailen estarían las tropas que se retiraron con sólo su presencia el pasado día 15. Tampoco sabe que le esperan las mejores fuerzas españolas.
XIII
La Batalla de Bailén
Las unidades de Dupont han salido lo más calladamente que han podido, en la noche, como he dicho, con unas quinientas carretas en las que llevan todo lo que robaron en el saqueo de Córdoba.
Reding ordena sus tropas y las manda ponerse frente a las fuerzas de Dupont; una batería a la derecha, mandada por el capitán Fernández Rojas; otra al centro al mando del teniente Cejudo, y la de la izquierda está al mando del capitán Moya Segura. Estas baterías permanecen ayudadas por el capitán Pascual de Estado Mayor. La división Reding se sitúa a la derecha del camino real, y la de Coupigny a la izquierda, para hacer frente a Dupont y al mismo tiempo a Vedel, que desde la Carolina puede aparecer en cualquier momento por retaguardia.
A las tres y media aparece una columna francesa y comienza el primer tiroteo de ambas fuerzas.
Se inicia la batalla de Bailén.
El general Chabert, jefe de la vanguardia francesa no titubeó un momento y acometió a las fuerzas españolas, estableciendo su artillería en el centro de su unidad suiza y la brigada de caballería; mas al ser de pequeño calibre y alcance, dos de ellas quedaron anuladas por el acierto de nuestro joven teniente, al disponer de piezas de a 12 sustraídas a los franceses en el paso de Santa Lucía, siendo desalojados de la zona del Cerrajón, Haza Walona y cerro Valentín. Aquí estuvo, a mi parecer, entre otras cosas, el desastre francés. Dupont presuroso y trastornado por aquel infortunio, no aguardó a que se congregaran todas sus fuerzas y se lanzó al ataque a las cinco de la mañana con la brigada Chabert; formada por la 4ª Legión de Reserva, 4º Regimiento Suizo y la Infantería de Marina de la Guardia, es decir, unos ocho mil quinientos hombres muy ejercitados. La caballería de Dupré, con el 1º y 2º Regimiento de Chasseurs; 1º y 2º Regimiento de Dragones y el 2º Regimiento de Coraceros con un total de dos mil setecientos cincuenta hombres; no ha logrando más efecto que el desánimo de su gente y acrecentar sus víctimas.
Preciso fue aguardar la llegada de las restantes tropas para tratar de abrirse paso. Cuando toda su división cruza el Rumblar, deja en su margen izquierdo la brigada Pannetier para hacer frente al general Castaños por si aparece.
Y continua el combate con el resto de su infantería.
Toda la artillería y caballería, arremete por el centro bajo el amparo del enérgico fuego de la 2ª, mientras los famosos dragones y coraceros de Privé se encaminan al Portillo de la Dehesa para tratar de rodear nuestra ala izquierda.
Aprieto sufrimos por el brío de los franceses, los que estamos en el Cerrajón y Haza Walona, aunque aparece en nuestro socorro el mismísimo Coupigny. Los franceses, arremeten con tal arrojo, que algunos de nuestros batallones tienen que retirarse, perdiendo una bandera y también al heroico coronel don Antonio Moya, al frente de su regimiento de Jaén.
Privé sigue acometiendo con sus Cuerpos Provisionales desalojando con arrojo a sus contrarios.
El ejemplo del marqués de las Atalayas don Pedro Conesa y don Diego de Carvajal, conteniendo con su inalterable fortaleza el brioso poder de los jinetes franceses, nos da estima y arrojo. Estos se encarrilan a la izquierda y centro de su línea, en el que la batería española de aquella parte sigue haciendo estragos y dañando cañones y montajes a medida que van surgiendo a su frente, y llenando de metralla las formaciones de asalto, a las que sostuvo siempre a considerable espacio, marchando al encuentro de ellos los Regimientos de Caballería Farnesio y Borbón, mas, llegando los coraceros franceses que vienen de la derecha, se retiran los nuestros bastante desordenados.
Los artilleros se quedan en sus sitios defendiéndose dignamente, dando tiempo a que la infantería se reagrupe, y lo mismo Farnesio, cuyos escuadrones al mando del sargento mayor don Francisco Cornet –que muere gloriosamente al salvar su batería–, frente a la cual, quedaron muertos más de la mitad de los coraceros franceses. Los dragones de Privé detienen la evolución circundante que inició el Brigadier Venegas, viniendo unos y otros a sus viejas posiciones, después de la obstinada contienda en el Zumacar Grande, donde una vez más destaca el Regimiento de Órdenes Militares, mandado por su coronel brigadier don Francisco de Paula Soler.
Este es el curso de la batalla a las once de la mañana.
A franceses y españoles le interesa acabar cuanto antes la disputa, ya que pueden aparecer en cualquier momento tanto Vedel como Castaños, y suprimir a quien fuese atrapado entre dos fuegos, pero más decaídos los enemigos por el deficiente logro de anteriores tentativas, agobiados de fatiga y muertos de sed y de calor, son a los que más le interesa.
Los españoles más descansados y hechos al clima, y sobre todo al comportamiento heroico de los hombre y mujeres de Bailén que alivian nuestras gargantas y la de los caballos trayéndonos constantemente agua. No hay olivo que no tenga ocho o diez franceses con la lengua fuera disputándose su sombra.
Viéndolos así, el triunfo sólo puede ser nuestro, ya que hombres y caballos están asfixiados por el sol abrasador que cae a plomo, y su situación es más que penosa.
Dupont advirtiendo que el triunfo no está en su mano, manda retornar del Rumblar tres batallones de la brigada Pannetier, y un batallón de marinos de la Guardia Imperial, no dejando allí más que un batallón. Hace cundir la voz de que el general Vedel está cerca y blandiendo la bandera española cogida por los coraceros, se pone con todos sus generales a la cabeza de la fuerza y arremete al grito de “Vive l´Empereur”
La artillería española sigue haciendo estragos a los infantes, jinetes y caballos, mientras que nuestra infantería y la guerrilla con sus descargas siembra desolación y terror entre los franceses. Un certero tiro hace caer muerto el general Dupré con otros muchos jefes y oficiales; es herido Dupont, y los bravos marinos de la guardia imperial, se muestran dignos, como siempre, marchando en columnas cerradas, sin hacer caso de los grandes claros que cada descarga hispana le ocasiona. Cerca de la línea española se paran y a pesar de su incomparable valentía, se retiran para irse en fuga y extenuados a las sombras que le ofrece un olivar cercano. Nuevamente intervenimos limpiando el campo de franceses, a los que no les damos cuartel. ¡Dios, que honra!
Calculo que unos dos mil de ellos están muertos en el campo, con igual número de heridos, y los demás, anhelando la suerte de los muertos, tiran sus fusiles con desprecio para ir jadeantes y angustiados donde conseguir algún consuelo si no es visto por ningún guerrillero.
Vedel no se presentó, y los tiradores de Cruz Mourgeón que han venido al combate, se instalan en la orilla derecha del Rumblar, en cuyos alrededores está almacenada toda la impedimenta del ejército francés. Sus batidores avisan del acercamiento de las tropas del general Castaños. Para colmo de los franceses, el regimiento suizo de Preux al verse en aprieto por el empuje de los nuestros, se une a los suizos de Reding poniéndose al servicio de España.
El general Dupont suplica de Reding la interrupción de hostilidades y convenir con el general Castaños las bases del rendimiento de los franceses.
¡Gloria al Ejército y a los hombres de España!
Vedel ha recibido orden de Dupont de asegurar las comunicaciones por La Carolina, Santa Elena, Linares y Baeza. Espera en la Carolina la llegada del general Dufour, y aunque en la madrugada del 19 oyó el sonido del cañón en Bailén, no se pone en movimiento hasta las cinco de la madrugada. Tal lentitud hace que tardara seis horas en recorrer la distancia que separa la Carolina de Guarromán, desde donde sin sospechar lo que pasaba, realiza un reconocimiento en dirección a Linares. A las dos de la tarde vuelve y al llegar frente a Bailén y ver las posiciones que ocupaban los españoles, comprende, imagino, la mala situación de las tropas francesas.
Reding al saber el acercamiento de Vedel, le comunica la suspensión de las hostilidades; mas desentendiéndose de todo, atacó el cerro del Ahorcado.
Autorizado por Dupont para ponerse a salvo, emprende la huida en dirección a Santa Elena, aunque es alcanzado por el coronel de ingenieros don Nicolás Garrido con la orden terminante de regresar a Bailén, exigida por Castaños y Reding, que amenazan a Dupont de pasar a cuchillo a la división Barbou, cercada completamente por todo el Ejército de Andalucía.
La capitulación se firma el día 22 en la Casa de Postas que media Bailén y Andújar entre Castaños y el conde de Tilly por parte española y los generales Chavert y Marescot de parte francesa.
Queda prisionera de guerra toda la división Barbou de Dupont, y las tropas de Vedel, que entregan sus armas en depósito para después trasladarse a San Lúcar de Barrameda y Rota, donde serán embarcados para Francia, llevados por buques españoles según se ha convenido.
La legión de Dupont con 8.242 hombres, desfila derrotada ante las heroicas fuerzas españolas de Castaños y de la Peña, deponiendo sus armas y banderas junta a la venta del Rumblar. Al día siguiente en Bailén, rinden las suyas Dufour y Vedel. El resto de sus tropas, quitando 2.000 muertos en la contienda, es decir, 12.233 hombres, acuden derrotados de Santa Cruz de Mudela, Manzanares y otros puntos por exigencia española so pena de pasar a cuchillo a todos los prisioneros.
Sólo son tomadas 3 águilas, 4 banderas y 1 estandarte como trofeos de guerra, ya que las tropas francesas, según opinión de algunos de nuestros hombres, las han destruido a fin de, creo yo, no ver subyugados y humillados los símbolos que representan a su patria
Las tropas de Vedel y Dufour con 9.393 hombres, forman pabellones y entregan sus armas y material de guerra.
La gloria de esta acción corresponde al general Castaños; que mantuvo la lucha, aunque no pudo llevarse a cabo de acuerdo al plan de Porcuna, debido al improvisado movimiento de las tropas de Dupont; y si el general Reding es el otro merecedor de tal honor, éste, hay que compartirlo con los voluntarios de Bailen, guerrilleros y otras gentes que arriesgando sus vidas, han conseguido una victoria que ha librado a Andalucía de franceses.
Nuevamente, notemos el valor y comportamiento supremo de los compatriotas de Bailén; que han dado a nuestros hombres lo que en cada momento han necesitado, y les han retirado todo aquello que les ha estorbado.
Y sus mujeres, que entre el combate, desafiando la muerte en el fragor de la lucha le llevan consuelo y agua a nuestro sediento ejército.
«A tan oportuno auxilio corrieron algunas heroínas mujeres que desatendidas de su sexo y de los riesgos, con barriles y cántaros andaban por medio del ejército, dando de beber a los soldados que admiraban su valor y patriotismo. Estando una de estas mujeres dando de beber a un soldado, una bala le quebró el cántaro y ella volvió con otro a seguir saciando la sed de los combatientes ».
Ha sido un gran paso para liberar a España del tirano yugo de Napoleón.
El capitán d´Villoutreys, que está presente en la capitulación, lleva a Madrid la noticia de la derrota de las tropas francesas en Bailén. Es escoltado hasta Aranjuez por una sección de caballería española.
Hoy día 29 de Julio, ya sabe “Pepe Botella”, el rey intruso, de la derrota, y mañana día 30 parece que abandonará la corte madrileña.
El 23 de Agosto entra triunfante por la Puerta de Atocha de Madrid, el general Castaños con la división de Reserva de Andalucía.
Este inmemorial triunfo ha costado a las tropas españolas 243 muertos y 735 heridos; destacando el capitán del Regimiento de Infantería de Jaén don Carlos Sevilla; el de caballería del Regimiento Farnesio don Gregorio Prieto; los de caballería del Regimiento España don Alonso González y don Miguel de San Juan; los subtenientes de los Regimientos Provinciales don José Ariza, don Natalio Garrido y don Nicolás Muñoz, y el cadete del Regimiento Órdenes Militares don José Dembams entre otros.
Sigue la liberación de España.
XIV
El ahorcamiento de Colbert
Tres alguaciles con vestiduras negras y sombreros emplumados, montan sobre una calesa y un cuarto a caballo se dirigen camino de Noalejo, y de allí, al cortijo de Juana de Figueroa para proceder a prender al capitán Colbert en nombre de la Junta de Defensa de Jaén. Las órdenes que tienen son muy claras; vivo o muerto tienen que llevarlo para proceder a su enjuiciamiento, o bien a su enterramiento.
El escarmiento tiene que ser severo para que los franceses sepan que aquí se paga todo aquello que en contra del honor y del derecho de guerra se hace.
Estamos a primeros de Noviembre y los álamos, cerezos y arces inician su desvestir, alfombrando de ambarino y bermellón la tierra que los sustenta. A ambos lados del río Guadalbullón se extiende la zona de sierra, que antaño hacía de frontera con el reino de Granada. El bosque está compuesto de encinas, quejigos y pinos, ocupando las zonas superiores de los relieves; mientras que los valles, roturados desde tiempos anteriores, presentan una vegetación de ribera, compuesta de fresnos, álamos y sauces. En la cumbres más elevadas se encuentran lentiscos, madroños y jaras, que lo hacen impenetrable. En la franja intermedia las formaciones arbóreas y arbustivas se intercalaban con zonas de pastos, lugar en el que también proliferaban los encinares.
El alguacil a caballo es el que abre la ruta. Van bordeando el río y a la altura del paso de Santa Lucía, ven los restos del combate protagonizado meses atrás por los guerrilleros. Lo cruzan sin novedad, y se acercan a un blanco cortijillo que a la derecha del camino hay para preguntarle a un hortelano que labra su huerta, donde se halla el cortijo de Juana de Figueroa. Les explica que han de pasar Campillo de Arenas y subir Puerto Carretero, y una vez iniciado el descenso, coger a la derecha el camino que va a Noalejo, y de allí, a dos leguas, en la Sierra del Trigo, en la zona más abrupta de la umbría lo encontrarían.
Fueron al ayuntamiento y le pidieron al alcalde un hombre de confianza para que les acompañase y poder dar sobre seguro con el cortijo de María. Así fue; no más de tres horas de tortuoso camino y lo vieron a lo lejos.
Dejaron los caballos y la calesa bajo un frondoso nogal y se prepararon para reconocer el terreno y proceder a la detención del capitán Colbert.
Con sus fusiles a punto, se desplegaron los tres de a pie rodeando el cortijo y el cuarto a caballo, se puso discretamente entre la maleza frente a la puerta delantera.
El hombre de confianza se acercó a la entrada y con un basto cayado golpeó la puerta que estaba entreabierta.
_A de la casa voceó.
Al momento se abrió la puerta y apareció Juanita, quien preguntó al desconocido.
_¿Desea algo su merced?
_Deseo hablar con el francés para un asunto de su interés.
_Cómo sabe su merced que aquí hay un francés.
_Niña, eso lo sabe todo el mundo.
La inocente Juanita miró fuera y no viendo nada extraño, se acerca a la puerta y llama:
_Colbert, Juan Colbert. Que os llaman a la puerta.
Éste miró también a su alrededor al salir del cortijo y al atravesar la era para hablar con el desconocido, fue rodeado para su sorpresa por los tres alguaciles que lo encañonaban apoyando la punta de sus fusiles sobre su pecho. Con una cuerda lo atan presurosamente con las manos atrás.
El de a caballo se acercó raudo al sorprendido Colbert y le dijo:
_En nombre de la Junta de Defensa de Jaén, queda su merced detenido. Será llevado ante un tribunal y juzgado por los crímenes cometidos en Campillo de Arenas y Noalejo.
Incrédula Juanita por lo que estaba aconteciendo, protestó por la inocencia del francés y al ver que no reparaban en sus razones, decidió buscar a su madre que estaba pastoreando las cabras.
Delante junto a un alguacil el prisionero, y detrás los dos restantes y el de caballo; pronto llegaron a la calesa en la que se montaron para iniciar sin pérdida de tiempo el viaje a la vuelta.
Antes de llegar a La Guardia, cuando se disponen a cruzar el estrecho puente, los caballos retroceden con miedo y un alguacil salta del carruaje para coger las riendas, estirar de ellos y tranquilizarlos Ante tal descuido, Colbert salta con brío y se lanza al agua, y como un jabalí acosado, abre camino entre la maleza y se pierde entre las espesuras de la ribera del río.
Cuando consideró que el peligro había pasado, y a hurto de los ojos que pudieran estar vigilando, sale de su escondite para ver el terreno. No muy lejos de donde se halla, observa que bajo un frondoso grupo de álamos negros hay un joven que pastorea su ganado en las fresqueras del río.
Se acerca a él con naturalidad y le pide con gestos que corte las cuerdas que atan sus manos.
Una vez que el pastorcillo se hubo enterado de lo que le pedía Colbert, sacó una navaja con pico curvo y cortó las cuerdas con facilidad. Al verse libre, nuevamente se pierde entre la maleza.
Extrañado por el acontecimiento, el pastor corre a la Guardia y avisa al ayuntamiento de lo que le ha acontecido.
Un grupo numeroso de paisanos con algunos mastines atraillados y dos alguaciles a la cabeza, deciden dar caza al prisionero y llevarlo al pueblo; cosa que consiguen con celeridad.
El pobre Colbert, nuevamente prendido, se encuentra rodeado de un sinfín de hombres haciendo cábalas. Unos que es sordo, otros, que mudo; y otro, al parecer más preparado sentencia:
_ Ni sordo ni mudo, ¡es un francés!
Todos quedan sorprendidos ante tal afirmación y al unísono, se encaminan hacia La Guardia a paso ligero llevando a Colbert en volandas. Una vez en la plaza del pueblo, alguien ata una soga en el balcón del ayuntamiento.
Dos fortachones mentesinos alzan al francés con soltura y le encajan la soga en el cuello y lo sueltan con rapidez.
Ya en el aire y a punto de rendir su alma al Altísimo, suenan dos disparos y la gente se dispersa. Llegan los alguaciles de Jaén y uno de ellos, se lanza hacia el colgado, lo coge de los pies y lo alza, mientras otro, corta la cuerda con una formidable navaja. Acaban de salvarle la vida descolgándolo antes de morir.
Lo atan nuevamente, lo suben a la calesa y se lo llevan a la ciudad de Jaén a la que llegan sin novedad.
XV
Juicio de Colbert
El presidente del tribunal martillea severamente sobre la mesa. Don José Luis de Gálvez y Gálvez ordena con voz calmosa y enérgica silencio y dice:
_Se abre la sesión.
Es imprescindible continuó que todas las personas que quieran hablar me soliciten previamente la palabra, y se dirijan a mí con el tratamiento de Señoría, pues de lo contrario, sería un desacato a este presidente y tendría que amonestarle. También me han de pedir permiso para hablar con la frase ¡Con la venia! antes de hacer una sugerencia o petición. Es importante que se respeten los tiempos permitidos para las intervenciones de cada parte, de la acusación y de la defensa, así como el tiempo de descanso y deliberación. Durante el juicio ha de haber silencio en esta sala. No permitiré otra cosa.
Lee la acusación diciendo:
“En la ciudad de Jaén, a los veinte días del mes de noviembre del año de Gracia de nuestro Señor Jesucristo de mil ochocientos ocho.
El acusado aquí presente, al parecer oficial del invasor ejército francés, fue hecho prisionero de guerra después de tener una escaramuza con los guerrilleros que heroicamente defienden el sagrado suelo patrio en el paso de Santa Lucía, bajo el castillo de Arenas.
El acusado aquí presente, dice llamarse Louis Colbert Saint Mars, capitán de dragones del Segundo Cuerpo de Ejército del general Dupont.
El acusado aquí presente, fue herido por el jefe de guerrillas de Sierra Mágina don Luis Miguel de Portocarrero y Luna, quien dispuso cristianamente se llevaran al acusado al cortijo de María Figueroa con el fin de que curase las graves heridas recibidas en el combate.
Se tendrá que dilucidar aquí si el citado capitán Colbert es responsable directo o indirecto de las acciones que diversas unidades francesas llevaron a cabo, acto seguido, en Campillo de Arenas y Noalejo, asesinando a hombres, mujeres y niños.
La traductora de francés del llamado capitán Colbert, será la señorita Amelia Portocarrero Martín Balmes de Mexía y Dávila, sabedora del referido idioma, del colegio de las Adoratrices de esta dicha ciudad, quien bajo mi conformidad y de éste tribunal, ejercerá esa tarea. Queda autorizada para que le traduzca al llamado capitán Colbert todo lo que aquí se diga.
Le concedo la palabra al abogado de la acusación.
_Con la venia, señor presidente. Señoría:
El hombre que hoy tenemos que juzgar es alguien que ha venido de una nación extranjera para subyugar al pueblo español, quitándole a su rey y señor para imponernos a un monarca francés a capricho de su emperador. Este hombre está aquí para quitarnos la vida, la hacienda, nuestro honor y si es posible nuestra libertad y la Patria. ¿Por qué? Sólo Dios lo sabe, aunque por nosotros es bien conocido que éste, o el ejército del que él es parte, es culpable directo de la masacre perpetrada en Campillo de Arenas y Noalejo días atrás. Señoría, la Patria está en peligro y él es un enemigo de la patria. Pido sin más preámbulo que cuelgue en la horca hasta que muera.
_Le concedo tiempo suficiente a la señorita doña Amelia de Portocarrero Martín Balmes para que informe con detalle al acusado de la dicho por el abogado de la acusación.
Amelia se incorpora de su asiento y como una confesora se acerca a Colbert y le traduce lo que hasta ahora se ha dicho. Una vez concluido, el presidente del tribunal le da la palabra al abogado de la defensa.
_Señor presidente, señoría:
He de manifestar que estáis ante un inocente. ¿Cómo puede ser uno culpable de lo que otros hacen? ¿Es acaso el capitán Colbert autor de lo que unos desalmados, aunque sean de su ejército, han hecho en Campillo de Arenas? ¿Acaso es vuestro hijo, señor presidente, con todo respeto y subordinación, y sólo para que valga de ejemplo, responsable de los actos de vuestra señoría? ¡No! ¡Radicalmente no! Pido que el acusado sea considerado como prisionero de guerra y se me garantice que será tratado como tal. Con esto y por ahora es todo.
Nuevamente Amelia traduce al francés lo dicho por su defensor. A Colbert parece agradarle, ya que se le nota una ancha sonrisa en su cara.
_Anuncio un corto descanso dice el presidente para que los abogados de la acusación y de la defensa preparen las preguntas que harán a los testigos; aunque les recuerdo que son pocos, ya que éstos, o fueron fusilados o están combatiendo en las tierras de Bailén. Podrán preguntar a doña María Figueroa, su hija Juana Márquez de Figueroa y a don José Jiménez de Monroy, subalterno de la partida de don Pedro Abad, conocido por “El Rano”, quien al estar curándose de las heridas del hombro recibidas, no puede estar con sus valerosos compañeros.
Recuerdo a los abogados que cada uno de ellos podrá hacer un máximo de dos preguntas a cada testigo y que, si tienen pruebas, las entreguen para que el jurado de esta Junta Provincial las tenga en cuenta en su deliberación.
Después de la pausa se oye decir a un alguacil:
Que comparezca en el estrado doña María de Figueroa.
_Doña María, pregunta el abogado de la acusación, una vez acomodada en un suntuoso sillón de cuero repujado ¿Estuvo usted presente en Campillo de Arenas el día de en que los franceses perpetraron la citada matanza?
_No señor, no estuve presente.
_Entonces, ¿Qué relación tiene usted con este hecho luctuoso?
_Sólo el de enterrar a mi nieto Joselito Moreno, de quince años, que fue fusilado por llevar unas tijeras y una navaja de afeitar. El pobre quería ser barbero.
_No hay más preguntas.
El abogado de la defensa tiene la palabra dijo don José Luis.
_Señora doña María; en primer lugar tengo que expresarle mi más sincero pésame por la muerte de ese inocente nieto suyo, al igual que a los restantes compatriotas asesinados por la horda francesa. Dicho esto, sólo le haré una pregunta. ¿Estuvo vuestra merced en Campillo de Arenas y vio si el acusado, el llamado capitán Colbert, estuvo y participó en esa masacre?
_Señor, yo no estuve allí y por lo tanto no pude ver nada. Yo sólo sé que conozco a este hombre desde que a mediados del mes de Junio del presente año, lo llevaron herido a mi cortijo de Aguas Blancas. Me dijo “El Mochuelo” que don Pedro Abad había dispuesto le atendiera y curara a mi entender por haber sido acuchillado en una reyerta en el mesón de mi tocaya Juana la Brava en Campillo de Arenas. Así lo hice, y creo que bien, ya que el que lo mire, podrá comprobar que está más vivo que un cigarrón en agosto.
Hay risas entre los asistentes.
¡Silencio! Reclamó enérgico don José Luis dando un severo martillazo sobre la mesa.
Le corresponde el turno al abogado de la defensa.
_Señoría:
Desearía se preguntara si alguno de los hombres y mujeres que en la sala están, si el triste día de marras estuvieron presentes en Campillo de Arenas o Noalejo y pueden acusar a este oficial francés de haberle visto participar en la masacre. También desearía que se les pregunte si conocen a alguien que viera en estos hechos al capitán Colbert.
_Tiene inconveniente el abogado de la acusación en que realice estas preguntas a los presentes en esta Sala.
_No señoría; la acusación no tiene inconveniente alguno.
_Damas y caballeros; vuestras mercedes saben que juzgamos a un hombre y que este juicio debe ser imparcial. Por eso, debemos aportar cuantos datos tengan para el esclarecimiento de los hechos. ¿Hay entre vuestras mercedes alguien que haya visto, o sepa de alguien que vio a este oficial francés participar en los fusilamientos de Campillo de Arenas y de la quema de la iglesia de Noalejo?
Se hace un silencio profundo y no se obtiene respuesta alguna.
El abogado de la defensa levanta la mano y el presidente le concede la palabra.
_Señoría, no tengo más preguntas que hacer.
_Doy el turno de réplica al abogado de la acusación que puede hacer una pregunta más.
_Con la venia de su Señoría me voy a dirigir a los miembros de este Tribunal que son los que han de decidir sobre la suerte de este hombre:
Debido a la situación en que nos encontramos, sólo podemos tener como cierto que por elementos del ejército francés que vilmente ocupan España, fueron masacrados treinta y cuatro personas entre hombres, mujeres y niños en Campillo de Arenas. También que fue saqueada, quemada y arrasada la iglesia de la localidad de Noalejo, dejando por este suceso la vida doce hombre impedidos, cuarenta y cinco mujeres y veinte niños. Estos son los hechos; hechos que son irrebatibles y por tanto ciertos. Esta acusación está dispuesta a dar por terminado este juicio si al acusado, el llamado capitán Colbert ingresa en prisión como prisionero de guerra hasta tanto termine la contienda y pueda ser juzgado por un Tribunal de Justicia Ordinario
_Anuncio y concedo un tiempo de cinco minutos para que el abogado de la defensa tenga tiempo de comentar esta propuesta al acusado dice don José Luis, el cual una vez pasado este tiempo, reanuda la sesión y dice:
Pregunto al abogado de la acusación. ¿Mantiene vuestra merced en todo la anterior petición?
_La mantengo en todo, señor presidente.
_Pregunto al abogado defensor.
¿Acepta en todo la petición hecha por el abogado de la acusación?
_Una vez convenido con mi defendido y comprobado que entiende cuanto se ha dicho, acepto en todos sus términos lo solicitado por el señor abogado de la acusación. Mi defendido así lo ha dispuesto.
_Anuncio un descanso de quince minutos, para que los miembros del Jurado Popular resuelvan y acepten o no lo anteriormente expuesto dice el presidente
Estos discuten aparte, fuera de la sala, que está cerrada, por lo que los presentes no pueden salir. Mientras, el abogado de la acusación y el de la defensa se reúnen con sus respectivos equipos y deciden lo que harán según sea el resultado de la sentencia.
Cuando el jurado regresa a la sala, pide el presidente silencio y orden y procede a conceder la palabra al Delegado del Jurado Popular para que exponga lo deliberado.
_Con la venia del señor presidente:
Este Jurado Popular, una vez deliberado lo solicitado por su señoría, acuerda por mayoría de todos sus miembros el aceptar en todo y por todo, lo expuesto y aceptado por ambos abogados. Es decir:
Que el aquí presente oficial francés don Luis Colvert sea ingresado en la Prisión Local del Concejo de Torres como prisionero de guerra, ya que de estar en la plaza de Jaén, pudiera ser socorrido por alguna unidad francesa y puesto en libertad. Allí quedará a buen recaudo y seguro hasta que Su Majestad el Rey disponga lo conveniente o sea juzgado por un Tribunal de Justicia Ordinario cuando la Autoridad Superior así lo decida
Si todos estamos de acuerdo, dice don José Luis, procédase por el señor Secretario a triplicar las Actas de este Juicio y que sean firmadas en la parte que a cada uno le corresponda.
Doy fe que gracias a Dios Nuestro Señor, este juicio queda sentenciado.
¡Cúmplase lo acordado!
¡Se levanta la sesión!
XVI
Después del juicio, Colbert y Amelia.
España sigue invadida por las tropas de Napoleón. Y aunque el honrado pueblo español lucha denodadamente contra los crueles invasores por campos y ciudades, hay una minoría de compatriotas que ven con malos ojos que la hija de Luis Miguel, de la familia de Portocarrero y Luna, se case con un oficial francés. Serían tomados por afrancesados.
Don Luis Miguel no quiere ni oír hablar de que su hija anduviera en relaciones con ese traidorzuelo oficial francés, que sin saber porqué, ahora deja de ser francés y se hace español.
_¿Dónde vas? dice Luis Miguel a su hija, al verla compuesta con la ropa nueva, que le compró en su último viaje a Jaén.
Voy a la iglesia, a la novena de Nuestro Padre Jesús Nazareno, respondía con fingida mansedumbre la enamorada Amelia.
Pero el brillo de sus hermosos ojos la traicionaba.
Sí, a la iglesia, replicó su madre doña María Trinidad. A ver a ese renegado francés
_No, madre. Hoy no voy a verlo. Y no es ningún renegado.
_Es algo peor. Un traidor. Y no quiero que vayas a verle, te lo he dicho mil veces. Él en la cárcel y tú aquí. ¡Maldita sea! Al final se reirá de ti todo el pueblo. Te criticarán. Y ya sabes como es Torres para la crítica. No te dejarán un pellejo sano.
La madre seguía con su retahíla de advertencias, oídas pacientemente por Amelia, que aguarda en silencio que pase el chaparrón para poder marcharse en paz.
Y ya en la calle, como pájaro al que se abre la puerta de la jaula, vuela hacia la iglesia, pensando que a la vuelta, tal vez podría ver a Luis. El pecho le jadea al paso ligero y el amor le ilumina el rostro. Luis la esperaría asido fuertemente a los barrotes de la celda, esperando tan ansiada visita. ¡Qué emoción al encontrarse! ¡Qué olvidarse del mundo cuando se cojan sus manos! Ni las palabras de doña María Trinidad, ni el temor de que alguien pudiera verlos, ni la incertidumbre de los momentos que vivían enturbiaban el fuego de su pasión. El amor siempre es ciego.
Al cabo de un tiempo, Amelia estaba en el punto de mira de un espía oficial francés que investiga sobre la desaparición de Colber, al conocer que fue la traductora en el juicio que condenó al capitán; desconociendo éste se encuentra preso en la prisión del Concejo, que Luis Miguel es el Jefe de la Partida Guerrillera de Sierra Mágina y que Amelia es su hija.
Algo arribó a sus oídos cuando un día llegó un destacamento de gabachos a la casa de don Luis Miguel en Torres. Traían orden de llevarse a Amelia para que declarara. Cosa de poca importancia, según dijo. "Alguna niñería, cosas de estos franceses, tan desconfiados", decía don Gumersindo el cura, mientras las piernas le temblaban por debajo de la sotana. Él, mejor que nadie, sabía lo que les podía venir de aquel asunto.
Para doña María Trinidad, aquello fue una catástrofe, una maldición. "¡Te lo decía yo, esto es cosa de esa mala gente! ¡El francés tiene la culpa!". Y entre llantos y suspiros dejaron ir a Amelia. Total, no era tan lejos, sólo hasta la calle Mayor, en la casa de Postas, donde se han instalado los gabachos, una casona del siglo XVI, requisada, por supuesto. Pero, ¿Y la gente? ¿Qué diría la gente? ¡La hija de don Luis Miguel yendo a declarar ante los franceses! “Algo habrá hecho”, comentaron unas comadres, siempre dispuestas a pensar lo peor, e incluso a inventarlo si hacía falta.
A Amelia le preguntaron por la famosa partida de guerrilleros de Sierra Mágina. Pretendían que Amelia dijese lo que supiese para poder apresar a aquel guerrillero que tanto daño les hizo en el paso de Santa Lucía. Pero Amelia sabía que nunca diría nada de los asuntos en que estaba metido su padre.
Realmente parte del grupo de Luis Miguel estaba en Torres al tanto de las cosas que estaban ocurriendo
Dos meses antes, Luis Miguel con sus hombres, habían sorprendido y eliminado a un destacamento francés que subía río Guadalquivir arriba, sobre los llamados molinos de Calatrava. Más de treinta cadáveres franceses se pudrían al sol entre los juncales y diecinueve lanceros más fueron apresados y llevados detenidos por hombres de su partida a la Junta Provincial de Jaén.
Es evidente el desvelo francés por capturar a quien tantos problemas le está causando. Estaban rabiosos, y, desde su punto de vista, con razón. Pero Amelia no sabía nada de los guerrilleros, y no la sacaron de ahí. La amenazaron con golpearla, encerrarla, ponerla frente a un pelotón de fusilamiento, con quemar su casa con su familia dentro. Pero después de dos horas de interrogatorio, Amelia, llorosa y asustada, fue dejada y volvió a su casa.
La alegría de doña Maria Trinidad y de don Luis Miguel no es para narrarla. La madre, entre abrazos nerviosos y risas, inquiría sobre el trato que había recibido en el despacho del coronel, "a quien Dios confunda". Y remataba sus comentarios con veladas indirectas sobre Luis, "que podía haberte librado de esto, con lo amigo que es de los franceses, digo yo; si te quisiera habría ido a defenderte".
_Madre calle, él está en prisión pero los franceses no saben que está aquí
Don Gumersindo el cura calla, pero se percata de lo delicado de la situación. Habló con ella.
Mira, Amelia. Luis no es de fiar y no quiero que tú sufras las consecuencias de una mala elección. Hay otros muchachos en Torres. El pueblo está lleno de ellos. Muchachos honrados, trabajadores, religiosos que te querrán siempre y serán buenos padres para tus hijos. Considéralo, Amelia, y deja ya a Louis. No es digno de ti. El es un traidor a su patria y me da que todo esto lo hace para salvar su vida y no por amor.
Amelia, sin embargo, no le oía. Había salido bien parada de aquel enojoso asunto con los franceses y sólo quería olvidar. ¿Y cómo mejor que entre los brazos de Luis? Se vieron una vez más al haber sobornado con dinero Amelia a su carcelero
_¿Me quieres?, preguntó ella mirando fijamente los ojos de él.
_Con locugá susurró él apretándola amorosamente contra su pecho.
_Mi padre teme por mí, y mi madre nunca te ha querido.
_¿Pucuá?
_Porque dicen que lo que haces es para salvar tu vida y escapar cuando te veas libre.
_Sólo te quiegó a tuá contestó sonriendo.
_Pero tengo miedo, Luis. Hoy me han llevado a declarar. Se ha enterado todo el pueblo. ¡Quién sabe lo que idearán mañana para intentar que les cuente lo que sé! Prefiero que me lleves lejos, muy lejos, donde nadie nos conozca. Allí seré solamente tu mujer y tú mi marido. ¿Qué piensas?
_Que llevas gazón. Sobogna al cagceguego y prepagamos nuestra fugá.
_Tengo dinero y joyas, dijo Amelia, una por cierto grabada con mi nombre, que pensaba ofrecerte cuando pidieras mi mano. Mañana noche nos marchamos camino de Jaén y después para Madrid..
La tarde primaveral cae desmayada sobre los árboles y las flores que rodean la Plaza del Ayuntamiento. La brisa perfumada y el crepúsculo, tan bello que da tristeza, envuelve el tranquilo paisaje en resplandores dorados y reflejos sangrientos. Aquellos dos corazones juveniles, fundidos en un abrazo que hubieran querido eterno, creen que en la vida hay lugar para la esperanza y para el amor. No ven cómo se levantaba en el horizonte el pájaro negro de la muerte, con las alas abiertas para oscurecer con ellas sus ilusiones recién nacidas.
Al anochecer del día siguiente, Amelia y Luis, escapados de la prisión, por estar abierta la puerta, protegidos por las primeras sombras, se hayan en las cercanías de la iglesia. Dos caballos de la nutrida cuadra de Luis Miguel, se encuentran discretamente resguardados en un callejón para salir por el camino de la muralla. Todo está dispuesto para marchar en busca de la felicidad que parece cerca, muy cerca, más cerca que nunca.
De pronto, el aire tranquilo se estremeció. Una descarga de fusilería ha sonado desde la plaza. Empezó a oírse un confuso griterío que crecía por segundos. Numerosas antorchas se acercan iluminando fantasmalmente la reciente oscuridad. Los gritos y las maldiciones se funden con los espantados relinchos de los caballos. El gentío se aproximaba a ellos. En la distancia pueden verse las siluetas haciendo aspavientos entre el espeso humo de los hachones encendidos.
Luis y Amelia sintieron miedo, ese miedo producido por la ingenuidad de lo que sucede, ese miedo ciego que lanza a realizar actos ardorosos y imprudentes. Entraron apresuradamente en la iglesia. Pero el estruendo se acercaba cada vez más, amenazante como una oscura pesadilla. ¡No debían encontrar a Amelia! Luis reparó en la entrada de la cripta que mostraba a Nuestro Padre Jesús atado a la Columna.. Miró a la imagen de Cristo Crucificado en la penumbra del altar mayor, como pidiéndole ayuda, y una idea salvadora se le vino como un relámpago a la mente. Con la sobrehumana fuerza que da la desesperación levantó la pesada losa de la cripta y empujó a Amelia al interior de ella. La aterrorizada muchacha no pudo hacer siquiera un gesto de asco al bajar los primeros escalones de la maloliente estancia fúnebre. Sus ojos se volvieron hacia los de su amor con una de esas expresivas miradas que dicen más que cien palabras. ¡Espégame, volvegué pog tua! Susurró él casi sin fuerzas mientras corría la losa.
Amelia quedó sumida en una oscuridad total. Apretó contra su pecho la pulsera con su nombre que aquella misma noche pensaba regalar a Luis. Y rezando y gimoteando, acurrucada en los húmedos escalones, quedó temblorosa e inmóvil, aguardando que todo pasara pronto y Luis, su Luis, volviera por ella.
Oyó primero un salvaje griterío que duró varias horas, luego vagos rumores intermitentes; más tarde una explosión horrible que hizo temblar los cimientos de la iglesia. Por fin sobrevino el silencio, un silencio profundo, absoluto, eterno.
Luis, después de colocar en su sitio la losa, salió a la puerta y vio al numeroso grupo de personas que se avecinaba. Eran guerrilleros de Sierra Mágina que se defendían del destacamento de franceses al que habían intentado sorprender. Los franceses, avisados por un afrancesado cómplice, se habían prevenido. Los guerrilleros han sido acorralados, algunos han caído muertos a tiros; otros, pisoteados por los caballos, yacen en la calle de la iglesia y la plaza del Ayuntamiento, irreconocibles sobre charcos de sangre; algunos, más valerosos han plantado cara a la muerte a pecho descubierto y se han llevado con ellos al otro mundo a algunos de sus enemigos; pero el resto, corren por los callejones en grupos dispersos.
Penetran en la iglesia y cierran la puerta atrancándola con cuantos muebles encontraron a mano. No se creen a salvo de los franceses, ya que éstos, embriagados de sangre española, no piensan dejarlos escapar tan fácilmente. Cercan el edificio y, tras romper las vidrieras, arrojan dentro antorchas encendidas y piedras. El desaliento cunde entre los sitiados. El humo hace irrespirable el ambiente. La resistencia está llegando al límite.
Oculto bajo los arcos de la iglesia, y protegido por una brazada de broza, Luis espera ansioso que la refriega termine para poder rescatar a Amelia. ¡Pobrecilla, sola en la oscuridad, asustada! Pero el asedio se prolonga. Los franceses, cuando asoman las primeras luces de la mañana, temiendo que el resto de la partida de Luis Miguel acuda en socorro de estos españoles tan testarudos y los liberen, toman una determinación terrible: incendiar la iglesia.
CAPÍTULO XVII
El desenlace
Prenden fuego a la puerta. Las llamas se abrazan al artesanado gótico lleno de agujeros causados por los fusileros subidos en los huecos de las cristaleras, y en un santiamén quedó destruida y humeante. Un torbellino de fuego penetró en el interior, devorando con sus lenguas abrasadoras los doseles, retablos y las imágenes que había allí. Se oyen los desgarradores gritos de los desgraciados a quienes el fuego les hace retorcerse de dolor, con el pelo envuelto en llamas, las ropas humeantes y la piel negruzca despegándose de la carne ensangrentada. Caen al suelo estremeciéndose palpitantes entre tizones encendidos, columnas doradas y las tablas del altar.
Luis corre como loco, intentando entrar en aquel infierno de destrucción. No tiene más que una idea: salvar a Amelia, o morir con ella. No pudo hacerlo; una bala francesa le entró por la espalda y le dio de lleno en el corazón. Cayó de bruces al suelo, con los brazos abiertos y el rostro contraído de dolor. Un segundo más tarde, entre las últimas opresiones de su rápida agonía, oyó el espantoso crujido del artesonado que se desploma ardiendo sobre el pavimento y sobre los pocos españoles que aún sobreviven. También oyó, o creyó oír, una voz lejana y llorosa que lo llama. Después, su conciencia se sumergió en el silencio y en la sombra.
La iglesia de Santo Domingo ha estado ardiendo durante más de dos días. Se ha convirtió en un montón de ruinas. Los numerosos cadáveres calcinados que quedaron sepultados bajo los escombros y los que yacían desparramados por los alrededores, fueron enterrados en una fosa común en el cementerio a espaldas de la iglesia.
Los franceses, poco después de esta acción, se unieron a sus unidades y siguieron combatiendo a lo largo de la guerra, desengañados de los rudos españoles que no aceptaban las nobles ideas de libertad y progreso que el emperador Napoleón les brindaba.
España, y con ella pueblos como Torres, fueron recuperándose poco a poco; muy lentamente, de la desgracia histórica que han padecido.
Don Luis Miguel de Portocarrero y Luna, siguió oyendo misa en su iglesia de Santo Domingo de Guzmán. Él y doña Maria Trinidad Martín Balmes y Mexía Dávila creyeron hasta el fin de sus días que Amelia y Luis Colbert habían huido a donde nadie los conociera. Nunca recibieron noticias de ellos.
Tal vez, corriendo el tiempo, cuando alguien decida abrir la losa de la cripta, pueda encontrar una pulsera de oro con el nombre de:
Amelia.
Queda relatada la hazaña
de un romance al heroísmo;
mojé mi pluma mismo
en tinta de buena calaña,
y escribiendo sin fanatismo,
...surgió el nombre de España.
F I N
En memoria de mis padres.
La guerra no se deduce necesariamente
del hecho de la invasión,
Sino del hecho de que
los invadidos resistan al invasor.
( Clausewitz)
Art. 1º. Declaramos la guerra por tierra y mar al Emperador Napoleón I y a Francia, mientras esté bajo su dominación y yugo tiránico.
Art. 2º. Mandamos a todos los españoles que obren contra aquellos (franceses) hostilmente, y le hagan todo el daño posible, según las leyes de la guerra.
(Junta Suprema del Gobierno de España y de las Indias)
Sus hechos serán eternos, porque los que mueren en defensa de la Patria, viven siempre en la memoria de los buenos.
NOTA
Los personajes que aparecen en esta obra son históricos; otros, invento mío. Si alguno viera semejanza con alguien aquí descrito, será pura coincidencia; y si coincidiera, el autor tiene autorización para usar su nombre.
INTRODUCCIÓN
Los guerrilleros de Sierra Mágina son un grupo de hombres que no existieron.
Las fuerzas que se enfrentan en un conflicto buscan siempre ganar el control del territorio mediante su ocupación.
Las operaciones de guerrillas tienen como fundamentos, entre otros, desorganizar el mando, el control de las comunicaciones y la logística del enemigo.
Sus principios básicos son:
-Colaboración con la población civil. La habilidad de las guerrillas para operar sucesivamente se basa en contar con el apoyo popular.
-Buscan destruir al mando y eliminar a los correos para interferir y cortar toda comunicación entre unidades adversarias.
-Intentan cortar toda comunicación de abastecimiento logístico, interceptando y eliminando convoyes, cortando puentes o caminos, causando confusión entre las fuerzas que se localizan en estas áreas. Esta confusión aunada a la habilidad de nuestras propias fuerzas, permite descubrir y explotar las debilidades del enemigo.
Los guerrilleros hostigan al enemigo no dándole cuartel, ni de día ni de noche, con lluvia o con sol, con luz o sin ella; siempre, siempre, aunque no necesariamente hay que mantener un acoso continuo, aplicando ingenio, astucia, engaño, sorpresa y constancia.
En situaciones que exista desorganización, confusión y hostigamiento en áreas vitales del enemigo, la guerrilla apoyará, enlazándose con ellas, a las unidades regulares de combate.
La partida nace del encuentro entre un jefe y un grupo de subordinados, cuya docilidad contribuye a reforzar aún más la autoridad del cabecilla.
Los guerrilleros suelen llevar apodos, que es la forma de estar todos en un mismo plano.
No existen reglamentos; el jefe ejerce su justicia.
La falta de armas y municiones explica su táctica: arma blanca.
El odio al invasor hace al guerrillero más atrevido e impetuoso que al soldado normal. Su vestimenta les da el aspecto de cazadores o contrabandistas.
Los grupos mejor dotados tendrán escopetas, trabucos, pistolas y sables, generalmente ocupados al enemigo.
El uniforme perjudica su movilidad y por eso no lo utilizan.
Conocen perfectamente el terreno donde operan.
Son grupos pequeños que tienen gran movilidad.
Utilizan la sorpresa en el combate.
Su principal técnica es el camuflaje.
Se retiran del combate sin que esto sea una cobardía.
La guerra de guerrillas jamás conduce a una victoria final. Es una forma de hacer la guerra contra un enemigo común en un teatro de operaciones común. Si el enemigo es poderoso, se le elude, si débil se le ataca hasta eliminarlo.
REALIDAD HISTÓRICA
El gobierno de Carlos IV forzado por el tratado de Fontainebleau, aprueba el paso por España de un omnipotente ejército francés, con el pretexto de ocupar Portugal y así hacerle cumplir a este país el plan continental que Napoleón ha dispuesto, impidiendo el contrabando inglés. Se trata, en definitiva, de evitar que Portugal ayude a Inglaterra.
El rey de España es Carlos IV, y don Manuel Godoy, Príncipe de la Paz, el dueño y señor de los designios de la nación. Es el predilecto de la reina doña María Luisa, aunque reprobado por el Príncipe de Asturias Fernando y odiado por el pueblo español.
El 19 de Marzo se alza la población de Aranjuez y Carlos IV abdica en su hijo el Príncipe de Asturias, pasando a ser Rey de España con el nombre de Fernando VII, dando lugar también a la caída de Godoy.
El ejército francés atraviesa los Pirineos y marcha lentamente camino de Portugal, pero va ocupando las plazas fuertes que considera más importantes.
El levantamiento coge al general Dupont a mitad del camino entre Madrid y Cádiz, donde tiene que hacerse cargo de la flota franco española del almirante Rosilla con el fin de bloquear a los ingleses en Gibraltar.
En realidad, el plan de operaciones francés consiste en controlar el valle del Ebro y permitir las comunicaciones de Francia con la meseta española. Se pretende hacer confluir sobre Zaragoza un ejército desde Barcelona y otro desde Vitoria y Pamplona.
Con la conquista de Valencia saliendo un ejército de Madrid, se pretende tener dominado el Mediterráneo.
Los planes franceses se malogran y enormes contingentes de tropa se quedan estancados en la depresión del Ebro.
El 2 de Mayo de 1808, los madrileños derrochan heroísmo y se levantan contra los franceses.
El pueblo español le declara la guerra a Napoleón.
La noticia corre como la pólvora y no hay lugar o rincón de España que no se alce contra el francés.
La Junta de Defensa le otorga la protección del paso del Despeñaperros al coronel de los Voluntarios de Aragón don Manuel de la Peña, y éste, en vez de ocupar los pasos como se le ha ordenado, se aparta de la ruta dejando sin defender el citado paraje. La Junta de Sevilla manda guarnecer y defender este desfiladero al conde de Telli, por si aún pudiese remediar la anomalía, pero ya los ejércitos enemigos son dueños del terreno.
Napoleón se encuentra en la cúspide de su poderío, erigiéndose árbitro de las discrepancias de la familia real española, consiguiendo que sus miembros salgan de España.
Ocurrían en Bayona escenas entre Bonaparte y la Familia Real Española. El Emperador consiguió el 6 de Mayo que Fernando renunciase sus derechos a la Corona a favor de su padre, y el 10 a los de Príncipe de Asturias, y estas renuncias, juntas con las que el mismo Carlos había hecho a favor de Napoleón, puso en manos de éste el Trono, nombrando rey de España a su hermano José.
Llega Dupont entre el 1 y 2 de Junio con una división de infantería de 5.000 hombres, 500 marinos de la Guardia Imperial y 3.000 jinetes al mando del general Fresia.
Su Cuerpo de Ejército ha sido disminuido en dos divisiones que guarnecen Aranjuez y San Clemente, al mando de su segundo el General Vedel; quedándole una división y una brigada de infantería y una división de caballería. Con estas fuerzas se siente seguro al no encontrar ninguna oposición en su camino de tropas enemigas.
Se le advierte del levantamiento popular cuando se encuentra a la altura de la Carolina, y decide quedarse en Andujar para que Belliard desde Madrid le confirme las órdenes de seguir a Cádiz o volver a la capital de España.
La Junta Provincial de Sevilla enterada de que el General Dupont ha cruzado el paso del Despeñaperros, encarga al General Castaños que reúna lo antes posible una fuerza capaz de detener al general francés.
El teniente coronel don Pedro Agustín de Echevarri al frente de patriotas proporcionados por la Junta de Córdoba, arma a quince mil hombres para defender la ciudad.
Dupont recibe órdenes de avanzar hacia el sur, donde el día 7 se encuentra con las fuerzas de Echevarri, al que se le han unido dos batallones de tropa regular, y entablan combate en el Puente de Alcolea entrando en Córdoba este mismo día después de cuatro horas de combate. Son derrotados los españoles por el ejército invasor; dándole la oportunidad de enviar un informe triunfal a Belliard.
Los franceses, dueños y señores de la ciudad, se dedican durante diez días a saquear lo que quieren, profanar lo sagrado y violar a las mujeres. La pérdida de 10 días en Córdoba, junto con la falta de comunicaciones con Madrid ha sido positiva, ya que de no haber estado esos diez días en esta ciudad, y sus tropas hubiesen iniciado al día siguiente su marcha hacia Cádiz, que era su destino, habrían llegado sin ningún contratiempo, dando lugar a que la escuadra del Almirante Rossily que se rindió el día 14, hubiese resistido, con toda seguridad, de haber tenido noticia de su avance.
Este mismo día 7, la población de Alcaudete pelea contra un escuadrón francés, causándole bajas y prisioneros y el día 9 en Andújar también se detienen a varios pelotones de franceses. Cuando los imperiales llegaron a esta ciudad, los habitantes habían huido con todas las provisiones, por lo que el General Dupont se vio obligado a enviar una expedición a Jaén en busca de avituallamiento para su ejército. La ciudad no cuenta con más defensa que un cuerpo de milicianos que huyen al primer disparo, por lo que los franceses entran a saco y, de nuevo, se repiten los pillajes, saqueos y violaciones vividas en otras poblaciones, regresando a Andújar con el alimento suficiente para unas jornadas.
Dupont no se siente seguro al informarse que en Sevilla, Utrera y Granada se están creando nuevas unidades, así que se toma su tiempo para recibir los refuerzos de Madrid que pide con reiteración para poder continuar. Se sitúa el día 19 en Andújar, y el 20, manda a Jaén al oficial Baste con ciertas fuerzas para dar un riguroso escarmiento a la ciudadanía, a la que se considera causante del revés sufrido en Andújar. Baste, irrumpe a degüello en la ciudad y alrededores y después de robarla regresa a su base de operaciones.
El día 26 recibe la 2ª división del General Vedel, que se sitúa también en Andújar para cubrir su retaguardia, dejando algunos destacamentos para controlar el Despeñaperros y el camino de Madrid, conforme a las órdenes recibidas del duque Rovigo.
Cuando las fuerzas de Vedel atraviesan el desfiladero, los guerrilleros cierran el paso e interceptan todos los correos y mensajes que intentan comunicarse con Bellard o Murat.
El 1 de julio Dupont le ordena al General Cassagne ir a Jaén para conseguir nuevamente provisiones; tiene que ir a las poblaciones cercanas, a los caseríos y cortijos por alimentos. Sale el día 2, pero la ciudad está casi deshabitada y apenas hay vituallas; además se encuentran con milicianos que, con la colaboración de campesinos armados, hostigan a los franceses hasta tal punto que tienen que retroceder. Al siguiente día continua el combate, reforzados los milicianos por algunas tropas regulares del regimiento suizo de Reding, que se ha acercado a la ciudad para ayudar a su población. Los franceses no tienen otra alternativa que retirarse a Bailén con un considerable número de bajas.
Desde primeros de julio, las tropas reunidas por la Junta de Granada, unos 10.000 hombres, se encontraban itinerantes. Primero se desplazaron a las montañas situadas al Norte de Granada para prestar apoyo a los milicianos de Jaén que rechazaron la expedición de Cassagne. Luego continuaron su marcha hacia Porcuna, punto de reunión con las tropas de Sevilla, en el que se entrevistaron Castaños y Reding.
El 11 de julio se reúnen con las fuerzas de Granada en Porcuna. El Cuerpo volante de vanguardia, al mando de Mourgeon, inicia un hostigamiento contra las avanzadas francesas en Arjonilla, obligando a que éstas se replegaran hasta Andújar. En este mismo día se procede a la reorganización del Ejército de Andalucía. La unión de las tropas de Sevilla y Granada incrementan considerablemente los efectivos nacionales. Al mando conjunto queda el General Castaños, pues, aunque el Capitán General de Granada, don Ventura Escalante, es más antiguo, decide renunciar a su favor, a la vista de que éste aportaba mayor número de tropas.
Sin embargo, en contra de las recomendaciones de Castaños y de las recomendaciones de la Junta de Sevilla de actuar con prudencia, el ejército de Andalucía inicia sus operaciones militares demasiado pronto. Al parecer, el saqueo de Córdoba exacerbó de tal manera el ardor combativo de los soldados y de la población que las autoridades civiles y militares, fuertemente presionadas, se vieron obligadas a ordenar su inicio. El sistema de hostigamiento propuesto por Castaños no puede llevarse a cabo por la propia actitud de los soldados, que refleja qué clase de hombres tiene el general a su cargo. Consciente Castaños del escaso tiempo dedicado a la instrucción, decide detenerse en Bujalance y continuar allí el entrenamiento; pero un conato de insubordinación de sus tropas, deseosas de combatir, le obliga a continuar adelante. Parece evidente que el ejército avanza contra sus enemigos debido al ímpetu de sus soldados, más que por la decisión y determinación de su Comandante en Jefe.
Por su parte, el General Dupont considera que la poca resistencia encontrada en el enfrentamiento de Alcolea y en Córdoba se debe a que las tropas españolas, integradas por milicias y voluntarios, están tan mal preparadas que no ofrecen un gran riesgo en una posición tan defendible como es Andújar.
Y...
Aquí relato la hazaña
para un romance al heroísmo;
mojo mi pluma mismo
en tinta de buena calaña,
y escribiendo sin fanatismo,
surge... el nombre de España.
I
La noticia
Desde la era del cortijo, observa en la distancia y ve venir un borriquillo con andares desbaratados y al hombre que lo guía, que cogido del rabo del animal, camina y avanza pausadamente.
Con esta constitución sólo puede ser el tío Manuel Cantarillo y su burro; y acertó de lleno, porque burro que anda como éste sólo puede ser suyo.
Al llegar a la vera del cortijo, ata al asno a la sombra de una vieja encina y saluda a su antiguo y achaparrado amigo, de edad por él ignorada, porque, según dice, para qué se van a contar los años, si no se extravía ninguno.
_ Dios te conserve Gabriel.
_ Me pereció que tardabas –contestó.
_Ay Gabriel de mi alma, lo que me ha pasado en las huertas de Algaratín.
_ ¿Ha sido algo malo? –preguntó Gabriel.
_Malo no, ha sido más que malo, –apostilló Manuel.
Escucha con esas orejas Gabriel. Vengo desde Torres montado en Descuadernao –así le llama al burro– y al pasar el portillo que entra a la huerta de Salvador el Loco, ya sabes, cuando se revuelve la vereda, he visto entre las habichuelas a un franchute con un fusil terciado en las manos y me da que me apuntaba en toda la frente.
_¿Te dijo algo? –demandó Gabriel.
_Es un francés más mudo que un gato de yeso, no obstante, le he dado las buenas tardes y le he saludado quitándome el sombrero de paja con cortesía y respeto
_Bien hecho tío Manuel, hay que ser educado. ¿Y que te contestó él?
_Nada, –respondió Manuel. Me miraba fijamente con unos ojos más negros que la boca de un horno… ¡Hay Gabriel que ojazos tenía el francés! Se me ha puesto un nudo en el gañote que ni baja ni sube y estoy ahogándome.
_¿Y al final qué? –preguntó Gabriel.
_Que al final el francés no es francés, que es un espantapájaros, que para asustar a los desvergonzados gorriones, puso el Loco para que no se jalen las flores de las habichuelas. ¡Mal torozón le dé a Salvador!
Gabriel rió con gana.
_Échame un jarrillo grande de vino Gabriel, que no sabes la sed que me da el miedo –dijo Manuel.
_Te hace un gualdipeñas o un montilla.
_Siendo grande me da igual que sea gualdi que mon.
Se bebe el vino con suma delicia y como extasiado se queda boquiabierto mirando al infinito.
_Bueno Manuel, –dijo Gabriel–, ¿Para algo habrás venido no?
_¡Sí! He venido para darte lo mejor información que hay en este mismo instante. Ayer estuve en la Mancha negociando las almendras y nueces del año pasado y fui informado por gente de valía que un destacamento de franchutes, pasará por el camino real que desde Granada va a Jaén, y desde allí, tomarán el de Andújar para llevar órdenes, suministros y municiones a los gabachos, –que mala puñalada le den a todos–, que a la fuerza están ocupando España. Será dentro de nueve días a partir de éste que estamos y si no me equivoco, por ser hoy día uno, corresponde al día diez, segundo domingo de este mes de Julio. Parece ser, y aquí tengo un papelillo para que no se me olvide, que son hombres del Segundo Cuerpo de Ejército que el General Dumpón está juntando cerca de Bailén después de arrasar Córdoba.
_Buena información me trae tío Manuel. Quién te la facilitó.
_Sabes que no lo puedo decir, aunque sí adelantarte que algo ha tenido que ver un loro hablador de esos con muchos colores. Y nada más, que va en ello mi vida.
_Bien. Le pasaré la información que me has dado a la partida. Don Luis Miguel se pondrá muy contento y estoy seguro que desplazará algunos reales para hacerte feliz Manuel.
_Pues si esta noticia es importante, que no se te olvide decírselo que la he dado yo, Manuel Cantarillo. A propósito:
¡Temiendo estoy pasar por la fuente de la Zarzadilla con la sed que tengo y con el daño que me hace el agua!
_ ¿Te beberías otro jarrillo Manuel?
_ ¿Otro jarrillo? Para que veas que no soy desagradecido ¡Sácalo Gabriel!
Y se lo bebió con deleite.
_ ¿Tú crees que nos fusilarían los franceses si se enteran que hemos sido nosotros los que hemos pasado la noticia?
_Ni que lo dude tío Manuel, –respondió Gabriel.
_Ay madrecita de mi alma, morir a manos de los franceses con lo feos que son.
¿Hay algún sitio en dónde no haya franceses?
_Me han dicho que hay un sitio al norte de la Siberia setentatrional que está ¡Cualquiera sabe dónde está! Allí no hay ni uno, –argumentó Gabriel. Creo que se encuentra algo más lejos que de aquí a Madrid y de tanto frío que hace, se tiene uno que chupar hasta los deos de los pies para darle calor; y que para mear tienes que andar listo y tener cudiao porque en llegando el meao a la nieve, se hace un chuzo y si no estás al tanto, vuelve el frío patrás y se te congela la churrinilla.
_¿Andará el vino muy caro allí? –pregunto el tío Manuel.
_No lo sé –le respondió Gabriel.
_¡No sé para qué habré mentado yo el vino! Dijo entrando en la cocina y llenando su sobada bota de amontillado de una de las cubas que allí hay.
_Este lo voy a guardar para esta noche por si me viene el miedo, –dijo Manuel. Tú no sabes lo que es soñar con un francés.
_ ¿Y bebiendo se te olvida el francés?
_ No, aparecen más.
_ ¿Entonces? –se interesó Gabriel.
_Entonces me bebo una azumbre y se me olvida todo, –dijo desatando a Descuadernao de la encina.
Lo apega a una piedra grande que le sirve de grada y se sube a él; y en diciendo adiós, coge el camino de vuelta mirando de reojo a derecha e izquierda, por si ve algún francés escondido tras el matorral de espesas encinas y verdes coscojas. Con lo alto y enflaquecido que es, en cada traspié que da la burra con su andar descompuesto, arrastra las alpargatas haciendo sendos surcos sobre el polvoriento camino.
La sierra se va apagando y da paso al nacimiento de los resplandecientes luceros. De vez en cuando se oyen los lamentos de algunos pájaros nocturnos.
II
Luis Miguel
Tiene el comandante Luis Miguel no más de cuarenta y cinco años. Es la persona de mayor influencia de la villa por su nacimiento. Hijo de don Pedro de Portocarrero y de doña Francisca Luisa de Luna, Marquesa de Camarasa, descendiente por abolengo materno de don Francisco de los Cobos y Molina, Comendador Mayor de León y del Consejo de Estado de su Majestad el rey Carlos I de España.
Con un puñado de hombres sin tacha está en el monte por razones patrióticas.
Alto, con patillas en forma de hacha, de cara agradable y cuerpo fornido. Es caballero de casa solariega.
Habita en Torres su pueblo natal. Rico en cortijos, montes y grandes olivares. Tiene buena presencia. No deja duda por su planta y vestimenta. Usa traje que para estos tiempos es de lujo, viste chaquetilla corta, sombrero de buen paño y botas de cuero de las llamadas de campana. Esposo de doña María Trinidad Martín Balmes de Mexía Dávila quien le dio una hija llamada Amelia, que a sus veinte años es un portento de belleza; dulce, apasionante y coqueta; con unos modales propios de la educación que en el colegio de las Adoratrices de Jaén está recibiendo.
En su guerrilla se hallan, entre otros, su lugarteniente Juan de Herrera; hombre de total confianza.
Los subalternos a caballo Blusa Loca, así llamado por el garbo con que se le mueve el chaleco abierto cuando anda y Dulzura, apodado así por ser hijo de María la Dulce; los subalternos de a pie hermanos Eugenio, Eusebio y Eulogio, hijos de otro gran padre y patriota: don Eufrasio Gonzaga de Torres. El Jeta se hace notar por tener los labios muy gruesos y abultados. Benavides, al que le llaman, por ser más fácil Meavides y el Refranes por estar siempre diciendo muchos de éstos. No debemos olvidarnos del Güaitre , que por tener éste una vista excepcionalmente elevada, así como una nariz curva a manera de pico, ése es su mote. Le dicen a modo de broma que no estornude por ser mucho el inconveniente, no sea se hinque la nariz en el pecho y se haga grave daño.
La partida está formada por cuarenta hombres a caballo más o menos, y otros tantos a pie, que montan a la grupa en caso necesario. Llevan trabuco, escopeta o fusil y sable de acero toledano. En su mayoría, zamarra, faja roja, negra o verde sobre la que asoman las cachas de nácar de una hermosa navaja albaceteña; pantalones de pernera estrecha que facilita el acople de las polainas; calzan buenas botas de cuero de Ubrique costeadas por Luis Miguel, así como diversidad de prendas cogidas al francés, lo que les da cierta uniformidad.
Su capacidad consiste en que tienen sustento y apoyo de la población de la zona; le proporcionan lo que necesitan; dominan el terreno y lo conocen como la palma de su mano; tienen gran presteza; su habilidad se basa en la movilidad y el camuflaje y hacen guerra de desgaste.
Su base de operaciones la tienen en un cortijo de una finca de don Luis Miguel en las cercanías del paraje de Cabeza Prieta situado al pie de una frondosa colina; justo por debajo del Rajón del Peregrino, cubierta su pendiente de fragantes laureles, chaparros y arces, así como vistosos madroños de verdísimas hojas perennes, alfombrado su suelo de oloroso tomillo y espliego.
A su orilla cae un ramalillo de agua cristalina que sale de las entrañas del Almadén, más fría que el hocico de un perro, brotando en pequeñas pero sonoras y plateadas cascadas.
Los nogales, chaparros y cerezos forman como una bóveda casi impenetrable a los rayos del sol, y los que cuelan, hacen un efecto sorprendente para el que pasa por debajo de su fresca sombra.
En su entorno tiene una discreta, aunque amplia y hermosa huerta en la que en su tiempo no falta una buena hortaliza.
Los pollos, gallinas, ovejas y cabras, pacen a sus anchas al abrigo del monte cuidados por Meavides, hombre manso, trabajador y cabal donde los haya.
Una vez informado Luis Miguel por Gabriel de la noticia, le dio a éste unos reales de plata para que se los entregara al tío Manuel, que bien se los había ganado.
III
La llegada del Centella
Un mozo de unos veinte años, delgado como un junco, sube monte arriba en dirección al cortijo.
Oyó algo el Buitre y al mismo tiempo que saltaba como un felino, cogió el trabuco en su mano, mandando a todos que salieran y se ocultaran entre la maleza del cortijo. Se perdieron en un santiamén. Hasta el tío Manuel corrió follaico perdio dejando un jarrillo lleno de vino sobre el hogaril de la chimenea.
Al llegar el joven a la puerta, llamó sobre ella con una gruesa vara que hacía las veces de cayado.
_ ¿Hay alguien ahí?
No respondió nadie, pero se vio cercado por los hombres de Luis Miguel con sus armas en la mano.
_A ese lo conozco yo, –dijo el Refranes. Es albanchezón y le llaman Centella porque corre más que el sonio y es primo de Picatoste.
_Tanto gusto, –saludó Luis Miguel.
_No sabe la gana que tenía yo de hablar con su merced, –dijo Centella.
_ ¿Tú?
_ Sí señor, yo.
_¿Y tú que quieres de mí? – preguntó Luis Miguel.
_ Mire su merced señor don Luis Miguel. Hace unos días que cerca de unas eras en los Ríos, me encontré de repente con un rancial y tirando de él sin darme cuenta, se vino una jaca detrás.
_ ¿Y?
_ Y nada. Que según me dicen es de un general francés y vienen buscándome unos cuantos franchutes para invitarme a comer en el primer mesón que encuentren.
Luis Miguel sonrió.
_ Así que yo quiero ingresar si hay un huequecillo en su partida.
_Yo conozco a Centella y puedo decir que tiene arte para este oficio. Es hijo de un hombre bueno y trabajador de Albanchez que se llama Bonifacio, que vive de su aceituna y su ganado, –dijo Juan.
_¿Tú sabes tirar con un arma? – preguntó Luis Miguel.
_Si es para mandar al infierno a esos gabachos, no fallo ni un tiro.
_Bien, admitido. Y ahora a cenar y a darle la bienvenida a éste nuestro nuevo compañero. Después todo el mundo a los jergones, que debemos estar descansados por si mañana tenemos que trabajar.
Dulzura, que se había quedado vigilando toda la noche, se fue a dormir al rayar el alba, siendo relevado por el Jeta que a partir de esa hora le correspondía la vigilancia.
Salió con su trabuco a la era para desperezarse y poner leña en la lumbre para encenderla cuando…
_He oído algo, –dijo para sí.
Avisó a los demás y algunos con sus armas en la mano salieron del cortijo y se escabulleron entre la maleza
_Aquí no se oye nada, – dijo Eulogio.
_Habrá sido un mochuelo –observó su hermano Eusebio.
_Tú si que eres un mochuelo. He dicho que ha sido una voz no muy lejana de un hombre, –replicó el Jeta.
Y para no desmentirlo llegó a sus oídos un nuevo gemido.
_Allí, dijo señalando con la mano sobre la copa de un pino el Buitre.
No tardaron en rodearlo dispuestos a disparar en cualquier momento.
_A ese le damos un trabucazo en la rabailla y cuando caiga que nos diga que ha venido a hacer aquí, –dijo el Buitre mirando para arriba.
_Si es el tío Manuel Cantarillo. ¿Baja del nido hombre, que se fueron los franceses? Baja o subo yo y te tiro de una pata
_¿No me pasará nada? –preguntó Cantarillo.
_Si no bajas sí porque iré por un escuadrón de franceses para que te estiren de las patas y bajes.
El tío Manuel bajó raspándose la barriga poco a poco del gran pino, y al poner las albarcas en el suelo, se tambalea y...
_¡No sé que me pasa que al poner los pinreles en el suelo me da sed! Me he tirado toda la noche encima del pino sin beber nada, vigilando para avisar a la partida por si venían más franceses con artillería.
IV
La reunión
Luis Miguel había mandado correos para reunir a las partidas de Campotéjar, Noalejo, Carchelejo, Pegalajar y Cambil en la heredad de la Muela, discreta y cercana a éste último pueblo.
Por la trascendencia de la acción se han presentado, al amanecer, como no, los mejores; los jefes de partida con sus lugartenientes respectivos; Julián de Campotéjar; Antón de Noalejo: –que el que quería salir mal parado, sólo tenía que llamarle “Perulero”; de Carchelejo Pedro Abad; Paco “el Zogas ” de Pegalajar, más flaco que un canuto; y de Cambil, Francisco Ruiz, hombre recio y de buena ascendencia.
Al alba, un blanquecino fulgor comienza a disipar las sombras de la noche, mientras palidecen las estrellas. Se dibujan los picos altos de sierra Mágina y un airecillo fresco anuncia que amanece.
Don Francisco les da la bienvenida conforme llegan a la Muela.
Los caballos sudorosos se atan al tronco de cuatro grandes olivos que abrigan al cortijo.
Después de los abrazos y saludos pertinentes, se sientan los jefes de partida alrededor de una mesa redonda sobre la que en su centro hay una garrafa de media arroba de aguardiente seco de Arbuniel y una docena de vasos chicos puestos a su alrededor, dos fuentes de dulces de sartén así como sendos panes redondos, recién sacados del horno del cortijo y un jamón empezado. Detrás de cada jefe de partida, se coloca su lugarteniente correspondiente.
Abre el diálogo don Francisco por ser el dueño y anfitrión.
_Colegas de fatigas y amigos míos: Como primero coman y beban a su placer, y como segundo –continuó–, por don Luis Miguel de Portocarrero, aquí presente, vamos a ser informados de una noticia que llegó a sus oídos. Da por hecho de… ¡bueno, mejor será que lo cuente él!
Luis Miguel dio las gracias a don Francisco por el recibimiento dado y comienza a hablar de esta manera, después de que tosiera por el agarre que le ha hecho el aguardiente al pasar por la garganta.
_Patriotas amigos míos:
Por buena tinta he sabido que el próximo domingo día 10, a eso de las diez de la mañana, pasará por el camino real que desde Granada va a Jaén, una columna de franceses que al parecer llevan abundante material de guerra a las fuerzas que ocupan Andújar, con el fin de integrarse al II Cuerpo de Ejército que el general Dupont tiene concentrando allí. Como el terreno nos es favorable, el secreto en la aproximación al enemigo es total, y si acometemos con violencia y corta duración, obtendríamos, con toda seguridad, uno de nuestros mayores éxitos guerrilleros atacando a la francesada.
Contamos con un terreno que conocemos y nos protege, lugares de refugio, alimento en ellos, armas y municiones de sobra y apoyo de nuestros compatriotas. No creo que se nos presente una acción como esta con más seguridad de ser ganada.
_¿Cómo podríamos organizar esto, don Luis Miguel? –preguntó Julián.
_Llevo dos días pensando en un plan que creo no nos puede fallar.
Levantándose desplegó un papel de estraza grande en la mesa y poniendo un dedo sobre los dibujos a colores que allí hay, y después de apurar el aguardiente que en el vaso quedaba dijo:
He planeado esta operación considerando varios factores, a saber:
Misión, terreno, enemigo y los medios con los que contamos.
La misión:
Como toda misión debe ser analizada, ésta no ha sido menos. Consiste en destruir la columna francesa y recuperar todo el armamento, equipo y animales que podamos.
El terreno:
Lo he estudiado bajo los aspectos de la observación, cubiertas, encubrimientos, obstáculos, puntos críticos, caminos de aproximación y rutas de escape.
El enemigo:
Desde que conocí la noticia la he creído cierta por venir de donde viene. No sabemos cuántos son, pero analizando el término columna, creo que no serán más de cien hombres, hombre arriba hombre abajo, al mando de algún oficial. Destacaremos a uno de los nuestros para que visto el enemigo a distancia nos comunique con antelación suficiente el número de individuos de la que se compone esa fuerza.
Los medios con que contamos:
Emplearemos todo nuestro personal por no saber con certeza con el que cuenta el enemigo. Emplearemos gran volumen de fuego y movilidad en el terreno, llevaremos equipo ligero y dejaremos cobertura de hombres en nuestros respectivos puntos de apoyo por si nos persiguiera el enemigo.
Independientemente de esto, cada una de nuestras guerrillas, dispondrá de un equipo volante de unos doce hombres a caballo con otro a su grupa para perseguir con rapidez y eliminar a todo francés que intente escapar.
También advertir que el peligro es constante, y que cada elemento debe proporcionarse su propia seguridad, vigilando constantemente el frente, los flancos y retaguardia.
Y con esto de ahora cierro mi plan:
Adónde, por dónde, cómo y cuándo, explicó Luis Miguel.
Como podréis ver –señaló con el dedo sobre el papel de estraza desplegado sobre la mesa, carraspeando la garganta–, este es el río de Arenas. Aquí hay un paso por el que no tienen más remedio que atravesar los franceses.
El paso de Santa Lucía es ideal para la emboscada. El enemigo sólo podrá transitar por este sitio tan angosto a ras del río, que además tiene unas alturas inmejorables para nuestra defensa y ofender más y mejor al enemigo y evitar que su caballería explore la zona por lo escarpado de ella. Las jaras, los chaparros y pinos, nos darán cobertura y una vez consumado el asalto, se perderá todo el rastro de nuestra gente. Este primer punto es adónde; es decir, en el paso de Santa Lucía bajo el castillo de Arenas.
Reiterando que debemos acercarnos de noche, por barrancos, a campo traviesa y zonas ocultas a las vistas, poniendo sobre los cascos de los caballos sacos atados a modo de guantes para que no haya ningún ruido que nos pueda delatar. Esto es por dónde, es decir: por donde nadie oiga ni pío.
Las partidas de Campotéjar y Noalejo observarán al enemigo, destacando a un vigía para que se me informe lo más pronto posible del número aproximado de franceses. Los dejarán pasar y cubrirán la retaguardia por si a algún gabacho le diera por volver.
Don Julián y don Antón ¿Estáis de acuerdo?
_De acuerdo –contestaron al unísono.
_Si de acuerdo estáis sigamos. Don Francisco con sus gentes de Cambil cubrirá la vanguardia desplegando a los suyos sobre los riscos que hay antes de llegar a la Cerradura, por si algún francés se escapa, que dicho sea de paso, lo dudo. Pegalajar con don Paco apoyará a las gentes de Cambil situando a los suyos a ambos lados del río como mejor os convenga, o cerca de la venta de San Antonio.
_Y los míos que hacen –preguntó don Pedro de Carchelejo.
_Los vuestros lo mismo que los míos –dijo Luis Miguel–, atacaremos a los franchutes; vos en el margen izquierdo del río y yo en el derecho. Creo que con esta acción obligaremos al enemigo a distraer fuerzas para desequilibrarle, ya que preveo con mucha certeza, que mandarán algunos escuadrones tras nosotros; le causaremos muchas bajas, destruiremos sus carruajes, los despojaremos de sus suministros y obtendremos abundante armamento, material y caballos. Repito; Torres y Carchelejo consuman la acción del combate, y vosotros la hacéis posible. Esto es cómo.
El reparto del botín que haya, se hará como de costumbre. ¿Alguna pregunta?
_Fecha y hora para estar cada uno en su puesto –requirió Paco “el Zogas”
_Antes del amanecer del domingo día 10, todos en sus puestos, para que nadie vea movimiento alguno. Y esto es cuándo, –respondió Luis Miguel. Y creo que ya quedó todo explicado.
_Dios nos la dé buena, –apostillo don Francisco Ruiz.
V
La emboscada
Una columna con banderas desplegadas al viento que contrastan con el rojo amapolado del campo, atraviesa sin novedad alguna el puerto del Zegrí camino de Campillo de Arenas.
Montado sobre un brioso caballo ruano con pomposas guarniciones, el oficial que la manda, ordena hacer alto antes de entrar en el pueblo y destaca una escuadra de exploradores para saber si hay algún peligro al cruzarlo. Por un suboficial de dragones de negro bigote, le es aconsejado destacar algunos elementos de caballería para que cubran ambos lados de la calle el paso de la formación.
Una vez atravesado Campillo sin novedad, son observados por elementos de la guerrilla de Julián y Antón, unos a la derecha y otros a la izquierda del río, que pegados al terreno, se confunden con el mismo como si fuesen parte de él. Destacan sin pérdida de tiempo a un jinete para informar a don Luis Miguel de que la columna francesa son ochenta hombre aproximadamente.
Después de examinar lo que a sus ojos se presentó como lo más curioso del paisaje, el joven Refranes se sienta sobre un peñón que se halla a la sombra de un hermoso chaparro, desde el cual se divisa perfectamente el camino y está a la vista de su enlace de enfrente, que sería quien informara sobre la cercanía de la columna francesa; registra su alforja y saca un buen pedazo de pan moreno y un taco de una libra de jamón atocinado, que empieza a consumir por si acaso en algunos días tuviera que quedarse sin comer. Come retrepado sobre el tronco del chaparro y espera acontecimientos. Se siente como un moderno Leónidas en el paso de las Termópilas, esperando al ejército de Jerjes. Acabado el tentempié le da tal apretón a la bota, que le sale el blanco por las narices. Dobla su manta jerezana de vivas rayas rojas, verdes y marrones y la coloca entre su espalda y el tronco del chaparro. Canta por lo bajo:
Una vez que te quisí
y tu páe lo supió,
fue porque yo le dijé
que te casabas con yó;
y como tié el genio así,
tó lo descompusió .
La columna francesa tiene mucho colorido y se distinguen perfectamente sobre un fondo de unas seiscientas varas, medidas a ojo de buen cubero. El tren de transporte todo a caballo y arrastre está perfectamente planeado; de vanguardia a retaguardia se despliegan:
Seis exploradores, un oficial jefe, dos escoltas de éste, un correo, un corneta y un porta estandarte. A continuación marcha una primera formación de lanceros a caballo con su sargento al mando, dos cabos y diez soldados. Le siguen ocho carros tirados cada uno por dos soberbias mulas y dos elementos que lo conducen. Cada carro arrastra detrás un cañón de ligero calibre. A continuación sigue una segunda formación montada de caballería con la misma composición que la primera, seguida por otros ocho carros también con piezas arrastradas; detrás de estos, una tercera formación a caballo con idéntica composición a las demás y seis exploradores de retaguardia que cubren las espaldas.
Marcha el oficial francés al frente de sus tropas cuando uno de los batidores de vanguardia vuelve al galope y habla con él. Manda hacer alto a la columna y en picando espuelas al caballo, observa con muchísima atención, desde una vuelta del camino, a distancia, el desfiladero y paso estrecho de Santa Lucía. El canto de los pájaros y el repiqueteo tamboril de los pica pinos, le dan sosiego al paraje y seguridad al oficial, que una vez observado con detenimiento y total tranquilidad, alza su brazo derecho y da con energía la orden de marcha a sus tropas para continuar su viaje; órdenes que son cumplidas al instante.
Los guerrilleros fueron desplegados para el asalto, sobre las crestas y faldas del desfiladero antes de que amaneciera, de modo que parecen más de los que realmente son; el valeroso Luis Miguel, para triunfar en el combate, cuenta tanto con el auxilio del cielo, como del comportamiento heroico que con seguridad tendrán sus valientes hombres. Fueron pocos los escogidos a fin de guardar el máximo secreto entre la población, no sea que por la magnitud de la maniobra, llegara a oído de los franceses. ¡En fin! Como diría el Refranes en este caso “En boca del discreto, lo público es secreto” que es como tiene que ser.
Al llegar al paso estrecho el centro de la columna, puestos a tiro, de repente, y a las órdenes vigorosas de Luis Miguel, descargan los guerrilleros sus fusiles, escopetas y trabucos, haciendo estragos en la caballería francesa, que gritando como grajos, se mueren muy aprisa. Las voces confusas de españoles y franceses; el crujir de las armas, el relincho de los caballos y las caídas de sus monturas, forman un ruido horrible, que como rugido de una tempestad se extiende por el desfiladero.
La caballería huye para ponerse a salvo, dejando a los dragones desperdigados en el río, haciendo fuego a discreción, aunque expuestos a la muerte que por la boca de los trabucos sale.
Bajan los guerrilleros reptando como serpientes por el terreno a fin de acercarse más al enemigo; el subalterno de don Pedro Abad apodado el Rano, Eufrasio Jiménez de Monroy, les da ánimos a grandes gritos subido valerosamente sobre una piedra voladiza. Un certero tiro en el hombro izquierdo lo derriba del peñón, y en levantándose se quita el polvo golpeándose con el sombrero su descuidada ropa, al mismo tiempo que, asomando la cabeza entre la peña con más cuidado dice: ¡Mardita la puta que alumbró al fransés de los cojones, pues no ma erribao!
La segunda descarga fue atroz; parecía como si los gabachos se bajaran más apresuradamente del caballo de lo normal. Se ha logrado dispersar a la columna francesa, y la acción hubiera terminado aquí, si no fuera por el oficial francés y un sargento con mostacho negro que hablando en su parla ¡Vive l’Empereur! tratan de reanimar y concentrar a los suyos sobre unos carros que quedan agrupados.
Una nube de humo de pólvora oscurece los rayos del sol.
Los franceses combaten bien, pero no se quedan a la zaga los españoles que por la sorpresa, y picados con gran ardor, rápidamente logran a su favor la contienda.
Un nuevo estruendo espanta a los caballos y mulas que huyen en desbandada, sin que sus monturas puedan contenerlos. Bien cubiertos los hombres, disparan desde la falda de la pandera sembrando la tierra de muerte y tiñendo de rojo las aguas del río Guadalbullón.
Recordando las palabras de Luis Miguel, no dan cuartel a nadie.
El oficial francés que está jadeando, se detiene un momento para aspirar aire y arengar a sus soldados a quienes persuade de que el emperador Napoleón había dispuesto que no le diese cuartel a los españoles, lo cual, aquellos soldados lo tomaron como que había que morir antes que rendirse.
No se oyen más que estruendo de tiros y la voz chillona de una corneta que solicita se reúnan la caballería y los dragones para tener una mejor defensa.
Juan Herrera grita:
_¡Vivan los hombres de España! ¡Viva España!
Cada disparo hecho, francés muerto.
Eugenio, calado el sombrero hasta las orejas, salta con el trabuco en la mano sobre un enemigo, no dándose cuenta que se mete entre un grupo de ellos. Como un tigre se revuelve y dispara a quema ropa sobre un franchute, al que con la fuerza del trabucazo desplaza reculando como cinco o seis varas, para quedar pegado y más seco que un bacalao, sobre una piedra plana y grande que está a la vera del camino. Sale airoso del lance; y cubriéndose entre la maleza, se acerca a los carros y uno a uno va cortando las bridas para que no puedan ser gobernados.
Un tercer sargento está ya rendido a Matacucos, lugarteniente de Pedro Abad, a quien ofrece chapurreando el español un buen rescate a cambio de su vida, pero es implacablemente eliminado por un guerrillero que llega arrastrándose ente los juncos y maleza del río, al ver que el francés metía la mano en su morral para sacar algo.
El Jeta salta con la mayor agilidad; cae sobre uno a caballo y lo derriba de una certera puñalada con su albaceteña. Pronto se hizo dueño del caballo, del sable y del fusil del muerto. El odio del guerrillero es inexorable contra los enemigos de la Patria que caen en sus manos.
El capitán galo lleva un uniforme con casaca azul de cuello recto con una divisa de oro que enganchada en el hombro izquierdo, cuelga sobre el brazo; una falda que le llega hasta la corva, chaleco blanco, pantalón corto de montar también azul aunque algo más oscuro, medias blancas, zapatos de campo con sendas hebillas, sombrero atravesado con una escarapela tricolor. El pelo recogido en moño y terminado en trenza. A lo lejos ve pelear a Luis Miguel montado sobre su briosa jaca y se dirige a él a todo galope. Ambos resisten el primer encuentro sobre sus poderosas monturas. Los dos se observan nuevamente en la distancia y como poniéndose de acuerdo, echan pie a tierra; y con sendos sables al aire inician su particular combate.
Pelean hasta que de un fuerte golpe, Luis Miguel pierde el sable, y cuando iba a descargar el acero el francés, éste recibe una puñalada en su costado con tal ímpetu, que se le hunden en las carnes las cachas de su navaja. Queda malherido en tierra. En una chapa pegada sobre su morral, se ve la siguiente inscripción: Capitaine Louis Colbert Saint Mars.
El camino y las márgenes del río están cubiertos de franceses muertos que con toda seguridad serán comidos por los grajos y las alimañas. Con los brazos en alto, sólo hay siete prisioneros; el capitán Colbert herido; un sargento y cinco soldados sanos. Queda el sargento de negro mostacho, que observado de cerca, tiene ojos de bitoque y huele a distancia. He dicho queda por decir algo, ya que al acercarse Luis Miguel con el sable en mano para rendir al oficial, el del mostacho que está a sus espaldas, saca un estoque entre su correaje para hundírselo a Luis Miguel en la espalda. Un nuevo trabucazo suena en el angosto paso y las postas silban como moscas de hierro entre los matorrales y el sargento, que tiene la cara más fea que un mochuelo bizco, se muere de repente.
El Refranes que está cerca, dice dirigiéndose al hombre que acaba de desplomarse: Requiencantimpace y le hizo una cruz con la mano. … Y amén.
Después de terminado el combate, se reúnen rápidamente y hacen recuento de los hombres. No hay bajas en ninguna de las dos partidas. Sólo el Rano resulta herido en un hombro sin gravedad.
_Que se atiendan a todos los heridos y traedme el número de muertos y prisioneros –dijo Luis Miguel.
Pasado un tiempo le dieron novedades diciendo:
Señor, heridos nuestros, uno, el Rano aquí presente; y de los franchutes, prisioneros cinco y muertos el resto. Su armamento reglamentario, cincuenta y siete caballos, treinta y dos mulas, dieciséis carros de transporte, dieciséis cañones de ligero calibre y cientos de fusiles, municiones, vestimenta y calzado; material suficiente como para mantener a un regimiento durante mucho tiempo combatiendo sin necesidad de suministro alguno. Y ahora pregunto, ¿ahorcamos a los que quedan?
_No. Dejad que se vayan los prisioneros. Dejadlos vivos para que sientan vergüenza para siempre. Quitadle las botas y los pantalones, y dadle una mula para que puedan llegar adónde los amparen. Nosotros ya les hemos robado el honor y bastante tienen con eso.
VI
En el cortijo de María
_¿Está mal? – preguntan sobre el estado del capitán Colbert.
_Muy mal.
_ ¿Morirá?
Luis Miguel señaló al cielo con un dedo, como dando a entender que sólo dependía de la Providencia.
Está perdiendo mucha sangre y ahí está el mal.
Se arranca una manga de su camisa, y mientras habla le pone un tapón en la herida.
_Aquí no puede seguir el francés –advirtió Julián–; quien coge en sus brazos el inerte cuerpo del oficial y lo tercia sobre una mula.
Decide Pedro Abad llevarlo a un cortijo no muy lejano que le servía de cobijo.
_Matacucos. Dispón que tres de nuestros hombres lleven a este franchute al cortijo de María Figueroa. Allí estará a buen recaudo y bien atendido. Dile que vas de mi parte.
Un guerrillero se sube de un salto sobre la grupa de la mula para sujetar al herido, y los otros dos, uno delante abriendo camino y otro detrás, echan a andar por un senderillo que hay entre los matorrales. Es muy estrecho, bordeado de álamos y maleza. Cruzan por un barranco donde pasa un arroyuelo con aguas saltarinas y sacian su sed tanto ellos como la mula.
No más de dos horas tardaron en llegar a un pequeño cortijo que debía tener muchos siglos. A la puerta está María arremangada y con un pañuelo negro cubriendo su cabeza.
Le dicen, para no dar pistas, que el franchute tuvo una pelea en el mesón de Campillo y que don Pedro Abad ha dispuesto que lo atienda.
María decide el lugar donde poner al herido.
Entran en un reducido aposento, en el que se ve a la derecha, una escalera de madera que sube a un palomar.
Hay una mesa camilla redonda; una cómoda con tres cajones sobre la que resplandece una mariposa encendida junto a una estampa gastada de un santo difícil de reconocer, y un camastro de madera y sogas con un jergón lleno de hojas secas de maíz. Sobre la cómoda una serie de bazares con tarros que contienen botellas con distintos líquidos.
_Mochuelo, desnuda a este hombre –dijo María dirigiéndose a uno de los guerrilleros.
El Mochuelo con cierto tiento quita la azul guerrera y una camisa ensangrentada, pantalón, medias y zapatos, dejando semidesnudo al capitán Colbert.
A la altura del riñón izquierdo hay un boquete.
María moja un pañuelo limpio en el caldero de agua hirviendo que sobre un trípode cuelga en la chimenea, y limpia con mimo e indulgencia el borde de la herida a la que le quita el trapo que le puso Luis Miguel.
_No es mala esta lesión –opinó María.
Quitando el corcho de una botella, echa un abundante chorreón sobre la herida y limpia la sangre con un nuevo pañuelo blanco y húmedo.
El francés se estremece.
_ Siente –aseguró María.
Toma un tarro achatado y en abriéndolo, saca con una cuchara de palo parte del ungüento que contiene y se lo extiende por el desgarro.
_Limpia, templa, conforta y quita el dolor –dice María.
Y poniendo un apósito nuevo en la contusión, lo venda con unos trapos pulcros y largos que ha sacado de la cómoda y cuando hubo terminado, pone a Colbert echado sobre su costado izquierdo.
_Si no queremos tener laberintos, tendremos que hacerle una lavativa para descargar y limpiar su vientre, no sea que tenga las tripas afectadas, se produzca calentura y se desordene el pulso por alguna causa interior.
_Mochuelo –requirió María.
_Mientras yo estiro de su pierna así – señalaba –, tú le metes la punta de goma por donde se emana el gas y una vez dentro, estrujas la pera y que le entre todo el líquido ¿de acuerdo?
_Señora María; de acuerdo no. Y si la vida de éste depende de que yo haga este trabajo –manifiesta el Mochuelo muy serio–; el francés se muere irremisiblemente, porque eso no lo hago yo así me afusilaran ahora mismo.
_ Entonces sujeta la pierna y quítate de ahí estorbo.
María arremangada por encima del codo realiza la operación con soltura y una vez terminado, arropa al francés con una sábana más blanca que la nieve.
A corta distancia de ella se encuentra su Juanita, sosteniendo con el brazo en alto un candil de luz incierta.
Tiene solo dieciocho años, joven, morena y de altura suficiente; cuerpo mejor que bien acabado; de cara con finos rasgos y más que guapa; semblante risueño; labios rojos y carnosos cual amapola; de ojos color miel chispeantes como carbón encendido. Viste un ceñido corpiño de paño azul, corto de talle, y una falda de merino de fondo claro con ramos verdes y encarnados; parte de sus cabellos cortos coronan su frente mientras que los de atrás más largos caen a sus espaldas trenzados.
Un gato privilegiado está a su lado acurrucado en el asiento de una silla de anea.
Sobre el filo de una ventana, cuelga la jaula de una perdiz loca, con la cabeza desplumada por los saltos que da cuando alguien se le acerca, y a su vera, un canario posado sobre una varilla atado de una pata con un ramalillo fino, de voz canora que como un confidente canta revoloteando para dar alegría a la estancia.
El aislamiento del cortijo es la causa de no ser frecuentado nada más que por algún familiar lejano de María o por el grupo de Pedro Abad, hallando siempre alojamiento cómodo, buen vino, mesa abundante y buena acogida.
Juanita no se mueve del lado del herido. Sentada sobre una mecedora de mimbre con espaldar de caña, pasa la mayor parte del día y de la noche cuidándolo con el mayor esmero. Cada vez que se mueve, ella moja un trapo limpio en el agua que hay en una zafa de porcelana blanca y lo pone sobre la frente del francés para bajar el calor de su piel. A diario toma onza y media de aceite de arrayán, una onza de aceite de membrillo y la cera necesaria, y prepara el ungüento que le pone sobre la herida del capitán.
Unos días después, ya está sentado Colbert sobre una silla con asiento de anea algo destartalada a la puerta del cortijo.
Está pálido porque ha pasado algún tiempo sin ver un rayo de sol y estar luchando contra la muerte.
Siempre está junto al francés la bella Juanita; y junto a ella, su fiel perro mastín que la mira fijamente, echado sobre un trozo de manta jerezana a la que hace tiempo se le borraron los colores. Cuando lo llama, mantiene el ojo izquierdo cerrado y sólo levanta el párpado del derecho y mira que es lo que se le ofrece. Si no le convence, lo cierra despacio y sigue dormitando. Corre únicamente cuando huele que ha llegado la hora de comer.
Miles de pájaros cantan a los alrededores y un airecillo agradable hace que se muevan las hojas de los álamos temblones.
Aún siente mucho dolor, pero se levantaba ayudado por Juanita y da unos pasos alrededor del cortijo. En ello está cuando oye la voz chillona de María.
_Señor francés. Le hago habichuelas con arroz o arroz con habichuelas.
_Mon Dieu, Oh ouí, madame, moy prefegir lo primegó, segugó que bichuelas con agóz me gustan plus, madame moi – respondió Colbert.
El francés esta chalao perdio; no ves Juanita lo raro que habla y me da que algún ramalillo tiene que ir del riñón herido a la cabeza, porque la tiene efaratá –dijo María, y continuó:
_El señor francés sin entender español, que hasta los burros lo entienden, y nosotros sin entender su habla, que el diablo que la entienda.
VII
Entrega del material
Las partidas tienen por costumbre repartirse todo aquello que consiguen del enemigo en el combate.
Se han puesto de acuerdo los jefes de cada cuadrilla y éstos a su vez con el resto de sus hombres.
Deciden quedarse con algunos fusiles que les faltan para cubrir sus necesidades, y depositarlos en varios de sus escondites en la sierra, así como dar seis mulas a los de Campillo porque no les son necesarias al haber sido dañados tres carros en el combate.
Sabedores de que la Junta de Granada, ha puesto en pie de guerra al mayor número posible de hombres, enviando nueve mil de ellos, más o menos, al mando del General Reding a recuperar Jaén, deciden mandar un correo y esperar para entregarle el abundante material ganado, en una planicie que hay antes de bajar el puerto en dirección a Capillo de Arenas.
Mientras aguardan a las tropas en el llano del Noguerón, junto a la venta Barajas, a derecha e izquierda se sitúan los guerrilleros a caballo y delante de ellos sus respectivos jefes de partida.
En fila se expone el material y en el suelo un guión de dragones y una bandera tricolor francesa rendida.
A la espera y a la sombra, descansa y canta el Refranes recostado sobre el tronco de una noguera:
Aquel que quiera saber
lo que España vale,
que le pregunte al francés,
que el francés ya lo sabe.
Se ve a una escuadra de gastadores a caballo acercarse al lugar. Visten chaqueta de paño azul turquí con solapas, collarino y vuelta encarnada, botón blanco y sombrero con escarapela y pluma de estambre encarnado.
Luis Miguel destaca a un jinete para darse a conocer.
Uno de ellos se adelanta y en llegando al sitio, ve la disposición de la guerrilla y el despliegue del material. Levanta un brazo a modo de saludo y picando espuelas regresa junto a sus compañeros.
Un teniente con cuatro gastadores vuelve nuevamente al lugar de la guerrilla, dejando a varios jinetes enlazados a ojo por si fuese necesario informar a su columna ante cualquier imprevisto que ocurriese.
_Señor –dijo el joven mando saludando y dirigiéndose a Luis Miguel. Soy el teniente Gálvez Rodríguez, gastador de los Voluntarios de Loja. ¿Quién es vuestra merced y que es lo que desea?
_Joven teniente; soy don Luis Miguel de Portacarrero y Luna, comandante de guerrillas de Sierra Mágina; sector este de la provincia de Jaén. Soy sabedor de que el General Reding, mandado por la Junta de Granada, ha formado gente de guerra para luchar contra los franceses en Jaén. Quiero entregarle abundante material de guerra ocupado a los franceses.
_Bien señor, aguarde –dijo espoleando y despabilando su caballo–, para volver donde espera su compañero, quien enterado de todo, se dirige al galope para dar la novedad e informar a su edecán.
No ha pasado ni una hora cuando aparece un pelotón de gastadores montados sobre briosos corceles; una sección de llamativos lanceros mandados por otro elegante oficial de pelo negro llamado Cristóbal López de Lorite; detrás un guión del Regimiento Nuevo de Granada; un edecán, el Jefe de Estado Mayor brigadier Abadía, un coronel Ayudante y el Segundo Comandante, brigadier Venegas.
Visten los oficiales igual que la tropa, a excepción de sus divisas y pantalón color de ante amarillo para unos y azul oscuro para otros. Cierra la columna una sección de coraceros suizos.
Luis Miguel se adelanta y saludando al brigadier cortésmente, le entrega una relación y le solicita sea leída a voz alzada para el recuento y entrega del armamento y material. En la misma reza:
“En el llano del Noguerón, sito en el término Municipal de Noalejo, en la provincia de Jaén:
Las partidas guerrilleras comandadas por don Luis Miguel de Portocarrero y Luna, de la guerrilla de Sierra Mágina, hacen entrega a las heroicas Tropas Españolas comandadas por el general Reding, aquí no presente, en su nombre, y en nombre de las conocidas partidas guerrilleras de Carchelejo comandada por don Pedro Abad; la de Noalejo por don Antón; Campotéjar por la de don Julián; Pegalajar por don Paco y por Cambil la de don Francisco, el siguiente material que ha sido ocupado a los franceses el pasado día 10 en una emboscada hecha en las inmediaciones del paso de Santa Lucía en esta dicha provincia.
Armamento: Dieciséis cañones ligeros de a doce. Seis carros a doscientos cincuenta fusiles con sus correspondientes bayonetas hacen mil quinientos todos nuevos. Cincuenta fusiles más de los gabachos derrotados. Ochenta y nueve pistolas. Ochenta y nueve sables de acero. Seis carros llenos de cubas de pólvora.
Animales: Cincuenta y siete caballos y veintiséis mulas.
Material: Dieciséis carros de transporte. Uniformes y botas de cuero cuatro carros llenos. Dos carros llenos de material vario; hachas, palas, sogas, correajes de cuero, cartucheras, manoplas, etc.
Alimentos: Cincuenta sacos de garbanzos, cincuenta costales de lentejas y ciento cincuenta y cuatro pancetas de tocino salado y veinte sacos de sal.
Lo que firmamos todos, porque así lo hemos decidido, exponiendo que los alimentos aquí reseñados, son a título de información y para constancia, y no se nos deben recompensar, ya que hemos dispuesto repartirlo entre la guerrilla y población civil de esta zona tan necesitada.
Por lo que toca a las armas, caballos, carros y municiones, apelamos al Reglamento de Partidas y Cuadrillas que la Junta Central aprobó en la ciudad de Sevilla, siendo firmado este documento por haber recibido el material aquí reseñado, por el Señor Jefe de Estado Mayor de la 1ª división de Granada y refrendado con el visto bueno de su Señor Comandante General Mariscal de Campo, como prueba de su entrega y para que nos sea abonado cuando proceda por la Real Hacienda.
Así se hizo.
–¿No llevaban oro, plata, objetos de valor o planos? –preguntó el coronel con negros ojos de comadreja.
–Sí coronel, pero hemos dispuesto que el dinero y alhajas que el enemigo llevaba encima sea nuestro. Los napoleones de oro y plata que hemos recogido, así como algunos objetos de valor, han sido dados a los pobres y a las monjas. A los unos para que puedan comer y las otras para que recen por las almas de los millares de muertos que está dejando la guerra –respondió Luis Miguel con cierto brío, quedando el jefe convencido.
VIII
La decisión en el cortijo de la Mesa
Repartido el botín, cada partida se fue a su sector ya que esperaban que el enemigo diera alguna batida en la zona para detenerlos y eliminarlos.
El día 12 llegan los de Torres cansados y sin novedad al cortijo propiedad del jefe, en la Mesa, apegado discretamente sobre unas altas peñas a su espalda y rodeado por milenarias encinas.
Se sientan sobre un tablero alargado y el tío Manuel –que allí se halla– con su navaja destroza más de medio jamón y una panceta de fino y veteado tocino hecho tacos. Dos fuentes de aceitunas de agua pone sobre la mesa; dos hogazas y un plato hondo lleno de aceite para mojar pan. Prepara lumbre suficiente para asar el borrego que tiene listo para que coman los hombres que vienen estragados. Antes de una hora estuvo repartido y comido en su totalidad.
Mañana me traigo una dosena como este, con el premiso der señó –dijo Meavides.
_Con media docena tendremos bastante Meavides, –advirtió Luis Miguel.
_Lo que hay que hacer un día de estos, es traer un tonel con ciento cien mil arrobas de vino bueno pa no pasar sed –expuso Manuel Cantarillo.
_Así se habla tío Manuel, vaya boquita con más salero –dijo Eusebio.
Me parió mi mae mu salao –respondió nuevamente.
_Así le gusta tanto el agua –dijo Eulogio.
_¿El agua? El agua me da muchos mareos y suores y degüervo y…
…Y de pronto oyeron el galope de unos caballos, que según el ruido debían tener mucha prisa.
_Maresita de mi arma, ya están aquí los franchutes; que son más feos que un mochuelo bizco a media noche –dijo el tío Cantarillo saliendo de estampida.
En segundos los guerrilleros se dispersaron y en veloz espantada, cogieron cada uno su arma y se pusieron en su lugar prefijado, esperando órdenes del jefe.
_Si son los franchutes –dijo alguien–, no tardarán en echar la puerta al suelo.
El Buitre fue mandado por Luis Miguel a lo alto de la piquera.
Con su vista de águila ve cruzar como una flecha, a un grupo de caballos desbocados que coceando y dando relinchos, son perseguidos por una cuadrilla de hambrientos perros salvajes que los acosan.
Repuestos del incidente, vuelve cada uno a su sitio.
_Como la noche se hizo para dormir, comamos antes y durmamos después, y mañana a descansar todo el día, que para eso se hizo el día, para descansar –dijo el Refranes.
Luis Miguel dio su consentimiento.
_ Olé lo bien dicho que está eso, –respondió Meavides.
_ Eso no es de mi cosecha, eso es del rey San Luis, que es el único francés bueno que ha habido en toda la vida.
_Y como es eso Refranes, le preguntaron.
_Oído, dijo el Refranes entonando una copla
“San Luis rey de Francia es
el que con Dios pudo tanto,
que para hacerlo santo,
lo dispensó de ser francés ”
_Eso si que es mala leche manifestó alguien.
_Que se jodan, dijo el Refranes.
_ ¿Te he contestado?
Tan claro como la luz del día –respondió Meavides.
_Cuenta lo que le pasó al alcalde de Torres, pidió Centella al Refranes.
_Te contaré lo del alcalde y además, también contaré, de propina, a la concurrencia lo que le pasó a dos paisanos tuyos a la vera del río; aunque he de apuntar que sabido es que hay sujetos, que han leído u oído algún caso, lo cuentan como pasado en su pueblo si es bueno; y si es malo, perverso o innoble, le echan el mochuelo a otro pueblo diciendo que no ha ocurrido en el suyo. Y ese es tu caso Centella, que le echas el mochuelo al alcalde de Torres cuando tú sabes que es al de Albanchez al que le pasó.
_¿Que es eso de echarle el mochuelo a otro? –preguntó nuevamente Centella.
_Manda pelotas Centella, no sabes nada.
_Primero contaré lo del alcalde de tu pueblo, y luego lo del mochuelo ¿de acuerdo?
_El alcalde de Albanchez –y aclaro una vez más–que es tu tierra, mandó hacer cabildo general solemne y extraordinario para saber si sus conciudadanos entraban en conformidad en hacer un pilar a la salida del pueblo, en el camino que va a Jimena, por ser grande el beneficio, y así pudieran beber agua las bestias a la ida y venida del campo. Dando el Concejo su aprobación, la obra fue encargada a un albañil bromista pariente de Picatoste aquí presente, y no teniendo prisa en acabar la labor, ya que cobraba y no trabajaba, se pasaba los días enteros discutiendo a los concejales y vecinos la altura que debía tener el pilar; que si vara y media, que si una vara y tres cuartos de otra.
_En fin. El tío Jeromo –que así se llamaba el alcalde–, después de mes y medio de tarea, cansado de que el pilar no estuviese terminado y que cada uno diera una opinión y no llegar a ningún acuerdo, se puso a gatas a la orilla del pilar y sentenció:
_Aquí queda todo finiquitado. A la altura de mi rabailla. Que si alcanza el alcalde a beber, también alcanza un burro.
Y se rieron a carcajadas.
Y lo de los primos –preguntó Eulogio.
_Lo de los primos ahora va:
Eran dos primos hermanos que…
_Oye, a ver si te pasas que cobras –atajó Picatoste.
…que todos los días al venir de Chaballanque de cavar los capotes y quitar las varetas de las olivas, esperaban a que anocheciera y corrían río arriba para coger la luna que veían reflejada en el agua en cada remanso. Por mucho que la acosaban, siempre quedaba el reflejo a la misma distancia. Noche a noche y a lo largo de todo el verano realizaban la misma maniobra; la de alcanzarla, pero no había forma. A finales del mes de septiembre y después de estar toda la noche corriendo tras ella, el pequeño, que al parecer era el más avispado, y el que tenía mas ardiles, estaba ya asfixiado de tanta persecución y antes del amanecer dispuso descansar bajo el ramaje de un olmo. Estando en ello le vino un bolunto muy brillante:
_Primo –le decía en baja voz y al oído para que la luna no se enterara: Tú que eres más viejo y como corres menos que yo, vete a la otra orilla del chiláncano , ataja la luna allí, y en poniéndote delante de ella la entretienes, como no queriendo saber nada de ella, que yo con mucho tiento y fingimiento, como un sonsolillo , voy por detrás y la pillo de golpe ¿Vale?
_Vale –contestó el primo.
Je je je…
_Esos no son mis primos –protestó Picatoste.
_Y ahora va lo del mochuelo.
Se cuenta que el suceso se dio entre un torreño y un albanchezón que eran cuñados. Fueron a la Fuensanta de romería y en llegando la hora de comer, entraron a una venta y le pidieron pitanza al ventero. Éste les avisó que para el almuerzo sólo le quedaba una perdiz y un mochuelo.
Como vuestras mercedes intuirán, el torreño que llevaba la voz cantante le dijo al ventero:
_Traiga vuestra merced las dos piezas que ya resolveremos.
Al rato, le fueron servidas las dos aves fritas en una fuente de barro y el torreño dijo:
–Cuñado, como ofrecer algo a otro primero es cortesía, muy cortésmente te lo ofrezco a ti; tú te comes el mochuelo y yo la perdiz.
_Oye torreño. Ni cuñao ni na ¿Porqué no lo haces al revés?
_Si no estás de acuerdo, lo hacemos al revés y a ver si te enteras de una vez.
Para ti el mochuelo y para mí la perdiz, es decir; primero para ti y después para mí. Eso es lo correcto.
Y ahora lo hago al revés.
Para mí la perdiz y para ti el mochuelo, es decir, primero para mí y después para ti y…
_¿Te has enterado ya?
El albanchezón después de haber pensado un rato, quisquilloso dijo:
_Cuñao; no sé cómo te las compones que si principiamos por un lado o principiamos por el otro, siempre me ha de tocar a mí el de la perola más gorda.
Y después de las risas...
_A dormir todo el mundo –atajó Luis Miguel–, y disponed la seguridad del cortijo, que mañana al alba tendremos que decidir si nos vamos río Gil Moreno abajo hasta dar con el Puente del Obispo y seguir combatiendo al enemigo o nos quedamos guarneciendo nuestra sierra.
_Creemos que lo más conveniente es ir río abajo para eliminar la resistencia que hallemos y acercarnos a Mengíbar para hechar una mano en lo que podamos; y si ese es vuestro deseo, todo queda hablado –dijo Juan Herrera viendo que consentían la totalidad de los guerrilleros moviendo la cabeza.
_Pues si ya lo habéis decidido, a descansar, que yo me quedaré de imaginaria –manifestó el Refranes.
En un momento se fue todo el mundo a acostarse al cuarto donde tienen los jergones de hojarasca, quedando despierto sólo él.
Sobre las cuatro de la madrugada se sentó junto a la chimenea y con una vara, removió la ceniza y aparecieron unas brasas que le dieron calor. La noche es clara y serena; sólo se oyen unos sapos croar y unos cansinos cucos haciéndose burla unos a otros.
Sintió frío y se puso de espaldas a la lumbre sentado sobre un pinete de chaparro.
Un hermoso gato negro de ojos amarillos se levanta de una espuerta de pleita despachurrada que utilizan para transportar leña y se sienta sobre sus pies, al amparo de las pocas ascuas que hay para recibir algo de calor.
Estuvo adormilado una hora, hasta que notó que comenzaba a amanecer. Viendo que Blusa Loca estaba ratoneando ya, salió fuera del cortijo para echar una ojeada y coger leña para encender de nuevo la chimenea y preparar el desayuno antes de la marcha.
No había hecho más que prender y cuando la llama tomó cierta altura, se oyeron unos terribles gritos que parecían venir de ultratumba.
_Salvamento, remedio, ayuda, auxilio.
_¿Dónde suenan esos gritos? –preguntó Blusa Loca cogiendo su escopeta.
El Buitre también cogió la suya.
_No sé. Me parece que ha sido en el tejado dijo el Refranes.
Un nuevo grito más aterrador que el anterior sonó sin saber de donde salía. Fueron todos a la cocina, y Luis Miguel dispuso que cogieran las armas y apagaran los candiles para que no hubiese luz.
Alguien echó un caldero lleno de agua sobre las llamas para apagarlas.
La humedad sobre la hoguera hace que suba chimenea arriba un volcán de humo y pavesas llenando en parte la cocina.
Blusa Loca se puso sobre la boca un pañuelo mojado atado detrás del cuello, y respirando fuertemente, se metió dentro de la chimenea y vio un bulto negro que la atoraba en su totalidad.
_Que me peguen un tiro en la sesera si no es un hombre –dijo.
Respirando fuerte una vez más, se metió entre el humo y las pavesas y cogiendo un pie de alguien, trató de descenderlo de dentro del humero.
El mismo se agarraba con uñas y dientes sobre el saliente de los ladrillos para no ser bajado.
_Que baje quien sea –dijo Blusa Loca; que somos amigos.
_ Buen hombre. Misericordia para este inocente que no ha hecho nada a nadie en su vida y lo quieren asar como a un conejo ¿Ha llegado ya mi hora señor francés?
Déjate de tonterías tío Manuel, que ya te he conocido. Y no tengas miedo, que soy Blusa Loca.
_ ¿No me engaña su merced?
_Sal ya asaura, que no veas el susto que nos has dado, cagón.
_ ¿No es su merced ningún francés a caballo? –repetía Manuel.
_ ¿Un francés a caballo en la cocina? No hombre no, salga ya.
Si aquí no estoy mal –decía Manuel.
Blusa Loca le dio una drástica solución.
_ O bajas a le prendo fuego a la lumbre y te tuestas como un chicharrón.
Ante tal orden no tuvo Manuel más remedio que bajar.
_Madre mía, –dijeron los guerrilleros a coro.
Con los ojos inflados y casi fuera de su órbita, todo lleno de hollín, más que un hombre parecía un gorila endemoniado.
Tiritando de miedo como un condenado, miró a todas partes con sus ojos saltones para contar los franceses que allí había.
_Señala con el dedo y dice: uno, tres, siete y sinco mil.
El Blusa Loca le dio la mano.
_ ¿Tú, tú aquí… eres tú Brusilla Loca?
_Si hombre, si soy yo, el Blusa Loca. Que te den un vaso de tila grande para ver sí te tranquilizas.
_Tú no eres el Blusa Loca, tú eres un francés que me quiere matar ahogándome con un vaso grande de tila. Mal nacido.
Le dieron una jarra de vino amontillado y esto le dio cierta tranquilidad.
El pobre Manuel, la noche anterior, al salir de la cocina a estampida toda la partida con las armas en la mano por lo de los caballos, creyó que eran lo menos un regimiento de franceses y muerto de miedo se encaramó dentro de la chimenea, agarrándose con las uñas de las manos y las de los pies sobre los salientes de los quemados ladrillos.
Allí pasó toda la noche y no hubiera salido a no ser por la lumbre que encendió el Refranes.
_Creí que me ahogaba allí arriba –dijo Manuel cuando se hubo tranquilizado.
_ Se te olvidaría el trance con otra jarra.
La respuesta fue rápida y concreta.
_Como se me jase er josico armíbar y me queo clisao, llena la bota que está vasía y transe orviao.
Tienes una perversa costumbre tío Manuel. He observado que te agrada mucho el vino; aunque esa no es la cuestión; la cuestión es que te mareas muy a menudo – dijo Luis Miguel.
Señor, es que la bota no tiene medida y yo no sé apreciar lo que se bebe.
Luis Miguel ante tal respuesta no pudo remediar la risa.
_Hablando de otra cosa, sería nuestro deseo que antes de salir de nuevo a guerrillear a los franceses, vuestra merced nos gratifique con lo mejor que haya de pitanza en el cortijo, y mientras, nosotros preparamos lo necesario para la marcha, disponga la mesa a su superior hacer y entender. ¿Qué vino le parece que pongamos?
_Me parece señor que había que poner una damajuana de cada clase y que cada uno beba lo que quiera.
_Pon en la mesa oloroso seco de Jerez.
_Eso está hecho señor–aseguró Cantarillo con una sonrisa que la comisura de los labios le llega a las orejas.
_Además, ahora mismo te pones el uniforme que te trajo Picatoste y nos despides vestido de gala. ¿Te parece?
_Me parece señor.
Y Manuel Cantarillo entró en un cuarto y saliendo al rato se presentó ante los demás.
Vestía un uniforme negro con galones dorados, calzón corto del mismo tono, medias de color olvidado, zapatos con una hebilla algo oxidada y peluca empolvada con harina y sebo.
Se miró en un trozo de espejo que en el cuarto había y no se reconoció, ya que vio a un hombre negro.
_Jesús que tío más feo, –dijo pensando que era otra persona la que se reflejaba en él.
Nada, er que quiera que se meta con Manué, –dijo marcando un garboso paso guerrero dirigiéndose a servir la mesa.
–Si bien esto va en contra de mis principios –dijo–, lo hago por don Luis Miguel que me ha dao toa su confianza.
–¿Cuáles son los principios que con tanto ahínco hablas tío Manuel? –preguntó el Refranes.
–Oído que ahí van: El primero es que estar acostado es mejor que estar haciendo joyos con un pico para poner almendros en mitad del mes de agosto. El segundo: Es preferible estar sentao antes que estar de pié, y estar acostao es mejor que estar sentao. El tercero: Que lo que tengas que hacer hoy, déjalo para mañana y mañana piensa lo mismo que hoy. El cuarto: Mira con un ojo para que pueda descansar el otro, y si descansan los dos mejor. El quinto: Si te entran ganas de trabajar, date un garbeo por el monte y espera a que se te quite la gana. El sexto: Que lo malo de ser abuelo no son los años, sino tener que acostarte con la abuela. Procurad aprender lo dicho para que yo no me tenga que cansar para explicároslo más. Y con esto concluyo mi intervención.
_ Tan pronto tío Manuel. Ya que estás hoy tan entrado en sabiduría, por qué no nos cuentas algo más – solicitó Juan Herrera.
_Solamente os contaré una sutileza que me contó un manchego no hace mucho tiempo.
Me dijo el lumbrera:
_ Tío Manuel. Hay un padre y un hijo segando a eso de las doce de la mañana en Moragón. El sol, te puedes imaginar, cae a plomo. En esto, al padre vínole una necesidad imperiosa, y ante tal aprieto, no pudo remediarlo y al agacharse para continuar la siega, se le escapó un sonoro y pestilente pedo.
Ante semejante ruido y maligno olor, le dice el hijo:
_¿Padre, ha sido vuestra merced?
_Si hijo, he sido yo, y no lo pude remediar.
Ya decía yo respondió el hijo, que ese pedo es mucho pedo para la mula.
IX
El castigo
Murat tenía mucho interés en someter Andalucía, de donde le llegaban noticias de insurrección. Dispuso la marcha del general Dupont, que a la sazón estaba en Toledo, dando orden de marcha el día 24 de Mayo. Se componía su ejército de una división de infantería con unos 5.000 hombres, 500 marinos de la Guardia Imperial y 3.000 jinetes al mando del General Fresia. Atravesaron la Mancha y el día 2 de Junio atravesaron el paso del Despeñaperros.
Después de la acción guerrillera del paso de Santa Lucía, el general Dupont mandó realizar una operación de venganza en Jaén, donde el oficial Baste con sus fuerzas, castigó a los jiennenses por considerarlos culpables de las derrotas sufridas por los franceses. Vence a su pequeña guarnición y deja el campo libre a sus unidades para dar un escarmiento a los habitantes de la zona.
En la noche oscura, cuando todo duerme, llegan los gabachos a Campillo de Arenas y detienen a hombres mujeres y niños, que llevan a la plaza del pueblo, cercada por un escuadrón de lanceros y otro de fusileros a caballo.
Alguien ajeno a los acontecimientos, tal vez un arriero, por el camino de la ribera del río, alboreando la mañana, canta un fandanguillo que se aleja con su eco inmerso por la melancolía.
Soñar y vivir contigo,
es un soñar tan bendito
que me lleva al infinito,
cuando sueño yo consigo.
Y si al soñar yo contigo,
soñara un sueño dichoso
yo me sentiría, celoso,
si no soñaras conmigo.
Contigo soñando sigo,
porque mi amor es tan fiero,
que al quererte, sólo quiero,
soñar y vivir...
Un disparo suena y queda interrumpido el cante. La borrica con orejas de liebre agacha la cabeza y olfatea la sangre que vierte su amo al quedar tendido en el camino. Un perrillo canelo se acurruca junto a él y sin saber que pasó, tiembla de miedo con su mirada puesta en el infinito.
El pueblo calla y avanza el tiempo, y cuando el oficial que manda las fuerzas de ocupación sale de la Casa Consistorial, pone al alcalde sobre la pared y una escuadra de caballería lo fusila antes de aclarar el día ante todo el pueblo reunido.
La soldadesca busca casa a casa y salen algunas de las mulas de la columna francesa que atacó Luis Miguel, y que repartió a los campesinos más necesitados.
Conforme llegan a la plaza, es preguntado el inocente, y ante la negativa de decir quienes fueron los atacantes y donde se escondían los guerrilleros, es puesto sobre la pared y fusilado sin misericordia.
El llanto de mujeres y niños no despierta pena en los corazones de los franceses; llevan un nuevo hombre a la pared. Así uno tras otro.
Las campanas no tocan, las casas de Campillo asustadas, ni viven ni oyen. Sólo ladran los perros ante cada descarga de fusilería y después un hondo silencio.
Un mozo de unos quince años sale corriendo al encuentro del oficial, y dos gastadores fornidos de brillante coraza y negros mostachos, lo detienen apuntándole en el pecho con sendos fusiles armados con largos cuchillos bayoneta.
_ ¡Señor, excelencia! ¡Vuecé, señor vuecé! – gritaba desesperado el muchacho llamando al oficial.
Éste se percató y ordenó a sus gastadores lo dejaran libre para saber que quería. Ellos soltaron al muchacho al instante.
Se arrodillo ante el comandante del Tercer Regimiento de Fusileros del general Vedel y agachando su cabeza en señal de respeto, balbuceando pero valiente le dice:
_Señor excelencia; ese hombre que ve ahí, –dijo señalando a un hombre de unos cuarenta años–, es mi padre. Yo tengo siete hermanos menores y si él se muere moriremos de hambre los demás. Cámbieme por él señor. Yo ya soy un hombre que no tiene miedo a morir, –dijo abriéndose la camisa con rabia– y no tengo que cuidar a nadie. A vuestra señoría le dará igual. Mi madre y mis hermanos lo necesitan.
Alguien le explica lo que quiere el muchacho y después de pensar durante un instante, ordenó:
_ ¡Que los fusilen a los dos!
Padre e hijo son puestos sobre la pared que había dejado de ser blanca para teñirse de rojo. Puestos de espalda los dos, escuchan:
_ ¡Preparados! ¡Apunten!
Sus labios secos y sedientos no pidieron ni agua...
Sus nervios de acero no temblaron...
Sus miradas serenas no guardan rencor…
A tan tajante voz, padre e hijo se vuelven y dándole cara al pelotón, se cogen de la mano, se rajan sus camisas con fuerza para ofrecer mejor sus pechos desnudos y gritan:
_ ¡Viva España!
_¡Viva! _respondieron los presentes.
_ ¡Fuego! Ordena el jefe al pelotón.
Caen uno junto a otro y su mirar se va apagando para volver a encenderse en la luz de la eternidad.
Sus corazones llenos de pura sangre hispana dejaron de latir.
El cielo se nubla y entristece por el humo de la pólvora.
Me parece ver como un pajarillo… ¡sí, un ruiseñor! deja caer sobre sus cuerpos muertos una flor.
Loor y gloria a los que dan su vida por la Patria.
El oficial francés exclamó:
_No comprendo a estos españoles.
Se oye el eco de las descargas por intervalos, siguiendo los franceses inmolando a victimas inocentes. Sólo por tener una pequeña arma blanca, se impone la pena de la vida.
El barberillo del pueblo Joselito Moreno es ejecutado porque se le encuentran unas tijeras para cortar el pelo y una navaja de afeitar.
Campillo queda ocupado y las patrullas de fusileros siguen concentrando a la gente en la plaza para ser fusilados allí.
A pesar del humo, una bandada de jilgueros llenos de colorines, ajenos a todo, revolotean llenando el aire de libertad.
Alguien que ha visto lo que está ocurriendo en Campillo, manda correos a Noalejo y Carchelejo para que estuviesen preparados en caso de una visita del francés.
Noalejo se tira al monte, como sí hubiesen tocado a escape. Se queda casi despoblado, no permaneciendo más que algunos desamparados impedidos y enfermos reunidos dentro de la iglesia junto con el cura don Evaristo que decide no abandonarlos.
Un destacamento de Caballería se hace presente en el lugar. Recorren casa por casa y sólo encuentran algunos animales. Los caballos, mulos y burros son matados allí donde los encuentran y cabras, ovejas y vacas las van reuniendo en manada para llevárselas y así servirles de suministro. Se disponen a prender fuego al ayuntamiento, cuando en fusilero gastador informa de lo que ha encontrado en la iglesia. Después de mandar sustraer los objetos de valor, atrancan las puertas desde fuera y le prenden fuego
En la distancia se ve el humo que sale del templo de Noalejo.
X
El despliegue
La Junta de Granada al conocer estas noticias, manda fortalecer con tiradores civiles el camino de Jaén.
El francés Vedel es acosado constantemente por guerrilleros valerosos, aunque pudo llegar a La Carolina, donde se unió con las fuerzas de Dupont.
El 1 de Julio el general Cassagne ocupa Jaén defendido por el Teniente Coronel don Miguel de Haro, viéndose obligado a retirarse a Torre del Campo.
El Capitán General de Granada, don Ventura Escalante, sabedor de la ocupación de la ciudad, ordena al Coronel de Caballería don Joaquín Romero y al Comandante de Húsares Marqués de Campo Verde, con 300 caballos y 700 de infantería, emboscaran al enemigo en unas eras al este de la ciudad. En esta heroica acción se distingue un pelotón de los Voluntarios de Granada muriendo casi todos.
Cassagne, temiendo le corten la retirada, se marcha de la cuidad, dejando abandonados a muchos de sus soldados heridos para así poder huir más rápidamente. Con posterioridad, Jaén es ocupado por nuestras unidades.
Las tropas españolas de Sevilla y Granada se han unido en Porcuna y hoy día 11, tanto el general Reding como Castaños acuerdan en Consejo de Guerra reorganizarlas y convenir un plan de ataque.
Se concierta que Reding cruce el Guadalquivir por Mengíbar para ir a Bailén, y que le apoye, atajando por Villanueva el marqués de Coupigny, en tanto que, Castaños con la 3ª división y la de reserva, atacaría de frente, mientras que don Juan de la Cruz hostigaría desde las alturas de la Sementera, pasando por el reconstruido puente de Marmolejo.
La 1ª división queda compuesta con 9.436 hombres, 817 caballos, 2 compañías de zapadores y 6 piezas de artillería. Su jefe es el comandante general, mariscal de campo don Teodoro Reding; segundo comandante, brigadier don Francisco Venegas y el jefe de estado mayor brigadier don Federico Abadía.
La 2ª división con 7.850 hombres, 453 caballos, 1 compañía de zapadores y 6 piezas de artillería. La manda el comandante general mariscal de campo marqués de Coupigny, y como su segundo al mando don Pedro Grimarest.
La 3ª división con 5.415 hombres y 582 caballos, al mando del mariscal de campo don Félix Jones.
La 4ª división de reserva con 6.676 combatientes, 408 caballos, 1 compañía de zapadores y 12 piezas de artillería, al mando del teniente general de la Peña.
Aparte de estas tropas, van otras volantes de unos 1.000 hombres al mando del teniente coronel de la Cruz; del coronel marqués de Valdecañas y las de don Pedro Echevarri.
El plan consiste en un ataque de frente y una doble maniobra envolvente por la derecha, aunque no sabemos donde puede estar la división francesa de Vedel, aunque creemos que estará dispersada desde el Despeñaperros hasta Mengíbar.
A esta se le une el día 13 la división de Gobert.
La 1ª del general Reding se pone en marcha hacia Mengíbar y se interna en terreno dominado por el enemigo.
Nuestra guerrilla, al mando como siempre de don Luis Miguel, desde el Puente del Obispo, río abajo, va eliminado a pequeños destacamentos de ojeadores franceses que se guarnecen y camuflan en la ribera del Guadalquivir. Nos unimos al general Reding en Mengíbar, en el vado del Rincón, donde es derrotado el brigadier francés Liger Belair que defiende los pasos del río.
XI
Escaramuza guerrillera
Recibimos información por un voluntario de Loja, de que un pequeño grupo de patriotas se sentía acosado por una sección de coraceros franceses, a no más de media legua, río abajo, defendiendo un puente de barcazas que con anterioridad conquistaron a las fuerzas del general francés Belair.
El general Reding da la orden inmediata a don Luis Miguel, de que acuda en ayuda de tan heroicos españoles; los que a pesar de estar en minoría, defienden caro el terreno y sus vidas.
Son ocho hombres.
Armados con trabucos, fusiles viejos y oxidados sables, los que se oponen al paso del enemigo.
Al llegar al lugar, los vimos apostados detrás de unos peñascos que limitan y estrechan el paso, permaneciendo a la espera de que los soldados de Napoleón iniciaran una nueva envestida.
Una avanzada de veinticinco polacos de caballería fue lo primero que se presentó al alcance de sus viejas y casi inservibles armas.
El ruido de la descarga que les hicieron y la caída de siete jinetes fue la primera noticia que aquellos exploradores polacos descuidados tuvieron de estos valientes.
Retrocedieron cobardemente.
Desde la distancia vimos como con presteza cargaban de nuevo sus armas y se preparaban para hacer una segunda descarga, pero antes de efectuarla, tuvieron que abandonar sus atrincheramientos y retirarse ante los numerosas escuadras de infantería y caballería que se destacaban en contra suya, dispuestos sin duda a envolverlos y hacerlos pagar cara tal osadía.
Habiendo dejado nuestros caballos a cargo del Jeta, unos se camuflaron con sigilo entre la vegetación del río, y otros fuimos avanzando hasta llegar a las tapias de un cortijo caído que a la vera hay. Yo subí escombros arriba y me coloqué de observador escondido tras unas barcinas de paja.
Nos hacemos fuertes una vez agrupados y el enemigo, al notar la resistencia que le presentamos, retrocede con miedo por creer, me imagino, que van a caer en alguna emboscada.
A grandes voces, alguien arenga a los franceses, y éstos llenos de coraje, atacan de nuevo nuestro atrincheramiento y nos obligan a retirarnos; pero antes, resistiéndonos tenazmente, les hacemos nuevas bajas en sus filas.
Aumenta en cada momento el número de enemigos que disparan sus fusiles contra nosotros; cientos de balas nos silban como si fueran avispas de plomo que zumban en nuestros oídos, mas no tenemos bajas. Uno de los ocho, acosado por todas partes, lo veo que huye haza arriba y allí se encuentra con seis franceses que le han cortado la retirada. Él ni se rinde ni se amilana en tan terrible momento, si no que se defiende como gato boca arriba. No tiene munición, y empuñando el fusil por el cañón, lo rompe sobre las costillas de un enemigo y al resto, les tira con descaro los pedazos de su arma.
De su verde faja ventrera saca una albaceteña, y empuñándola con su mano derecha, desafía a los cinco franceses que quedan y lo rodean.
Por todos lados acorralan los gabachos a este héroe y pugnan por aprisionarlo; pero él sigue retrocediendo hasta llegar al borde de un precipicio que corta el valle por aquel sitio, y extendido sus brazos parece que se va a lanzar por él, antes de caer prisionero.
Visto este comportamiento heroico por Blusa Loca, se lanza al asalto con desesperación, y disparando su trabuco en carrera, derriba dos franceses al mismo tiempo. Suelta el trabuco y con una pistola en su mano izquierda, derriba a otro sorprendido francés que se muere antes de darse cuenta.
Con su acerado sable curvo amenaza a los dos jóvenes lanceros que quedan, y huyen espantados, deseando no perder sus vidas.
En la distancia se ven como saltan sobre la silla de sus caballos y se alejan a todo galope, aunque de poco les vale; tres guerrilleros salen de la maleza del río y apuntando sus armas, derriban de una descarga certera a los que huyen.
XII
Movimientos y operaciones.
Con arreglo al plan acordado, el General en Jefe se dirige con la división Jones y la de reserva, por Arjonilla y Arjona a los Visos; colinas situadas en la orilla izquierda del Guadalquivir, frente al puente de Andújar, como para atacar al enemigo por aquella parte, y la 1ª de Reding, la nuestra, toma Mengíbar a Liger-Belair, mientras la 2ª de Coupigny toma posiciones en la Higuereta, lugar de Higuera de Arjona, para apoyar a aquella en su marcha y observar a los franceses acantonados en Villanueva de la Reina, donde son desalojados por Coupigny y perseguidos por su caballería hasta más allá de Andújar, debiendo una y otra pasar el río y dirigirse a Bailén para colocarse a la retaguardia del general francés Dupont, y caer después sobre Andújar al mismo tiempo que Castaños acomete de frente desde los Visos.
El General en Jefe rompe con un vivo cañoneo desde sus posiciones, demostrando una actitud amenazadora.
El teniente coronel de la Cruz pasa el Guadalquivir por el puente de Marmolejo para molestar a los franceses que andan por Andújar, retirándose después al Peñascal de Morales.
Coupigny desde la Higuera rechaza a dos batallones franceses que ocupan Villanueva, mientras nosotros seguimos con nuestro jefe el mariscal Reding impasibles en Mengíbar, manteniendo ocultas la mayor parte de las fuerzas ante los reconocimientos que practica el general Vedel. Este hecho, a mi entender, es clave para el buen funcionamiento de futuras maniobras, ya que los franceses están siendo privados por la astucia de Reding, de saber realmente cuantas son las fuerzas que operan en la zona.
Desorientados los franceses, no dan importancia a la presencia de algunas tropas españolas, así que Dupont, que ha pedido fuerzas de apoyo a Vedel, marcha a Andújar con su división al completo por la orilla del río, dejando frente a Mengíbar dos batallones a cargo del general Liger Belair, a quien debe apoyar Gubert, ya que para este fin se ha trasladado desde la Carolina a Bailén.
En la madrugada del día 16 hay una intensa actividad en el campamento. Toda la división, mas los agregados de la 2ª se aproximan al río para pasar cuanto antes a la otra orilla. Unos observadores franceses a caballo, empiezan a detectar nuestros movimientos.
Luis Miguel se da cuenta de este hecho y manda a nuestro grupo a eliminarlos antes de que dieran informes a sus jefes. Ni que decir tengo que su orden fue cumplida con destreza y sin tardanza.
Pasamos junto a las fuerzas de Reding el río por el Vado del Rincón para, según nos dicen, practicar un reconocimiento ofensivo en dirección a Bailén.
El ataque comienza a la llegada del alba. Nuestros tiradores le están produciendo cientos de bajas a las fuerzas de Vedel. El general Reding da la orden de iniciar el ataque.
Liger Belair se repliega con orden buscando el apoyo de Gobert y éste, acude presuroso a su auxilio, con tan mala fortuna para él, y buena para nosotros, que cae muerto de un certero balazo en la cabeza, causando gran desaliento entre los franchutes, por lo que el general Dufour, inicia la retirada.
Nuestros hombres se están cubriendo de gloria en estas acciones, ya que tanto infantes como jinetes, rechazan con bravura a los coraceros franceses que los asedian.
Me dan la noticia de que en esta acción ha muerto heroicamente el valeroso capitán del Regimiento de Farnesio don Miguel Cherif, a quien Dios lo premiará con creces, ya que a los héroes los pone aparte y los recompensa eternamente.
El general Reding le hace a los franceses la jugada de la cabra; les da confianza retirándose frente a Mengíbar, y a nosotros nos ordena retirar de la zona, una vez limpia de enemigos, todo aquellos víveres y recursos que los franceses pudieran obtener para sustentarse.
Hoy es día 17 y la división española de Coupigny viene hacia nosotros para unir fuerzas.
Vedel llega a las ocho y media de la mañana a Bailén para apoyar a Dufour; mas éste, teme que las fuerzas irregulares de don Pedro Valdecañas que operan en el camino de Baeza y Úbeda y que han derrotado ya a los franceses en Linares, se apoderen de los pasos de la sierra y le corten la retirada. Así pues, Vedel, después de haber recorrido todos los pasos del Guadalquivir, y no viendo peligro alguno, siguió desde Bailén tras las tropas de Defour reuniéndose con él en Guarromán, ordenándole continuara hasta Santa Elena, trasladándose él a la Carolina, donde esperó a que le dieran noticias tanto del enemigo, como órdenes de su general en jefe. Dupont, considerando comprometidas sus fuerzas por la considerable distancia que las separa, resuelve trasladar su campo a Bailén. Tranquilizado por los informes que le mandaba Vedel, no tiene prisa en ello y pone en marcha a sus tropas la noche del 18, con el fin de ocultar sus movimientos al general Castaños.
Los españoles preparamos nuestro plan y nos trasladamos desde Mengíbar con la división de Coupigny y la del general Reding a Bailén, donde éste, toma el mando de las dos.
Reding comunica a Castaños la llegada a Bailén. Como le han informado del paso de Vedel, envía un reconocimiento para averiguar la situación de los franceses. Sabe que están en Guarromán y se dirigen al norte. Establece su campamento al oeste de Bailén, en los alrededores de la Noria, y destaca a nuestro grupo, con Luis Miguel al frente, al otro lado del pueblo para cortar la retirada y evitar alguna sorpresa.
El general Dupont recibe en Andújar un parte de Vedel en el que le da noticias tranquilizadoras de que el enemigo no se ve por ninguna parte.
El general Castaños también está a la espera de acontecimientos, aunque mantiene su actividad ofensiva sobre el acantonamiento de Dupont, el cual, al enterarse de la ocupación de Bailén, supone que el mayor peligro está en los Visos y que sólo se encuentra en Bailén la división de Reding.
Con sus dos divisiones cree que son fuerzas suficientes para alcanzar la victoria. No imagina que en Bailén van a cerrarle el paso las dos mejores divisiones del ejército español. Decide levantar su campamento por la noche y en silencio para evitar enfrentamientos con el general Castaños. Dupont no advierte a Vedel del cambio de estrategia.
En vanguardia sale la brigada de Chavert al mando del Mayor Taulet. Le sigue un largo tren de víveres, equipos, familias, funcionarios, enfermos, escoltados en sus flancos por la brigada Schramm y alguna caballería. En retaguardia marcha la brigada Pannetier y los marines imperiales de La Garde. Obstruyen con carros y madera el puente sobre el Guadalquivir para evitar que le den información a Castaños. En la Carolina, Vedel, piensa, al quedar incomunicado con Dupont, que en Bailen estarían las tropas que se retiraron con sólo su presencia el pasado día 15. Tampoco sabe que le esperan las mejores fuerzas españolas.
XIII
La Batalla de Bailén
Las unidades de Dupont han salido lo más calladamente que han podido, en la noche, como he dicho, con unas quinientas carretas en las que llevan todo lo que robaron en el saqueo de Córdoba.
Reding ordena sus tropas y las manda ponerse frente a las fuerzas de Dupont; una batería a la derecha, mandada por el capitán Fernández Rojas; otra al centro al mando del teniente Cejudo, y la de la izquierda está al mando del capitán Moya Segura. Estas baterías permanecen ayudadas por el capitán Pascual de Estado Mayor. La división Reding se sitúa a la derecha del camino real, y la de Coupigny a la izquierda, para hacer frente a Dupont y al mismo tiempo a Vedel, que desde la Carolina puede aparecer en cualquier momento por retaguardia.
A las tres y media aparece una columna francesa y comienza el primer tiroteo de ambas fuerzas.
Se inicia la batalla de Bailén.
El general Chabert, jefe de la vanguardia francesa no titubeó un momento y acometió a las fuerzas españolas, estableciendo su artillería en el centro de su unidad suiza y la brigada de caballería; mas al ser de pequeño calibre y alcance, dos de ellas quedaron anuladas por el acierto de nuestro joven teniente, al disponer de piezas de a 12 sustraídas a los franceses en el paso de Santa Lucía, siendo desalojados de la zona del Cerrajón, Haza Walona y cerro Valentín. Aquí estuvo, a mi parecer, entre otras cosas, el desastre francés. Dupont presuroso y trastornado por aquel infortunio, no aguardó a que se congregaran todas sus fuerzas y se lanzó al ataque a las cinco de la mañana con la brigada Chabert; formada por la 4ª Legión de Reserva, 4º Regimiento Suizo y la Infantería de Marina de la Guardia, es decir, unos ocho mil quinientos hombres muy ejercitados. La caballería de Dupré, con el 1º y 2º Regimiento de Chasseurs; 1º y 2º Regimiento de Dragones y el 2º Regimiento de Coraceros con un total de dos mil setecientos cincuenta hombres; no ha logrando más efecto que el desánimo de su gente y acrecentar sus víctimas.
Preciso fue aguardar la llegada de las restantes tropas para tratar de abrirse paso. Cuando toda su división cruza el Rumblar, deja en su margen izquierdo la brigada Pannetier para hacer frente al general Castaños por si aparece.
Y continua el combate con el resto de su infantería.
Toda la artillería y caballería, arremete por el centro bajo el amparo del enérgico fuego de la 2ª, mientras los famosos dragones y coraceros de Privé se encaminan al Portillo de la Dehesa para tratar de rodear nuestra ala izquierda.
Aprieto sufrimos por el brío de los franceses, los que estamos en el Cerrajón y Haza Walona, aunque aparece en nuestro socorro el mismísimo Coupigny. Los franceses, arremeten con tal arrojo, que algunos de nuestros batallones tienen que retirarse, perdiendo una bandera y también al heroico coronel don Antonio Moya, al frente de su regimiento de Jaén.
Privé sigue acometiendo con sus Cuerpos Provisionales desalojando con arrojo a sus contrarios.
El ejemplo del marqués de las Atalayas don Pedro Conesa y don Diego de Carvajal, conteniendo con su inalterable fortaleza el brioso poder de los jinetes franceses, nos da estima y arrojo. Estos se encarrilan a la izquierda y centro de su línea, en el que la batería española de aquella parte sigue haciendo estragos y dañando cañones y montajes a medida que van surgiendo a su frente, y llenando de metralla las formaciones de asalto, a las que sostuvo siempre a considerable espacio, marchando al encuentro de ellos los Regimientos de Caballería Farnesio y Borbón, mas, llegando los coraceros franceses que vienen de la derecha, se retiran los nuestros bastante desordenados.
Los artilleros se quedan en sus sitios defendiéndose dignamente, dando tiempo a que la infantería se reagrupe, y lo mismo Farnesio, cuyos escuadrones al mando del sargento mayor don Francisco Cornet –que muere gloriosamente al salvar su batería–, frente a la cual, quedaron muertos más de la mitad de los coraceros franceses. Los dragones de Privé detienen la evolución circundante que inició el Brigadier Venegas, viniendo unos y otros a sus viejas posiciones, después de la obstinada contienda en el Zumacar Grande, donde una vez más destaca el Regimiento de Órdenes Militares, mandado por su coronel brigadier don Francisco de Paula Soler.
Este es el curso de la batalla a las once de la mañana.
A franceses y españoles le interesa acabar cuanto antes la disputa, ya que pueden aparecer en cualquier momento tanto Vedel como Castaños, y suprimir a quien fuese atrapado entre dos fuegos, pero más decaídos los enemigos por el deficiente logro de anteriores tentativas, agobiados de fatiga y muertos de sed y de calor, son a los que más le interesa.
Los españoles más descansados y hechos al clima, y sobre todo al comportamiento heroico de los hombre y mujeres de Bailén que alivian nuestras gargantas y la de los caballos trayéndonos constantemente agua. No hay olivo que no tenga ocho o diez franceses con la lengua fuera disputándose su sombra.
Viéndolos así, el triunfo sólo puede ser nuestro, ya que hombres y caballos están asfixiados por el sol abrasador que cae a plomo, y su situación es más que penosa.
Dupont advirtiendo que el triunfo no está en su mano, manda retornar del Rumblar tres batallones de la brigada Pannetier, y un batallón de marinos de la Guardia Imperial, no dejando allí más que un batallón. Hace cundir la voz de que el general Vedel está cerca y blandiendo la bandera española cogida por los coraceros, se pone con todos sus generales a la cabeza de la fuerza y arremete al grito de “Vive l´Empereur”
La artillería española sigue haciendo estragos a los infantes, jinetes y caballos, mientras que nuestra infantería y la guerrilla con sus descargas siembra desolación y terror entre los franceses. Un certero tiro hace caer muerto el general Dupré con otros muchos jefes y oficiales; es herido Dupont, y los bravos marinos de la guardia imperial, se muestran dignos, como siempre, marchando en columnas cerradas, sin hacer caso de los grandes claros que cada descarga hispana le ocasiona. Cerca de la línea española se paran y a pesar de su incomparable valentía, se retiran para irse en fuga y extenuados a las sombras que le ofrece un olivar cercano. Nuevamente intervenimos limpiando el campo de franceses, a los que no les damos cuartel. ¡Dios, que honra!
Calculo que unos dos mil de ellos están muertos en el campo, con igual número de heridos, y los demás, anhelando la suerte de los muertos, tiran sus fusiles con desprecio para ir jadeantes y angustiados donde conseguir algún consuelo si no es visto por ningún guerrillero.
Vedel no se presentó, y los tiradores de Cruz Mourgeón que han venido al combate, se instalan en la orilla derecha del Rumblar, en cuyos alrededores está almacenada toda la impedimenta del ejército francés. Sus batidores avisan del acercamiento de las tropas del general Castaños. Para colmo de los franceses, el regimiento suizo de Preux al verse en aprieto por el empuje de los nuestros, se une a los suizos de Reding poniéndose al servicio de España.
El general Dupont suplica de Reding la interrupción de hostilidades y convenir con el general Castaños las bases del rendimiento de los franceses.
¡Gloria al Ejército y a los hombres de España!
Vedel ha recibido orden de Dupont de asegurar las comunicaciones por La Carolina, Santa Elena, Linares y Baeza. Espera en la Carolina la llegada del general Dufour, y aunque en la madrugada del 19 oyó el sonido del cañón en Bailén, no se pone en movimiento hasta las cinco de la madrugada. Tal lentitud hace que tardara seis horas en recorrer la distancia que separa la Carolina de Guarromán, desde donde sin sospechar lo que pasaba, realiza un reconocimiento en dirección a Linares. A las dos de la tarde vuelve y al llegar frente a Bailén y ver las posiciones que ocupaban los españoles, comprende, imagino, la mala situación de las tropas francesas.
Reding al saber el acercamiento de Vedel, le comunica la suspensión de las hostilidades; mas desentendiéndose de todo, atacó el cerro del Ahorcado.
Autorizado por Dupont para ponerse a salvo, emprende la huida en dirección a Santa Elena, aunque es alcanzado por el coronel de ingenieros don Nicolás Garrido con la orden terminante de regresar a Bailén, exigida por Castaños y Reding, que amenazan a Dupont de pasar a cuchillo a la división Barbou, cercada completamente por todo el Ejército de Andalucía.
La capitulación se firma el día 22 en la Casa de Postas que media Bailén y Andújar entre Castaños y el conde de Tilly por parte española y los generales Chavert y Marescot de parte francesa.
Queda prisionera de guerra toda la división Barbou de Dupont, y las tropas de Vedel, que entregan sus armas en depósito para después trasladarse a San Lúcar de Barrameda y Rota, donde serán embarcados para Francia, llevados por buques españoles según se ha convenido.
La legión de Dupont con 8.242 hombres, desfila derrotada ante las heroicas fuerzas españolas de Castaños y de la Peña, deponiendo sus armas y banderas junta a la venta del Rumblar. Al día siguiente en Bailén, rinden las suyas Dufour y Vedel. El resto de sus tropas, quitando 2.000 muertos en la contienda, es decir, 12.233 hombres, acuden derrotados de Santa Cruz de Mudela, Manzanares y otros puntos por exigencia española so pena de pasar a cuchillo a todos los prisioneros.
Sólo son tomadas 3 águilas, 4 banderas y 1 estandarte como trofeos de guerra, ya que las tropas francesas, según opinión de algunos de nuestros hombres, las han destruido a fin de, creo yo, no ver subyugados y humillados los símbolos que representan a su patria
Las tropas de Vedel y Dufour con 9.393 hombres, forman pabellones y entregan sus armas y material de guerra.
La gloria de esta acción corresponde al general Castaños; que mantuvo la lucha, aunque no pudo llevarse a cabo de acuerdo al plan de Porcuna, debido al improvisado movimiento de las tropas de Dupont; y si el general Reding es el otro merecedor de tal honor, éste, hay que compartirlo con los voluntarios de Bailen, guerrilleros y otras gentes que arriesgando sus vidas, han conseguido una victoria que ha librado a Andalucía de franceses.
Nuevamente, notemos el valor y comportamiento supremo de los compatriotas de Bailén; que han dado a nuestros hombres lo que en cada momento han necesitado, y les han retirado todo aquello que les ha estorbado.
Y sus mujeres, que entre el combate, desafiando la muerte en el fragor de la lucha le llevan consuelo y agua a nuestro sediento ejército.
«A tan oportuno auxilio corrieron algunas heroínas mujeres que desatendidas de su sexo y de los riesgos, con barriles y cántaros andaban por medio del ejército, dando de beber a los soldados que admiraban su valor y patriotismo. Estando una de estas mujeres dando de beber a un soldado, una bala le quebró el cántaro y ella volvió con otro a seguir saciando la sed de los combatientes ».
Ha sido un gran paso para liberar a España del tirano yugo de Napoleón.
El capitán d´Villoutreys, que está presente en la capitulación, lleva a Madrid la noticia de la derrota de las tropas francesas en Bailén. Es escoltado hasta Aranjuez por una sección de caballería española.
Hoy día 29 de Julio, ya sabe “Pepe Botella”, el rey intruso, de la derrota, y mañana día 30 parece que abandonará la corte madrileña.
El 23 de Agosto entra triunfante por la Puerta de Atocha de Madrid, el general Castaños con la división de Reserva de Andalucía.
Este inmemorial triunfo ha costado a las tropas españolas 243 muertos y 735 heridos; destacando el capitán del Regimiento de Infantería de Jaén don Carlos Sevilla; el de caballería del Regimiento Farnesio don Gregorio Prieto; los de caballería del Regimiento España don Alonso González y don Miguel de San Juan; los subtenientes de los Regimientos Provinciales don José Ariza, don Natalio Garrido y don Nicolás Muñoz, y el cadete del Regimiento Órdenes Militares don José Dembams entre otros.
Sigue la liberación de España.
XIV
El ahorcamiento de Colbert
Tres alguaciles con vestiduras negras y sombreros emplumados, montan sobre una calesa y un cuarto a caballo se dirigen camino de Noalejo, y de allí, al cortijo de Juana de Figueroa para proceder a prender al capitán Colbert en nombre de la Junta de Defensa de Jaén. Las órdenes que tienen son muy claras; vivo o muerto tienen que llevarlo para proceder a su enjuiciamiento, o bien a su enterramiento.
El escarmiento tiene que ser severo para que los franceses sepan que aquí se paga todo aquello que en contra del honor y del derecho de guerra se hace.
Estamos a primeros de Noviembre y los álamos, cerezos y arces inician su desvestir, alfombrando de ambarino y bermellón la tierra que los sustenta. A ambos lados del río Guadalbullón se extiende la zona de sierra, que antaño hacía de frontera con el reino de Granada. El bosque está compuesto de encinas, quejigos y pinos, ocupando las zonas superiores de los relieves; mientras que los valles, roturados desde tiempos anteriores, presentan una vegetación de ribera, compuesta de fresnos, álamos y sauces. En la cumbres más elevadas se encuentran lentiscos, madroños y jaras, que lo hacen impenetrable. En la franja intermedia las formaciones arbóreas y arbustivas se intercalaban con zonas de pastos, lugar en el que también proliferaban los encinares.
El alguacil a caballo es el que abre la ruta. Van bordeando el río y a la altura del paso de Santa Lucía, ven los restos del combate protagonizado meses atrás por los guerrilleros. Lo cruzan sin novedad, y se acercan a un blanco cortijillo que a la derecha del camino hay para preguntarle a un hortelano que labra su huerta, donde se halla el cortijo de Juana de Figueroa. Les explica que han de pasar Campillo de Arenas y subir Puerto Carretero, y una vez iniciado el descenso, coger a la derecha el camino que va a Noalejo, y de allí, a dos leguas, en la Sierra del Trigo, en la zona más abrupta de la umbría lo encontrarían.
Fueron al ayuntamiento y le pidieron al alcalde un hombre de confianza para que les acompañase y poder dar sobre seguro con el cortijo de María. Así fue; no más de tres horas de tortuoso camino y lo vieron a lo lejos.
Dejaron los caballos y la calesa bajo un frondoso nogal y se prepararon para reconocer el terreno y proceder a la detención del capitán Colbert.
Con sus fusiles a punto, se desplegaron los tres de a pie rodeando el cortijo y el cuarto a caballo, se puso discretamente entre la maleza frente a la puerta delantera.
El hombre de confianza se acercó a la entrada y con un basto cayado golpeó la puerta que estaba entreabierta.
_A de la casa voceó.
Al momento se abrió la puerta y apareció Juanita, quien preguntó al desconocido.
_¿Desea algo su merced?
_Deseo hablar con el francés para un asunto de su interés.
_Cómo sabe su merced que aquí hay un francés.
_Niña, eso lo sabe todo el mundo.
La inocente Juanita miró fuera y no viendo nada extraño, se acerca a la puerta y llama:
_Colbert, Juan Colbert. Que os llaman a la puerta.
Éste miró también a su alrededor al salir del cortijo y al atravesar la era para hablar con el desconocido, fue rodeado para su sorpresa por los tres alguaciles que lo encañonaban apoyando la punta de sus fusiles sobre su pecho. Con una cuerda lo atan presurosamente con las manos atrás.
El de a caballo se acercó raudo al sorprendido Colbert y le dijo:
_En nombre de la Junta de Defensa de Jaén, queda su merced detenido. Será llevado ante un tribunal y juzgado por los crímenes cometidos en Campillo de Arenas y Noalejo.
Incrédula Juanita por lo que estaba aconteciendo, protestó por la inocencia del francés y al ver que no reparaban en sus razones, decidió buscar a su madre que estaba pastoreando las cabras.
Delante junto a un alguacil el prisionero, y detrás los dos restantes y el de caballo; pronto llegaron a la calesa en la que se montaron para iniciar sin pérdida de tiempo el viaje a la vuelta.
Antes de llegar a La Guardia, cuando se disponen a cruzar el estrecho puente, los caballos retroceden con miedo y un alguacil salta del carruaje para coger las riendas, estirar de ellos y tranquilizarlos Ante tal descuido, Colbert salta con brío y se lanza al agua, y como un jabalí acosado, abre camino entre la maleza y se pierde entre las espesuras de la ribera del río.
Cuando consideró que el peligro había pasado, y a hurto de los ojos que pudieran estar vigilando, sale de su escondite para ver el terreno. No muy lejos de donde se halla, observa que bajo un frondoso grupo de álamos negros hay un joven que pastorea su ganado en las fresqueras del río.
Se acerca a él con naturalidad y le pide con gestos que corte las cuerdas que atan sus manos.
Una vez que el pastorcillo se hubo enterado de lo que le pedía Colbert, sacó una navaja con pico curvo y cortó las cuerdas con facilidad. Al verse libre, nuevamente se pierde entre la maleza.
Extrañado por el acontecimiento, el pastor corre a la Guardia y avisa al ayuntamiento de lo que le ha acontecido.
Un grupo numeroso de paisanos con algunos mastines atraillados y dos alguaciles a la cabeza, deciden dar caza al prisionero y llevarlo al pueblo; cosa que consiguen con celeridad.
El pobre Colbert, nuevamente prendido, se encuentra rodeado de un sinfín de hombres haciendo cábalas. Unos que es sordo, otros, que mudo; y otro, al parecer más preparado sentencia:
_ Ni sordo ni mudo, ¡es un francés!
Todos quedan sorprendidos ante tal afirmación y al unísono, se encaminan hacia La Guardia a paso ligero llevando a Colbert en volandas. Una vez en la plaza del pueblo, alguien ata una soga en el balcón del ayuntamiento.
Dos fortachones mentesinos alzan al francés con soltura y le encajan la soga en el cuello y lo sueltan con rapidez.
Ya en el aire y a punto de rendir su alma al Altísimo, suenan dos disparos y la gente se dispersa. Llegan los alguaciles de Jaén y uno de ellos, se lanza hacia el colgado, lo coge de los pies y lo alza, mientras otro, corta la cuerda con una formidable navaja. Acaban de salvarle la vida descolgándolo antes de morir.
Lo atan nuevamente, lo suben a la calesa y se lo llevan a la ciudad de Jaén a la que llegan sin novedad.
XV
Juicio de Colbert
El presidente del tribunal martillea severamente sobre la mesa. Don José Luis de Gálvez y Gálvez ordena con voz calmosa y enérgica silencio y dice:
_Se abre la sesión.
Es imprescindible continuó que todas las personas que quieran hablar me soliciten previamente la palabra, y se dirijan a mí con el tratamiento de Señoría, pues de lo contrario, sería un desacato a este presidente y tendría que amonestarle. También me han de pedir permiso para hablar con la frase ¡Con la venia! antes de hacer una sugerencia o petición. Es importante que se respeten los tiempos permitidos para las intervenciones de cada parte, de la acusación y de la defensa, así como el tiempo de descanso y deliberación. Durante el juicio ha de haber silencio en esta sala. No permitiré otra cosa.
Lee la acusación diciendo:
“En la ciudad de Jaén, a los veinte días del mes de noviembre del año de Gracia de nuestro Señor Jesucristo de mil ochocientos ocho.
El acusado aquí presente, al parecer oficial del invasor ejército francés, fue hecho prisionero de guerra después de tener una escaramuza con los guerrilleros que heroicamente defienden el sagrado suelo patrio en el paso de Santa Lucía, bajo el castillo de Arenas.
El acusado aquí presente, dice llamarse Louis Colbert Saint Mars, capitán de dragones del Segundo Cuerpo de Ejército del general Dupont.
El acusado aquí presente, fue herido por el jefe de guerrillas de Sierra Mágina don Luis Miguel de Portocarrero y Luna, quien dispuso cristianamente se llevaran al acusado al cortijo de María Figueroa con el fin de que curase las graves heridas recibidas en el combate.
Se tendrá que dilucidar aquí si el citado capitán Colbert es responsable directo o indirecto de las acciones que diversas unidades francesas llevaron a cabo, acto seguido, en Campillo de Arenas y Noalejo, asesinando a hombres, mujeres y niños.
La traductora de francés del llamado capitán Colbert, será la señorita Amelia Portocarrero Martín Balmes de Mexía y Dávila, sabedora del referido idioma, del colegio de las Adoratrices de esta dicha ciudad, quien bajo mi conformidad y de éste tribunal, ejercerá esa tarea. Queda autorizada para que le traduzca al llamado capitán Colbert todo lo que aquí se diga.
Le concedo la palabra al abogado de la acusación.
_Con la venia, señor presidente. Señoría:
El hombre que hoy tenemos que juzgar es alguien que ha venido de una nación extranjera para subyugar al pueblo español, quitándole a su rey y señor para imponernos a un monarca francés a capricho de su emperador. Este hombre está aquí para quitarnos la vida, la hacienda, nuestro honor y si es posible nuestra libertad y la Patria. ¿Por qué? Sólo Dios lo sabe, aunque por nosotros es bien conocido que éste, o el ejército del que él es parte, es culpable directo de la masacre perpetrada en Campillo de Arenas y Noalejo días atrás. Señoría, la Patria está en peligro y él es un enemigo de la patria. Pido sin más preámbulo que cuelgue en la horca hasta que muera.
_Le concedo tiempo suficiente a la señorita doña Amelia de Portocarrero Martín Balmes para que informe con detalle al acusado de la dicho por el abogado de la acusación.
Amelia se incorpora de su asiento y como una confesora se acerca a Colbert y le traduce lo que hasta ahora se ha dicho. Una vez concluido, el presidente del tribunal le da la palabra al abogado de la defensa.
_Señor presidente, señoría:
He de manifestar que estáis ante un inocente. ¿Cómo puede ser uno culpable de lo que otros hacen? ¿Es acaso el capitán Colbert autor de lo que unos desalmados, aunque sean de su ejército, han hecho en Campillo de Arenas? ¿Acaso es vuestro hijo, señor presidente, con todo respeto y subordinación, y sólo para que valga de ejemplo, responsable de los actos de vuestra señoría? ¡No! ¡Radicalmente no! Pido que el acusado sea considerado como prisionero de guerra y se me garantice que será tratado como tal. Con esto y por ahora es todo.
Nuevamente Amelia traduce al francés lo dicho por su defensor. A Colbert parece agradarle, ya que se le nota una ancha sonrisa en su cara.
_Anuncio un corto descanso dice el presidente para que los abogados de la acusación y de la defensa preparen las preguntas que harán a los testigos; aunque les recuerdo que son pocos, ya que éstos, o fueron fusilados o están combatiendo en las tierras de Bailén. Podrán preguntar a doña María Figueroa, su hija Juana Márquez de Figueroa y a don José Jiménez de Monroy, subalterno de la partida de don Pedro Abad, conocido por “El Rano”, quien al estar curándose de las heridas del hombro recibidas, no puede estar con sus valerosos compañeros.
Recuerdo a los abogados que cada uno de ellos podrá hacer un máximo de dos preguntas a cada testigo y que, si tienen pruebas, las entreguen para que el jurado de esta Junta Provincial las tenga en cuenta en su deliberación.
Después de la pausa se oye decir a un alguacil:
Que comparezca en el estrado doña María de Figueroa.
_Doña María, pregunta el abogado de la acusación, una vez acomodada en un suntuoso sillón de cuero repujado ¿Estuvo usted presente en Campillo de Arenas el día de en que los franceses perpetraron la citada matanza?
_No señor, no estuve presente.
_Entonces, ¿Qué relación tiene usted con este hecho luctuoso?
_Sólo el de enterrar a mi nieto Joselito Moreno, de quince años, que fue fusilado por llevar unas tijeras y una navaja de afeitar. El pobre quería ser barbero.
_No hay más preguntas.
El abogado de la defensa tiene la palabra dijo don José Luis.
_Señora doña María; en primer lugar tengo que expresarle mi más sincero pésame por la muerte de ese inocente nieto suyo, al igual que a los restantes compatriotas asesinados por la horda francesa. Dicho esto, sólo le haré una pregunta. ¿Estuvo vuestra merced en Campillo de Arenas y vio si el acusado, el llamado capitán Colbert, estuvo y participó en esa masacre?
_Señor, yo no estuve allí y por lo tanto no pude ver nada. Yo sólo sé que conozco a este hombre desde que a mediados del mes de Junio del presente año, lo llevaron herido a mi cortijo de Aguas Blancas. Me dijo “El Mochuelo” que don Pedro Abad había dispuesto le atendiera y curara a mi entender por haber sido acuchillado en una reyerta en el mesón de mi tocaya Juana la Brava en Campillo de Arenas. Así lo hice, y creo que bien, ya que el que lo mire, podrá comprobar que está más vivo que un cigarrón en agosto.
Hay risas entre los asistentes.
¡Silencio! Reclamó enérgico don José Luis dando un severo martillazo sobre la mesa.
Le corresponde el turno al abogado de la defensa.
_Señoría:
Desearía se preguntara si alguno de los hombres y mujeres que en la sala están, si el triste día de marras estuvieron presentes en Campillo de Arenas o Noalejo y pueden acusar a este oficial francés de haberle visto participar en la masacre. También desearía que se les pregunte si conocen a alguien que viera en estos hechos al capitán Colbert.
_Tiene inconveniente el abogado de la acusación en que realice estas preguntas a los presentes en esta Sala.
_No señoría; la acusación no tiene inconveniente alguno.
_Damas y caballeros; vuestras mercedes saben que juzgamos a un hombre y que este juicio debe ser imparcial. Por eso, debemos aportar cuantos datos tengan para el esclarecimiento de los hechos. ¿Hay entre vuestras mercedes alguien que haya visto, o sepa de alguien que vio a este oficial francés participar en los fusilamientos de Campillo de Arenas y de la quema de la iglesia de Noalejo?
Se hace un silencio profundo y no se obtiene respuesta alguna.
El abogado de la defensa levanta la mano y el presidente le concede la palabra.
_Señoría, no tengo más preguntas que hacer.
_Doy el turno de réplica al abogado de la acusación que puede hacer una pregunta más.
_Con la venia de su Señoría me voy a dirigir a los miembros de este Tribunal que son los que han de decidir sobre la suerte de este hombre:
Debido a la situación en que nos encontramos, sólo podemos tener como cierto que por elementos del ejército francés que vilmente ocupan España, fueron masacrados treinta y cuatro personas entre hombres, mujeres y niños en Campillo de Arenas. También que fue saqueada, quemada y arrasada la iglesia de la localidad de Noalejo, dejando por este suceso la vida doce hombre impedidos, cuarenta y cinco mujeres y veinte niños. Estos son los hechos; hechos que son irrebatibles y por tanto ciertos. Esta acusación está dispuesta a dar por terminado este juicio si al acusado, el llamado capitán Colbert ingresa en prisión como prisionero de guerra hasta tanto termine la contienda y pueda ser juzgado por un Tribunal de Justicia Ordinario
_Anuncio y concedo un tiempo de cinco minutos para que el abogado de la defensa tenga tiempo de comentar esta propuesta al acusado dice don José Luis, el cual una vez pasado este tiempo, reanuda la sesión y dice:
Pregunto al abogado de la acusación. ¿Mantiene vuestra merced en todo la anterior petición?
_La mantengo en todo, señor presidente.
_Pregunto al abogado defensor.
¿Acepta en todo la petición hecha por el abogado de la acusación?
_Una vez convenido con mi defendido y comprobado que entiende cuanto se ha dicho, acepto en todos sus términos lo solicitado por el señor abogado de la acusación. Mi defendido así lo ha dispuesto.
_Anuncio un descanso de quince minutos, para que los miembros del Jurado Popular resuelvan y acepten o no lo anteriormente expuesto dice el presidente
Estos discuten aparte, fuera de la sala, que está cerrada, por lo que los presentes no pueden salir. Mientras, el abogado de la acusación y el de la defensa se reúnen con sus respectivos equipos y deciden lo que harán según sea el resultado de la sentencia.
Cuando el jurado regresa a la sala, pide el presidente silencio y orden y procede a conceder la palabra al Delegado del Jurado Popular para que exponga lo deliberado.
_Con la venia del señor presidente:
Este Jurado Popular, una vez deliberado lo solicitado por su señoría, acuerda por mayoría de todos sus miembros el aceptar en todo y por todo, lo expuesto y aceptado por ambos abogados. Es decir:
Que el aquí presente oficial francés don Luis Colvert sea ingresado en la Prisión Local del Concejo de Torres como prisionero de guerra, ya que de estar en la plaza de Jaén, pudiera ser socorrido por alguna unidad francesa y puesto en libertad. Allí quedará a buen recaudo y seguro hasta que Su Majestad el Rey disponga lo conveniente o sea juzgado por un Tribunal de Justicia Ordinario cuando la Autoridad Superior así lo decida
Si todos estamos de acuerdo, dice don José Luis, procédase por el señor Secretario a triplicar las Actas de este Juicio y que sean firmadas en la parte que a cada uno le corresponda.
Doy fe que gracias a Dios Nuestro Señor, este juicio queda sentenciado.
¡Cúmplase lo acordado!
¡Se levanta la sesión!
XVI
Después del juicio, Colbert y Amelia.
España sigue invadida por las tropas de Napoleón. Y aunque el honrado pueblo español lucha denodadamente contra los crueles invasores por campos y ciudades, hay una minoría de compatriotas que ven con malos ojos que la hija de Luis Miguel, de la familia de Portocarrero y Luna, se case con un oficial francés. Serían tomados por afrancesados.
Don Luis Miguel no quiere ni oír hablar de que su hija anduviera en relaciones con ese traidorzuelo oficial francés, que sin saber porqué, ahora deja de ser francés y se hace español.
_¿Dónde vas? dice Luis Miguel a su hija, al verla compuesta con la ropa nueva, que le compró en su último viaje a Jaén.
Voy a la iglesia, a la novena de Nuestro Padre Jesús Nazareno, respondía con fingida mansedumbre la enamorada Amelia.
Pero el brillo de sus hermosos ojos la traicionaba.
Sí, a la iglesia, replicó su madre doña María Trinidad. A ver a ese renegado francés
_No, madre. Hoy no voy a verlo. Y no es ningún renegado.
_Es algo peor. Un traidor. Y no quiero que vayas a verle, te lo he dicho mil veces. Él en la cárcel y tú aquí. ¡Maldita sea! Al final se reirá de ti todo el pueblo. Te criticarán. Y ya sabes como es Torres para la crítica. No te dejarán un pellejo sano.
La madre seguía con su retahíla de advertencias, oídas pacientemente por Amelia, que aguarda en silencio que pase el chaparrón para poder marcharse en paz.
Y ya en la calle, como pájaro al que se abre la puerta de la jaula, vuela hacia la iglesia, pensando que a la vuelta, tal vez podría ver a Luis. El pecho le jadea al paso ligero y el amor le ilumina el rostro. Luis la esperaría asido fuertemente a los barrotes de la celda, esperando tan ansiada visita. ¡Qué emoción al encontrarse! ¡Qué olvidarse del mundo cuando se cojan sus manos! Ni las palabras de doña María Trinidad, ni el temor de que alguien pudiera verlos, ni la incertidumbre de los momentos que vivían enturbiaban el fuego de su pasión. El amor siempre es ciego.
Al cabo de un tiempo, Amelia estaba en el punto de mira de un espía oficial francés que investiga sobre la desaparición de Colber, al conocer que fue la traductora en el juicio que condenó al capitán; desconociendo éste se encuentra preso en la prisión del Concejo, que Luis Miguel es el Jefe de la Partida Guerrillera de Sierra Mágina y que Amelia es su hija.
Algo arribó a sus oídos cuando un día llegó un destacamento de gabachos a la casa de don Luis Miguel en Torres. Traían orden de llevarse a Amelia para que declarara. Cosa de poca importancia, según dijo. "Alguna niñería, cosas de estos franceses, tan desconfiados", decía don Gumersindo el cura, mientras las piernas le temblaban por debajo de la sotana. Él, mejor que nadie, sabía lo que les podía venir de aquel asunto.
Para doña María Trinidad, aquello fue una catástrofe, una maldición. "¡Te lo decía yo, esto es cosa de esa mala gente! ¡El francés tiene la culpa!". Y entre llantos y suspiros dejaron ir a Amelia. Total, no era tan lejos, sólo hasta la calle Mayor, en la casa de Postas, donde se han instalado los gabachos, una casona del siglo XVI, requisada, por supuesto. Pero, ¿Y la gente? ¿Qué diría la gente? ¡La hija de don Luis Miguel yendo a declarar ante los franceses! “Algo habrá hecho”, comentaron unas comadres, siempre dispuestas a pensar lo peor, e incluso a inventarlo si hacía falta.
A Amelia le preguntaron por la famosa partida de guerrilleros de Sierra Mágina. Pretendían que Amelia dijese lo que supiese para poder apresar a aquel guerrillero que tanto daño les hizo en el paso de Santa Lucía. Pero Amelia sabía que nunca diría nada de los asuntos en que estaba metido su padre.
Realmente parte del grupo de Luis Miguel estaba en Torres al tanto de las cosas que estaban ocurriendo
Dos meses antes, Luis Miguel con sus hombres, habían sorprendido y eliminado a un destacamento francés que subía río Guadalquivir arriba, sobre los llamados molinos de Calatrava. Más de treinta cadáveres franceses se pudrían al sol entre los juncales y diecinueve lanceros más fueron apresados y llevados detenidos por hombres de su partida a la Junta Provincial de Jaén.
Es evidente el desvelo francés por capturar a quien tantos problemas le está causando. Estaban rabiosos, y, desde su punto de vista, con razón. Pero Amelia no sabía nada de los guerrilleros, y no la sacaron de ahí. La amenazaron con golpearla, encerrarla, ponerla frente a un pelotón de fusilamiento, con quemar su casa con su familia dentro. Pero después de dos horas de interrogatorio, Amelia, llorosa y asustada, fue dejada y volvió a su casa.
La alegría de doña Maria Trinidad y de don Luis Miguel no es para narrarla. La madre, entre abrazos nerviosos y risas, inquiría sobre el trato que había recibido en el despacho del coronel, "a quien Dios confunda". Y remataba sus comentarios con veladas indirectas sobre Luis, "que podía haberte librado de esto, con lo amigo que es de los franceses, digo yo; si te quisiera habría ido a defenderte".
_Madre calle, él está en prisión pero los franceses no saben que está aquí
Don Gumersindo el cura calla, pero se percata de lo delicado de la situación. Habló con ella.
Mira, Amelia. Luis no es de fiar y no quiero que tú sufras las consecuencias de una mala elección. Hay otros muchachos en Torres. El pueblo está lleno de ellos. Muchachos honrados, trabajadores, religiosos que te querrán siempre y serán buenos padres para tus hijos. Considéralo, Amelia, y deja ya a Louis. No es digno de ti. El es un traidor a su patria y me da que todo esto lo hace para salvar su vida y no por amor.
Amelia, sin embargo, no le oía. Había salido bien parada de aquel enojoso asunto con los franceses y sólo quería olvidar. ¿Y cómo mejor que entre los brazos de Luis? Se vieron una vez más al haber sobornado con dinero Amelia a su carcelero
_¿Me quieres?, preguntó ella mirando fijamente los ojos de él.
_Con locugá susurró él apretándola amorosamente contra su pecho.
_Mi padre teme por mí, y mi madre nunca te ha querido.
_¿Pucuá?
_Porque dicen que lo que haces es para salvar tu vida y escapar cuando te veas libre.
_Sólo te quiegó a tuá contestó sonriendo.
_Pero tengo miedo, Luis. Hoy me han llevado a declarar. Se ha enterado todo el pueblo. ¡Quién sabe lo que idearán mañana para intentar que les cuente lo que sé! Prefiero que me lleves lejos, muy lejos, donde nadie nos conozca. Allí seré solamente tu mujer y tú mi marido. ¿Qué piensas?
_Que llevas gazón. Sobogna al cagceguego y prepagamos nuestra fugá.
_Tengo dinero y joyas, dijo Amelia, una por cierto grabada con mi nombre, que pensaba ofrecerte cuando pidieras mi mano. Mañana noche nos marchamos camino de Jaén y después para Madrid..
La tarde primaveral cae desmayada sobre los árboles y las flores que rodean la Plaza del Ayuntamiento. La brisa perfumada y el crepúsculo, tan bello que da tristeza, envuelve el tranquilo paisaje en resplandores dorados y reflejos sangrientos. Aquellos dos corazones juveniles, fundidos en un abrazo que hubieran querido eterno, creen que en la vida hay lugar para la esperanza y para el amor. No ven cómo se levantaba en el horizonte el pájaro negro de la muerte, con las alas abiertas para oscurecer con ellas sus ilusiones recién nacidas.
Al anochecer del día siguiente, Amelia y Luis, escapados de la prisión, por estar abierta la puerta, protegidos por las primeras sombras, se hayan en las cercanías de la iglesia. Dos caballos de la nutrida cuadra de Luis Miguel, se encuentran discretamente resguardados en un callejón para salir por el camino de la muralla. Todo está dispuesto para marchar en busca de la felicidad que parece cerca, muy cerca, más cerca que nunca.
De pronto, el aire tranquilo se estremeció. Una descarga de fusilería ha sonado desde la plaza. Empezó a oírse un confuso griterío que crecía por segundos. Numerosas antorchas se acercan iluminando fantasmalmente la reciente oscuridad. Los gritos y las maldiciones se funden con los espantados relinchos de los caballos. El gentío se aproximaba a ellos. En la distancia pueden verse las siluetas haciendo aspavientos entre el espeso humo de los hachones encendidos.
Luis y Amelia sintieron miedo, ese miedo producido por la ingenuidad de lo que sucede, ese miedo ciego que lanza a realizar actos ardorosos y imprudentes. Entraron apresuradamente en la iglesia. Pero el estruendo se acercaba cada vez más, amenazante como una oscura pesadilla. ¡No debían encontrar a Amelia! Luis reparó en la entrada de la cripta que mostraba a Nuestro Padre Jesús atado a la Columna.. Miró a la imagen de Cristo Crucificado en la penumbra del altar mayor, como pidiéndole ayuda, y una idea salvadora se le vino como un relámpago a la mente. Con la sobrehumana fuerza que da la desesperación levantó la pesada losa de la cripta y empujó a Amelia al interior de ella. La aterrorizada muchacha no pudo hacer siquiera un gesto de asco al bajar los primeros escalones de la maloliente estancia fúnebre. Sus ojos se volvieron hacia los de su amor con una de esas expresivas miradas que dicen más que cien palabras. ¡Espégame, volvegué pog tua! Susurró él casi sin fuerzas mientras corría la losa.
Amelia quedó sumida en una oscuridad total. Apretó contra su pecho la pulsera con su nombre que aquella misma noche pensaba regalar a Luis. Y rezando y gimoteando, acurrucada en los húmedos escalones, quedó temblorosa e inmóvil, aguardando que todo pasara pronto y Luis, su Luis, volviera por ella.
Oyó primero un salvaje griterío que duró varias horas, luego vagos rumores intermitentes; más tarde una explosión horrible que hizo temblar los cimientos de la iglesia. Por fin sobrevino el silencio, un silencio profundo, absoluto, eterno.
Luis, después de colocar en su sitio la losa, salió a la puerta y vio al numeroso grupo de personas que se avecinaba. Eran guerrilleros de Sierra Mágina que se defendían del destacamento de franceses al que habían intentado sorprender. Los franceses, avisados por un afrancesado cómplice, se habían prevenido. Los guerrilleros han sido acorralados, algunos han caído muertos a tiros; otros, pisoteados por los caballos, yacen en la calle de la iglesia y la plaza del Ayuntamiento, irreconocibles sobre charcos de sangre; algunos, más valerosos han plantado cara a la muerte a pecho descubierto y se han llevado con ellos al otro mundo a algunos de sus enemigos; pero el resto, corren por los callejones en grupos dispersos.
Penetran en la iglesia y cierran la puerta atrancándola con cuantos muebles encontraron a mano. No se creen a salvo de los franceses, ya que éstos, embriagados de sangre española, no piensan dejarlos escapar tan fácilmente. Cercan el edificio y, tras romper las vidrieras, arrojan dentro antorchas encendidas y piedras. El desaliento cunde entre los sitiados. El humo hace irrespirable el ambiente. La resistencia está llegando al límite.
Oculto bajo los arcos de la iglesia, y protegido por una brazada de broza, Luis espera ansioso que la refriega termine para poder rescatar a Amelia. ¡Pobrecilla, sola en la oscuridad, asustada! Pero el asedio se prolonga. Los franceses, cuando asoman las primeras luces de la mañana, temiendo que el resto de la partida de Luis Miguel acuda en socorro de estos españoles tan testarudos y los liberen, toman una determinación terrible: incendiar la iglesia.
CAPÍTULO XVII
El desenlace
Prenden fuego a la puerta. Las llamas se abrazan al artesanado gótico lleno de agujeros causados por los fusileros subidos en los huecos de las cristaleras, y en un santiamén quedó destruida y humeante. Un torbellino de fuego penetró en el interior, devorando con sus lenguas abrasadoras los doseles, retablos y las imágenes que había allí. Se oyen los desgarradores gritos de los desgraciados a quienes el fuego les hace retorcerse de dolor, con el pelo envuelto en llamas, las ropas humeantes y la piel negruzca despegándose de la carne ensangrentada. Caen al suelo estremeciéndose palpitantes entre tizones encendidos, columnas doradas y las tablas del altar.
Luis corre como loco, intentando entrar en aquel infierno de destrucción. No tiene más que una idea: salvar a Amelia, o morir con ella. No pudo hacerlo; una bala francesa le entró por la espalda y le dio de lleno en el corazón. Cayó de bruces al suelo, con los brazos abiertos y el rostro contraído de dolor. Un segundo más tarde, entre las últimas opresiones de su rápida agonía, oyó el espantoso crujido del artesonado que se desploma ardiendo sobre el pavimento y sobre los pocos españoles que aún sobreviven. También oyó, o creyó oír, una voz lejana y llorosa que lo llama. Después, su conciencia se sumergió en el silencio y en la sombra.
La iglesia de Santo Domingo ha estado ardiendo durante más de dos días. Se ha convirtió en un montón de ruinas. Los numerosos cadáveres calcinados que quedaron sepultados bajo los escombros y los que yacían desparramados por los alrededores, fueron enterrados en una fosa común en el cementerio a espaldas de la iglesia.
Los franceses, poco después de esta acción, se unieron a sus unidades y siguieron combatiendo a lo largo de la guerra, desengañados de los rudos españoles que no aceptaban las nobles ideas de libertad y progreso que el emperador Napoleón les brindaba.
España, y con ella pueblos como Torres, fueron recuperándose poco a poco; muy lentamente, de la desgracia histórica que han padecido.
Don Luis Miguel de Portocarrero y Luna, siguió oyendo misa en su iglesia de Santo Domingo de Guzmán. Él y doña Maria Trinidad Martín Balmes y Mexía Dávila creyeron hasta el fin de sus días que Amelia y Luis Colbert habían huido a donde nadie los conociera. Nunca recibieron noticias de ellos.
Tal vez, corriendo el tiempo, cuando alguien decida abrir la losa de la cripta, pueda encontrar una pulsera de oro con el nombre de:
Amelia.
Queda relatada la hazaña
de un romance al heroísmo;
mojé mi pluma mismo
en tinta de buena calaña,
y escribiendo sin fanatismo,
...surgió el nombre de España.
F I N
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