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B R A G U E T A
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B R A G U E T A
Registro General de la Propiedad Intelectual
Nº. de Asiento Registral 04/2003/4770
Para mi mujer María Angustias como todo; y a mis hijos Francisco y Pedro. A Blas Moya Segura, Cristóbal López Lorite, Diego Fernández Rojas, José María Pérez Fernández, Marcos Gutiérrez Melgarejo, María Real Melgarejo, Fernando Fernández Martín y Baltasar Garzón Real, mis amigos desde la infancia.
Porque a Torres más que llevarlo en el recuerdo, hay que llevarlo en el corazón.
Al Juez de la Audiencia Nacional
Excmo. Sr. D. Baltasar Garzón Real,
Hijo Predilecto de Torres.
Vuestra merced se encuentre bien y regocijado me ha el creer que así será.
Holgo muncho por la merced que vuestra señoría me face en prologar aqueste librillo, pero aqueste librillo, quede encomendado en lo que fuese de razón y justicia, que no hallo más y mayor deseo y estimación que cuando aquesto se face daquesa manera.
Yo me deleito de cosas que por tantos cabos da alegría y será de muncho efecto que su señoría lo encamine, ya que negocio guiado por vos, tendrá el fin que deseo y espero.
Muncho me holgaría de ver los méritos de vuestra señoría premiados del cielo, y de la tierra, que por estar agora al presente enella, más conveniente es; por lo que espero que nuestro Señor, os ponga en el lugar donde vaya consiguiendo el fin de su profesión conforme a lo que vos merece y yo deseo, que es como de mis propias cosas.
Deseando siga vuestra señoría en su negocio del cual puedo afirmar con verdad que no ha habido ninguno como vos que haya tenido ni tendrá la satisfacción de merecer el valor y alto sacrificio que procura a España, que semos todos, pues las munchas y buenas cosas que en vuestra persona concurren, deben ser mostradas a las gentes, por ser de muncha utilidad pública vuestros autos; y por eso tenemos contentamiento las personas de bien y las que os quieren bien.
No me alargo aquí más, que con toda seguridad tendrá su tiempo que echar para castigar malhechores, malandrines o villanos, que todos tres son uno y munchos hay, y no le he de cansar con esta misiva, dando por finada y concluida mi intervención, deseando, eso si, que vuestra merced sea guardado por Dios nuestro Señor munchos años, para bien de España y de todos de nos, quedando a su consideración en lo que fuere menester, poniendo por final, con munchas veras, que ofreciéndose algo de su gusto y contento, me lo envíe a mandar, por que lo haré con el cuidado de que debo y por lo mesmo me emplearé sin que naide me lleve ventaja.
De su señoría vuestro viejo amigo.
Í N D I C E
Página
DEDICATORIA........................................................................3
PRIMERA foto de Torres. ¿1840-1860? ............................4
CARTA al Excmo. Sr. D. Baltasar Garzón Real, Juez de la Audiencia Nacional e Hijo
Para mi mujer María Angustias como todo; y a mis hijos Francisco y Pedro. A Blas Moya Segura, Cristóbal López Lorite, Diego Fernández Rojas, José María Pérez Fernández, Marcos Gutiérrez Melgarejo, María Real Melgarejo, Fernando Fernández Martín y Baltasar Garzón Real, mis amigos desde la infancia.
Porque a Torres más que llevarlo en el recuerdo, hay que llevarlo en el corazón.
Al Juez de la Audiencia Nacional
Excmo. Sr. D. Baltasar Garzón Real,
Hijo Predilecto de Torres.
Vuestra merced se encuentre bien y regocijado me ha el creer que así será.
Holgo muncho por la merced que vuestra señoría me face en prologar aqueste librillo, pero aqueste librillo, quede encomendado en lo que fuese de razón y justicia, que no hallo más y mayor deseo y estimación que cuando aquesto se face daquesa manera.
Yo me deleito de cosas que por tantos cabos da alegría y será de muncho efecto que su señoría lo encamine, ya que negocio guiado por vos, tendrá el fin que deseo y espero.
Muncho me holgaría de ver los méritos de vuestra señoría premiados del cielo, y de la tierra, que por estar agora al presente enella, más conveniente es; por lo que espero que nuestro Señor, os ponga en el lugar donde vaya consiguiendo el fin de su profesión conforme a lo que vos merece y yo deseo, que es como de mis propias cosas.
Deseando siga vuestra señoría en su negocio del cual puedo afirmar con verdad que no ha habido ninguno como vos que haya tenido ni tendrá la satisfacción de merecer el valor y alto sacrificio que procura a España, que semos todos, pues las munchas y buenas cosas que en vuestra persona concurren, deben ser mostradas a las gentes, por ser de muncha utilidad pública vuestros autos; y por eso tenemos contentamiento las personas de bien y las que os quieren bien.
No me alargo aquí más, que con toda seguridad tendrá su tiempo que echar para castigar malhechores, malandrines o villanos, que todos tres son uno y munchos hay, y no le he de cansar con esta misiva, dando por finada y concluida mi intervención, deseando, eso si, que vuestra merced sea guardado por Dios nuestro Señor munchos años, para bien de España y de todos de nos, quedando a su consideración en lo que fuere menester, poniendo por final, con munchas veras, que ofreciéndose algo de su gusto y contento, me lo envíe a mandar, por que lo haré con el cuidado de que debo y por lo mesmo me emplearé sin que naide me lleve ventaja.
De su señoría vuestro viejo amigo.
Í N D I C E
Página
DEDICATORIA........................................................................3
PRIMERA foto de Torres. ¿1840-1860? ............................4
CARTA al Excmo. Sr. D. Baltasar Garzón Real, Juez de la Audiencia Nacional e Hijo
Predilecto de la Villa de Torres.................5
ÍNDICE....................................................................................7
PRÓLOGO y foto actual de Torres....................................11
ÍNDICE....................................................................................7
PRÓLOGO y foto actual de Torres....................................11
CAPÍTULO I.- Quiero aquí decir la condición y presencia de Martín, por lo que presto aprenderán vuesas mercedes quien es en nuestra historia el protagonista............15
CAPÍTULO II.- Vicisitudes que pasa Martín y sus hijos en el viaje que da a La Guardia para vender cosas deTorres....................24
CAPÍTULO III.- De lo que passole en el castillo de La Guardia y plática que tuvo con un alférez de los Tercios de Flandes.....................................36
CAPÍTULO IV.- En el mesón de la Garbosa en la Guardia, Martín escucha del Alférez Contreras su historia y la manda dictada por el Rey Felipe II...................................................46
CAPÍTULO V.- Contole Martín a María lo de la manda del rey y buscó a Blas Chico para que fuesse a la Real Chancillería de Granada por el pergamino...............................................................63
CAPÍTULO VI.- Presentose Blas con su caballo Radiante a Martín en el sitio y a la hora acordada y vase a Granada..............................................73
CAPÍTULO VII.-Entretenimiento de Martín en el mesón de Pedro Carailes. Consulta que fízole a Juan Caballero, barbero cirujano sobre cómo tener hijos machos y no hembras y sabios consejos rescibidos..........................76
CAPÍTULO VIII.- Vuelve Blas de Granada y entrégale el pergamino a Martín..........82
CAPÍTULO IX.- Sumario de las cosas que acontesciéronle a Blas en Granada y cómo fuele el viaje. De lo que vido y cómo cuenta son las muxeres. Lo que dize él llaman fumar. Vido cómo juégase al juego de la pita y explícalo. Lo que passole con la cabeza cortada del morisco remontado Farax el Negro a la vuelta del camino............88
CAPÍTULO X.- De lo que acontesciole a Blas en la venta del Zegrí con un feo viejo y una bella dama, amén de otras cosas. De como el pícaro Benito consigue que le lleve Blas a Granada la próxima y venidera vez...................113
CAPÍTULO XI.- Dale Martín a María las píldoras alefanginas y lo que hay que dezir y fazer al oydo de una muxer para que quede en preñez...................121
CAPÍTULO XII.- Canta María el romance del Maestre de Calatrava y bromas que le da a Martín. Cosas que hay que fazer para saber si ha preñado. Descripción de la cocina de María................123
CAPÍTULO XIII.- Manda hecha a Dios Nueso Señor y canto, que Martín dize sobre la conquista de Torres por el rey Fernando el III y Santo. Bartolomé Ximénez de Barrionuevo le da carta de recomendación para quel marqués de Camarasa don Diego de los Cobos y Mendoza, le arrendase unas tierras que tiene en Pulpite..............130
CAPÍTULO XIV.-De lo que acontesciole a Martín con el marqués y la historia del perro Leal, amén, también, de otras munchas cosas...................137
CAPÍTULO XV.- Regalos que le da el marqués de Camarasa a Martín; y como presto fue a dárselos a María y ésta le anuncia que preñada es...............147
CAPÍTULO XVI.- Visita a la estrellera Juliana Mardanis para fazelle consulta sobre si María pariría macho o hembra..............................152
CAPÍTULO XVII.- Cómo explica Martín los munchos conocimientos que tiene de lo que es una nube y cuenta a su familia el relato de Hernán y su hija Elvira del pueblo de Albanchez........159
CAPÍTULO XVIII.- Enseñanzas que da Martín a sus hijos sobre el arte de la caza y como enseñar a los perros; los conocimientos relacionados con la escopeta para no tener impedimentos; el vuelo de las perdizes y el correr de los conejos, aparte de otras cosas de la caza mayor y manera de pillar lobos en los Gamellones....................176
CAPÍTULO XIX.- Sin titulillo...............192
CAPÍTULO XX.- Tomole el parto derecho y no revesado a María y parió dos fermosos infantes. Accidente que passole a Martín y consejas del cirujano............193
CAPÍTULO XXI.- Martín dispone un nuevo viaje a Granada de Blas. Acta que fizo Blas de Ortega, escribano del concejo y consejas del cirujano. Nombre que le pone a los infantes.............201
CAPÍTULO XXII.- De las cosas que son nezesarias tener a una ama y lo que ésta debe guardar............209
CAPÍTULO XXIII.- Blas y Benito van a Granada por el camino de Mata Bexí. Llevan el acta de verdad para solicitar en la Chancillería la fidalguía de Martín................213
CAPÍTULO XXIV.- De los munchos tratamientos que se compone el tal librillo y explicación cierta, escueta y clara, para que se puedan fazer y executar tales remedios en qualquier parte....................222
CAPÍTULO XXV.- Vanse de noche a mundanear y pretensiones de Benito con Roxana. Apuesta que faze con Camila que presto aprenderán quien es...................235
CAPÍTULO ÚLTIMO.- Nombramiento de Martín como Hidalgo de España por el Marqués de Camarasa............243
PRÓLOGO
Quando aqueste libro lean vuesas mercedes, sepan que no propúseme al escribillo adquirir reputación o loa, antes bien, contentamiento por ello. Si provechoso es, holgaré muncho, si deficiente, comprenderán que harto difícil es fazer uno bueno; si bien Plinio dezía que no hay libro malo, ¿por qué halo de ser aqueste? Mas aprisa apelo a vuestra bondad y nobleza porque sé que quedo dispensado daqueste mesmo momento. Es menudo y pesa poco; ansí pues, no sírvenos para adiestrar los brazos, sino la mollera; y como su primor no se asienta en la quantía, sino en lo puro –creo–, muncho esforceme en conseguir lo último, ya que lo intenso satisfaze más que lo inmenso.
En él encontrarán vuesas mercedes palabras que tal vez sólo los torreños sabemos: chiláncano, morciguillo, picho, tapirojo, etc. Otras están mal escritas ex profeso, porque ansí las dizen sus personajes y yo no débolas trocar sin asentimiento dellos. Otras son términos jergales; o contracciones silábicas; o deformaciones léxicas, etc. Demasiadas son antiguas, de poco uso, si bien aparecen en el diccionario y bastantes, ni eso: ni tienen uso ni aparecen en él. Otras que debieron ser escritas con “ f ” aparecerán con la letra “ h ” para no extraviarnos entre: hecha del verbo hacer por fecha de data de cronología; hijo por fijo etc. Tropezarán también con figuras literarias como localismos (zoloco) Reiteraciones del habla (si es como que lo es) Alteraciones en distintas formas verbales (haiga por haya) Asimilación de unas letras por otras (recibillo por recibirlo) Metátesis (anfitreato por anfiteatro) Hipérbaton (que bien gústale se los comer) Confusiones consonánticas (pruma por pluma) Pérdidas de consonantes intervocálicas y finales (maldá por maldad) Reducciones consonánticas (inorancia por ignorancia) Abundantes metáforas (tenía vacíos los cajones del conocimiento) Velarización del diptongo hue (güeso por hueso) Aliteraciones o repeticiones consonánticas (calle, calle y tome la calle) Cambios en el orden de los pronombres átonos (me se ha por se me ha) etc.
No se desasosieguen las vuesas mercedes; que todas estas figuras quedarán elucidadas a los alcances del autor, al final, en un vocabulario o al pie de cada página, ¡Ya veremos!
También déboles advertir que si alguna cosa escribiere que no vaya conforme a lo que tiene concertado el honor y el buen fazer, será por ignorancia (errare humanum est) y no por malicia. Esto ya pueden dallo por cierto. Y si en otra alguna cosa hobiere falta, imploro al discreto lector la supla; que como hombre me habré descuidado.
Quisiera atinar en cosas bien escritas; aunque por tener la cabeza con cierta flaqueza y quasi sin virtud, suplícole al cielo me despeje.
Si es como que lo es, por tenello ansí entendido, que en lo superior de la cabeza está lo superior de la inteligencia (esto es de Santa Teresa), ruego a la Ventura écheme a espuertas tal destreza, para poder, al menos, componer aqueste librillo.
Entre las palabras que escogido he, han sido las que mejor se me acomodan; y advertido he el sonido dellas y aún enumerado las letras; y pesado, medido y compuesto; para que no solamente digan con claridad lo que pretenden dezir en verdad, sino también digan las cosas con cierta belleza, gracia, avenencia y sencillez.
He sido, o al menos mi intención fue esa, como la abeja; que quando liba de flor en flor fabrica su propia miel.
No quedará por mí dirigirme a licenciados y versados; que por ser éstos eruditos solicito tengan en cuenta a quien como yo, tan poco sabe; ya que puedo dezir cosas recargadas y desatinadas; si bien algunas habrá, digo yo, que acierte. Ansí que tenga condescendencia quien las leyere, pues también tuve yo paciencia, y mucha, al escribillas.
Vaya mi reconocimiento a Santa Teresa, Baltasar Gracián, Fray Luis de León, Miguel de Cervantes y otros más, y a un tal Anónimo que escribió “El Lazarillo de Tormes” que todos ellos me adiestraron con sus sublimes obras y me sirvieron de horma.
CAPÍTULO I
Quiero aquí dezir la condición y presencia de Martín, por lo que presto aprenderán vuesas mercedes quien es en nuestra historia el protagonista.
Llámase Martín López de Alcalá y dícenle el Bermejo, porque la color de su cara es roxa y muy encendida, de edad de quarenta y cinco años poco más o menos, si bien más bien más que menos, su presencia y altor es de buen cuerpo, membrudo y muy alegre, y si tuviese el rostro más largo, mejor me pareciese a mí y a él. Los ojos en el mirar créolos amorosos, y por otras graves; las barbas algo ralas; el cabello igual que las barbas; el pecho alto y la espalda de buena manera, cenceño, de poca barriga y algo estevado; las piernas y los muslos bien sacados; todo corazón y de buen ánimo que es lo que faze al caso. Su apellido dize él, es lustroso y bien bruñido porque díxoselo su agüelo, que muncho sabía porque llegó a crecida edad y enseñole las letras y las demás instrucciones nezesarias, ya que entre otras cosas, es lo más mejor que haber puede en la vida de los hombres, estando quasi a la par del conocimiento de la caza. Viene, su apellido, de Lupi fílius, ya que entrambos, tiempos ha, encontráronselo tallado so una piedra en la ciudad de Ossigi Latonium, que a hoy llaman Cerro de Alcalá; concasinque, es afamado por generar del tiempo de los romanos.
La gente dize que es de capa parda; tengo que dezilles que si bien lo anterior no es malo, es gente de traza y de modo .
Casó con María Hermoso; que bien podía llamarse fermosa, ya que arrobas tiene para ello. Amondongada de rostro, morena y tosca, quasi como estas tierras; aunque eso sí, usa cendales y no arambeles .
Diole cinco hijos: Alonso, Antón, Sancho, Rodrigo y Gil, que de paso sea dicho, púsole aqueste nombre por don Gil de Mendoza y Carvajal, Alcaide Mayor de la villa de Torres, que cuéntase entre los pueblos y villas del reino de Jahén y que está en la Andaluzía; y aqueste es su pueblo; y el mío. Pueblo quel siempre vencedor y nunca vencido, el Santo y gran rey Fernando III lo conquistó a los moros en el año de doscientos treinta y uno, y si vuesas mercedes tienen por bien, como mi deseo es, le aprender de memoria aqueste soneto épico a Torres dedicado, dallo por fecho que agora mesmo queda escrito, y si ser puede, sea. Sólo imaginar héis, estar en el año antedicho entre las picas secas y huestes de Castilla en su fortaleza y castillo, viendo, eso sí, dende sus alturas y almenas, como los árabes vanse derrotados a Jahén; y en el Viso ...
Siempre sobre Torres su mente puesta,
teniendo perdida toda esperanza,
daba favores, gracias y alabanza...
la desgraciada sultana depuesta.
¿Tu brava jarca, no estuvo dispuesta,
con sus Alhamares a dar su vida,
y nos defender de la acometida...
de esos infieles cristianos de gesta?
Calló quien sola camina con calma,
por haber perdido rico zafiro...
su vida, se enflaquece y se desalma.
Con tierra en labrado cesto de palma,
dio la abatida sultana un suspiro...
quedando en congoja, su afligida alma.
... y don Sancho IV rey de Castilla diolo a la Orden de Calatrava con todo su término, entradas y salidas, con ríos y montes y todo lo de dentro.
Para su conoscencia, quiéroos dezir que en poniéndose en las eras de San Marcos, vese daqueste lugar, y una cosa es dezillo y otra mirallo, precioso y delicado paisaje dende do la vista se engorda y tiene a mano la mitad del término. Acá, quasi a mis espaldas la iglesia con su cementerio (las espaldas no tienen ojos y no veolo) frente a mi frente, el Cerro Viejo y tras pasar aqueste, el Almadén, con su mandil verde chaparro, so el que resalta aquí o acullá algún encalado cortijo rodeado de frutales. Es un pico alto que delimita con el manto celeste del pelado horizonte; con sus empinadas laderas que sonríen a los cielos, plagadas de rastreras sabinas, encinas, tejos y pinos verdes. En estotra dirección del un cabo a la mano diestra, la olivarera campiña; y a su fondo, Baeza y Úbeda sin cerros, que no véolos porque no haylos; en esotra dirección que nos queda del otro cabo a la mano siniestra, en la linde, Torres balconado con su encrestado castillo por corona, rodeado de murallas defensivas so las que se intercalan en alineación fermosa, atalayas cansadas de ser viejas, aunque eso sí, altivas; aspirando a tentar el manto zarco del cielo, cercado de enredados y verdes olivos sostenidos por antañones troncos cansados de vivir, retorcidos por el dolor del tiempo y regados por el sudor de las frentes de sus nobles gentes. Acullá, las Cárceles y Sierra Mágina, la Magna romana, que como brava y fuerte, es noble.
A la parte del mediodía está la sierra que nos provee de leña. La mayor parte es de chaparro y encina, munchos árboles de fruta y caza salvajina
El primer pueblo que está más cerca de esta villa a la parte de donde sale el sol es Albanchez de Úbeda, que fue de la Orden de Santiago, y está a legua y media crecida por camino derecho.
El más cercano a la mano del mediodía es Cambil, a tres leguas y el camino va torcido y algo áspero.
La villa más inmediata a la parte de poniente es Pegalaxar; está a poco menos que más, quatro leguas por camino cerril y áspero.
El lugar a la parte del norte se llama Ximena, y está a tres leguas de camino pacífico.
Está fundada esta villa sobre cimbra accidentada, siendo tierra fría, por ser munchos los fríos y yelos, aunque munchas veces combate cierzo y de que él corre, hiela bien. Es tierra sana y no enferma, aunque en aqueste presente año andan munchas enfermedades.
No más de treinta años ha, quel muy alto y poderosísimo, católico y césar invicto, el señor don Carlos, primero daqueste nombre, emperador siempre augusto y rey de España, domador de las gentes bárbaras, a quien todo el Universo fue sujeto, cuya ánima Dios haya y téngalo en su Gloria por siempre jamás amén, vendiole la Encomienda a don Francisco de los Cobos y Molina, Comendador Mayor de León y señor de Torres, que fenezió desta presente vida porque Dios quiso y contra su voluntad; que si Dios no quisiese o quisiere, agora fuesse vivo. Heredolo todo doña María de Mendoza y Pimentel, viuda muxer que fue de don Francisco; y demasiado quexose de que él cascó; y es que, creo, olvidósele que fue hombre. Yo digo que como finar hay, eso no es pena, que es natura. La vida no es otra cosa sino un curso para la muerte; y como las cosas que vienen ordenadas del cielo no son tan graves como parecen y los mortales no somos dignos para entenderlas, no debemos afligirnos por cosas naturales, en especial por las que no tienen remedio, como es la muerte, pues nuestra vida no es sino un perpetuo caminar para ella, ya que Nuestro Señor la manda.
De las fiestas y votos, que de todo hay que hablar, fácese una que se celebra al Corpus Christi en su propio día con procesión y sermón que importa anualmente por un año quatrocientos quatro reales de vellón; el día de San Marcos no se come grosura ninguna, pero si hornazo guarnecido con güevo y lechugas frescas, hay procesión a los Ventorrillos y votose por la langosta. Asimesmo otra de desagravios el día del Santísimo Sacramento el domingo de infraoctava Concibición que anualmente asciende cada un año a ochenta y siete reales y catorce maravedís, y el día de la Candelaria se guarda por voto del pueblo y votose por rabia. La que se haze a San Juan Chrisóstomo también en su propio día importa ciento veinte y cinco reales de vellón, y fácese por la pestilencia. Hay una iglesia mayor patroneada por Santo Domingo de Guzmán, una ermita que se llama de San Marcos y otra el Santo. Ambas dos chiquitas.
Y con esto doy por concluida mi explicación sobre las fiestas, y pasando a otra cosa, os diré, que de la heredad en raíces rescibida por Martín, consérvala entera. En Santo Indio, unas aranzadas de tierra de alcandía y cebada de año y vez con figueras y allozos . Un lienzo grande de majuelos en las Panderas. Dos huertas; una encima de la Puente con tres yugadas de tierra, junto a los Molinos altos, con nocedales, y cerezos que en marzo se visten con sayas de rosa apacible y un blanco inmaculado, y granados y ciruelos. También siembra en ella garbanzos, lentejas, habichuelas y yeros en bancales escalonados, cercados por cardos, arcanciles y alcachofas, regado, eso sí, por aguas con luces porque arrastran su brillo azul al caer del cielo, la qual agua, repártense de forma clara y precisa entre cada qual de los vezinos; y la otra huerta, con algo más de yugada y media de tierra arija a la vera del río; pero con mejor templanza, so la que cultiva ajos, cebollas, berenxenas, coles, lechugas, rábanos y todo tipo de hortaliza. Quatrocientas y sesenta olivas en la Albariza. Eso sí, todo está do escarba el gallo; amén de trescientas cabezas de ganado entre ovejas, borros y cabras. En la corraliza grande y espaciosa de la Cruz Chiquita guarda quatro vacas, ocho cochinos, algunos andoscos de cabra que tiene apartados para la venta, una reala chica de mastines para la caza, gallos y gallinas. En la parte baxa están las zuhurdas y chiqueros llenos de cieno y chirle do hozan los cerdos xapurcando y revolviendo el agua sucia. En las Zorreras un palomar de zuritas y treinta colmenas.
Preparada la capacha tienen para principiar un viaje a la Guardia y vender la leña, la madera y el carbón sacados del monte por Alonso y Antón, aparte de la mercadería que habíanle dado sus convezinos. Dizen que doña María, la marquesa de Camarasa, dueña y señora de la villa, ha puesto mandato en esto, so grave pena, y que sus mayordomos y fazedores están en ello para no le permitir; empero, como la nezesidad carece de ley, creome que Martín júzgase dispensado de las obligaciones y mandas desa señora.
Tienen la mercadería allende en la alquería de su deudo Melchor de Ortega, en la Mesa, so la que a pesar de ser campo bravío, vese una alfombra tintada de color verde intenso. La menuda hierba que alfombra el suelo, aparece confusa entre mil figuras, creando una infinidad de reflejos caprichosos de luz y sombra. De allí, monte abaxo, llegarían a La Guardia para estar presto de vuelta en Torres.
CAPÍTULO II
Vicisitudes que pasa Martín y sus hijos en el viaje que da a La Guardia para vender cosas de Torres.
Quando abre sus brazos la luna en auxilio de la noche, dispuso Martín llamar a dos de sus hijos y preparó todo lo nezesario para el camino. Asió un bernegal y sacando de un catino avenate, echóselo en la caja de la boca para refrescalla y disimular su sequedad y mal vaho; es bueno para los dientes y muelas que padezen guijón .
Preparó el bestiaje con sus hijos y una vez enalbardados el macho, la mula y los dos jumentos, despidiéronse de María, Sancho, Rodrigo y Gil e principiaron el camino para encaminarse a la Mesa.
Llegaron al cortijo y allí los aguardaba Melchor, –que ya tenía cargados sus quatro burros–; y dándose mutuos saludos, acto seguido, asieron sus respectivas buchacas y en desatando la requa iniciaron la senda y Martín nombrose recuero mayor.
Un nublo qual capa negra tapó la luz de la luna y de asohora, tropezose con una piedra y cayose so un cagajón de la mula que ni faltole ni sobrole y echando rayos y centellas, exclamó desta guisa :
–Mecagüen la mula que cagose en aqueste sitio; que bien paréceme gacha de cagajón de la Galana –que ansí llámase la mula–; que comiose toda la cebada del saco que quedose olvidado baxo el dintel de la puerta de la quadra.
–Padre –díxole Antón entre risas–; debe vuesa merced avenirse con lo que la Ventura ha de guardalle. Aplíquese eso de que a quien Dios se la diere, San Pedro y San Antón se la bendiga.
–Dios –dixo Martín–, dexome de su mano y me porraceé do no debía; agora bien, entiendo todo lo que vos dezís; por tanto, no ha de enojarse uno de las cosas de poca monta; puesto que Dios da alas a la hormiga para morir más aína; que manifiesta quel abuso de los medios proporcionados para un digno fin suélense convertir en perdizión y daño.
–No entiendo, padre, lo que vuesa merced dize –replicó Antón.
–¿No entiendes que Dios da almendras a quien no tiene muelas? –alegó Martín. Él quiso que yo me cayere por tener el cuerpo grande; y sabe que llévolo fofo y decaído.
Zanjando la plática, Martín limpiose como pudo bajo los plateados rayos de la alumbradora luna y camino abaxo, pasaron por el Posteruelo, los llanos de la Mancha y la Serrezuela, amén de la alquería del Puerto y la del Cercado; y de aquí, quando el día borra a la oscura noche, y en el punto en que la noche levanta su sábana y abre con intensa luz la mañana, en amaneziendo, fueron derechos al manadero del Peñón, cerca de Pegalaxar, do adezentáronse y desacaloraron del duro caminar pasado. Fecho esto, sólo queda reparar la fragua de sus estómagos; que ya les queman y dizen tienen ahilo .
Diéronse una buena mano de tocino lardo veteado y unos quantos tientos de vino aloque, dulzarrón y coladizo como una bendición del cielo; y habiendo dado tres vueltas al corro el zaque sin merma de tiempo, marchan prestos a su segunda parada que está a pocas leguas, en la venta de San Antonio que da con el río Guadalbullón –que por ahí pasa– a vista de la Guardia.
–Advertid –dixo Martín a sus hijos después de haber observado y antes de llegar a la venta. Aquesos tres que allí véis son biantes; pues éstos se prometen felicidad con su aborrecible método de buscarse la vida y enriquecer. Llevan consigo bulas y falsos privilegios de santos padres. Ofrecen vaciar del infierno o del purgatorio las ánimas de los que están allí. Dan munchas indulgencias y concesiones. Absuelven todas y cada una de las culpas sin dificultad a qualquier pecador, sea grande, mediano o chico. Tienen abundantísimas disposiciones, y prometen al pueblo rudo y sencillo sacar las ánimas de sus difuntos de tales lugares. Para ellos esto es una bagatela. Si la mano de la ignorancia se alarga en copiosa limosna, más poder tienen, aún del despecho de todos los demonios. Todo lo precedentemente dicho es finura en ellos. Por tales tres, no pararemos aquí.
Cruzaron a la orilla contraria, que también se llama reversa; y en la umbría de un gran nogal paráronse a eso de las diez de la mañana, quando ya el sol preludia a centellear con su brioso lustre.
Hay en aqueste paraje un salegar do un hombre viejo de sesenta años poco más o menos; si bien, más bien, más que menos, vestido con alquicel morisco, el qual reponía la sal que después comería su ganado. Aqueste, pastaba en chicada en las fresqueras del río.
Ofrecioles asiento en su hato que estaba ocupado por cinco zagales, que según díxole el viejo, eran de la piedra y que él vestía, mantenía, cuidaba y enseñaba a trueque de su trabaxo.
Ataron la requa a los troncos de unos camuesos que en fila había, so la linde de una tabla de frondoso alcacel más verde que una ova y al descanso, diéronle un lingotazo del vino aloque del zaque.
Díxoles que de nombre fuele puesto el de Nicasio.
Martín presentole a sus hijos y dixo:
–Vuesa merced siga en lo que faciendo está; y no repare en nos, que en jalando un poco desta hogaza, de la gutifarra y de los chicharrones que María, mi muxer, puso en aquestas alforjas, partiremos presto para la Guardia que cercana está.
En oyendo lo dicho, la túnica de los centelleantes y finos ojos de los cinco zagales, púsose en su sitio; y como fijándose fíjamente, no quitaban la vista de la hogaza ni de las gutifarras y chicharrones que salieron de las buchacas; no tenían los pobres pitanza ni para untar el diente.
Diose cuenta desto Alonso y repartió un buen zoloco de pan sentado, y a cada uno dellos una puñada de chicharrones, media gutifarra y quatro libras de bartolillos, con las entrañas llenas de carne que mercaron en Pegalaxar.
–Aplicaos, hijos míos, los reflanes de: ¡Quando no tengo solomo, de todo como! Y... A pan duro, diente agudo –argumentó Martín.
–Sepa la vuesa grandeza –manifestó un mocosillo que dixo llamarse Chanchaía–, que eso ya nos le enseñó maese Nicasio, bienhechor nueso, al qual, Dios nueso Señor guarde por siempre y en ningún tiempo nos falte por bien de todos. Escuche la vuesa mesurada, elegante y noble señoría el canto siguiente:
Pasensia hase de tener
si faltare la abundansia,
sacar del güeso surtansia,
si argo se quiere comer.
Sólo haylo que coser,
y juego sutil le ablande,
antes que chico sea grande;
y asina el caldo finado,
siempre tendrá güen bocado
quien esto, sólo demande.
Otro rorro pegote de pelo rubio, con finos destellos en su azul mirar y mofletes de melocotón, replicó de inmediato al mesmo tiempo que engullía:
–Mejor paréceme es la que maese Nicasio dedicome a mí, que Nicolasillo llámanme por ser aquese mi nombre; y si otro fuesse, llamaríanme a saber dotra forma u manera. Y de paso os diré, ilustrísimos señores, que estoy presto a servir a las vuesas mercedes. Escuchen las vuesas señorías:
Nicolasillo destaca
faciendo como su perro,
que nunca dureza achaca...
a lo que lleva cencerro.
Y continuaron el verso los restantes infantes diciendo a coro:
Aún si la pata es de fierros
fácesele gran disloque,
come cada día más puerros...
que frutos da el alcornoque.
Rieron todos de buena gana y el viejo Nicasio dio remate diciendo:
Si damos púdico enfoque,
graja, grajo, burraca y ajo
sal y tomillo es el toque
que gusta a “Illo” y a sus... pelotas.
–¡Maese! –dixo el mayor dellos–; quel verso le finó vuesa merced en otas, y rematar débese en palabra que termine en ajo, ¿no?
–¡Sí! Lleváis como quasi siempre razón, Periquito Montoro Espinosa. Debéis perdonar a aqueste probe viejo que tiene demasiadas pigricias . ¿Qué palabra pondríais vos?
–¡Badajo! –expresó Periquito con la rapidez del rayo.
Mondábanse de risa por la ocurrencia los presentes y en esto que vínole a Nicolasillo de asohora un estornudo; y al apretón para ahogallo, escapósele un sonoro pestífero y maloliente cuesco que provocó le saliesen dos largas velas de las narices que fizo se carcajearan y revolcaran de gracia, gozo y felicidad so la verde cebada que en manojos había segado Nicasio para sus animales antes que la mañana supliese con tinta celeste a la negra noche y madrugase el sol.
Y después del sosiego...
–Buena y alegre enseñanza le da vuesa merced a estos zagales –objetó Martín–, al tiempo que sentábase el viejo en el corro.
Fuele pedido a maese Nicasio que acabase el recontamiento que principiado tenía quando llegó Martín y sus hijos.
Aqueste pidió la venia y otorgada sin reparo alguno, principió nuevamente desta manera:
–Fui un fermoso y tranquilo día a recorrer camino; trovábame como un alfeñique almadiado descansando baxo un verde y frondoso noguero. Absorto y perdido mi pensamiento en cosas vanas y de poco peso, atiné a guipar un gallo muy galano y de resplandezientes colores en su plumaje.
Sorprendiome ver cómo con gran agilidad y rapidez, subiose y encaramose a la rama más alta de un almendro, que aqueste era el árbol que allí había.
Enarqué las cejas para enlazar mi ojo bueno con lo que parescía venir en la distancia, y dexose ver un raposo embelecador, hampo y malandrín, qúal marcial soldado, viniendo camino abaxo con un trote avivado.
Al toparse con el gallo que dexamos encaramado y sosegado por la seguridad de la altura, díxole con comedimiento estas milesias, de forma grandílocua y gran jerigonza :
–¿No sabedes vos, que no ha pocas horas, toda la Convención Universal de Animales, han avenido la paz, de modo, suerte, costumbre y forma, que ya no es lícito, y ansí prometímoslo todos, fazernos daño unos a otros? Baxad desa altura, no sea que os fagáis perjuicio y dadme un abrazo para poder sellar nuestra amistad.
–¡Qué hideperro! –afirmó maese Nicasio–; quien prosiguió desta manera:
–Maese gallo que de sabiduría y experencia, tenía llenos los aposentos de la cabeza, no había oydo nada so la reunión celebrada por la Convención Universal de Animales y según él, no sabía que tal convención existiese. Osó descoser su boca y de forma resoluta, fablole al zorro desta guisa:
–Hermano zorro, yo encarámeme en aqueste almendro para oler las bellas flores que aquí veis. Pláceme su delicada fragancia, hummm... y como algunas ha, que aún no las he olido, seguiré en aqueste mi menester; pero no os preocupáredes, pues dende aquí guipo, ya que alto estoy, a un cazador que con quatro mastines vienen dando baladros en aquesta dirección; dalle vos abrazos a cada uno de los perros... y presto estaré yo también para abrazaros a todos y sellar nuestra amistad quando concluya aqueste menester.
Oydo esto, el hopo y lomo del raposo púsose con las cerdas de punta; ya que acordábase de los lances que tuvo con otros alanos tiempos ha.
Quedáronsele vacíos los sesos de la cabeza . Notose el corazón como un atambor en la guerra y como calzando patas de gamo dixo: ¡Pies para que os quiero! Desapareció sin dexar rastro.
Quedeme pensando cuán falsario fue el zorro y pláceme aplicallo a los hombres y muxeres que pasándose por zorros, fazen engaño por siempre jamás a los demás.
Y corolín corolao, aqueste relato finose y queda finado.
–Bien veo –replicó Martín–, que vuesa merced es hombre de enseñanza; porque en el remate daqueste cuento está la esencia del, corto y resoluto; que en plática larga, poco quédase enganchado en la cabeza; y vosotros, hijos míos todos, estirad las orejas y las poned en la vereda y dirección do hállese maese Nicasio. Aprended dél, que es de lengua sabia y prudente para que nunca jamás os puedan dezir, que lo único que fazedes y sabedes de memoria es dormir.
Dicho lo dicho, desataron la requa y despidiéronse todos tres del buen Nicasio y de los braguillas a los que dexaron una hogaza grande de blanco pan, butifarras, tocino, tortas de Albanchez, almoríes y almojábanas .
Camino arriba, ya cerca veíase el torreón del castillo de la Guardia, señorío de los Mexía.
CAPÍTULO III
De lo que passole en el castillo de La Guardia y plática que tuvo con un alférez de los Tercios de Flandes.
En llegando a la plaza, descargaron en una parte el carbón, la leña y la madera y en otra, la mercadería más fina; quatro fanegas y media de garbanzos blancos de Llano Castillo; cinco fanegas de habichuelas y una fanega de habicholones sacados de la Fuenmayor por Miguel de Raya, llevados por encargo de don Gonzalo, señor de la Guardia, que bien gusta se los comer. Azeite y vino; alpargatas de cáñamo; esparteñas hechas por Cristóbal Coscorrón; algunas fermosas mantas de las abatanadas en Torres y ferraduras para los caballos hechas por su tocayo Martín el ferrero. Tampoco haylas mejor acabadas en todas las villas comarcanas.
De las cosas llevadas, Martín cosióselas todas en la memoria para que no se le cayese ninguna; no obstante, antes de yr a ver al personero de don Gonzalo, dictó a sus hijos que diesen agua a los animales en una bella y fermosa fuente que en la plaza había.
–¡Vive Dios! –dixo quando vido tan gran maravilla y a tanta gente en la plaza de armas del castillo. Acercose como pudo a un caballero corpulento, fuerte, hábil, gallardo; y bien armado con celada, coraza, espada, daga al cinto y preguntó qué pasaba.
–Señor –dixo el alférez, que aquese era su cargo–; aquél que allí veis entre aquesos ocho alabarderos alemanes es el capitán de los Tercios don Julián Romero que en los combates de San Quintín, quedose medio hombre, después de haber perdido una pierna y el brazo izquierdo llevado por una bala de artillería. También quedó sordo de un oydo y sin su ojo derecho de un arcabuzazo. Aqueste, do quiera que vaya, es comisionado del gran Duque de Medinaceli, quel rey católico y césar invicto nueso señor don Felipe II, que Dios guarde por siempre jamás, nombrado le ha Gobernador de los Países Baxos y presto irá a Flandes. Faciendo estamos acopio de todas las cosas útiles que son menester a nuesos Tercios. Si vos tenéis género que vender, fablad con los vivanderos, tratad con ellos de lo vuestro y si llegáis a entendimiento, entregad el papel que os dieren al pagador para que os salde la nuestra deuda.
Fuesse Martín y acercándose a un vivandero díxole:
–Señor vivandero, por un alférez sabido he que vos compráis cosas y bagajes para nuesos gloriosos Tercios en Flandes. Dezidme podéis si os son nesezarias las cosas que allí en lo hondo de la plaza veis junto a los mis dos hijos.
–¡Allende no veo más que bultos! –contestó el vivandero.
–¿Bultos dezís, caballero? –objetó Martín. Allí hay, aparte de buena mercadería, buena gente, que hijos míos son.
–No referíame a eso maese... Martín, repuso el de Torres.
–Referíame a que debido a un reventón que diome un mosquete en Malinas, por querer poner fuera de combate a un insipiente y buscarruidos rebelde orangino holandés que harto lexos estaba perdí vista. No fazía ni más ni menos que dar grandes voces farfallosas en español e inferir aspavientos con las manos. Dábanos la espalda de vez en quando y alzábase unos pestíferos faldones, imagino, de cuero brillante y manido que llevaba; y en agachándose, su feo y sucio culo enseñábanos el malcarado. En esto, dezidí fazelle pagar tal ofensa y convenido con mi capitán, ofrecille salir a pelear los dos a la mitad del campo y no quiso, porque, o no entendiome o no tuvo el valor suficiente. El caso es que dezidí por mi cuenta cobralle tal ofensa y metile al mosquete doble de adarmes de pólvora y pelotería por ser doble, creí, la distancia que entre yo y él había. Calé la cuerda y al apuntalle y disparalle... por el ansia que tendría, pienso, él de morir por su causa, y yo de que muriese por ella para dalle tal honor, quise ser caballero y no privalle dello; por exceso de pólvora o atraque, explosionome el mosquete como el lagarto de Jahén y volose todo en mi enderredor.
–¿Cómo sabe vuesa merced lo del lagarto de Jahén? –objetó Martín.
–Soy jahenciano ni pollas. Mi buen padre púsome por nombre el de Lucas; por apellido llevo el de Furnieles; naciome mi madre en la Magdalena; crieme en la plaza de los Jardinillos y pertenezco a la Hermandad del Agüelo dende que resuello , que no es poco –alegó el veedor.
–¡Ah! Vuestra merced es de los que lleva en sus conductos azeite en vez o en lugar de humor sanguino –contestó escuetamente Martín.
–En el hospital truxéronme noticia los mis compañeros –prosiguió el veedor– de lo que passole al orangino y dixéronme parecioles ver, cómo su ánima calvinista fuesse al infierno más apriesa que por costumbre tenían las de los demás muertos por pesar ésta menos, ya que la mesma tenía tantos agujeros como su cuerpo, que quedose como criba acribillado. Esto, repito, dexome los ojos a media luz y no preciso con precisión; si bien doquiera que esté, siempre será mejor que estar en aquellos humedales. Aquí lo que demandan es ser persona diligente que tenga noticia de la bondad y precios de las cosas que hobiéranse de mercar, que no estén dañadas y escribillas en aqueste libro con sus costos en cifras y luego en letras, sacando la suma dellas al margen, todo con claridad y distinción; ansí del gasto ordinario como extraordinario; y en ninguna manera, como podéis comprobar, esto lo faga una persona sola, sino dos distintas, por los munchos inconvenientes que experimentado se ha. ¿Entiende la vuesa merced?
–Entiendo y preciosa historia esta que me cuenta; amén, dame a mí que si bien ve poco la vuesa merced, presiento lo llevará a gran gala; que según tengo entendido, quanto más merma el cuerpo por feridas en el combate, más aumenta y ensalza el alma y alcánzase el mayor honor, quando más y mejor cumple el soldado con su deber.
–La vuesa merced lleva razón. Los Tercios saben más de obligaciones y deberes que de derechos y ansí, presiento, será mientras hayga exército; por eso, estamos empapados de tal decoro y estima.
–Sea como vos dize y acérquese la vuesa merced. Acérquese y... precise, precise.
Vídolo todo a medio ojo y dezidió comprar todos los bastimentos por serles de nezesidad, a excepción de los granates habicholones que comprometidos teníalos Martín con don Gonzalo.
Diole a la pluma el vivandero y con rapidez y soltura dixo:
–Una carga de carbón, un ducado; una carga de leña para gasto desta noche, un real; una carga de madera, dos reales; quatro fanegas y media de garbanzos, quatro ducados; cinco fanegas de habichuelas, diez ducados; azeite, dos arrobas, veintiocho reales; vino, quatro arrobas, veinte reales...
–No os pongáis a disputar conmigo y téngase señor vivandero Furnieles; que si las cosas escribillas héis en cifras y letras y sacar la suma dellas con claridad, dame que muncho rápido lleva esto vosacé –replicó Martín. Téngase y muncho cuidado con la pruma; que entre fanegas, reales, ducados y arrobas, vanse los conocimientos numerales de los sesos a otra parte y piérdense por el camino los ducados que de llevar he a mi pueblo que se llama Torres. Principiemos nuevamente y a la cuenta de... ¡media carga de carbón! quel pagador faga merced de echar un ducado al sombrero y ansí ininterrumpidamente. Que pasan ferraduras a esa parte, vosacé eche los ducados a la otra. Ansí fasta la conclusión, remate u término, que sumará vuesa merced a pliego visto y oydo y yo contaré los menudos para cotejar si la cuenta ha sido atinada.
Enseñando por la sonrisa sus amarillentos y pocos dientes, el vivandero, abaxando su cabeza llamó al pagador.
Martín dixo para sí: tal para qual, Pedro con Juan o Pascuala con Pascual, que vos como Furnieles sois igual.
El vivandero continuó desta forma y manera a voz alzada:
_Una carga de carbón, un ducado quel pagador echa al sombrero; una carga de leña para gasto desta noche, un real y faze lo mesmo; una carga de madera dos reales e iten; quatro fanegas y media de garbanzos, quatro ducados e iten que iten; cinco fanegas de habichuelas, diez ducados y ya no digo más iten; azeite, dos arrobas, veintiocho reales que van al sombrero lo mesmo que los anteriores; vino, quatro arrobas, veinte reales que llevan el mesmo camino o dirección; cincuenta pares de alpargatas de cáñamo y cincuenta pares de esparteñas fazen cien pares, y como están hechas por el Cuscurrones según me han dicho y hechas muy bien para nuesos pies y no se desnudaran con la humedad, van derechos al descolorido y emplumado sombrero con gran complacencia cien reales más porque cada par vale un real; doce mantas, sesenta reales y es el penúltimo pago; mil ferraduras con sus clavos, cien ducados y queda todo pagado, abonado, cobrado, saldado, concluido u finalizado u rematado, que esto u lo otro todo es uno. Si no yerro, contad vos si fazen un monto de ciento quince ducados y doscientos once reales, que convertidos a ducados fazen doscientos y nueve más y dos reales sobrantes, que apuñados y juntados todos suman un monto total de trescientos y veintiquatro ducados y dos reales u sesenta y ocho maravedís.
_Líe, líe y enmarañe y siga con la higa la vuesa merced, que estaremos aquí contando fasta que las gallinas echen dientes .
Luego que llegaron a un acuerdo, diéronse la mano y cerrose la venta por ser justa y acertada.
Contento por la suerte de haber vendido todo de un punto, reunió a sus hijos, los quales ya habían dexado desenalbaldados y con paja y grano sus animales baxo un figueral bravío lindero al pueblo. La mañana estaba fermosa.
Fuéronse en busca del alférez, al que le encontraron junto a un guión de dos varas de lado y engarzada en una pica de ocho o nueve pies; de tela de tafetán teñida con el color púrpura y una cruz de San Andrés .
–Señor y caballero alférez –dixo Martín–, permita vuesa merced presentarme: llámome Martín López de Alcalá, natural de Torres de Jahén del Andaluzía; y estos son mis dos hijos, Alonso y Antón. Acompáñanme en todos mis negocios ya que como dize el adagio, trempano ha de exercitarse quien aspire a ser maestro. Desearía convidallo a una jarra de vino en la posada de la Garbosa, que es buena moza y comer capón para repletar el estrógamo y le oír a vos cosas nuevas.
–Pláceme a mí también –dixo el alférez–; y sea como vos dize.
...Y fuéronse a la posada.
–Sabedes vos maese Martín –tornó a dezir el alférez–, que hubo un rico hombre famoso tiempos ha, que dixo: ¡Después de Dios, Quirós! –que ansí llamábase.
–¿Con eso qué me queréis dezir? –preguntó Martín.
–Os quiero dezir amigo mío, que la vida enseñome esto: ¡Después de Dios, la olla y la jarra! Ya que en lo temporal no hay cosa mejor que beber y yantar.
–Aplicaos hijos la experencia del señor alférez –dixo Martín. Primero Dios ante y sobre todas las cosas, y después, comer y beber, de modo que en colmada la panza, puédense fazer buenas fazañas; ya que tripas llevan corazón y no a la contra.
CAPÍTULO IV
En el mesón de la Garbosa en la Guardia, Martín escucha del Alférez Contreras su historia y la manda dictada por el Rey Felipe II.
En entrando al mesón de la posada, sentáronse alrededor de una mesa y fuele servida una gran jarra de vino. Pidieron capón asado, y después que llenáronse una más pequeña fueron todos oydo para escuchar lo que sigue:
–El capitán don Julián Romero –dixo Contreras, que ansí llamábase el alférez–, no es capitán, sino maestre de campo del Tercio de Sicilia que sirvió baxo las órdenes de don Fadrique de Toledo, hijo mayor del gran duque de Alba. Obtuvo Conducta, Instrucción y Orden por su Majestad el Rey para reclutar gente de guerra. Concediole también Patente de acreditación ante las autoridades locales para fazer leva. En la instrucción, indicábase quel distrito de captación era Baeza, en do enarboló bandera y captó doscientos y cincuenta hombres, nada de viejos, mancos ni menores de veinte años; y con primacía los que ya estuviesen armados. Para que sepáis su ralea, siempre dirigíase a sus soldados desta manera: “Magníficos Señores y hijos míos”. Del mesmo modo os diré que en cierta coyuntura, amotináronse los soldados por falta de paga y como trató de los fazer meter en obediencia, atreviéronse a proferir algunas expresiones alusivas a su persona, la qual dezían era a medias. Al oír esto, dio una fuerte patada con la pierna buena en el suelo y dixo:
–Mandaré pasar por las picas a quien me resuelle; han de saber, ¡Vive Christo! Que tengo todavía entero el corazón.
–El comendador –continuó Contreras, díxole un día en tono de broma:
–¿Muncho me place veros Julián, aunque bien quisiese que fuesse de otra manera?
–¿Quiere dezir vuesa excellencia que no me ve por entero? –manifestó don Julián.
–No quiero dezir tanto –repuso el comendador.
–Ya sabe vuesa excellencia –tornó a dezir don Julián–que en todo voy a medio, fasta en las pagas, y entero, en las negativas.
–Ese es don Julián Romero –afirmó Contreras prosiguiendo su plática.
–Soy el segundo hijo de una familia noble y dezidí levantar alas y probar fortuna en la milicia. Alisteme a los veintiún años baxo la bandera de don Julián que entonces era entero como dicho he. Fuimos concentrados en Granada. Yo pensé que al alistarme daría en Italia; pero terminé en los humedales de los Países Baxos. Al ser hombre de calidad, fui aceptado por los veedores y convertime en soldado del Infantería Española. Diéronme póliza de tal, llevando dendese mesmo momento armas por cuenta del Rey. Actué como paje de rodela y presto aprendí que para ser buen soldado, el más alto precepto es la obediencia. Guardé la cristiandad que en España heredé de mis mayores sin querer entender opiniones de gentes perdidas, fui defensor y aumentador de la Santa Fe Católica y guardé y conservé los reinos y provincias de mi Rey y Señor. Por ser aventajado en el manejo de las armas; fueme otorgado por don Julián el grado de Alférez. De Granada, fuimos a Málaga y de allí en nao a Laredo de Santander, do reuniéronse dos mil y quinientos soldados y cincuenta y quatro navíos al mando del gran Duque de Alba, Capitán General del Exército mandado a Flandes por el rey nueso señor don Felipe II para refazer las banderas de piqueros, mosqueteros y arcabuceros que allí tenía. Deberíais saber, amigo Martín, quel gran Exército de España ha impedido más batallas por su bravura y fortaleza que las que ha dado. Estuve de guarnición en Amberes y en aqueste tiempo, perfeccionábase el manejo de todas las armas; que es lo que da más honor, fuessen picas de veintiséis palmos que da mayor ventaja para ferir sin serlo; espadas de las llamadas sacabuches o mata amigos, que proporcionan también mayor ventaja en los duelos y combates; arcabuces, culebrinas, bombardas y ribadoquines; plego a Dios que tan malditos estrumentos nunca se hobiesen inventado, que un caballero puede morir dende lexos sin entrar en combate y sin honor, o qualquier otra cosa como rodelas y corazas, que habían de ser blancas, muy limpias y relucientes para cegamiento y espanto del enemigo. Fazíanse constantes, incesantes, perennes, perseverantes y perpetua y machaconamente exercicios de formación, instrucción, escaramuzas y simulacros. Después de siete años de servicio fui enriquecido; y no gracias a la paga y el ahorro, ya que debíanme treinta y siete meses de sueldo. A veces fui socorrido a cuenta dél; agora bien, esto no bastaba para sustentarme con calidad.
En llegando a aqueste punto fízose silencio y descanso. Asieron los quatro sus jarras de vino y echándoselas a sus respectivos buches , dexáronlas prestas para ser llenadas de nuevo.
–Como los españoles pelear tienen por gloria y vencer por costumbre, en Malinas –prosiguió Contreras–, fue vencido, como siempre, el príncipe de Orange y nueso duque, dionos tres días buenos autorizando sacomano en los enemigos. Fue para los españoles el primer día; para los valones el segundo; y para los alemanes el tercero. Reportó, según dizen, más de veinte cuentos de ducados en total; y yo que liberé a catorce prisioneros mediante el cobro de rescate a doscientos ducados cada uno, reportome muy alto beneficio, allende de todo el oro conseguido; que para traello a España, hube de fundillo y fazerme una coraza. Vos sabedes que quien vive entre codornices no debe cantar como un pato. Por tanto, y lo que yo quiéroos dezir, por aclarar algo, es que hay que fazer lo que fazen los demás. Eso enseñómelo el demasiado vivir. Por consiguiente, es bueno vivir muncho para muncho ver, y debedes saber que fasta do llega la manta se estira la pata. Pensad que cuéntoos sólo lo bueno, ya que quando allí se pregunta: ¿Capitán do iremos mañana? Siempre obtiénese la mesma respuesta: ¡Do haya enemigos de España que vencer y tierras para España que conquistar, y ansí, fasta echar el último huelgo, respiración o resuello si nezesario fuere! y si vuesa merced no le entendió bien, pregúntesele al sargento, que aqueste se lo explicará mejor que yo, ya que tiene más paciencia y sutileza. Venidos el pasado año, y para ser corto en esta historia y no cansaros della, dígoos que por el aumento general de precios, hube de enfrentarme a cargas cada día más acrecentadas y pesadumbrosas; y después de socorrer a mi familia, gasteme toda mi fortuna. Heme aquí otra vez con el capitán Romero para fazer nueva leva; y presto estoy para tornar con él, y con el duque de Medinaceli, que en Granada está para de nuevo yr a Flandes.
–Si el Duque está en Granada, habrá noticias que contar –dixo Martín. ¿No hay buenas nuevas?
–Por curioso –contestó Contreras–, os diré que su Majestad el Rey –que como siempre Dios guarde–, dispuesto ha que quien tenga siete hijos seguidos, sin que hembra sea de por medio, fácesele y concédesele el título de fidalgo de España.
–¡Por Dios señor Alférez, que yo ya tengo cinco hijos seguidos! –afirmó Martín.
–Pues anímese vuesa merced que sólo le quedan dos –repuso Contreras.
Con sosegado soliloquio y para no mudar propósito por olvido, Martín anotose en la cabeza lo dicho por el alférez Contreras. Pensó que en llegando a Torres, mandaría a Granada un correo para que traxésele la ley escrita otorgada por su Majestad.
En saliéndose de su pensamiento, diose priesa por asir un muslo de capón asado que quedaba en la cazuela de barro, impregnada de ajolío .
Fijose en un galafate que andaba de un lado a otro pendiente a todo, con ojos de comadreja, más fino quel coral y fazíase pasar por un sonsolillo vilordo .
–Atención bolsas –dixo atortujando la suya Martín so la faja cinchada a la barriga–. A éstos y otros pícaros debedes conoscellos; la bolsa que tengáis, si no os andáis con recaudo, presto será suya.
Prosiguió horadando y entre dentelladas, limpiábase la boca con la manga. Fablaba al mesmo tiempo y sin dexar de roer tornó a dezir:
–Fáceseme en la cabeza un lío, que a cuento viene, de cosas atadas y atrasadas; pero tráeme agora unos recuerdos, quando el día... no me acuerdo, de cada año, festéjase en Torres la fiesta de San Marcos. Recuden gentes del enderredor de toda clase y condición. Fácense corrillos entre familiares amigos y vezinos y cómense el fornazo, que es torta de masa fina de farina de trigo y azeite de oliva en forma de lagarto, cabeza de güevo guarnezida y cocida juntamente con ella en el forno con ojos de habicholones de los que se llaman colorados. Tiénese por costumbre pelar el güevo de la masa, y asiéndolo, todos, quasi al unsínono, estréllanlo en la frente del primer vilordo descuidado. De chiripa, vi pasar a un hombre que yo no sabía do venía; érame desconoscido; si bien parescía embelecador. Púsose en el corro do estaba mi familia reunida y dábamos cuenta de los fornazos y de una espuerta de lechugas que de la huerta de la Puente, había asido mi padre quebrando el alba la mañana y antes que madrugase el astro rey. Acercose, y después de las albricias y saludos pertinentes, percibí quel hombre era bachiller de universidad aprobada; sabio de naturaleza y versado en todo; y propúsome lo que aquí relato y expongo:
–Yo –dixo el bachiller–, os hago una pregunta y si vos la contestáis daríaos un real. Si al contrario fuere o pasare, me le daréis vos a mí.
–Pensándolo, no aceptele el pacto y díxele:
Vuesa merced aventájame en conocimiento ya que sois telentual y bachiller de no se qué universidad; y yo soy un probe labrador y afollador de barquín de vez en quando –díxele con trola por saber en que quedaba aquello–, que ayudo a mi vezino y tocayo Martín en su ferrería. De sesos limitado; que nunca a escuela fui ni maestro hubo sobre mí, sino la experiencia de la vida. Propóngole a vuesa merced que hagáisme la pregunta, y si no os la contestara, pagaríale el real en cuestión; mas yo faríaos otra pregunta y si vos no la contestáis y quedara sin respuesta, seríanme dados diez reales, ya que me pasáis en longo el conocimiento. Lo pensó el bachiller y aceptó sin más.
–¿Dezidme sabedes vos, maese Martín, qué significado tiene la palabra zurriburri ? –dixo el bachiller.
Yo puse los mis ojos en blanco y mirando al cielo como pensando respondile:
–Habéisme pillado señor bachiller. Palabra como esa no ha tenido tiempo de llegar por aqueste contorno sitio u población. Tomad el real que limpiamente habéisme ganado –contestele yo.
–Preguntad vos agora que presto estaré a respondelle –solicitó el bachiller.
–Si presto sois, señor –respondile–, dezidme: ¡Cuál es el animal que sube al Almadén a tres patas y bájalo a cinco!
Estruxóse tanto los sesos que los caxones del conocimiento quedáronsele vacíos y no supo qué responder.
Con determinación resoluta, refocileme solazándome y pedile los diez reales y púseme contento por la fazaña; ya quel bachiller no supo que contestar.
Desencalabrinándose expresó:
–Bien veo –don maese Martín–, que habéisme cazado. Tened los mis diez reales que daqueste mesmo momento u instante son los sus diez reales y preparaos para ésta mi nueva pregunta; que pregunta que vale tanto, merece ser conoscida la respuesta. Hágoosla yo de vuelta y debedes me responder: ¿Cuál es aquese hipógrifo, endriago y extraño animal?
–Señor –díxele yo–, no preocupáredes; tened un real de vuelta. No se qué os responder.
El bachiller replicó latiniparlando en tono ayreado quando vido que refocileme riendo:
–Ante omnia: risus abundat in ore stultorum. Amici, diem perdidi .
Explicarme su significado no quiso; aúnque dame que fue alabanza; ya que quedose admirado por mi sagacidad y sin sus ocho reales. Fuesse presto y apriesa a otra parte.
–Tened presente siempre a estos pelarruecas y vendehumos, que en menos de un Padre Nuestro truecan las cosas de su sitio; aunque sea un ardite .
El tiempo de partir llegó. Levantáronse los quatro y Martín acoquinó al mozo de servicio lo que debían.
El alférez dexó una adehala so la mesa y un mozo adrubado y malcarado, cogióla antes que tocase madera.
Salieron y una vez en la plaza, despidiéronse y deseáronse suerte mutua.
–Disponed vos de mí –díxole a Martín el alférez Contreras–, a toda vuesa guisa.
Abrazáronse y fuéronse a entregar a don Gonzalo los habicholones encargados.
Sorprendiose Martín del bullicio de gente que había apretada en un soportal de la plaza. Demandó qué pasaba y fuele dicho por un aldeano lo siguiente:
–Faze dos días venido fue en peregrinación a aquesta villa, por habello ansí dispuesto San Sebastián –según nos dixo–, un pedricador de milagros del santo. Díxonos que nueso patrón, que es el mesmo, ha dispuesto que cada qual de los vecinos de la Guardia, vistiésemos cada domingo tela de su hábito. ¿Cómo podremos vestir con tal tela si no hay deso aquí? –preguntole en la iglesia el Alcaide Ordinario quando pedricaba. Faciendo rogativas a grandes voces, díxonos que también nos, rogásemos de tal manera; que como San Sebastián es sordo por los munchos años que tiene, son nesezarias las voces, por llegar más prestas y claras al santo. ¡Sebastián! –dezía–, demostrando gran amistad con él ya que fablábale sin San. ¡Siendo desnudo de sayo Vos, por no le nesecitar, al estar al calor de Dios, comprenderéis a estas probes gentes que Os profesan alta estima y devoción! Precisan tela de la que Vos me dixísteis en tal ocasión. Disponed que en el término de dos días a eso de la mañana, vengan tres trajineros cargados con el tejido. Delante de vosotros, fervorosos y creyentes desta villa, quedan emplazados para tal día y tal hora.
Aqueste gran hombre –dixo el mentesino –, ha pedricado tanto en estos dos días que no hay hombre, muxer, chico o grande que no sepa tal fecho. Es tan en buena razón que hoy a la mañana –que es agora mesmo– han entrado tres trajineros cargados de tal tela para fazer tal sayo y tal como fue suplicado. ¡Qué gran milagro es aqueste! No hay gente que no demande hábito.
Los trajineros dispersaban a voces que llevaban la tela a Úbeda; empero quando a su paso por el camino real, rescibieron todos tres santa revelación de San Sebastián y fue llevada allí por su mandato.
–¡Milagro, Milagro! –oíase por doquier–.
–¿No conoscéis que San Sebastián no tenía ni calzas? ¿No habéis reparado en el que tenéis en la iglesia, cómo está despojado de sayo? –dezíale Martín al arrobado, pasmado e inocente aldeano.
Divulgado y tenido por todos como gran milagro, mercaron tantos la ansiada y milagrosa tela para fazer hábitos, que presto quedáronse desabastecidos los tres rufianes por satisfazer el zelo de aquestas gentes. Cargáronse de viandas, monedas y toda suerte de joyas por tal venta.
Martín distinguió a los tres pícaros, que vinieron a ser los que dexó en la venta de San Antonio, como ya habrán advertido las vuesas mercedes.
Fizo que tal caso llegase a oydos del don Gonzalo, el qual, como hombre sagaz, tuvo deseo de desfazer tan gran entuerto urdiendo un plan.
Mandó a sus sirvientes a que instasen a los quatro rufianes a yr con ellos a su casa palacio ya que eran nezesitados en extremo. Venidos que fueron los engañadores con mucha celeridad. Díxoles un criado quel marqués su señor, deseaba y nezesitaba que con la autoridad y privilegios que sabían y tenían, les advirtiesen de algunos excesos suyos bastante graves, prometiéndoles crecida limosna. Sabido por el marqués su llegada, cerró todas las ventanas de su salón dexándolo con muy poca luz. Conducidos a su presencia, puso semblante melancólico, quedose balbuciente, la cabeza teníala derrocada, las manos temblonas.
Fingiendo no poder ponerse en pie por debilidad, aparentando estolidez con palabras truncadas, les manifestó su deseo, a saber, que quería y les suplicaba le absolviesen de un gran pecado. Los mangantes mirándose unos a otros, comenzaron a fablar como en algarabía para que naide le entendiese.
Con antelación, el marqués instruyó a su médico para que en su presencia pidiese a los falsos, las bulas y patentes que tenían y las leyere en alta voz, y que después de leídas las alabase y celebrase muncho, diciendo que jamás había visto nada que se le igualase en autoridad y facultades como ellos traían en aquel tesoro que era celestial por venir de San Sebastián, y que lo más sobresalido y valioso era no solo el quitar los pecados venidos, sino los que tendrían que venir.
Celebrado esto con infinitas expresiones, el marqués les prometió dar cien ducados si le daban dispensa por un pecado que aún no había cometido.
Dixeron los rufianes que tenían que consultar aparte, e idos a otro lugar, convinieron quel marqués era el hombre más nezio que jamas vieron y el médico que había leído las bulas, el mayor jumento conoscido.
Determinaron agarrar los cien ducados y el marqués quedó absuelto del pecado que había de cometer, saliendo de La Guardia con aplauso y agradezimiento de todos.
Luego que llegaron al paso más angosto del río Guadalbullón para le cruzar, fueron assaltados raudamente por los criados del marqués, según aqueste dispuso.
Quitáronles ropas, viandas, dineros, animales y carros, y diéronles tal japuana de palos que imposible fue contar quantos soportaron; estarían sobrados por largo tiempo.
Quando supieron que aquello fue executado por mandato del marqués, al qual presto vieron por llevalle sus quexas, suplicáronle restituyesen lo suyo, ya que ansí lo dispuso San Sebastián; a lo qual respondiole el marqués:
–Idos, que ansí también lo manda San Sebastián en aquesta bula, la qual dize que quedo dispensado de aquel pecado que quedaba por venir. Iréis libres del peso de tanta carga y ansí no seréis robados de naide, mas si queréis llevar la carga acrecentada, ¡sea!
Al ademán de don Gonzalo fueron apaleados de nuevo por los criados que en número alzado, pegaban con tal rapidez o abundamiento que los malandrines voceaban:
–Señor –referíanse al marqués–, ¡que es mejor el amar quel odiar!
–¿Qué tienen que ver las narices para comer trigo? ¿No demandabais carga?
–Músico soy y me acuesto a las ocho –dezía un fornido criado al mesmo tiempo que le suavizaba las costillas.
–El que paga descansa y el que cobra, descansa más –dezía otro.
–Recordad que a cada gorrino le llega su San Martín...
CAPITULO V
Contole Martín a María lo de la manda del rey y buscó a Blas Chico para que fuesse a la Real Chancillería de Granada por el pergamino.
Después de pagar la alcábala de viento a los alguaciles, iniciaron a la contra el camino y en llegando a Torres; si bien estevado y macilento, quiso Martín, lo primero, entregar el dinero de la venta a cada uno de los que diéronle mercadería; después que quitó la ganancia acordada por las partes. Lo segundo, díxole a su muxer, sin perder ni una brizna de la historia y ni un lapso de su tiempo lo acontecido en el viaje; y sobre todo, lo de la Real Orden otorgada por Felipe II, que, tal como fue oída, la traía bien pegada a su cabeza.
–Debedes saber María –argumentó Martín–, que Dios nueso Señor quiso que en la Guardia, topase con un alférez que Contreras llámase. Aqueste díxome quel Rey nueso señor don Felipe II concédele y otorga a la familia que tenga siete hijos varones seguidos, sin que hembra haya por medio, la calidad de fidalgo de España. Nos, María –prosiguió–, tenemos cinco destos hijos y dame a mí en la cabeza que yo puedo ser fidalgo y tú fidalga, o muxer de fidalgo, que lo mesmo es.
Véome ya don Martín López de Alcalá, fidalgo de España, y tú María, doña María de don Martín López de Alcalá, fidalga de España.
–Bien selo yo –contestó María–, que en vez de darme cuentas y maravedís, siempre, vos me dáis lo lustroso de vuestro apellido; pero... ¡Martín de perola de piedra! Si tenéis hija de por medio, cáese el castillo de poca monta que detentáis en los sesos. ¡Cómo tendremos machos y no hembras! ¿Vos creéis que eso consíguese sólo por ser deseo del Rey? ¡Válgame Dios las ideas que trae aqueste hombre!
–María, –arguyó Martín con calma; vos que tenéis el nombre dulzón como el de la Santa Madre de Dios, advierte que si bien no seríamos fidalgos por los quatro costados, seríamoslo de bragueta; si bien, si es como que lo es, o sea como lo que sea, intentarémoslo; que quien no se aventura no pasa la mar; y ya sabes que hijos y pollos, munchos son pocos; y ansímesmo que las cosas son dificultosas antes de ser fáciles y... ¡No se por qué téngome que cansar en explicaros más! Debedes saber que reporta munchas ventajas prácticas, fuera parte de esclarecer el linaje, a saber: dende la entrada de los nuesos hijos a los oficios de la gobernación del Concejo, con sus munchas mercedes, al disfrute de privilegios sociales evidentes, ciertos e innegables; ansí como quedar exentos de pechar maravedí alguno, y poner en sus manos dos buenos atajos para ser pudientes y honrados, y que según tengo advertido y percibido, porque ansí advirtiómelo y apercibiómelo mi agüelo son: el de las letras y el de las armas. El de las letras que es el primero no se adquiere, aún, ni por otorgamiento real, sino por indulgencia divina, y eso, también, si se tienen los sesos do háyase el conocimiento, bien dispuestos, para que se quede fijado y no se vuele la erudición, y los nuesos hijos, a saber, no sabemos si fueron o no tocados por el Señor ni por tal señor que de mote le pusieron “erudición”. Debiendo, me da, ser descartado aqueste primer camino, porque yo aprendí que lo que no da la naturaleza, ni Salamanca ni Baeza. Empero el camino de las armas puédese tomar con sólo tener dos pares de co...
–¡Quedo, Martín, que os conozco! –alegó María.
–Terminad vos la frase y agregad... dos pares de conoscimientos y fuertes voluntades –replicó Martín–, quien prosiguió desta guisa:
–Debéis saber que según dezía mi agüelo, quando al español se le viste de soldado y se le entrega un arcabuz o una pica, renace de repente un íbero o un almogábar, que lo mesmo es, y aparece en Flandes o en cualquier parte daqueste mundo, saltando daquí a acullá, a la otra parte pasando la mar océana a nado, con la espada entre los dientes y con una mano atada a las espaldas con la mesma facilidad que si fueran andando daqueste lugar estante que agora mesmo estamos y pisamos, al puente Vaillo . Los nuesos hijos están todos prestos para estas cosas, u otras, que aunque parezcan fazederas, son embarazosas.
–No se si se os subió el vino a la chimenea; si bien me da que vos pasaréis de cuerdo a majagranzas y quedaréis para vender muñequillas de ceniza; y si no, tiempo al tiempo –expresó María–. Y agora, ¿podéis dezirme qué bolsa traéis?
–Mi agüelo dezía que la mayor pobreza del hombre es la ignorancia. ¡Le estás dando la razón a mi agüelo María! –replicó Martín. Mas, perdona muxer, que no acordeme de dezirte cuánto; pero deducidos los gastos del personal y pagando las mercancías a sus amos, queda algo, y deso, apartado tengo otro algo para mandar a Granada a Blas el Chico, que es persona suficiente y de confianza, para que con verdad haga relación la más cumplida y verdadera y cierta que posible sea de lo mandado en dicha memoria de orden de Su Majestad, para que pasando por... por do haiga que pasar, tráigame en pergamino esa manda de don Felipe que tanto anhelo.
–Explicáis tan bien las cuentas que no me dáis –objetó María–, más que deducciones y más deducciones.
–Más claras y más limpias no puédotelas dezir –repuso Martín.
–Tan claras me las dezís como el agua que se coge con un harnero; y con esto, quédese zanjada la conversación –apostilló María.
Fuesse Martín a buscar a Blas que dixéronle encontrábase en la Sierra faciendo faena en su campo.
Topose con él baxo la noguera de la puerta del cortijo machacando esparto. A cada golpe de maza que da, sale del manojo un polvillo que fázele toser con redundancia, el qual polvillo atórale el gañote, y muncho conveníale puesto que de vez en quando, aclárase la garganta con intenso trago de vino roxo que contenía un cuero. Saludole al mesmo tiempo que observaba el campo cargado por el peso de la fruta, del trigo y del azeite.
–Amigo Blas, –díxole Martín– quando el licenciado Terreros, alcaide mayor de Torres puso en la cárcel a Bartolomé Hermoso, alcaide ordinario y a Alonso de Soto, alguacil, por no querer rescibir como nuevo alcaide a Alonso de Vélez, fuísteis uno de los testigos que a propuesta del Concejo de la Villa, estuvísteis declarando sobre esos acontescimientos en la Real Chancillería de Granada y ante sus Oidores. Como paréceme seréis conoscedor de su camino y de la ciudad, nezesito fuéredes nuevamente y tráigasme della en pergamino escrito, cierto y verdadero y con la mayor brevedad que ser pueda, para que no se pierda tiempo en este negocio, una Real Orden quel rey nueso señor don Felipe II, que Dios guarde, ha fecho en el sentido de que quien tenga siete hijos seguidos sin que hembra haya de por medio, concédesele fidalguía. Esto, díxomelo un alférez de su Real Exército que hallábase en la Guardia faciendo leva.
–Yo maese Martín –díxole Blas–, estoy en la brega con mi campo, ovejas, vacas... y no puédolo dexar. Seco y flaco le encontraría a la vuelta.
–Eso, Blas amigo, queda resuelto daqueste mesmo momento –alegó Martín. Mis hijos Rodrigo y Gil cuidarán de vuestro ganado; y Sancho de la tierra; y lo farían como vos mesmo lo ficieses ya que industria tienen para ello.
–Vos sabedes que quien ara con infantes, después siega cardillos; aunque si dezís que Sancho es bueno en estos menesteres –respondió Blas–, ¡sea! Y como más vale un tengo que dos os darán, y soplar y sorber al mesmo tiempo no puédese fazer, sólo quédame fablar de los gastos, que como sabedes, la bolsa corta y mal ferrada la llevo para un camino tan luengo.
–Presto estaremos dacuerdo –dixo Martín. Vos sabedes que yo no soy hombre de... daca el gallo toma el gallo, que quedan las plumas en la mano. Doña María paga diecisiete maravedís por cada un día de trabaxo en sus fornos y molinos; y yo, amigo Blas, daríaos un real por cada día; que a hoy vale treinta y quatro maravedís por pieza. Si quatro días son de ida y quatro de vuelta, fazen ocho; y dos en Granada, suman diez; y ya corto que va bien. Diez días a treinta y quatro maravedís, póngasele un cero al treinta y quatro y fazen trescientos y quarenta. También daríaos sesenta y ocho maravedís diarios para sustento de vuestro caballo; y si bien el cero, dizen que nada vale, péguesele a la diestra del sesenta y ocho y tenemos otros seiscientos y ochenta más. Sumados y apuñados, amasados, agrupados, juntados, atados, ligados y amarrados los unos con los otros, porque tanto monta como que monta tanto Ysabel como Frenando, fazen un monto de mil y veinte maravedís o treinta reales.
Adiesos, estrecháronse las manos y convinieron.
Blas que era ahidalgado, díxole a Martín que como un alípede sería de ida y vuelta con lo solicitado; y Martín encargole a Blas que en llegando a Granada, comprase un tarro de alefanginas .
–¿De qué? –contestó Blas.
–De a-le-fan-gi-nas –recalcaba Martín letra a letra y con lenta parsimonia.
–¿Para qué quiere vosacé semejantes... no se qué... que termina en inas? –preguntó Blas.
–Muy curioso es vuesa merced quando pregunta tanto. Le diré por ser vos quien sóis, que en la Guardia entereme que esas píldoras alefanginas, dánselas de comer a las burras y la preñez es en doble, y luego paren dos burros. Si sobraran, le daré unas quantas a vuesa merced, aunque no le serán de demasiada utilidad, ya que tiene caballo; y aquese no pare aunque se empeñe la cencia . Entérese bien y no vuelva sin ellas. Para mí, son tan importantes como la ley que tráigasme escrita.
Diole para eso y para lo que le cobrasen los escribanos por el traslado de la ley al pergamino, otros doscientos setenta y dos maravedís; que valen ocho reales de vellón, fuera parte de los otros.
–Fecho y basta –corroboró Blas–; que todo queda claro y acordado. Mañana a no más de las quatro de la madrugada, espero a vuesa merced debaxo de la Puerta del Sol, en la fortaleza, presto para iniciar el camino.
–Débole sugerir, amigo Blas, –dixo Martín– que en llegando a Pegalaxar toméis el camino de la Cerradura y en aquese punto, espéredes a los reqüeros y traxineros que de Jaén a Granada llevan mercancía y van acompañados por gentes de la Santa Hermandad. Advertirte he de que fagades el mesmo camino que ellos y piensa siempre que en tierra ajena, la vaca al buey acornea.
Y fuesse quando el sol dora con sus últimos rayos las copas de los espesos árboles y una temprana brisa mueve apenas las hojas de los olmos temblones del barranco.
CAPÍTULO VI
Presentose Blas con su caballo Radiante a Martín en el sitio y a la hora acordada y vase a Granada.
Quando el día abandonó su azulino, vino luego la noche deprisa. Era de agradable temperatura y luna colmada, la cual alumbra con plateados rayos. Martín, que no había descansado ni dormido, hallábase como una estaca baxo el dintel de la Puerta del Sol de la fortaleza a la luz de un hachón de tea esperando a Blas. Oíanse los cascos de un caballo acercándose por el empedrado camino Mayor y apareciose de golpe una figura gallarda so un caballo negro azabache de regalo y fecho al fuego, con un lunar blanco en la frente so el que caía un primoroso copete . Púsole Blas de nombre Radiante; de braceo exaltado, crines luengos, rizados y abundantes, excellente, magnífico y fermoso. La silla estribada adaptábase perfectamente al lomo del animal, henchida de pelote y crin, forrada de lienzo por debaxo y piel por arriba. Calzábase Blas buenos borceguíes fasta las rodillas, espuelas con brillos de luna, medias de color verdezeledón, camisa de lienzo blanco y calzón fasta las corvas, casaca verdeoscuro de buen paño con botones y trebillas de seda forrada en bayeta, faja roxa ventrera anudada y terciada a la izquierda, cinturón ancho de cuero negro con tahalí so el que colgaba una espada de color del lucero lustrada, de buen acero toledano, daga a la cintura, pañuelo acarminado a la cabeza atado, sombrero gacho emplumado, pipiritaña en el bolsillo, un papahigo, alforjas, capa, pardillo y manta atado todo en el arzón trasero de la silla.
–Buenas noches tenga vuesa merced, maese Martín. Heme en el lugar y hora acordado y presto para principiar el camino –dixo Blas.
–También sean buenas para vos –dixo Martín. Tenga la bolsa prometida y ándese con sumo cuidado y ojo avizor; que esos caminos son peligrosos y hay zaparrastrones, zaparrastrosos y zaparrastraxos que querrán lo que es de vos. Vaya y venga en un santiamén y que Dios os proteja.
–Que ansína sea, maese Martín, –contestó Blas espoleando su caballo–. Que Él quédese con vos en Torres y venga también conmigo a Granada, que eso puede fazello al mesmo tiempo.
Y perdiose entre la noche.
CAPÍTULO VII
Entretenimiento de Martín en el mesón de Pedro Carailes. Consulta que fízole a Juan Caballero, barbero cirujano sobre cómo tener hijos machos y no hembras y sabios consejos rescibidos.
El más ardiente deseo de Martín era la vuelta de Blas. Salía todas las tardes al castillo y encaramábase so la torre alta que llaman de los Velas, por ser dende do tiempos atrás, apostábanse los freyres de Calatrava para divisar los caminos de entrada y salida de la villa.
Los hay uno entre la fuente de Ontillas y el Cerro Viejo que va a Jahén, a su frente el de Pegalaxar por los Portillos y a su mano siniestra el de la Mata que va a Cambil.
Fazía ya ocho días que Blas habíase ido a Granada.
En anocheciendo, baxábase a la plaza y en el mesón de Pedro de Carailes –que hallábase en un bello rincón de la mesma–, tomábase algunas jarras de vino del que sacan de las viñas de las Panderas y fablaba al mesmo tiempo de los animales, del campo u otras cosas con sus convezinos.
Topose con Juan Caballero, cirujano aprobado de universidad, que poco tiempo fazía quando vínose a exercer su empleo a Torres por habello ansí acordado el Concejo de la villa; que según dizen, y de paso dígolo yo por ser cierto y por si interesara a vuesas mercedes, que le dan doscientos y cincuenta reales de vellón cada un año; una suerte de tierras de tres fanegas de las del Concejo y de las alcábalas hase quedado liberado.
Acercósele y consultole désta manera:
–Maese cirujano, metido tengo aquí –díxole Martín señalándose la cabeza con el dedo índice–, que debo tener dos hijos varones más y al mesmo tiempo. ¡Por acortar! ¿Comprende? Como sabe vuesa merced, es lo mejor. Y... no se yo que fazer para ello.
–Bien fácil lo tiene la vuesa merced –dixo el cirujano. Vos sabedes que son nezesarios varios miembros y cosas; que... fablando con toda claridad son los testículos. En éstos está la semilla generativa causada por la humedad que dende allí baxa; y es la superfluidad de la quarta digestión del nutrimiento que llegan con el movimiento fasta el vaso femenino bien dispuesto. Con estas simples explicaciones y faciendo lo que fizo quando los cinco anteriores, está conseguido. ¿O es que no sois vos el Martín que tiene cinco hijos? ¿Ya se os ha olvidado cómo fácese tal menester? Pensad que manos duchas mondan güevos, que no luengos dedos; y para explicároslo, resúmolo ansí: La práctica es el medio más a propósito para el acierto en algunos negocios, y en aqueste más. Ansí que debedes saber a esta altura que caricias y besos no fazen infantes, pero tocan a vísperas.
–La gracia no le falta a vuesa merced; y eso de práctica y consejos selo yo de memoria. Lo que no se es como fácense dos varones a un lance y no hembras.
–Aunque ya os he dicho cómo, importa tanto, que lo torno a dezir nuevamente y más explícito para que adquiera aquese conocimiento vuesa merced; ya que fasta agora no queda advertido. ¡Oydo nuevamente! Si el humor espermático cayere en la parte diestra della, y quando digo della refiérome a vuestra señora, ordinariamente se engendra varón, ayudando en ello sin embargo la región, el ayre y la edad de la muxer que no sea ni demasiado moza ni vieja, sino de mediana edad. Y por el contrario, será hembra si dicho humor cayere en el lado siniestro. Empero si es mucha la cantidad de la simiente; y es forzada a caer en las dos partes de la madre, consíguese empreñarse dos criaturas. También puédese esto conseguir en dos veces de empreñar a la muxer; mas conviene que haya poco tiempo entre una y otra; y en tal caso ha de tener suerte que véngale las dos a bien; porque en estos casos la generación del uno es a veces la corrupción del otro. Además, con vos y vuestra muxer –advirtió nuevamente el cirujano–, héis de poner el remedio en su sitio; y después desto, sólo Dios lo sabe. Está todo tan claro como entender que yo se que no se nada; y sí se que no se nada, ya se algo, sin embargo, empero y por consiguiente, se que no se nada. No hay para que nos cansar en demandar más explicaciones, a excepción, por ser cosa que no débesele olvidar; que recomendar héis a vuestra muxer, no tenga imaginaciones ni fantasías ni clarividencias; que según opinión contrastada, diose en la ciudad de Baeza, en el tiempo de la concepción, que una noble dama tenía pintado en las cortinas del quarto frente a su cama un negro, y estando en ello con su esposo, fijose sin se dar cuenta en el negro de las cortinas, ya que tenía en suspenso los sentidos por el plazer sublime del momento, y al tiempo... ¿Sabedes vos que parió?
–Doyme por perdido –contestó Martín.
–¡Pues parió negro aunque vos no le crea! Y si no tenéis más preguntas que fazerme, sólo réstame dezille a vuesa merced que son solamente sesenta y ocho maravedís por vuestra consulta.
–No se cómo dize vuecé que son solamente o sólo le resta, quando lo que faze es sumar. Deberase conformar su merced con dos pollos capones que luego le remesaré –alegó Martín.
–Poco paga su merced para una explicación tan convincente y clara; si bien no dexaré por ello de dezille quel miembro muncho tiene que ver en estas cosas, señor mío. Que si corto, que si largo, que si no se ajusta a su medida natural, que si se ablanda, que no se atiesa, que, aparte de no poder ser ponella en su sitio por impedillo tal floxedad, es imposible. Sepa que con tales inconvenientes, es improbable fazer niño; y menos dos como vos pretende. Mas si eso no le acontesce a vuesa merced, yo pasaré a otro capítulo.
–¡Téngase, maese cirujano! ¡Téngase! Que si pasare a otro capítulo para me dar nuevas advertencias dame que ambiciona su merced otros dos capones –contestó Martín.
–También puede haber fallo por la tener gorda o rechoncha –argumentaba el cirujano.
–¡Y larga! Y por ahí su merced irá con más acierto. Y no me faga más adornos que no cobrará más de lo que dicho hele –objetó Martín mientras alejábase del. ¿Dó estudiarán estos cirujanos sus telentualidades, madre mía, que sin dezir ni pío y sin fazer na, cobran tan caro? No saben qué fazer en una cosa tan sencilla; da pocas explicaciones y gravosas; y además embarazosas de cumplir. Veré, si nesezario fuere, a Juliana Mardanis; que es sabedora de estrellería y vive de la taumaturgia y de la nigromancia, faze bebida hipocrás y conosce las plantas saxífragas; que al ser morisca y fablar aljamía, estimo, sabe destas cosas más quel cirujano sin haberse ilustrado siquiera en universidad.
...Y fuesse encerrado en su pensamiento, quando de lexos advirtió una maciza voz. ¡Muévese el varón después de tres meses y la hembra después de quatro!
–No, si sempeña en embolsarse el doble –dixo Martín para sí.
CAPÍTULO VIII
Vuelve Blas de Granada y entrégale el pergamino a Martín.
Pasado el noveno día, encaramose Martín nuevamente en la torre y como un vigía oteaba los caminos con vista de azor.
Por el de la Fuenmayor, cerca de la Puente, quando viene la tarde con su azul caído, ver le paresció que un caballo andaba a mayor rapidez quel goteo de hombres que con sus mulos y rucios veníanse para la villa terminada la jornada del campo.
Baxó corriendo las escaleras caracoladas de la torre y en saliendo del castillo, tomó por la Puerta del Sol y fuesse a parar al camino Mayor o Real por do llegaría Blas.
Parose en unas eras que llaman de la Pila, por haber en aqueste lugar una pila so la que beben los hombres y abrevan los animales.
Asomándose a la linde, vido venir por el camino del ejido , cerca de la nueva casa de doña María, madre del marqués de Camarasa, a Blas so Radiante, que si bien sudoroso no perdía el brío ni su primoroso braceo.
–A Dios debo agradezer que sano fuesse y sano vuelve –dixo Martín para sí.
En llegando a la era, enfrenó su caballo y baxose Blas de un salto del; y en su diestra, asido, llevaba un pergamino lacrado y atado con un balduque del color roxo que entregole a Martín.
Antes que desprecintado fuesse el royo, púsoselo so la cabeza en señal de respeto y sumisión como por costumbre era.
Abrazáronse y asiendo de las bridas al caballo, fuéronse a la plaza en do baxo el parral del mesón de Pedro de Carailes, sentáronse para dar cuenta, el uno del viaje, y los dos de una buena jarra de vino. Dispuso Blas que en la posada de Rosario le diesen buena paja y grano a Radiante..
Martín, con un cuchillo engoznado en un mango hendido por medio, despegó el lacre y cortó la cinta y desenrollando el pergamino, quedose pasmado por lo ostentoso de su colorido en tintas roxas en los sellos y negras en la escritura amén de otras aceitunadas, índigas, gualdas y munchas más, con orla decorada con elementos naturales y figuras religiosas con proliferación de flores, pájaros, frutas y otros motivos. El brillo del oro, la luz de los pigmentos, la calidad primorosa de la caligrafía con mágicos mosaicos de pequeñas piezas sabiamente combinadas dan riqueza al pergamino.
Admirado, fijose bien y leyó nerviosamente:
“ Aqueste es un traslado bien y fielmente sacado de una Provisión Real de Su Majestad, librada por los señores su Presidente y Corregidor que residen en la Real Chancillería de Granada, refrendada por Gabriel Girón, su Secretario, sellada con el Sello Real, según por todo ello, su tenor es el siguiente:
“Don Felipe, por la Gracia de Dios, Rey de Castilla, León, Aragón, de las dos Sicilias, de Jerusalén, Navarra, Granada, Toledo, Valencia, Galicia, Mallorca, Sevilla, Cerdeña, Córdoba, Córcega, Murcia, Jahén, de los Algarbes, Algeciras, Gibraltar, Islas Canarias, de las Indias Orientales y Occidentales, Islas y Tierra firme del Mar Océano y demás reinos descubiertos o por descubrir, Conde de Flandes y del Tirol, Señor de Vizcaya y de Molina...
Audiencias y Chancillerías, Alcaldes, Alguaciles de la mi Casa y Corte, Corregidores A los de mi Consejo, Presidentes, Regentes y Oidores de, Jueces, Gobernadores Militares, Asistentes, Intendentes y Políticos, Alcaldes Mayores y Ordinarios, y otros Jueces y Justicias de todas las Ciudades, Villas y Lugares destos mis Reinos y Señoríos, tanto a los que agora son como a los que sean de aquí en adelante; y a todas las demás personas a quienes lo contenido en ésta mi Provisión Real toca o tocar pudiere. En qualquier manera, sabed:
Concedo por mi Real Gracia, la Fidalguía a todos los mis súbditos de qualesquiera de mis estados, que tengan siete hijos seguidos varones sin que hembra sea de por medio.
Con acta levantada por los mis Jueces de Residencia, presentense, quando esto sea en nuestras Reales Chancillerías; en do por un su Secretario, será solicitada la Real concesión de fidalguía a mi Consejo Real do estuviere. Tendrase esto bien entendido en mi Consejo Real, que dispondrá lo nezesario a su cumplimiento.
Para lo qual mándoos a todos y cada uno de vos en vuestros respectivos lugares, distritos y jurisdicciones, veais ésta mi Provisión Real que va inserta, y la guardéis, cumpláis y fagáis cumplir y executar en todo y por todo, según y como en la mesma se contiene, sin contravenille,
permitir ni dar lugar a su contravención de manera alguna, antes bien para su más puntual y debida observación, daréis las órdenes y providencias que convengan.
A vos, Martín López de Alcalá, vasallo y súbdito que vive en Torres, villa de Jahén de la Andaluzía; salud y gracia. Sepades que Blas de Moya y Segura, presentose en nuestra Real Audiencia en la que solicita para vos sea escrita la anterior Provisión Real.
Y para que conste, a petición vuestra y presentación do proceda, signo y lacro la mesma a los quince días del mes de marzo del año del nascimiento de nueso Señor Yesus Christo de mil quinientos y setenta y dos años.
Yo Gabriel Girón, Secretario de la Cámara de la Audiencia y Escribano de Su Majestad, la fice escribir y sellar con sello de plomo, y con acuerdo del Presidente y Oidores desta Real Chancillería”
Soltó Martín el extremo del pergamino que enrollose sobre sí. Dexolo atado y encaxolo con sumo cuidado entre su faja ventrera a fin de disponer más tarde, que uno de sus hijos lo llevase a Blas de Ortega, escribano del Concejo, que tiene la escribanía por renta y arrendamiento, para su asiento, inteligencia y devolución porque ansí lo manda en él Su Majestad el Rey.
Regocijose de nuevo y con estima, abrazaba a Blas palmeando repetida suave y efusivamente su espalda.
–Pero beba, beba y vuesa merced fable después –contestó Martín.
–Séase –dixo Blas.
...Y bebieron.
CAPÍTULO IX
Sumario de las cosas que acontescieronle a Blas en Granada y cómo fuele el viaje. De lo que vido y cómo cuenta son las muxeres. Lo que dize él llaman fumar. Vido cómo juégase al juego de la pita y explícalo. Lo que passole con la cabeza cortada del morisco remontado Farax el Negro a la vuelta del camino.
–Debedes relatarme agora cómo os fue el viaje –dixo Martín lleno de contentamiento.
–El viaje fueme del todo bien. En saliendo de Torres, fuíme de seguido a Pegalaxar y de allí a la Cerradura, do no más de una hora llevaba de descanso quando recudieron los reqüeros y traxineros acompañados por gentes de la Santa Hermandad quel mesmo camino fazían para Granada.
A esto, acercósele su primo Benito para seguir su narración, sentose en una silla, arrimose a la mesa y acodose sobre ella.
Prosiguió desta guisa:
–Ficimos noche en una venta a la ribera del río Guadalbullón. Un mandón gallo centinela que había advertido la llegada del día con su canto, en rayando el alba tocó alborada . Presto principiamos el camino y siempre bordeando el río convergimos en un paso angosto y disminuido, bajo el castillo de Arenas, que llámase de Santa Lucía, do pasado aqueste, divídese la vereda en dos ramales; el uno a Alcalá la Real y el otro, el que tomamos, llevonos a Noalexo con harto trabaxo porque fazía muy recio sol, otorgándonos nueva parada. Allí, después de mejorarnos algo, fuímos avisados que a partir de aquel punto, no había vida cierta ni camino seguro por haber en las sierras del Cauro y del Morrón, por cerca de Moclín y Colomera, remontados o monfíes –que llámanlos ansí a los bandidos de las dos formas. Dixéronme que dende al menos diez años ha, arrojados estaban en esas sierras por no admitir las disposiciones quel rey nueso señor don Felipe II, puso a los moriscos todos del reino, para los acristianar y los castellanizar en reglas, usos y costumbres; prohibiéndoles fablen en arábigo; que no fagan vestidos moros sus alfayates; que no fagan zambras ni leylas y que no se alheñen las sus muxeres. Dizen son del Alpuxarras; y cómo sus Concejos tienen que pagar los daños que ellos fazen, vanse a otros fuera parte del suyo por fazer perjuicio. Llámase Farax el Negro el morisco remontado desas tierras –que mal torozón le dé–; el que pisa la serranía, sus riscos y picos, faciendo fuerza, rapiña, saqueo, despojo y homicidio para vivir. Túvonos a todos con ojo avizor fasta que llegamos a la puerta encastillada de Elvira, para penetrar en Granada. Antes, vese la ciudad morisca con sus blancas casas tendidas en forma de anfitreato, alumbrada por los rayos del sol naciente, en un lecho de aromas de flores. En entrando por la calle que también llámase Elvira, vese bullicio y animación dende las primeras luces del alba. Ya antes quel sol despierte y el cielo tome nuevamente su azulado, poco a poco sus gentes principian sus quehazeres.
–¡Primo! –manifestó Benito–. ¡Poeta vuelve vuesa merced de Granada!
Fizo silencio para beberse un fructuoso trago de morapio, y reanudó su dilucidación como si no hobiese escuchado nada después de limpiarse con la bocamanga su manchada barba.
–Hay en esa calle... ¡Benito; estamos en lo que estamos o no estamos en lo que estamos! Hay en esa calle, y vuelvo a iterar, a uno y otro lado casas...
–¡Hombre claro, manda güevos! ¡Qué hay en una calle sino casas! –replicó Benito.
–Proseguiré sin elaborar cuentas a lo dicho por mi deudo –manifestó Blas–; mas sí le diré aqueste dicho: Al monte de la prudencia no se llega sino después de largo camino. ¡Benito, camina, camina! ...casas, y las particulares son tan galanas y costosas, que con su fermosura aumentan el valor y la calidad de sus dueños; porque todas o la mayor parte dellas tienen huertos y jardines con tantos naranjos, cidros, limoneros, toronjos, laureles, murtas, arrayanes y yerbas y flores.
Blas movía la mano para dar a entender que había muncho más.
–Parecen las casas de encantamiento que cuentan las historias fabulosas. Hay en Granada quatro mil casas desas más o menos según me han dicho. Todas tienen agua perpetua traída por caños, en tanta cuantía y calidad, que las principales tienen tres o más fuentes. Fazen azoteas y terrados cubriéndolos con parras, y siembran en cuencos de barro cocido rosas y todo género de yerbas y clavellinas de suerte, que no hay casa grande, mediana o chica que no tenga parra, naranjo o cuencos con flores olorosas. A esos cuencos llámanle macetas u receptáculos y las fazen los alfareros en Fajalauza. Llamome muncho la curiosidad, que en quasi todas las paeres de las casas hay un antepecho que pónese en las ventanas, formado de balaustres para poder asomarse las personas sin riesgo de caída por él. Vide a una muxer morisca que no se por noticia de qué llámanle pañolona. Vendía desta hechura u método: ¡Como manteca! Deberán saber que refiérese a nabos para la olla. ¡Como la nieve y acabadita de coger! Pregónase el agua que está más caliente que la de la fuente del Pilarejo. ¿Hay entre las vuesas mercedes alguien que atine a qué refiérese quando vocifera: ¡Chorizos de la vega!
Blas esbozaba una sonrisa y bebía faciéndose el intrigado. Y como no hubo respuesta, al poco contestó:
–Sepan que son ajíes irritantes roxos. Si notifican y vocean ¡En una puñada una infinidad! Son piñones tostaos y las almendricas del monte son bellotas más desabridas y ásperas que las tueras y ¡Grana vendo y de Graná! No se engañen vuesas mercedes que sólo son tomates. Exponen en casillas de madera las mejores cosas de las huertas de la vega. Cardos, guindas, sandías, peras, naranjas, limones, lechugas, pimientos, tomates y unas plantas de las que desplazo semilla para dalle siembra en mi cortijo de la Sierra, que en cociéndolas, dizen, agrégansele güevos de gallina y fazen gustoso manjar. Dízenle acerglás . Llégase al final desta calle a una grandiosa plaza que llaman la Plaza Nueva, en do hállase la Real Chancillería. Allí pedí para vos una reproducción de la Real Pragmática; y díxome un su caballero escribano que tornase al día siguiente próximo venidero. Fuíme por la ribera del río Darro para buscar mesón y dar descanso y buen pienso a Radiante y vide a la diestra un mercado que dixéronme llámase Alcaicería, en do los moros negocian y comercian seda, oro, plata y piedras preciosas. Es el centro del trajín de la ciudad. A su enderredor, salen callejuelas como en confusión, en la que cada una se dedica a una tarea. Hay una calle de los hiladores de seda, otra de los tintoreros, otra de los que curten pieles, carpinteros, cordoneros y alpargateros; y fasta casas de empréstito. Después desto, fuíme a la Alcazaba, dende do derramando la vista, vese un magnífico paisaje del Alhambra y la vega. Los hombres visten a la castellana con trajes ajustados al cuerpo con pequeña capa y espada, espadín o puñal. Usan redezilla con borla; casacas de oro y plata; ricas chupas, camisolas, corbatines, chalecos, calzones cortos, zapatos planos a los que pónensele polainas y trebillas de piedras. Llevan bastones dorados, sombreros con presilla y plumas y otras cosas en demasía. Las muxeres llevan una toca que dizen tontillo, basquiñas o jubones. Pónense mantilla y amplias y pesadas faldas con un armazón de aros que dizen llevan dentro; a dezir verdad, eso yo no lo vide, mas lo digo como a mí me le manifestaron.
–¡Je je, –objetó Benito. ¿Vos en Granada y no...?
–¡No qué, melón!
–Melón lo será vuesa merced, dicho con todo el miramiento, recato, prudencia, circunspección, reticencia y apego que os profeso y, ¡mira que estar en Granada y traerse la chorra chuchurría y apesadumbrada!
–¡Eho, que te estás pasando! –afirmó Blas restaurando la plática.
Las damas van baxando sus escotes, siendo aquesto gran contentamiento y place a la vista. Eso sí lo vide yo con vista de ojos y no de oídas. Otras haylas que prefieren telas ligeras para fazer apuestas y bellas batas guarnezidas. Calzado lujoso llevan y abanicos decorados; y munchos lazos, broches y flores, no faltando nada deso en muxeres elegantes. Tienen demasía en el vestir y calzar. Aljubas llevan en buen tiempo; gorguera quasi siempre, delgada o basta que cubre las espaldas y pechos enteramente; y aún sartales y almanacas por razón de que la honestidad lo demanda, y el obispo también; y las casadas traen toca larga de punto dende el día que casan. Mas agora con gran disolución, y perdida y extraviada toda vergüenza, fasta el estógamo descubren las que son deshonestas, que también haylas, si bien place, siendo como dixe gran contentamiento. Yo acerté a descubrir una gran dama donairosa, gallarda y gentil, que fueme dicho llamáse doña Elena Gamarra de Lorenzo; la cual dama, dexome en suspenso los sentidos por su belleza, delicadeza, finura y elegancia. Faze gala de sus dientes primorosos y puros de marfil; el aliento de sus labios, me da, es dulce y oloroso como la miel rosada . Llevaba ropa escotada de punzado morado y largas mangas de arriba a baxo con tiras de seda azul armiñada y las vueltas nacaradas. Aún os puedo dezir con muncha razón, que tiene celestial fermosura, pues tal fermosura terrena parece tanto imposible si no es venida del cielo.
–Fuuuu –soplaba Blas.
Placiome más –prosiguió– ella sola que todas las esotras que vide juntas. Mis palabras difícilmente pueden manifestar fasta que punto lo es. Apenas un hombre la mira, siente como conmoción y sacudida y presto queda enamorado ¡Cuán bella es! No me se cansar los mis ojos de ver tanta fermosura. De ningún modo podrán conjeturar vuesas mercedes su primor si no la ven con vuestros propios ojos de vista; y en esto, advierto, mi deseo es que no os acarree a ansiar cosas extraordinarias, ya que se descuidan con daño las ordinarias y de obligación; y si no le entendierais, dezir os tengo, que las cosas ordinarias y de obligación son la vuestras muxeres. Yo soy sin emparejar y no nezesito de tal advertencia. Queda notificado todo. Sigamos; los clérigos y letrados, los hombres ancianos y honrados, sabéis que en todas partes traen, y siempre truxeron vestido luengos según es costumbre. Claro es quel que ha de correr, luchar, trocar o cavar, o texer, o carpentear o fazer obras semejantes, otro hábito más expedito ha menester quel que está rezando, o leyendo, escrebiendo, o broslando, o faciendo qualquier obra de reposo o sosiego. Voluntario es en la vestidura que sea de lino o de fustán, de cuero o de paño, de oro o de seda, la qual cosa es que cada uno viste conforme a su condición y grado; si bien diríaos que pecado es traer como traen algunas muxeres chapines muy altos como los llevan, que fazen crecer a una persona; más además de ser pecado de soberbia, lo es de mentira –creo yo–, monda y desnuda, porque fíngense y muéstranse luengas las que de fecho son cortas. El sayo viejo aquí suele servir para aforrar lo nuevo; más allí, agora, tanto más vale el aforro de camanonca que la haz. Estad ciertos de que quanto más sepáis desto, tanto más y mejor para vosotros, ya que acrecentáis de bóbilis bóbilis el conocimiento.
_¡Primo, no prosigas y tente quieto! Eso como primero; y como segundo: ¡manda lerenles lo que vosacé aprendió en tan poco tiempo! Apoyándome en lo anterior, y presto fino, ¿por qué no nos cuenta otra vez lo desa doña Elena y luego lo de las demás muxeres? –solicitó Benito admirado. Después desto voyme contigo a Granada sin más remedio la próxima y venidera vez.
–¡Primo, prosigo y no me tengo quieto, y escucha bien con tus orejotas! Sin más remedio la próxima y venidera vez, conmigo no venides ni a Cambil, picaruelo granuja –repuso Blas–, quien continuó desta guisa o manera:
–Os manifiesto igualmente que dixéronme había un cirujano dentista que llamábase Abén Reduán; galeno de órganos visuales capaz de aviar la peor boca guijonada y ponella como la de una moza.
–Primo, ¿no aprovechó la vuesa merced tal virtud para los vuestros dientes? –manifestó una vez más Benito.
–Pude, pero dezidí no malgastar real alguno y ansí poder prestalle a vos quando vengáis conmigo a Granada la próxima y venidera vez, ya que tanto empeño tenéis. Ansí podréis aprovechar para que a vos, os troque el nabo por otro más descomedido. ¡No diréis que está mal reflexionado! –le dixo Blas nuevamente.
–¡Cágome en la mesalina, la respuesta que diome la merced de mi pariente! Debe interpretar vuesa merced que las interrogaciones que le estoy faciendo al unsínono, no son de malicia. ¡Tiempo al tiempo! –respondió Benito.
Blas prosiguió:
–Tiene liquido para los ojos y acicalarlos y despojar las tataratas, cura el garrotillo, la perlesía, el pasmo o sahorno de la piel. Tiene un no se qué para quitar las cicatrices y un remedio que dispensa las canas y no cáese el pelo.
–Ya no atrévome a dezille nada, primo mío, pero...
–¡Calla, Benito, que no fazes más que incomodar!
–Fuíme a verle a la placeta que llaman de San Gil. Rescibiome una alcahueta gurrimina cual lobo robador sin bondad y con oficio de soberbia y tiranía y robamiento, sacome un real en un soplo antes de deliberación alguna. Demandé las cosas que vos me requerísteis, amigo Martín, y díxome que esas composiciones fazíanlas en la botica de Serafina Enríquez de Lara, morisca vieja de muncha industria que vive en una plaza que intitulan de Biba-ranbla. Llegueme a ella y vide la casa más espesa de cosas para todos los males del mundo. Tiene lo que en esta lista os leo y más: xarabes de arrayán, oximel, violado, azeite de maricamilla, ungüento de basilicón, almártaga, aúrco, miel rosada, trementina, polvos restituidos, lamedor, purgas, agua rosada, ungüento de espuma de plata o de plomo, ungüento precioso y todas las especias y tintes naturales de todos los colores. Quedeme para mí una sabia exhortación que díxome la alcahueta de la placeta de San Gil a troque del real que volome y que por ser útil y barato, quiero participar a vuesas mercedes:
“El que padeze de calenturas cecionas o tercianas y dexe caer un real en un cruzamiento de caminos, traspasa su enfermedad a quien lo recoge”
Solicitele cosas que no interesa saber a naide mas que a mí y a maese Martín, y fuéronme servidas al momento. Escoté treinta y quatro maravedís y cómo excedía de los doscientos setenta y dos que vos me disteis, pedile otro tarro de lo que ya conosce, para que sobren y haiga en demasía por si merco burra ¡quien sabe! faciendo sesenta y ocho maravedís en total y sobrome ciento y setenta que agora mesmo os retorno. El real que la vieja volome, aína va de vuelta, ya que volose por mi torpeza y no le héis sufragar vos.
Fizo nuevo descanso.
–Pariente –tornó a dezir Benito con actitud descocada –; iré con vos a Granada, porque más contenta va una gallina, si va con su pollo. ¿No?
–¡No! Y ya os dixe, primo Benito, y si no os lo dixe, dígooslo agora, que vendréis conmigo... quando meen las gallinas . ¡Entiendes!
–Entiendo que quien solo se come su gallo, solo ensíllase su caballo; y quien no ayuda a los demás, no halla quien le socorra ni ayude en lo que menester nezesite –dixo Benito.
–Me estás dando golpes con la sartén y bien que no duelen tiznan –contestó Blas–; además, aún no entiendes el abecé.
–El abecé quien no le entiende es vosacé que volole una parva de maravedís una alcahueta. Si quiere vuesa merced que os sirva más folletas de vino, meditad so lo dicho –replicó Benito.
–¡Sigues echándome obispillas en los lerenles! De una vegada, Benito: chitón, mutis y ¡ no me acucies coño! –dixo Blas prosiguiendo desta manera:
_Ovillando la conversación, dígoos maese Martín y oidores que mescuchan, que vese multitud de gente que acércanse a trescientas veces mil, según man dicho. Fuíme a buscar posada con buen alfolí y pajar para regalo de Radiante y la encontré en Fuente Nueva, a las afueras, junto a la Puerta de Elvira, que en extremo era limpia y tenía buena planta. Vide una cosa que llaman fumar; y tengo por averiguado que fácese de fojas liadas de olor subido que machacadas y en polvo, es absorbido por las narices y en estornudando repetidamente, queda el cuerpo desquadernado y después, en ajustándose, más placentero; y otra forma en que tómase, es a modo de un tizón encendido por en su punta contraria que chupan y resciben con el resuello para adentro aquel humo con lo qual, dizen adormécense las carnes y quedan esquajaringás .
–¿Vuvuesacé pupuédeme dezir cómo pupuédense meter aquese jujumo y juego endren... endrento sin en...dispues re... regolverse y fazer tapiroroxo ener buche y garnate, sin quemarse y sin, sin queque dele un torozón? –preguntó un farfalloso, arrancapinos, cachigordete y zamacuco indígena oidor que repiqueteaba qual carraca . Dezía que llamábase Meme... Meme... Memesio–; lo qual vuesas mercedes deben inferir que Nemesio es su nombre.
–Parece que calienta; pero ni quema ni faze daño –dixo Blas enseñando las fojas picadas que para él había mercado.
Mojó un sopetillón en la pipirrana que contenía un dornillo de madera de cerezo y quando húbosela tragado, limpiose con la bocamanga la barba aceitada y reluciente que tenía.
Con lenta parsimonia y cierta solemnidad, preparó Blas un tizón de fojas liadas y encendiéndolo por una de sus puntas, dióselo a Nemesio.
–Tenga vuesa merced –díxole Blas. Absorba con el resuello para adentro y con fuerza y sea el primero que tiene la reputación de fumar en Torres.
Fízolo ansí y después de la primera chupada, quedose páparo y traspuesto lanzando el tizón con fuerza al suelo. Brincando cómo a trote con muncha priesa cómo dándole una tembladera cómo que le dio, y cómo mal vídolo Blas, levantándose, atízale una fuerte guasca en el cogote para dar arreglo y remedio a su ahogo. Cómo fue de repente, de asohora, no esperada y fuerte, saliéronsele dos grandes mocarreras a Nemesio, el qual, palpándose con la diestra, notose entre su labio y los dedos las humedades que salíeronle por las ventanas de las narices. Dixo con un hilillo de voz y mirando fijamente a Blas con los ojos saltones y desorbitados:
–Didígole a vuvusacé que sisi es, si es sesera lo que sasale por las mis narices, mimi deudo Tretrenislao el... grande y yoyo os daremos le...ña y aluego dirá vos que tenemos tolonterías. Yoyo y vuvu, vuvue...sacé quedamos tipos daqueste mesmo es...tante ¡cabrón!
Y zanjando la plática fuesse corriendo a meter la cabeza en el agua del abrevadero cómo alguien de los presentes habíale aconsejado.
–Más vale callar –contestó Blas después del desprecio de Nemesio–, que con borrico fablar. Aprended aquesto:
Nunca des réplica atroz
qual faze el rucio a la potra,
ni le respondas con otra
si un nezio te da una coz.
Riéronse los presentes y prosiguió desta manera:
–Fuera vi una puñada de picaruelos que jugaban y entreteníanse con una vara de tres pies de largo, que percutiendo con otra más menuda aguzada por en sus puntas, salta; y en revoloteo, atízanle un golpe vigoroso que lánzanla a muncho trecho. Colócase la vara luenga en tierra y uno de los zagales vase por la menuda y lánzala para le dar. Si le da, tira él, y si no le da, de nuevo reitera el procedimiento y calcula el trecho que hay dendese punto a do está la vara chica. Si fazen acuerdo con las varas dichas apúntanse en su haber y si no acuerdan, mídense y si haylas, gana, y si no haylas pierde. Tienen norma que veintiquatro varas, fazen una mano y juegan tantas manos cómo sea menester y acordado tengan. Y eso fue lo que deparome el día maese Martín. Acosteme trempano después de fazer una buena cena y madrugar al siguiente próximo para subir a la Alhambra y de vuelta, a eso del Ángelus, recoger la pragmática en la Real Chancillería que de paso está. Fuíme con Radiante y causome la más agradable sorpresa. Llegueme en horas puestas en armonía con su naturaleza, en por la mañana y con un sol brillante que alumbraba palacios y jardines. ¡Dame en la berza que aquese palacio fízose para el placer! Domínanse clarísimos horizontes y variados paisajes. Descúbrese la vega, la ciudad, los cármenes, las colinas, las alquerías y los pueblos vezinos, los ríos Xenil y Darro arrastrándose por entre alfombras de verdor y flores. Dende los jardines y miradores del alcázar de Alahmar, tendí mi vista fasta do su descendiente Boaudili el Zogoibi, despidiose de la ciudad llorando y dícenle dende entonces Suspiro del Moro. Quedeme en arrobamiento porque vide la cosa más bella que hombres jamás haigan fecho en el mundo. Llegado el tiempo, baxé a retirar el pergamino a la Real Chancillería y fueme entregado por un escribano chupacirios y zambullo della, que cobrome cinco reales por el traslado. Como pensé que era aumentado el precio que pidiome por él, díxele:
–Señor escribano, ¿No piensa que son munchos los ciento y setenta maravedís que cóbrame vosacé después de venir dende tan lexos?
–Lo primero que para recaudar yo no pienso –díxome el mangante – y lo segundo, que lo mesmo me da que me da lo mesmo, cobralle a vuesa merced que al mesmísimo Almirante de la Mar Océana don Cristóbal el Colón si apareciese por esa puerta, replicome el abotargado .
–¡Coño¡ –dixe yo sin me dar cuenta y todo por no haber visto tal trabaxo ni tal belleza.
Fuíme de vuelta a la posada y hallé en ella jacarandana de dos rufianes y dos páxaras de mal vivir. Llevaban sendos hurracos muy aparatosos so la cabeza, y ¡dame que eran calientapollas ! Churreteaban con unos bulderos que querían yantar y cómo vestido de pardillo viéronme y con el papahigo puesto, que púsemelo para estar de incógnito, pensaron era merchán y fazía cambalache o algo ansí y comenzáronme a preguntar que a do iba; que si iba a tratar puercos que allí los había buenos. Comenzaron a dar vaya, y no respondiéndole, meditaron –tal vez– que era hebreo o sordo y llegó uno de los dos truhanes a tirarme del papahigo diciendo que si era sordo y... dale que dale . Que si esto, que si lo otro. ¡Manda pelendengues ! Yo mantenime quedo por ver que faría, mas un buldero meapilas con munchos lamparones en sus ropas, que parescía hombre de bien y pedricaor, díxole que quedito, que no se burlasen de mí, que no sabían quien era y que me se parescían las armas debaxo del sayo. Estos rufianes llegaron a mí por ver las armas. Dende que viéronme armado, los malandrines no ficieron más escarnio. Una de las muxercillas díxome con voz de burraca y con mofa si había escapado del sepurclo huyendo. En esto llegó de vuelta gentes de la Hermandad armados con sables y arcabuces; los mesmos que ficieron camino a la ida conmigo. Díxeles con disimulación no dixesen quien era yo y ficiesen cómo que no conoscíanme por ver en que paraba la fiesta; y tornados al tema, vino uno dellos que era estrabón y ¡dame que también farfolla ! y... tirome del papahigo increpándome y queriendo que le desempaquetara y exhibiera como eran las mis armas diciéndome que eran hurtadas, que do las hurté, y más cosas que no puedo dezir por ser demasiado feas o más que feas, criminales. Enojome más que bastante, enfureciéndome, quando vide como un cabo de esquadra de la Hermandad, no pudiendo ya sufrir humillación ajena, quiso poner mano al acero y yo que me los calé y ya tenía ganas de principiar jaleo para recuperar honra y honor, levanteme y tomé el banco do estaba sentado y comenzando por el vaina del rufián, atizele con fuerza y abrile la cabeza de por medio, echando a las muxerzuelas al fuego y quando churrascáronse el su conejo, salieron a escape dando desmesuradas y exasperadas voces. ¡Justicia, justicia! –pedían las meretrizes–. La Hermandad y yo, resuelto todo, sentámonos a comer y una gran chusma juntose en la puerta al escándalo, y como vino un alguacil mayor, creo, a quebrar la puerta como que la quebró y en teniendo yo la tranca a mano, entraron los porquerones y corchetes, derroqué dos o tres dellos y sobre todo dile fuerte a uno que pareciome manflorito por sus modales y voz trémula, que fue el que más tamarillas metía y no osaron de entrar mas. De fuera requeríanme que diérame a prisión si no quería que ardiera la casa, y en fin que vino el obispo eminencia don Pedro Guerrero –que creo iba de paseo –y fue tanto el respeto que mostró el pueblo allí apiñado, y tan general, que naide hubo osado a lo contradezir, por ser persona muy amada por sus buenos consejos y acciones y entonces sosegose todo. Díxonos a voz alzada aquesto con gran atino:
–Concordia parvae res crescunt; discordia maximae dilabuntur . Jamás fable la lengua quando se está encolerizado; esperad, dezía, quede pacífica y entonces fablaréis con muncho fruto y provecho. Ser y estar ociosos es raíz de murmuraciones, de enojos y de otras munchas peligrosas tentaciones. No fazer legítimo aquello que es intrínsecamente deshonesto; de otra suerte, se podría excusar el pecado, y aquesto que digo, os sirva de cautela y también de preservativo. Rescibid mi bendición. Y fuesse.
Con cierta acidia, cansancio y descaecimiento pensé en partir quando terminase de comer y llenar mis alforjas de proveimientos para la vuelta. Fice lo planeado y después de sestear, pagué mi hostalaje al posadero y metime, quando el cielo apagaba sus luces, en anochecido, en el camino a la contra, para salir a la par de la luz del alba en cerca de Iznalloz, en una nava llana y rasa que ha una venta en un cuadrivio do pensaba descansar a Radiante; pero en el mesmo cruce, acaeció que vide volar una corneja a la mano derecha y llevome la vista a ver una cabeza cortada de un remontado ajusticiado, so la que comían una cuadrilla de negros y granujas grajos que croajaban revoloteando bajo. ¡Mama mía! Estaba clavada en un poste con un letrero que dezía:
“Aquesta es la cabeza del morisco remontado Farax el Negro, traidor; naide la quite so pena de muerte”
Me aterrecé y vime en aprieto; y con gran encendimiento díxele en voz alta a la cabezorra cortada...
¡Hermano, morir tenemos!
...y dame que contestó...
¡Hermano, ya lo sabemos!
Pensando como podía salir volando de tal fatiga para sosegar mi estado, metí espuelas al caballo y no paré fasta los altos de Campotexar, en el puerto del Zegrí, al que llegué en un soplo y con sabor de acíbar en la boca y en la genilla la cabeza del morisco esonrible. Recordeme de los malhumorados e hideputas remontados monfíes que quedáronse en la serranía y como el que pone alas a las patas de Radiante, corría qual Pegaso volaba.
CAPÍTULO X
De lo que acontesciole a Blas en la venta del Zegrí con un feo viejo y una bella dama, amén de otras cosas. De como el pícaro Benito consigue que le lleve Blas a Granada la próxima y venidera vez.
En aquesta venta, mandé cuidar a Radiante y dalle descanso, agua limpia, grano y buena paja, porque yo y él, estábamos descaecidos . Fice que aderezásenme de comer y pusiéronme un buen falsío con garbanzos, pan blanco y vinillo aloque que aunque zupioso, presto di cuenta del. Un vejancón que fazía tomiza, zanquituerto, adrubado y feo en demasía, averiado y zullenco, que no podía contener la cámara y follábase a chorro el gorrino, fizo que dexara a medio los garbanzos y salime a la era a respirar ayre puro. ¡Mal torozón le dé al viejo!
Acaeció que estando en la era llegó un birlocho de camino y quatro escoltas a caballo con una dama que veíase principal y conservaba aún la belleza que debió ser notable en su juventud; un lacayo vestido con una rica y encarecida librea que indicaba el lujo y la ilustre alcurnia de su ama, se baxó de la trasera del coche y presto ayudó a la dama a baxar también del. Antes que entrara a la venta, dos caballeros quedáronse con ella fuera, y los otros dos, entraron para a mi parecer, ver la calidad del lugar y acomodar a su señora. Pusiéronle sillón en la mesma estancia macilenta do el viejo zopenco y astroso moraba. Uno de los caballeros, apercibiose de que un gran mastín, tumbose a la vera del halda de la señora y observó, como el perro tenía fuera y pendíale entre las patas traseras la parte natural de la generación, que era grande en extremo, y a buen entendedor pocas palabras son munchas y no faze falta dezillas; pero si alguno hay que no le entendiera, que puede ser y yo ya veo a uno que no le entenderá, porque es más terco que un ovejo (Referíase Blas a Nemesio) dígole, quel vulgo llama cebolleta o cipote y con dos pelotas a los lados; que lo mesmo da dezir ansí que asina, que todo es uno. ¡Bueno, sigo! Para no perturbar los ojos de la bella, el caballero fue a espantalle diciendo: ¡Sus, marcha! Pero el muy descarado perro mirolo con insolencia y continuó como si nada. Acercose más para sagudille, pero al ver los ojos de mala uva del perro, pensó que mejor sería interviniese su amo –que vino a ser el viejo. Fablole el caballero con susurro al oydo, para que de forma disimulada y con sensibilidad, sin que la señora se diese cuenta, quitase el perro de su presencia y no viera semejante órgano. El viejo levantose de su asiento dando trompicones con su andar descompuesto y una vez junto al perro y frente a la dama, dixo a voz alzada y sin reparo alguno, dándole un zurriagazo:
–¡Picho, con el pollón que tienes, vete a la puta calle y le enseñas la chorra a otro. Mala pedrá te peguen!
Dicho lo dicho, al perro, púsosele las cerdas del lomo como leznas, y en enseñándole entre su hocico sus luengos colmillos color pajizo fuesse do el efaratao viejo habíale mandado. Sentose sin más, después de las risotadas de los presentes.
Dezidí me quedar para fazer noche en aquel lugar, ya que un caballero díxome que la señora descansaría allí para salir temprano camino de Jahén a la mañana próxima siguiente. Eso fuera parte del descanso para Radiante, suponíame compañía fasta llegar al ramal de Cambil, do separaríame dellos para en cruzando por el Puerto de la Mata llegar a Torres. Ansí lo fice como explicado he y heme ya en Torres sin novedad alguna. Y sepan todos los que me han escuchado que en esto que les conté, no hay trola ninguna.
–Pláceme vuesa venida sano y salvo –dixo Martín–, y si queréis presto engordar, por lo dexado en el camino, come con fambre y bebe a vagar, que pagado héis todo lo que a vos os plazca; si bien... ¡no deberíais dar lugar a trompezar con las erres!
–Pláceme a mí también, maese Martín, y os tomo la palabra, contestó Blas deshambrido, quien pidió a Pedro otra nueva jarra de buen vino y algo que llevarse a la boca.
Sirviole Benito y al tiempo díxole:
–¡Primo!
Blas poniéndose el dedo índice so los labios dixo:
–Chiss ... Benito. ¡Calla coño que se enfrían estos palominos!
Púsole unos pichones ensapados y diose tal hartazgo, que entre regüeldos quedose a todo reventar.
–Bien placiéronme estos pichoncillos; aunque por lo inquebrantables, apropiado sería dezille pichonzones –argumentó Blas después de dar buena cuenta dellos –; vos me héis de dezir el qué, el como, el con cuánto y el con qué se fazen –pidió Blas a Benito.
–No os diré nada de tal aseveración. Sólo que vuesa merced pide muncho, y si queréis que os diga la nuestra experiencia de como fácense los palominos, primo mío... os costará la promesa de me llevar a Granada sin discusión, polémica ni disputa alguna como primero, más principal y más importante –replicó Benito–. ¿Si convenís?
Blas pensolo un instante y alegó:
–¡Convenido queda lumbrera! Fablad.
–Ponga el oydo en buena disposición vuesa merced que falta le faze. De paso y si por un causal quiérelo bien aprender –argumentó Benito que alzaba poco a poco la voz–, hay que conoscer la desemejanza entre oír y escuchar. La primera la detentamos todos, a no ser que como una tapia se tenga el oydo. La segunda pocos lo fazen; requiere atención, ya que no faltará quien diga gallinas flacos y pollos gordas. Tome buena nota para que luego no me diga que quedose algo olvidado.
Tomará después de apresados quatro pichones y dándole fallecimiento, fágase recién muertos. Si no se apresaran los pichones no se puede preparar aqueste plato, y si no están muertos, tampoco. ¡No dirá vuesa mercé que no lo voy interpretando bien! Y pélelos en agua caliente; y ábralos por las espaldas dende la cabeza fasta la cola; sólo el pellejo. Luego le irá desollando de manera que no se rompa la piel; y cortará las piernas de manera que queden los muslillos en ella; y los alones córtelos por las juntas. Luego ubicará el pellejo so el tablero –si tiene–, y lo henchirá con relleno de la mesma carne de los pichones y ternera, o cabrito o cabrón. ¿Me sigue vuesa merced?
–¿Por qué preguntas si os sigo quando terminas de dezir semejante palabra? –preguntó Blas.
–Con el perolo que tiene vuesa merced, no me extraña que afine tanto. No sea tan susceptible que por ahí no va el hilo. Prosigo diciendo que esto hay que hirvanarlo con lo dicho antes, para que no quede efaratao .
Y freirá tocino en rebanaillas delgadas y en estando medio fritas, eche un poco de cebolla cortada a lo largo y la freirá con el tocino. Luego echará un poco de yerbabuena y cilantro verde, mejorana y perejil muy poco, porque si echara muncho vuesa merced, daría mal gusto a los rellenos, y si no hobiese yerbabuena ni cilantro verde, échese seco y molido, y si no hobiere seco ni molido, no échele nada, porque cosa que no hay no puédese echar por ser esto inejecutable. Echará en la sartén la carne picada y la freirá; eche treinta güevos crudos y revuélvalo todo con la paleta fasta que esté bien seco el relleno. Luego tornallo al tablero y píquelo muncho y bien y métale otros quatro o seis güevos crudos y sazone con todas las especias, y agrio de citrón y pondrá yemas de güevos duras en el pellejo y cañas de vaca en trozos. Se echará el relleno encima y coserá el pellejo del pichón con una aguja y una hebra de hilo larga, de manera que en la costura no haiga más de una hebra, y pondrá los pichones en una cazuela con lonjas de tocino debaxo y encima, y pondralas al fuego tapándolas con una cobertera o alamar, y échele lumbre debaxo y encima, y después de asadas, tirará por la punta del hilo y saldrá todo y póngase do se sirviere y échele un poco de almíbar por encima sin tocar a los pichones. Luego corte una docena de almendras en rajitas muy menudas y póngaselas encima con cuidado. Si queréis fazer aqueste relleno dulce, échele miel, canela y más agrio de citrón. También se puede mezclar con un poco de mazapán mezclado con yemas de güevos duros con miel y con el relleno de la carne. También se sirven con sopa dorada; pero no he de dezir cómo se fabrica tal sopa, por si me hobiese de interesar en otra ocasión más adelante. Sólo réstame dezir para completar todo, que también acomódase fazer esto con pollos, gallinas o perdizes. Espero de vuesa merced téngame en cuenta, y repito, téngame en cuenta para el próximo y venidero viaje a Granada. Y con esto, concluyo mi muy buena intervención diciendo como vos me dixísteis: ¡desto chitón y mutis ! No obstante, si quiere vuesa merced, doyle por el mesmo convenio otra buena receta de lechones asados rellenos de orejones, pasas, almendras y nueces majadas y hojaldrados en salsa de citrones y membrillos ceutices con calabazate y melindres al diacitrón .
–¿No creéis vos que esto que recetado me has, es muy poco para una solitaria y sola persona?
–Si muncho os parece, darele una de estocaprís o de gigote que será más fructífera a vosacé.
CAPÍTULO XI
Dale Martín a María las píldoras alefanginas y lo que hay que dezir y fazer al oydo de una muxer para que quede en preñez.
Fuesse Martín a su casa y enseñole a María los dos tarros de alefanginas y el pergamino.
–Con esto María, la preñez es segura –dixo Martín jadeando, por haber subido la cuesta a trote. Viene como pedrada en ojo de boticario.
–Tenéis la cabeza llena de viento; sabéis que nada se mueve sin la voluntad del Señor y como no facéis más que cacarear y no pones güevos, dame... que imbele sois; comeréis de aquí palante jallullos con miel y azeite; tal vez tengáis fuerzas para tener otro hijo, ¿o hija? –dixo María entre risas.
Martín replicó:
–Lo mesmo me da que me da lo mesmo. Vos sabedes, y si no lo sabedes héislo de saber, que las alefanginas son píldoras compuestas de munchas drogas que fazen virtudes maravillosas. Tomáralas de dos en dos y dende agora mesmo, que me da a mí que ha niño y no niña. El buey viejo faze el surco derecho y esta noche, yo y tú , en carnes vivas, espero que no quedes horra .
A eso de las doce de la noche, poco más o menos, Martín, candil en mano, revisó los catres con sus colchones llenos de paja seca do dormían sus hijos y vídolos a todos descansando calmosamente. Fuesse al quarto do María estaba so la cama y muy quedito y con tiento, apartó con el pié suave y silenciosamente el chinchero y en voz baxa...
–El hombre es fuego, la muxer estopa, llega el diablo y sopla –dixo dando un gran soplido en el oydo de María. ¿María, ternura mía, estás a pelo? ¡Desadormécete que ayuntamos! María se desadormeció y al instante, dexando a la vista sus partes naturales principiaron ayuntándose.
CAPÍTULO XII
Canta María el romance del Maestre de Calatrava y bromas que le da a Martín. Cosas que hay que fazer para saber si ha preñado. Descripción de la cocina de María.
Quando las rendixas de las puertas dexaban traslucir la luz del alba, Martín enalbardó a la Galana y puesto el serón, metió en sus senos los aperos nezesarios para realizar las faenas del campo que tenía previsto fazer en los majuelos de las Panderas.
María con crespina, en brial y con un gregorillo so los hombros, cocía leche de cabra en un puchero de barro y tostaba so las ascuas de la lumbre rebanadas del pan de poya que comprole al fornero del Concejo Manuel Moreno el viejo. Al mesmo tiempo, cantaba con donaire el romance del Maestre de Calatrava que tanto gustábale y que ansí dezía:
“ ¡Ay Dios que buen caballero,
el maestre de Calatrava!
¡Quán bien que corre los moros,
por la vega de Granada,
dende la puerta de Elvira
fasta la de Biba Rambla!
Con su brazo arremangado,
arroxa su lanza.
Aquésta injuria que faze,
naide osa demandalla;
cada día mata moros,
cada día los mataba,
vega abaxo, vega arriba,
¡oh cómo los acosaba!.
Fasta a lanzadas metellos
por las puertas de Granada.
tiénnenle tan grande miedo,
que nadie salir osaba,
nunca huyera de ninguno,
a todos los esperaba;
fasta que a espaldas vueltas,
los faze entrar en Granada.
El rey con grande temor,
siempre encerrado estaba,
no osa salir de día,
de noche bien se guardaba ”
Sentose Martín sobre una poltrona enrejada de junco delgado, pellejos de carnero de lana roxiza y respaldo de madera toscamente tallada, después de escuchar el romance y haber sacado a la mula y el mulo ya aparejados a la calle.
–¿No se qué me pasa –argumentó María con cierta tosecilla, poniendo so la mesa camilla el desayuno–, tengo ganas de regüeldar y dame que encinta soy? Tengo señales de temblamiento y con la experiencia que enseñome mi madre creo que...
–¡Selo yo! –dixo Martín en un tris con altanería y a media sonrisa interrumpiendo a María. De mozuelo, para mear, nezesitaba de las dos manos, y a hoy, no nezesito más que una, lo que en deduciendo, ya que para eso tiénense sesos en la sesera, tengo más fuerza agora que otrora, y... ¿Y de qué trata la tal experiencia que tan segura sois?
–Estando las muxeres en ayunas como agora soy, tápense las narizes de modo que no advierta olor ninguno, y póngase baxo las haldas como me le puse un poco de fuego en el que haiga unos granillos pulverizados de la simiente del enebro o palo del aloe, de forma modo u maña, que da igual todas tres cosas, faga sufimugio y se tome el sahumerio por baxo. Si le notare, no ha preñado y si no le notare preñado ha. Y yo Martinillo cabezolón no hele notado.
Quedose solo y pensando dixo:
–Gracias Señor por la preñez. Y yéndonos a otro lado, agradézcoos, y sirva esto de plegaria, por fazer entiligentes a todos los hombres que fazen melecinas, y las milagrosas píldoras alefanginas. Se que por Vos, las alefanginas, y yo que algo puse, ha preñez. Tomad esta rica jarra de leche cocida de cabra y los jallullos. No fagáisme, Señor, ninguna señal si queréis que cómamelos yo.
Esperó un corto espacio de tiempo embebecido, mirando con un ojo las cañas y vigas del techo de la cocina, cubierto con un manto de nívea cal y con otro los jallullos...
...Como no hubo señal, comióselos él.
Rematando dixo:
–¡Amén!
Y santigüose saliendo de la casa, dexando a María aseando y curioseando la cocina y dexola tan limpia que da gloria verla. Tres armarios hay, el uno para las carnes, el otro para los platos de estaño, tazas, tazones, cazuelas, cuchillos y un tercero para el pan y las especies que anda en cajas pequeñas, molida, cernida y aparte según su clase, porque aprovechan más –dize María–, una libra desta manera que si se moliera a remiendos. Dos anaqueles encajados en la pared soportan jarras, sartenes, parrillas y ollas de varios tamaños. Sobre una mesa dobladiza de madera blanca hay un almirez de bronce con su correspondiente mano, dos alcuzas, unos calabacines que contienen sal y una medida de estaño de una pinta. En una tarima, dos cestas de mimbre que contienen más cuchillos y una hacha de fierro para partir carne. En un rincón, tres toneles de quatro arrobas de vino cada uno y junto a ellos, un exprimijo nuevo y seis encellas para fazer el queso que vende María a ocho maravedís la libra. Las chufetas, espumaderas, torteras de latón, barquillas, cazolillas y gubiletes quedan bien puestas y lucidas. Sobre un esportillo de pleita están ordenadas las pajuelas y torcidas de algodón cubiertas de azufre para que en arrimándolas a una brasa, ardiendo, den lumbre. Una mesa de nogal para maznar la harina tiene un cielo de lienzo puesto sobre ella y colgando del techo, un grupo de candiles que en estirando o soltando una tomiza, suben a baxan a voluntad. Está bien emblanquecida y sin mancha. Las velas pónense so unos saetines hincados en las paredes o so los candeleros con despabiladera que hay para aqueste menester. Un adufe queda prendido a unas defensas de ciervo que so el hogaril hay y baxo aqueste, colgando para ahumarse, sendos manojos de morcillas y media panza de tocino. Hay tinajas para el vino con sus coberteras y un zafariche con quatro zalonas de barro para el agua. En la chimenea unas cadenas de fierro pendiente en el cañon, con un garabato en su punta inferior so el que cuelga la caldera y a poca distancia otra para subirla o baxarla. Junto a la chimenea, unas trébedes grandes; unas tenazas; un morillo de fierro y un pinete do córtase la carne por no consentillo María fazer so la mesa grande, la qual friega todos los días con agua hirviendo y ceniza. Está ordenada y muy blanca. En un rinconcillo baxo la escalera, tiene una escoba de rama, un badil, un brasero de fierro y un esportón de crezneja so el que se echa la ceniza y basura. Una alacena que más bien parece quarto, tiene varios sacos de herraj y una caja de madera con su hueco en medio do pónese la bacía con asquas o lumbre para el invierno; y sobre todo, viandas en adobo y azeite; solomos, perniles, chorizos, morcillas y torreznos, quesos, manteca, panzas de tocino, pajarillos fritos en orza, uvas pasas y ciruelas, higos secos, almendras, nueces y azeytunas de agua y de cornezuelo; ansí como ristras de ajos y pimientos secos. El almorí y las almojábanas las tiene en canastas de mimbre tapadas con sendos alamares de encarnado lienzo. En un chiribitil oscuro contiguo a la cocina, vense tres zapitos y dos tinajas grandes llenas de azeite y al un cabo a la derecha, una tabla repleta de quesos y baxo ella, alineadas, redomas que contienen: las grandes, el azeite sobrante que vende María a cien maravedís la arroba, y en las chicas, leche sin hechizar (esto díxomele ella a mí) para vender el azumbre a diez maravedís.
CAPÍTULO XIII
Manda hecha a Dios Nueso Señor y canto, que Martí dize sobre la conquista de Torres por el rey Fernando el III y Santo. Bartolomé Ximénez de Barrionuevo le da carta de recomendación para quel marqués de Camarasa don Diego de los Cobos y Mendoza, le arrendase unas tierras que tiene en Pulpite.
Quando el sol de las once arremete como daga dañina y la frente gotéa el sudor honroso del recio trabaxo, ya tenía arrodrigonada Martín una tabla de vides. Disponíase a rendar los capotes, quando un cínife zumbador cual azor neblí en combate picole en el cogote junto a las orejas. Al rejonazo, diose una puñetada que espabilose el pensamiento y faciendo un breve descanso, dezía estirando la rabadilla y mirando al infinito:
–Si dezir palabras sinónagas supiera Señor, las amasaría de forma tal que fueren entendidas mejor; pero valgan las que siguen porque Vuesa Merced todo lo sabe y entiende. Señor, Vuesa Merced que no da nobleza sino a los nobles, ni honra sino a los honrados, sabedes, que mi agüelo dezía y prendido téngolo en la cabeza, que “ Cata quien sodes e del linaje do venides ” y por saber Vuesa Merced más que yo, ni os lo explico ni probároslo tengo. Si Vuesa Merced faze que mi María quede en preñez, muncho folgaría yo; y ya que nunca gózase más y mejor de la facienda que quando ésta se reparte, daría al preste de almas doce ducados o ciento treinta y dos reales que es lo mesmo como Vos sabe, y doce fanegas de trigo para fazer pan de cocer y dar de regalo a los probes de la villa, porque el que faze bien nunca lo pierde. Y siguiendo en lo que estamos, Señor, si par fueren los hijos en lugar de uno, doblaría la cantidad de lo prometido y además pondríale y llamaríale de nombre al uno... José, como Vuestro Padre, y al otro como a Vuestro Agüelo. Empero, y puesto que no se como llamábase Vuestro Agüelo, pondríale al segundo hijo el mío. ¡Qué os parece lo tratado!
Y poniéndose de hinojos baxando su cabeza dixo:
–Séase amén por siempre jamás.
Echose la tarde a lo alto, dando Martín de mano quando la luz ocre vino a desparramarse en reflejos de oro so la tierra de las Panderas. Dexó su faena y púsose a aparejar y cargar al burdégano para su vuelta a Torres.
Ató al mulo tras su Galana a la que llevó junto a una piedra y subiose de un salto, iniciando al inverso el camino. A cada paso que da la mula, faze un vaivén rítmico con la cabeza, y teniéndo memoria del romance cantado por María, vínole al recuerdo aquello que enseñóle su agüelo. Garraspea la garganta para dalle mayor y más énfasis y solemnidad a su voz. Versa desta manera u forma:
Aquella sierra altanera,
presto se ha de conquistar;
llevad allá la frontera
y de aquesta tierra alejar.
Sea Calatrava valiente,
la que tenga tal honor;
y liberte a aquella gente
del moro fustigador.
Tomad la tenaz Recena,
y tierras del rededor;
el poblado de Ximena
y su fuerte protector.
Vaya a Torres mi hueste,
y sujete tal belleza;
domine su tierra agreste
y el castillo fortaleza.
---------
Avisos fueron llevados,
a los moros altaneros;
presto fueron enriscados
sus alhamares honderos.
Cuando tocaron rebato,
por bando del mensajero;
salen todos al conato
a la voz del pregonero.
El rey Fernando llegaba,
con sus huestes de Castilla;
y en sus banderas llevaba
a la Virgen Serranilla.
Mandose por delante,
a Pero Ruiz de Baeza;
¡Hombre bueno, buen infante!
¡Por Santiago! ¡Que grandeza!
Banu Farax se llamaba,
el caid de Torres señor;
que a la puerta esperaba
al infante soñador.
_____
Mi rey Fernando pide,
de tu parte rendición;
y si tu harca no lo impide
esa será tu perdizión.
Conquistada fue Recena,
y la villa de Bedmar,
y esta belleza de arena
la tenemos que ganar.
__________
El rey Fernando ya estaba,
en la era junto al cronista;
y a sus lanzas apostaba
para iniciar la conquista.
Ya resplandecen los sables,
las lanzas y los arqueros;
alzados los condestables
como todos los guerreros.
Más tropas vienen ¡pardiez!
de Cambil y de Alhabar;
y en el puerto de Albanchez
se disponen a acampar.
_____
Padre Alá ha querido,
que volvamos a Granada;
esta villa has perdido
y para Castilla ganada.
_____
Con sus vidas han de ganar,
los de Cristo esta belleza;
a mis gentes dominar
y combatir con destreza.
_____
Allende en Cuesta la Viña,
Una bombarda foguea;
donde el hondero se apiña
y más defensa plantea.
Al iniciar la batalla,
precaviendo la derrota;
Banu Farax avasalla,
viendo su pujanza rota.
Al frente de su bandera,
don Pero Ruiz con fiereza;
el que primero pusiera
sus pies en la fortaleza.
En la primera envestida,
los honderos impotentes;
vieron su defensa caída
y la pena de sus gentes.
Al terminar la jornada,
se rindió toda la villa;
Torres quedó incorporada
a la gloria de Castilla.
_______
Finados tales serventesios, pensó en la promesa hecha para –en su momento–, fablar con el personero del marqués de Camarasa capitán Bartolomé Ximénez y proponelle al marqués, la comunalía de unas bondadosas tierras do se ve el trigo temblar quando empujado por suave brisa es; con su matiz de oro como es la color que tiene el que se cría en Pulpite; poderlas sembrar y pagar las veintiquatro fanegas prometidas, en caso de haber preñez doble en María, a la que, de paso sea dicho, en llegando a su casa, contole lo acontescido.
Púsose ropa de calle y salió en busca de Bartolomé, al qual encontró presto en la taberna de Pedro Carailes y explicole sus deseos. Aqueste diole carta de creencia para el marqués y díxole que fuesse a verle el día que quisiese por la tarde.
CAPÍTULO XIV
De lo que acontesciole a Martín con el marqués y la historia del perro Leal, amén, también, de otras munchas cosas.
Dispuso Martín su visita al día siguiente próximo y vestido del atavío más lucido que tenía, dirigiose con su carta a la casa palacio del de Camarasa.
A mitad del camino, oyó unos lastimeros chillidos que partían del barranquillo de la Cuesta de la Pila que había a su frente. Aproximose y distinguió en su fondo a un perrillo negro medio enterrado en el barro en un chiláncano .
Al verle, el pobre animal redobló sus aúllos como demandando que le acorriese .
Martín está dotado dese instinto que sin saber por qué, socorre al que sufre, y además, pareciole, quel perro era de una pobre muxer sin consorte, vecina suya que nunca tenía compañía. A fin de asegurarse, llamole Leal –que aquese era su nombre–, y empezó a sacudir la cola redoblando los ladridos.
Miró a todas partes y observó un estrecho y tortuoso senderillo por el que podía baxar al fondo del barranco. Al momento, determinó descender no sin peligro, puesto que era demasiado el declive y el barro lo fazía escurridizo.
Un guacharro de pajarillo distrájolo con su canora voz; vánsele los pies y rodó por el barro fasta el fondo del barranco y ni faltole ni sobrole chiláncano; fue todo para él porque ocupolo al completo. Quando llegó do estaba Leal, mirose su vestidura que quedole calamitosa y empapada, y después al volátil que seguía encaramado so una ramilla, y díxole con semblante pajizo:
–Cagachín o andolina, ¡mecagüen tu padre!
El pajarillo ajeno al mal, entonó una nueva y melódica tonada que fizo a Martín seguirlo con su mirada fasta que allende, a lo lexos, perdiose entre las encinas altivas y bellas de las laderas del ejido que parecen como si sonrieran a los cielos. Asió al perro baxo el brazo y subiolo aferrándose como pudo con la otra mano y en llegando arriba, vido como otra andolina desaparecía volando a la mano derecha entre los árboles sin ésta le dezir ni pío. Continuó camino de la casa del marqués quitándose los pegotes de barro con cierta cancamurria .
Don Diego de los Cobos y Mendoza –que ansí llámase el marqués– tiene fama de ser brusco, tornadizo y enojadizo. Su bondad está envuelta en una aspereza tal, que fázele temible y fácil a encolerizar.
Ya conoscíale Martín por lo que dél había oydo, y tuvo buena diligencia en dexar a Leal en la antesala de la casa y de fazerse anunciar como que iba de parte del mayordomo Bartolomé Ximénez.
El lacayo de a pie tardó en traelle la respuesta, mas al fin vino; y abriendo la puerta de la sala do estaba el marqués, fízole señas para que entrase; mas detúvose al oír una voz que dezía:
–¡Que mefistófeles os embista a todos! –exclamó. No le dexan a uno en paz aunque se caiga el astro rey a plomo.
Y volviéndose a Martín dixo:
–¡Qué hay! ¡Qué os ocurre! ¡Para qué me queréis! –preguntó con acento brusco.
–Perdone vuesacé, señor marqués –dixo Martín, faciendo una reverencia y despojándose la papalina emplumada al mesmo tiempo. Ya vendré en otra ocasión.
–¡No! Dezidme ya que sois aquí. ¿Venís de parte de mi mayordomo?
–En efecto, señor marqués, –respondió Martín.
–¿Y me trae una carta? –preguntó el de Camarasa.
–Tómela vuesa excellencia –dixo Martín.
El marqués la cogió con presteza.
–Tengo curiosidad de saber si con mil mefistófeles, ha final ya en aqueste asunto de las tierras de Pulpite; fasta que firme el protocolo no tendré sosiego ni reposo –argumentó el marqués.
Presto abrió la carta y leyola.
–¡Nada, ni una palabra! –exclamó. Ni se acuerda siquiera de tal cuestión. Los mayordomos estos son todos lo mesmo. ¡El mefistófeles mayor cargue con él! ¿Y no le ha dicho a vuesa merced nada de palabra?
–¿De las tierras de Pulpite? –preguntó tímidamente Martín.
–¡Pues claro! ¡De qué habría de ser! ¿No le ha dado a vuesa merced algún otro pliego?
–No excellencia –contestó Martín.
El marqués tiró la carta so la mesa dando un fuerte golpe.
–Yo que me he fiado dél –dixo con furia. ¡Que todos los leviatanes le lleven! ¡Ygnacio... Ygnacio! Que ensillen mi caballo –gritó.
El criado acató y don Diego púsose a dar paseos por la estancia echando reniegos, rayos y centellas contra el mayordomo, mezcladas con su muletilla de “el mefistófeles cargue con él ”.
Martín no sabía que martingala dezir. Daba vueltas sin cesar a su sombrero y con los ojos baxos, encendido como el carmín, no sabía si retirarse o fablar. De improviso, las miradas del marqués fixáronse en él.
–¿De do diablos viene vuesa merced que me ha puesto el quarto cómo una pocilga?
El pobre Martín miró a sus pies y vido que todo el quarto estaba mojado y embarrado y pensó en lo acaecido quando rescató a Leal. El barro cubría parte de una magnífica alfombra que había so el macadán . Quiso retroceder hazia la puerta pero el perjuicio ya estaba fecho.
–Que mil mefistófeles mayores y menores os lleven a su cueva y os tajen los pabellones de raíz–, por no ambicionaros otra cosa que está más abaxo–; mas, para lo que os sirve, deberíaoslo desear, y no os dexen ausentar fasta que os torne a crecer –exclamó el noble–, aprovechando tan buena ocasión para dezir su frase favorita.
–Perdone vuesa excellencia, señor marqués, yo –dixo desconcertado Martín–, he venido... es dezir, yo quisiera... deseaba dezir a vuesa excellencia que las tierras...
–¡Qué tierras! –preguntó el marqués.
–Las que va a rentar –respondió Martín.
–¡Quien le ha dicho semejante cosa!
–Todo el mundo lo sabe.
–Todo el mundo está loco –afirmó el marqués– y si vos piensa ansí, también lo está.
–Sin embargo el capitán Bartolomé Ximénez me ha sostenido...
–El mayordomo se ocupa de fazer las cosas que yo no le mando. ¿Es él el que le envía?
–¡Sí!
–¡Pues bien! Dígale vuesa merced que yo no nezesito a naide para buscar a un arrendador. Elegiré por mí mesmo al que me haya de servir.
–Está bien, señor marqués –dixo Martín.
–Y del mesmo modo dígale que nunca tomaría a qualquiera que viniese sin estar seguro de su capacidad y buena reputación.
–Deso es precisamente de lo que le fabla a vuesa excellencia en el pliego el capitán Ximénez –añadió Martín con más de aplomo.
–Un pliego de sugerencias no vale nada, es como una venia que se le da a todo el mundo.
–No paréceme que sea dese género la de maese Bartolomé.
–¿Por qué la trae vuesa merced? –replicó irónicamente don Diego.
Martín púsose grana y añadió:
–Paréceme, excellencia, que vuesacé no ha leído la carta.
–Sin leella se yo lo que dize... que eres joven, trabaxador, que lo nezesitas, etecé... etecé... etecé.
–¡Excellencia, lleváis razón! Yo creo que eso de etecé no lo soy; no obstante... si bueno y menester fuere lo seré presto. Lo que sí os digo es que soy honrado y agradezido; que tengo cinco hijos que dexarían sus tierras como si mías fuessen y que, tan cierto como que Dios es Trino y crió el Cielo y la Tierra y a un hombre primero y después a la muxer, rescibiría vuecencia fasta el último grano que se hobiere acordado.
–Yo no escogería a un hombre fazendoso que tenga experiencia de campo; aceptaría mejor a un artesano rico, que me diese ganancias positivas; porque la renta está más resguardada cargada so efectos que so la conciencia.
–¿Y ya ha encontrado a tal arrendador cómo desea? –dixo Martín algo conmovido.
–¡Sí! –respondió el marqués. Al mayordomo del Concejo Cristóbal López de Lorite, que es hombre de confianza y demostrada tiene su capacidad. Él me ha fecho proposiciones que pienso aceptar.
Martín no replicó ni una palabra. Él no era hombre que fuesse capaz de insistir después de una declaración semejante. Disculpose como pudo de haber sido molesto. Fízole una reverencia al aristócrata y abriendo la mampara, dirigiose a la calle.
Ya salía por la puerta quando sintió un lastimero ladrido. Volvió la cabeza y vido que era Leal, a quien en su preocupación había olvidado.
Volviose para cogello y el marqués, que se había quedado junto a la puerta, preguntole que significaba aquél perro enlodado.
Martín refiriole lo acontescido en breves palabras y con sencillez.
–¿Y por eso se puso ansí? –dixo el marqués riendo y con tono menos áspero.
–¡A qué diablos se expone a cascarse la cabeza por un perro!
–Porque el probe animal padezía –replicó Martín.
–¿Y qué va ha fazer agora?
–Conozco a su ama.
–¡Ah, ya comprendo! ¿Espera su merced algún maravedí?
–Perdone vuesacé. Es de una probe e infeliz viuda que apenas tiene para sustentarse; pero no por eso me quedaré sin recompensa.
–¡No entiendo cómo! –afirmó el marqués.
–Me doy por pagado con sólo poner contenta a esa muxer.
El marqués fijó su vista sobre Martín y después de un momento de pensar díxole en tono quasi cariñoso:
–¿A vuesa merced satisfaze eso?
–¡No me ha de satisfazer! Ya ve su señoría si lo ficieran por su excellencia.
–Tenéis razón. ¿Cómo se llama vuesa merced?
–Martín López de Alcalá, para servir a Dios, al Rey y a vuesa excellencia –repuso al instante y sin pensarlo.
–Vuesa merced quiere que le dé mis tierras de Pulpite en arrendamiento y medianía.
–Ya lo creo señor; aquese es mi deseo. Tengo cinco hijos a los que dar de comer y dame a mí que María, mi muxer, preñada está y vienen en doble.
–¿Y dezía yo que mil mefistófeles os llevaran a su cueva y os tajaran... eso? Bien veo agora que sí os sirve; aunque... ¡Es una desgracia! –dixo el marqués.
–Los hijos y los pollos, mientras más mejor, excellencia.
–¡Bien, maese Martín! Ya que os conozco os diré que eso que habéis fecho por el animal, es la mejor carta de recomendación que pueda rescibirse. El perro lo recogió vuesa merced por lo que padezía y llévasselo a una pobre muxer, después de arriesgarse y ponerse la ropa astrosa y bisunta para que sea contenta. No hay carta de recomendación que pudiere ser más elocuente que vuesa acción. Yo me río de la de mi mayordomo, quel diablo cargue con él; pero la suya es buena y la acepto. Le daré no sólo esas tierras, sino también el cortijo; y le nombro daqueste mesmo momento mi hortelano, para que cuide mis huertas. Y ya que palabras y plumas el viento las lleva, sea la mí palabra prenda de oro. Id por tanto con esta carta para quel escribano del Concejo os faga avenencia de lo acordado sin pretermitir nada.
Martín no podía dar crédito a lo que escuchaba; fue preciso que le repitiese lo que le había dicho.
Su gozo fue tanto mayor, quanto que había perdido toda esperanza de lograr su deseo.
Saliose adieso como un galgo y díxole a María lo acontescido con todo detalle.
CAPÍTULO XV
Regalos que le da el marqués de Camarasa a Martín; y como presto fue a dárselos a María y ésta le anuncia que preñada es.
Pasaron tres meses y el marqués no se contentó con la merced hecha. Poco después de tener a Martín como su medianero y hortelano y quando conosciolo mejor, diole de su cuenta por su eminente gobierno y trabaxo, doscientos ducados para que comprase unas tierras longueras, contiguas a las suyas en Pulpite que habíanse puesto en enajenación.
Después de mil gracias y saludos y mil gracias más, fuesse rápido como un alípede a su casa y sacose de entre la faja una pesada bolsa de fino y sobado cuero de color azafranado, atada por la boca, que contenía los doscientos ducados dados por el marqués; bolsa que entregole a María, quien en desatándola, extendió su mano zurda desparramando sobre ella parte del contenido. Comprobó su calidad y como vídolos albos y con brillo dixo:
–De plata y a trescientos setenta y cinco maravedís cada uno, fazen...
Quedose mirando al nítido y azulino cielo y diole una solución.
–¡Muchísimos! Y ya que traéisme por vez primera y entregáisme ganancias, para que vos holgue como holgo yo, os diría, Martinillo de cabeza estrujada, porque segura he, que preñada soy.
Martín quedose páparo después de lo que fuele pasado.
–Fablad con los vuestros hijos –dixo Martín una vez que hubo pensado–, para que en sentándoos agora mesmo, no fagáis quehazeres apretados de peso, no sea que cáiganse los mis dos hijos y no lleguen a término.
–Y dale que dale –dixo María. ¿No os contentáis con uno y tienen que ser dos? ¿Y machos? Tenéis un mal vaporoso que elévase a vuestra cabeza. ¡Muncho pedís, señor mío! No debedes enojar a quien vos sabe.
–Dios –respondió Martín–, no enójase porque traigamos munchos hijos al mundo. Él desazónase por lo que tiene imperfección; por lo que se aparta de lo lícito y honesto y por lo que fácese si contrario es al bien. Y con respecto a las hijas, vos sabedes que dos hijas y una madre, tres metistóteles son para el padre. Lo que llévame a...
–¡Qué dixo vuesa merced con eso de tetistóteles! ¡Elucide más y mejor para que yo lo discierna ! –requirió María.
–Metistóteles –por el nombre digo yo–será algún preclaro e importante caballero que llévase sobradamente bien con don Diego –dezía Martín–, ya que tiénelo en su memoria a cada santiamén. Enredador, fornido, pudiente, ávido y arrogante arrancador de orejas debe ser, ya quel ansia del señor marqués quando untele y embarré su quarto, fue que desraizase las mías de quajo y a un sólo estirón sacudida o meneo, y por la cepa, y deseó se las comiese apenas asadas so las asquas, aún con sangre, y sin comprobar que estuviesen bien muertas, y además, sin siquiera ponelles una poquilla de sal y púsome los pelillos de lezna y...
–¡Calle, calle y tome la calle que dexó quando con detalle os callé por yo preguntalle. Iba vuesa merced por eso de... “Lo que llévame a...”
–Lo que llévame a pensar y por lo tanto deziros, para que cotejéis –prosiguió Martín–, que quien tiene hijos al lado, no morirá ahitado. ¡Y dicho queda! ¡Y no tomes más alefanginas!
–¿No recuerda vos quando me dixo lo que le dixo el cirujano, eso de... ¡Muévese el varón después de tres meses y la hembra después de quatro! Sepa pues que moviose y muncho después de tres meses y dame que es otro macho.
–¿Otro macho? ¡Dos, María, dos! Y agora mesmo dispongo se quede Antón con vos; que es mozo de buen cuerpo, maña y fuerza suficiente para vuestra ayuda si enfermares. Él es inteligente y capaz, diligente, curioso, discreto y bien fablado. ¿Qué os puedo yo dezir más y mejor dél si es vuestro hijo y le parísteis vos?
Martín llamó a Antón y díxole lo que sigue:
–En presencia de vuestra madre os digo, que quedas dende hoy a su servicio. Encuéntrase enferma y por maese el cirujano prevenida quedó de no fazer trabaxo alguno ni coma cosas vedadas, a saber: alberchigos, duraznos, toronjas, borrajas, lechugas, hinojos, calabaza, cardillos u otras yerbas como lenguazas y demás. Si eres llamado, acudirás presto a ver lo que quiere y en pidiéndote algo de lo antedicho, u otra cosa que creas que le puede fazer mal, no se lo des; advirtiéndole siempre, que es por el mal que le puede fazer y no por otra causa; mas para que no se desconsuele, le darás algún melindre que otro. Que coma al medio día todo género de asado, capón en gigote, lechón, gigote de pierna de cordero, liebres y conejos, pollos asados y rellenos, palominos pocos por ser duros y de poca sustancia, pájaros gordos, sopas, potajes, salsas, bollos, mazapanes, quesos, pastelones o bizcochos –advirtió alejándose Martín. Pensó en mandalle al quirurgo un guarrillo de los nueve que la puerca pariole fazía no más de dos meses.
CAPÍTULO XVI
Visita a la estrellera Juliana Mardanis para fazelle consulta sobre si María pariría macho o hembra.
Puesto que Martín tenía metido en su mollera realizar una visita a la estrellera Mardanis, dispuso, junto con María, subir al barrio alto del castillo cuando a eso de la medianoche era por filo.
Llegaron a una reducido callejón do era imposible el acceso de dos personas a la vez. No tenía boca de salida y reinaba en ella la más inmensa negrura.
–Entrad, señora –dixo cortésmente Martín a su muxer–, cediéndole el paso. Habemos llegado. Aqueste pasadizo es el término de nuestra andadura.
–Guíe, guíe vuesa merced, –alegó María con voz algo temblorosa–, por habelle rozado su cara un morciguillo tarumba que volaba a baxa altura.
Dieron unos quantos pasos y detuviéronse al fin por haber llegado al muro que cerraba la salida.
Repiqueteó Martín con los nudillos de la mano so una vieja puerta que había baxo un viejo arco ojivo, y girando sobre sus goznes, apareció en el umbral un viejo con mala pinta abarraganado con la Mardanis, con un candil en la mano.
–Dezille a Juliana que Martín López de Alcalá y su esposa María hállanse prestos para fazer plática y consulta y tocar de cerca un asunto con ella.
Esperaron y al poco tiempo, por un patio angosto y largo, do mallaban dos gatos negros, condújolos a otro más grande y de irregular figura. Una escalera derrocada y desmoronada, encontrábase frente al callejón, por la que subieron acezando, no sin penoso esfuerzo. La escalera daba a un corredor oscuro dende do veíase la estrellada bóveda celeste. Una puerta, que más parescía ventana, por la desmesurada altura de su escalón, fue abierta por el viejo, volviendo a cerralla con cuidado, luego que por ella penetraron. Una señal del antañón les dio a entender que esperasen en aquel sitio, desapareciendo por otra escalerilla situada en un muro a la derecha, dexándolos solos y en la más absoluta oscuridad.
–¡Válasme Dios del cielo y Santa María su madre! ¡Por Santiago, que precauciones tiene la estrellera! –dixo María.
–Será por la Inquisición; que debe estar a hurto de munchos ojos –replicó Martín.
El ruido de pasos y los reflejos de una luz dieron a conoscer la vuelta del anciano. Baxó aqueste al último peldaño y dende allí les fizo señales para que siguiésenle. Subieron por la escalera –no con poco trabaxo–, pues era de caracol y baxa techumbre y halláronse en una sala quadrilonga, con cortinas de araña en sus paredes, alumbrada por una lámpara de tosco barro, una alfombra de vellón pardo sobre el suelo y una aljofaina vidriada. Era todo con lo que adornábase el quarto. En un extremo, un arco con primorosos calados moriscos, mantenido por sendas columnillas de mármol daba entrada a otro quarto. Una cortina sin ningún color fijado cubría el arco. Alzola el viejo con la mano diestra y con la otra indicó a los visitantes que entrasen. Ficiéronlo ansina; pero quasi no habían pisado sus plantas aquella estancia, el más súbito horror apoderose del ánimo de María.
_¡Madre del Amor Hermoso y Santísimo Señor del Marmol! –dixo María al entrar signándose.
Sus ojos fijáronse en una muxer cuya febledad desaparecía baxo una pelambrera envedixada y estropaxada, so la que tenía un gorro negro en forma de cono y su cuerpo ocultábase entre arrequives y los vastos pliegues de una larga y ancha almalafa negra. Estaba sentada en una silla de tijera y so sus rodillas, descansaba una tabla blanca y delgada, en la que a un lado, había dibujado círculos, triángulos y signos extraños con un compás. Una ventana sin celosía abierta a su frente, dexaba ver el cielo, do tenía fija su mirada. Una calavera humana veíase so la mesa que alumbraba una flamígena y fumeante llama de tea resinosa que allí había. Despedía un olor nauseabundo y sofocante que no los dexaba alentar .
Al ruido que ficieron al entrar, volvió lentamente la vista la reina de tan lóbrego recinto y díxoles, con voz ronca y pausada y sin moverse de su sitio:
–Ben vinidos, sinior e siniora del Sinior Iesus. Falar que fazen vosacés dista olvedada veja, bara que vingaisme a distraer al tempo que el manezía de mis istodiosas miditaçiones .
Martín respondiole desta manera y forma:
–Vuesa merced tiene fama en todas las villas cercanas de adivinar el porvenir de los hombres, y...
–¡Martín! –interrumpió la Mardanis–; no adivino, leo. Hay un libro do escrito está el destino del todo.
–¿Dó hállase aquese libro? –alegó Martín.
–¡Allí! –contestó Juliana señalando con su diestra a la espejada luna.
–Oye, sabia; óyeme lo que vóyte a dezir:
Mi María, que presente está, encuéntrase en preñez dende quatro meses a esta parte poco más o menos. Quiero saber, y por eso estamos aquí, si nene o nena es, y si nones o pares serán; pero antes de me dar respuesta alguna, eche vuesa merced su sabiduría y vaticíneme primero, la suerte que estale reservada al ser que nacido ha esta pasada y anterior noche, en la casa palacio del marqués de Camarasa.
La Mardanis fizo su magia y púsose un vidrio so sus ojos y mirando a través de la ventana a la luna –que parescía tener miedo por comenzar ésta a cubrirse con un roto manto color de la ceniza–, dixo:
–Sinior, veo agora, y no ha duda, quel nenio tiene buena estrelia; legará al maniana a vejo y será un gran capitán del melicia.
Martín puso su cabeza junto a la de María y disimuladamente, como quien no quiere nada, dixo susurrándole al oydo:
–¡Presto saldreremos daquí que no acertó!
Con una tosecilla forzada como para no desconcertar, arreglándose su vestido, respondiole a Juliana:
–¡No prosigas, tente! Eso, señora, no es acertado, porque el ser que nacido ha esta pasada y anterior noche, no pondrase casaca y si albarda, ya que burro es y no persona, y ninguno de su estirpe puede aspirar, ni aspiró nunca, al honor de ser Capitán del Real Exército de España. Dezidme que os debo pagar, que presto quedará saldada nuestra cuenta.
–Galinia, galio, polio o polia, carnero rumiante, andosco caloyo o borro me faze y no maravedí –expresó Juliana.
–Uno de mis hijos mañana mesmo, os traerá una gallina que pone güevos, para que más provecho faga a vuesa merced. Los andoscos y borros están pastando en Jauja, allende de los mares, y no os lo puedo traer por estar harto lenxos –dixo Martín.
Y saliéronse a toda prisa de aquella casa.
–¡Hay mi caro y dilecto Martinillo de cabeza astrífera ! –díxole María. A fe que si viésenos el Corregidor don Antonio de Gálvez en estas lides, ¿qué le explicarías y qué diría de nos? A ti, seguro, mandaríate a galeras o quemaría la Inquisición en la Plaza del Concejo públicamente por brujería y a mí, ¡quien sabe si también! Y perderíamos a nuesos hijos.
Subiósele a Martín un sudorcillo frío por su frente y díxole en tono seco:
–El más diestro yerra, María, y como de hombres es errar y de bestias perseverar en el error, no quiero ser bestia y dende ya queda enderezado aqueste entuerto. También os digo que no soy forzado a ser perfecto, pero sí soy obligado a buscar la perfección. Por Jesucristo Nueso Señor, la Mardanis, daqueste mesmo instante u momento, queda desenganchada del meollo de mi conocimiento por siempre jamás.
Y fuéronse en silencio por las callejuelas de la fortaleza a su casa, quando un remusguillo tenue, frío y penetrante, adelantábase a una débil y fina lluvia que empezaba a caer sobre Torres. Nubarrones de pena caían e iban cubriendo el espacio infinito del cielo, borrando los bellos claros de la luna.
CAPÍTULO XVII
Cómo explica Martín los munchos conocimientos que tiene de lo que es una nube y cuenta a su familia el relato de Hernán y su hija Elvira del pueblo de Albanchez.
Los arces de la Fuente Nitas principian a desvestirse de su tinte ambarino . El monte se amansa, apacienta y prepara para tragar con pasión el agua que en el verano le usurpó el cielo. Las sombras han extendido ya su manto so la Vieja, apagando las luces que hay encima de Torres. Una nebulosa que se extiende por los Portillos, anuncia la tempestad, no muy remota. Furtivos relámpagos cuyo resplandor aumenta por momentos a medida que la oscuridad avanza, indica la proximidad de la tormenta.
Hállase sentado Martín en una destartalada silla de madera de álamo con asiento de anea. Trabado baxo sus piernas, tiene un cebero so el que caen los granos del trigo candeal que desgrana raspando las espigas contra dos secos y ásperos soplillos de pleita cruda que para tal fin tiene. Alonso cierne y ablenta con diligencia y esmero las rebuscadas espigas y Antón las sopla con un pequeño fuelle faciendo revolotear las cascarillas. Sancho y Rodrigo desgranan habichuelas con María y el pequeño Gil faze lo mesmo con las vainas de los habicholones que échalos en un cenacho . En la chimenea arden grandes palos de chaparro y olivo que sueltan pavesas, faciendo confortable la estancia y el trabaxo. Por un ventanillo ve Martín el contorno del castillo que se enciende a intervalos por los rayos fugaces que preceden al fragoso trueno que rasga la noche. Un gran estruendo pone término al silencio de la familia y lleva al instante a Gil sobre su madre.
–Rezad, hijos míos, –dixo María– quel trueno es la ira del Señor.
–No le dad aliento a esas cosas –sentenció Martín en tono grave y seco. Vuestra madre tiene sobrecogimiento de las nubes, que no son más que tribulaciones insensatas; que quiere dezir que no tienen seso u fundamento. Sabed, hijos míos, que Dios da licencia a las nubes. Si tal merced no tuvieran, no mantendríalas. Y tienen cosas buenas y cosas malas. Las buenas, ¡bueno! Antes os diré quel retumbo es un zumbido que prodúcese por el reventón de las nubes quando ábrense todas las compuertas del agua del cielo a un mesmo tiempo para abrumar la tierra. Las cosas buenas son una merced originaria que debemos reconoscer a la Providencia, lexos de ser infortunio como algunos conjeturan. Refresca la atmósfera, y fasta regenera el equilibrio de la naturaleza, purgando el ayre de munchas inhalaciones dañosas, y muncho ahogos hallan restablecimiento luego que cesa la inclemencia. Pero como el mal revuélvese con el bien, agora dígoos las cosas malas: finan las abejas y los gelmínticos o miscortibinos de la seda, que ansí díxome el cirujano díxese a lo que perpetuamente antes llamábase gusanos; y los líquidos corrómpense y trastornan y dexa de fermentar el vino. Por esta parte es demasiado malo.
–¡Vamos con las espigas que no cunde y que Rodrigo eche una brazada de broza en la lumbre para que se vaya quemando!
Tres acciones deletereas tienen los truenos; a saber: lesiones directas de las carnes, la conmoción o trastorno y la sofocación o acaloramiento por la calor. Las lesiones de las carnes consisten en perforaciones como con fierro candente que atraviesa la más de las veces la perola con pérdida de materia llamada sesos, y, ¡hay que ver la zorrera que ha metido el zagal aqueste! Nos fixiaremos; si no al tiempo. Por conmoción es que hombre u animal ferido, ora parcialmente, ora de muerte, (tosía Martín) pierde todo sentimiento y cae sin haber visto nada, y quiero dezir ninguna cosa, sin haber oydo nada, y lo mesmo, y sin haber tenido ni aún tiempo de hallar miedo y después encomendarse a Dios nueso Señor. Aquel que ha sido atacado ligeramente levántase espantado, y mirando a su enderedor ve que otros no se levantan porque fenezidos son. En la sofocación, cuyas señales son tiesez de cuerpo, agarrotamiento de manos y cara del color pajizo, puede el hombre recuperar la vida si se apela apriesa a la sangría, más difícil lo veo aún con eso. Deben saber todos –y escúchenme bien, ya que os diré esto no como yo quiero, sino como determina la verdad–, que la nube está cercana quando el ruido del trueno sigue adieso al relámpago.
–Padre, –dixo Alonso. ¿Qué débese fazer si nos hallamos a caballo en un camino durante una tempestad acompañada de retumbos?
–Lo primero no redoblar el paso, sino al contrario, detenello a fin de quel flujo de ayre que resulta de una marcha rápida no determine el desgarre de la nube que va a lo alto de nos. Conviene mejor en semejante caso, antes de correr el riesgo del ataque o arremetida del rayo o la centella, esperar después de haber dexado el caballo en un sitio yermo a quel turbión pase, aún quando rescibamos en nueso cuerpo toda la agua. No os meter baxo árbol ninguno y menos de los que en savia estén.
Su atención fue distraída tan sólo a intervalos, por el resplandor de los relámpagos que penetran por las rendixas de la puerta y ventanas, el ruido de los truenos que retumbaba con terrible fragor en la chimenea, y el aguacero que a torrentes se desprendía de las nubes.
–Las enseñanzas de vuestro padre son sabias y prudentes –dixo María. Tenellas presentes en días como aqueste que bien parece tromba.
–¡Padre! –expresó el pequeño Gil. ¿Vos podéisme contar algún cuento?
–Si no te meas más en el camastro, os lo puedo relatar.
–¡Bien, padre bien, cuente, cuente vuesa merced que prometídolo he!
–Si prometídolo has, escucha; que la noche es propicia por el furioso vendaval que agora mesmo cae. Un refrán dize que cada cosa a su tiempo y los nabos en adviento. Nos apercibe el mesmo de que las cosas oportunas son más provechosas y estimables. Déboos dezir para principiar, que oiréis la historia tal como mi agüelo me la refirió.
En tiempos de Maricastaña, había en Andaluzía, en el reino de Jahén que vivimos, un pueblo comarcano nueso, de Ximena y de Bedmar que se llama Albanchez de Úbeda, y que de Mágina debería llamarse. Según díxome mi agüelo, y en esto yo ni quito ni pongo nada y doylo por verdad. En sus aledaños, vivía un mañoso carpintero muy experimentado que tenía la desgracia de borrachearse con frecuencia.
Tenía una hija apuesta, bella y buena que llamábase Elvira. De tez blanca, cabellos negros, ojos negros también y velados por largas pestañas, boca de tamaño regular, labios roxos cual amapola entre el trigo y dientes más blancos que la nieve que corona el Almadén.
En el tiempo que comienza nueso cuento, Hernán, que ansí llamábase el carpintero, había extraviado su cabeza por tenella sin virtud y el aprecio de sus convezinos. No érale posible hallar trabaxo alguno.
Ofendía a la Providencia, inculpándola de la carencia de la que sólo tenía la culpa su holganza; y arrojaba su ira so su probe Elvira, bien inocente –por cierto– de sus desgracias.
Si pudiese beber –dezía–, al menos me se olvidarían las penas.
Había en la contigüedad de la casa una fuente famosa llamada de los Siete Caños, que a cien leguas a la redonda, por la claridad y sabor del agua no hayla mejor.
–¿Mejor –preguntó Rodrigo– que la de la Fuenmayor padre?
–Mejor no; pero igual sí. Y no interrumpáis tanto que ansí no finaremos esto fasta... ni se sabe. ¡A callar que continuo!
Viendo Elvira a su padre con mucha sed, fue con un cántaro a la famosa fuente y diole de beber.
–¿Qué bebida es ésta? –dixo faciendo ascos después de habella catado.
–¡Agua, padre!
–¡Agua, agua! Lo que beben los irracionales; el desecho de la naturaleza, el residuo de las tempestades. Maldita sea mi suerte que oblígame a tragar semejante y asqueroso bebedizo, y encima con la que está cayendo.
–Padre –expresó Elvira–, esta agua es la mejor que hay en el mundo.
–¡Quita de ahí, miserable! –gritó el padre lleno de demencia–; y cogiendo a la probe criatura derribola de un empellón.
Vaciló Elvira, y el cántaro del agua fuesse a quebrar contra el suelo.
Aquel panorama irritó más a Hernán; cogió un palo e iba a rompello so las sus costillas de Elvira que lloraba, magullada con su caída, quando llamaron a la puerta.
Fazía una noche de perros como ésta, en la que los relámpagos atravesaban las tinieblas. Por eso viene a cuento aqueste cuento.
–¿Quién va? –dixo Hernán.
–¡Qué os importa! –contestole una voz terrible.
–¿Qué queréis?
–¡Entrar mientras llueve! –contestaron dende afuera.
–¡Id con mil diablos! –gritó Hernán.
–¡Con ellos vengo! –respondió la voz.
–¡No abro!
–Presto abrirá quando sepa vuesa merced que traigo un pellejo de vino añejo.
–¿De modo que traéis vino?
–Digno de figurar en la mesa del rey –le respondieron dende afuera.
–¡Vamos, Elvira, perezosa, plañidera! ¡Ve a abrir a aquese nertac de la vida la puerta de par en par! ¡Es preciso no dexalle a la lluvia! ¡No me gusta el vino bautizado !
La joven antes de obedezer miró tímidamente a su padre.
–Es muy tarde para abrir a quien no se conosce –dixo.
–Ve a abrir rauda y no me resuelles.
Llorando fue Elvira a alzar la tranca de la puerta y entró el desconoscido. Era de alta estatura, rica y elegantemente vestido, de pelo roxizo azafranado y arrastraba tras de sí como había dicho, un pellejo grande manchado de barro por el exterior.
–Verdad habéis dicho, caballero, exclamó con albórbola Hernán al ver el pellejo de vino.
–Yo no miento nunca –replicó el viajero–, y ya que vuesa merced me alberga en su casa, saque jarras y bebamos.
–Ni jarras ni dinero tengo. ¡Elvira! Trae dos tazas a su merced.
La joven sacó dos tazas de la alacena.
Abrieron el pellejo del que salió un vino de color admirable tirando de verde a oro, de exquisito olor y gusto de las mejores viñas del Andaluzía.
Hernán bebió sendos tragos, y después preguntó al forastero quién era.
–Tome vuesa merced, –dixo el viajero– ofreciéndole de beber nuevamente. ¿Sois vos acaso el alcaide?
Hernán soltó una carcajada.
–¡Alcaide yo! Soy... soy carpintero.
–¡Malo es aquese oficio que tenéis! –dixo el desconoscido echándole nuevamente de beber.
–¿Es mejor el vuestro? –dixo Hernán.
–¡Sí!
–¡Cuál!
–Soy tratante de almas.
–¡Va!
–Sí, trafico con ellas dende faze muncho tiempo, y me va muy bien.
–¿Y a cómo pagáis un alma?
–¡Según!
–En concreto la mía. ¿Cuánto pagáis por la mía?
–¡Por el alma de un borracho! –dixo con desdén el desconoscido.
–¡Mira, mangarrucha ! Me gusta el vino; pero no tolero que me insulten. Yo no tengo nada y quisiera vender mi alma. ¿Cuánto me dáis?
–Poco, porque espero tenella gratis. Os gusta el vino y aqueste quita la vida. ¿Cómo es que esta niña no bebe con nos?
–Señor, no tengo sed –respondió Elvira.
En aquel momento un trueno fizo desgajarse las nubes en agua.
–¡Diablo! –dixo Hernán medio bebido.
–¿Me habéis llamado? –dixo el desconoscido.
–¿Yo? ¡No! He dicho diablo.
–Pues bien, acabáis de pronunciar mi nombre.
–¿Queréis comprarme algo?
–¡Sí!
–¿Mi alma?
–¡No!
–¡Pues qué!
–La de la joven.
–Calla –expresó Hernán–. ¿Puedo yo acaso disponer de su alma?
–¿Vos no sois su padre? –respondió el hombre de roxo.
–¿Y cuánto me dáis?
–¡Mil ducados de oro!
–Dadme la mano. Negocio concluido. Su alma es vuestra.
Sacó entonces el comprador de su bolsillo un pergamino con caracteres encarnados, so el que estaba escrita el acta de venta del alma de Elvira. Fízosela leer y después presentósela para que la signase.
–Alto allá –dixo Hernán–, toma y daca, venga acá el dinero y signaré entonces.
Sacó el desconoscido un cuerno, lo tocó y prestamente aparecieron delante de la puerta de la casa, un pelotón de hombres a caballo que traían una bolsa de cuero con los mil ducados de oro. Sea que la vista de aquel tesoro hubiese aumentado la fatiga de su quebrantada cabeza, sea quel sueño, causa de su apoplejía vinosa hobiese llegado a su colmo, Hernán no tuvo fuerza más que para apoderarse del saco del dinero, estrechallo contra sí y signando el pergamino, quedose durmiendo qual lechón después de mamar.
–¿Padre, hay demonios que puedan baxar a mercar almas? – preguntó Rodrigo.
–No estoy seguro de lo que os debiese dezir. Yo demonios nunca vi –respondió Martín. Aunque me da, y por la experencia de la vida dígooslo, que si el alma no se puede comprar por los demonios porque no haylos, héis de tener presente siempre quel alma si se puede perder.
Elvira durante aqueste tiempo, y continuo para que siga el cuento y no se esfarate –dixo Martín. Elvira digo, miraba sollozando a los caballeros que rodeaban la puerta. Eran nueve. Relucientes armaduras cubrían sus cuerpos y sus negros bigotes sombreaban sus rostros. Al tornar de su sorpresa vido cerca de sí al demonio que había arroxado su peluca roxa y presentábasele baxo la forma de un gentil y apuesto caballero como de unos veinte años poco más o menos.
–¡Elvira! –díxole con cierta armonía tal caballero–; vuestra alma es mía y si queréis que os devuelva el contrato de compra de vuestra alma...
–Eso que pensáis es injuria señor, y antes la muerte que tal ultraxe. Vuestra esclava soy y no por mi gusto sino por el de mi padre. Morir deseo antes que mi honor manchéis.
Y diciendo esto, lágrimas abundantes brotaron de sus divinos ojos.
–Yo soy hombre de honra, y tengo el alma agradezida, y como el que dá se ennoblece porque muy noble acción es el dar, también se ennoblece el que esa acción rescibe. No os confunda la vuestra mente ni la vuestra inocencia, fermosa mía, que os helo todo de explicar. Antes quiero que sepáis que os doy mi palabra de no exigir de vos jamás, lo que sólo voluntariamente debe obtenerse, por más que tenga vuestra alma comprada. A aqueste documento renuncio agora mesmo por vos. Sabed héis que soy hombre destas tierras y no demonio de esotras; y si el mesmísimo demonio viniese por vos, muerto fuesse al instante por mi. Aquí hay un caballero que don Luis de la Cueva llámase, de Bedmar y Albanchez soy señor y Elvira, os amo dende que en esta villa os vi por vez primera en la plaza de la iglesia. Arrebato dábame en la mi alma por no os poder ver. Nunca creí a mi padre, quando al fablalle de vos respondíame y dezíame que villanas no tienen belleza, y eso porque nunca el os vido y por ser tal la vuestra, muncho hube de esperar para fazeros mía. Permitid bese vuestras manos, señora mía, que es digno fin y no maldad ni atrevimiento, antes bien, sumisión, respeto y amor. Mi padre don Alonso de la Cueva compró a nueso rey y señor don Felipe II la encomienda de Bedmar y Albanchez, y a su muerte (pido a Dios téngalo en el Cielo) heredé su señorío. Con vuestro padre quise formar compromiso dende tiempos ha, y denegado fue por él, a mi parecer, por creer se quedaría solo y sin vuestro auxilio. No pude más sufrir la vuestra ausencia, y porque os amo dende entonces ángel mío, urdí semejante historia. Dexo a vuestro padre con bolsa suficiente y bien herrada para su sustento y al cuidado de unos vezinos vuestros que quedan también pagados. Vos estaréis cerca dél si ansí lo deseáis; pero, Elvira de mi alma, ¡vive Dios que si no os vinierais conmigo, y agora, a la grupa de mi caballo, ante vos daríame muerte!
Don Luis sacó una daga y cogiendo la empuñadura con las dos manos, púsosela so el corazón y...
–¡Téngase don Luis! Que perder vuestra vida nada vale, que si vos no mancháis mi honra fasta después de desposarme, dad por fecho, don Luis, que con vos he de casar. Ante Dios prometer héis yr conmigo al altar, y si ansí no le ficiéseis, mi deshonra con vuestra vida entonces se pague.
–Sea esta mañana si ansí lo deseáis –dixo don Luis–, que mantenido tengo ante Dios, o ante quien vos demande, fazeros mi esposa.
–Mínimo dizen que es; y yo digo que máximo, –respondió Elvira–, en Paula nos vino a nacer para nosotras disfrutalle. Francisco es su nombre, y de Paula dimos en llamalle; prometello ante Él, que para mí vale tanto que si ante Dios se jurare.
Presto fueron a su capilla y de hinojos presto cayeron. Cogiéronse ambos sus manos y ambos miraron al cielo.
–Don Luis de la Cueva os fabla, Señor, y si bien Vos ya lo sabe, a prometer he venido con doña Elvira de Vargas desposarme. Sea como lo habéis oydo y ya naide lo mudare, lo que por mí queda dicho, mantenido se quedare. Y si Dios a bien lo tiene, y la vida no me quitare, anunciado queda doña Elvira, que con vos he de casarme. Y fin.
–¿Qué ilustración queda desta narración padre? –replicó Sancho.
–Daqueste cuento queda la ilustración de... corolin corolao, aqueste cuento... ¡Tos al camastro, malandrines!
–¿Sin cenar padre? –protestó Gil.
–Que pipirrana os faga vuestra madre, si puede. Los conejos con alcaparras ya se acabaron; si no pajarillos fritos que hay en la orza; unos quantos prestiños con leche de cabra, y después sin rechistar a la dormida, que mañana a no más de las cinco aparejada tiene que estar la Galana y los rucios, que iremos a la güerta del Río para la quema de brozas y traer la hortaliza que queda y continuar a la tarde con las habichuelas de los Molinos. Alonso con los dos jumentos vaya a la dehesa del Pajarillo y traiga las cargas que pueda de la leña recia que dexamos cortada do él sabe. Antón; y ya que madre se haya bien, subirá a la Fuenmayor a ayudar a Miguel de Raya a recoger nueces y pelallas y ponellas al sol para que se sequen y queden blancas. Ten cuidado con el garrote y con las nogueras que son de ramas engañosas y muy altas, no vayamos a que tengas alguna caída y te desgracies. Todas las agonías y los extremos son viciosos. Sed tranquilamente laboriosos y laboriosamente tranquilos, mas no descuidados. Sancho acompañará a Alonso fasta el Pajarillo y le dará una vuelta, o las que faga falta, a las ovejas y cabras que deberán estar repaciendo los buenos y abundantes pastos de hogaño y repinadas en la Silleta o sobre Cerro Enmedio. Rodrigo mañana vendrá conmigo y Gil quedará en casa como siempre a ayudar a madre en lo que le demande. Vos María, en faciendo la pipirrana, si podéis, a preparar la talega con las viandas y después de la comida, todos al catre a rezar a la Corte del Cielo, debiendo tener perpetuamente presente que más vale un Padre Nuestro con devoción que un rosario con carencia; y asina no se enfadará naide y ganaremos muncho para quando nos tengan que llevar a él, ya que al Cielo no se va a caballo, sino faciendo buenos actos y teniendo a los santos de nuestra parte. Os mando esto por que no estéis ociosos, que según entendido tengo por don Diego, que como sabéis es persona de alto discernimiento, quiso Dios que fasta Adán se ocupase de cultivar una fermosa huerta en el Paraíso. ¡Y eso que tenía de todo!
CAPÍTULO XVIII
Enseñanzas que da Martín a sus hijos sobre el noble arte de la caza y como enseñar a los perros; los conocimientos relacionados con la escopeta para no tener impedimentos; el vuelo de las perdizes y el correr de los conejos, aparte de otras cosas de la caza mayor y manera de pillar lobos en los Gamellones.
Bajo las espesas alamedas de las huertas de los Molinos, entre cuya fronda brillan con fantástico resplandor los rayos del sol que se pone, caminan Martín, Rodrigo y su mula Galana para su vuelta a Torres. Habíanse concluido las faenas del día.
Amontonadas en la amplia cocina, ponen las matas de las habichuelas para su limpieza. Una vez encendida la lumbre y colocados todos como por costumbre tenían, dixo Martín:
–Esta noche para que sea muy deleitosa y de buen provecho, os diré como primero y más principal ¡Manos a la obra! Y lo segundo, como más sustancial, dar la enseñanza mejor so el arte noble de la caza, que como sabéis, dixo un sabio rey que Sabio se apodaba que “ayuda muncho a menguar los pensamientos y la saña: da salud; face comer e dormir bien, que es la mayor y más aumentada cosa de la vida del ome ”. Yo adiciono que la caza es ejercicio conveniente, muy principalmente a los que se dedican con asiduidad a trabaxos de la inteligencia, a fin de arribar el equilibrio al equilibrio, ya que queda quebrantado quando es sobrado el enardecimiento del cerebro. Da temple al espíritu, aminora el efecto de los pesares y más si se tiene nezesidad de pitanza. Esto que os diré agora es ley porque ansí lo dispuso el Rey dende tiempos ha, que conservó los privilegios concedidos que tenemos los torreños dende que Sancho IV de Castilla dio esta villa con su término a la Orden de Calatrava. “E dámosselos con los pobladores que agora son y serán daquí adelante, con montes, con fuentes, con ríos, con pastos, con entradas y salidas e con todos los pechos e los derechos e con todas las pertenençias por siempre jamás, ansí que ninguno fuera osado de ir contra aqueste privilegio para quebrantarlo, menguarlo en cosa alguna, y cualquiera que lo ficiere peche diez mil maravedís.. .” dezía. Dispuso, entre otras munchas cosas: que no se pagare ningún pecho a la Orden y sus moradores cazasen en su término como si suyo propio fuere; y esto naide lo mudare, dixo el Rey, ni nunca ovo quien le mudó; y mantenido queda por el nueso buen, amado y caro rey Felipe II a quien Dios su vida guarde. El principiante cazador, y ya entramos en el asunto, hase de fundar en quatro importantes cosas que son estas: Primero como elegir, criar y adiestrar a los perros. La segunda es qual debe ser el conocimiento de la escopeta y qué y como hase de fazer para no tener ningún impedimento. La tercera es aprender muncho del vuelo de las perdizes y del correr de los conejos, y digo correr por dezir algo, que veces hay que los conejos no corren; que vuelan. La quarta es de la caza mayor y como cazar lobos en los Gamellones, Rastras del Almadén o en el Rajón del Peregrino, que munchos hay en estos tres sitios y demasiado daño fazen al ganado. Saber héis que los lobos son animales fieros y dezir os tengo que esto de fiero es lo contrario de cosa mansa. ¿Por qué causa? ¡Porque es ansí! Siempre hay un porqué en las cosas. Sirva de metimiento esto, que celebraré sea bien entendido por todos, pues dese modo tendré el deseado logro de ver que surte fruto mis desveladas tareas. ¿Por qué desveladas? Sepan, aunque creo que ya todos lo saben, que soy inclinado a aleccionar o instruir, y esta enseñanza ha de ser de muncho ahorro de facienda en esta nuestra casa, ya que viene el tiempo de cazar y debedes ser acreditados, grandes y chicos en aqueste arte y ansí poder asentar abundantes y ciertas viandas a esta mesa. Tengo experimentado quel mejor maestro es el tiempo; y la mejor cencia la experencia; y porque diligencia vale más que cencia, os diré quel hombre bobo, tontucio, camueso o bolonio, y aún peor es que sea renco o patituerto; nunca sale productivo para estos lances. También el desatinado va defectuoso, que al igual que la sal sazona todas las viandas, ansí la discreción regula todas las virtudes. El cirujano, letrado, juez o dortor, sepan que cuánto más lexos mejor; sin embargo, pongámoslos de muestra para que entendáis con más claridad lo que agora os diré. Quando a éstos se les ofrece alguna duda, con estudialla en sus libros salen della con facilidad; mas en la caza; aunque parezca que es cosa fácil, no le es, y todo debe salir presto, raudo o célere de la practica y de la memoria. ¿Os gustan las viandas de la caza que labora y adereza vuestra madre? Si es ansí, como que lo es, os atañe prevenir perdizes, codornices, palomas, conejos, liebres o piezas de caza mayor como todos los años hago yo y los vuestros dos hermanos mayores, ya que la despensa anda floxa. A partir de agora nos corresponde a todos los de la casa, menos a nuesa madre y señora, claro está, fazer estos menesteres. Como primero, y preludio, han de saber: ¡Oydo a lo que digo! ¿Cómo fácese la crianza y enseñanza de los perros perdigueros? Deberéis conoscer quien tiene buenos perros maestros que cazen por alto y baxo; y sean macho y hembra; y previniéndole te guarde y críe uno de cada. Después quel perro eche a la perra y posterior a haberse trabado, la encierre a ella para que no tenga ocasión de juntarse con otro, y en siendo...
–¡Téngase, padre! –atajó Sancho. Como os place que quedemos enseñados y estruidos, ¿por qué no nos desarrolla, interpreta o razona más eso de... después de haberse trabado y eso de... que no tenga ocasión de juntarse con otro?
–Yo no se si os váis u os quedáis, mas... ¡me da que os pasáis! Discierno que no atañe enseñar con mucha materia por delante, sino poca y conceptuada, que no queda enganchada en el conocimiento. Esta enseñanza será larga; si bien por ser nesezaria, no débome entretener en cosas de poca sustancia. Otro día os lo desarrollaré, interpretaré y razonaré sólo a vos, que sois el único, al parecer, que no le habéis entendido. Vuestro pícaro defecto es preciso enderezar presto, por ser acertado procurar su derechura, porque entender héis que tenéis que esforzaros en alcanzar la perfección y si esto no tenéis, es posible, al menos, procurarla. ¡Fablaremos! Íbamos por... y en siendo ¿No? ¡Pues bien! Y en siendo bueno el parto, al tiempo, elegiréis un macho que tenga pelo de la madre, y una hembra de la capa del padre. Procurad sea de condición; que tengan buena cabeza, buen hueso de viento, orejas largas y suaves, romo de hocico, largo de labios, pelo corto, recio de manos, uñas negras, cola delgada y si ser puede, sea blanco, y en levantándolo por las sus orejas, dándole munchas vueltas al ayre no latiendo ni quexándose son buenas señales, que en esto se conosce. ¿Me seguís?
–A la letra padre –dixo Alonso–; pero nos explica...
–¡Calla! –dixo Martín. No os precipitéis que os explico: las uñas negras son de valiente, ni se aspea ni se encoja. El ser ampo como el blanco de la nieve es bueno por verse de lexos en el monte. El levantallo de las orejas y no rechistar es de noble. El hueso grande manifiesta munchos vientos. Para que no se enfermen hay que dalle unas sopas de pan empapadas en azeite y ansí se purgan bien y otras veces, dalle lo que sobra del puchero que desa suerte se crían lucidos. Los que nacen en diciembre o enero son los más valientes y salen a mejor tiempo de caza que los que nacen en verano. En empezando a jugar, le enseñaréis a traer con una cuenta grande hecha de la piel de perdiz y después de conejo, echándosela munchas veces fasta que aprenda a traella, y cada vez que la traiga le daréis alguna cotufa que le guste, procurando que no se canse. Ansí traerá con mucha zalema . Para enseñalle que se detenga en la muestra, tomad un poco de pan y dadlo a su boca, y otro encima del hocico, y con una mano tenello sujeto para que no cómaselo ni dexe caer el de encima del hocico fasta que aprenda a ser quieto como estauta y presto a entrar a vuestra voz.
–¡Padre!, desvainando y con la boca abierta habemos escuchado vuestras expertas enseñanzas ¿Nos puede fazer nuestra madre merced con algo de yantar para tener entretenidos los dientes, y, mientras vosacé descansa y piensa mejor las cosas, nos preparamos una cazuela de azytunas y otra de tacos de queso en azeite y la bota grande del vino?
–¡Sí, y buena idea es esa! –replicó Martín a Alonso–; pero Gil y Rodrigo beban con reparo, no sea que luego no puedan dezir: “Estando uno chispa pónese la chirula en la chilondria de chiripa ”
–¡Padre! Vos sabe que no soy tontuso, tontarra ni gurrimino –contestó Rodrigo–; pero eso que dize vuesa merced no le diría ni Aristos Tósteles que dizen fue sabio.
–Si gurrimino no sois, dezidme entonces de seguido: adrog alorep al eneit olaznog .
–Vos sabedes, y por eso no puédolo dezir, que no estoy siendo estruido en lengua árabe ni en la aljamía –argumentó Gonzalo.
–Os pondré so el hilo –contestó Martín. Dilo a la contra. Y mientras lo piensas, los demás aprenderán los conocimientos del escopeta y disposiciones a tener en cuenta para su buen y seguro uso; pero antes, echen para acá la bota, no sea mafixie y matragante con el hablar. Primero, ante todo y lo más principal de todo es probar la escopeta echándole dos tiros de pólvora y después un taco fuerte con la pelotería de plomo y después otro taco y después más pelotería gorda con otro taco. Atalla a una reja u árbol fuerte y con una tomiza enganchada al disparador para que en tirando fuerte dende lexos, ver si revienta; pues mejor es perder el cañón que la vida; si no es reventada, cargalla de nuevo y apuntalla so un blanco fijo para ver si tiene buena la mira con el punto y conoscer si está daleado el cañón para enderezallo, pues es muy inconveniente esto y se va demasiada caza. La pólvora hay diferentes modos de probarla, pero pondré uno esencialísimo. Si es tarda se le echa un poco de la pronta y se encabeza con dos cabezaduras de la pronta, y después se carga con la tarda y se le ceba con la corta. No os lo defino más por ser todo claro como la luz del día y acertado como que el aire solano pronostica humedad y niebla, lo que presto apercibe la polvora. La baqueta, es bueno sea tiesa y se ajuste en su todo al cañón. La cerraja sea recogida pues si es grande, el golpe efarata la puntería. Que los muelles sean suaves. Que los luchaderos si andan floxos, apretar el floxo y afloxar el fuerte fasta que guarden el equilibrio nezesario. Que la piedra esté igual al rastrillo. El fiador ha de entrar y salir con suavidad. La cazoleta ha de gastar poca pólvora por el muncho humo que genera y no se ven las piezas. El fogón estará a la orilla de la rosca del culato, que desa suerte y manera, no dará coz. Sólo os resta saber quel cañón ha de tener cinco palmos de largura, y de cabida entre doce y catorce adarmes de pelotería. Se carga con tres adarmes de pólvora, cáñamo o bayeta, diez de plomo y más bayeta, todo bien atacado pero suave. Poner lana para los tacos en verano por que no prendan fuego, que luego es dificultoso de matar . El campo en verano arde como la yesca. El esparto, papel, estraza y cáñamo sí prenden. Teniendo limpia la escopeta cumplen mejor los tiros. Esto que digo agora, es como si os lo dixese repetido tres veces, o más: Guárdese el tirador de cualquier boca de fuego, aún con el fiador puesto, y desvíese de toda persona, que las armas las carga el demontre . Paréceme muncho conveniente el advertir que el tirador se guarde della y que no mire su boca a nadie, aún descargada, pues sólo en miralla infunde horror y espanto a quien la mira. Vamos entrando en la tercera cosa, que es si mal no recuerdo, el aprender el vuelo de las perdizes y el correr de los conejos; o lo que es lo mesmo, el vuelo de los conejos y el correr de las perdizes, que a veces esto se da por creer que un mefisto, que es parejo a demontre va tras ellos. Sabed que la perdiz es ave gallecina que almuerza preciado y sabroso trigo y yerva verde, que corre y vuela como gavilán y ya, no os tengo que dezir más como es por habella visto y pelado munchas veces. Sepan que las perdizes le damos tres nombres para su estimación, que son pollos perdigones, que en otros parajes llaman perdiganas, que todo es uno, hasta mitad de octubre que están más tiernas y tienen este nombre, y de allí a carnestolendas perdizes hechas; y de allí en adelante apariadas, que son las peores por estar en zelo. Entremos en su conocimiento diciendo que salen volando las más de las veces juntas y la que queda trasera, vuela más apriesa por no quedar trasera y ansí se dize que son como rayos; pero hay una que por ser miedosa, salta después y ésta se llama perezosa, la qual se lleva el primer escopetazo. Es bueno ver su paradero por yr a lo cierto a cazallas despacio con paciencia y sin priesa. Si un terreno habéis cazado, no yr a cazar fasta pasados tres días y dalle tiempo vuelvan a su querencia. Quando estén aparejadas dexar de cazar por ser munchas las crías que fazen y no ser esto de honor y sí de baxeza. A los conejos se han de buscar en nuesos montes, olivares y barrancos, a saber: El Pajarillo o Las Panderas, márgenes del Zurreón u Aguas Blancas, Güellas, Agratín, La Solana, La Canaleja, Santo Indio u Polpite, que harto daño fazen pues son munchos los que hay y en qualquier parte, y de qualquier parte salen como flecha o dardo, y dando un pisotón, piérdense sin haberte dado tiempo de dezir ni pío. Antes de entrar en la quarta cosa, diré como se han de tirar a las perdizes y a los conejos. Sea la perdiz apuntada si va derecha a los pies, si va alta la cubrirás por los puntos del escopeta y si baxa, igual, pues no dexa de seguir su curso, y aunque es pronta la pólvora, nezesita de tiempo para llegar. Os advierto que no os quitar la escopeta del hombro pues sucede a veces arrancar el tiro después; pero enganchado el fuego, por más que corran o vuelen, no les vale, porque más corre la pelotería tras el escopetazo. Paréceme que lo saben los conejos y por eso os manifesté antes que vuelan. Si viniese alguna perdiz de cara, a esa no tiralle; dexalla que pase y en dando la vuelta, a contrapluna, ¡ tac pannn y a la talega! ¡Me se ha ido el sermón del quarto punto! –dixo Martín.
–El quarto punto padre es que vuesa merced nos fablaría de...
–¡Calla, que ya me acuerdo! –respondió Martín. El quarto punto que os debo dezir y vosotros de aprender es sobre la montería; por ser la mejor forma para cazar en estas tierras por su espeso matorral y tener mucha maraña vegetal. Por ser áspero y fuerte el terreno, en estas difíciles condiciones, las reses que pueblan esta zona como venado, xabalí y lobo como más representativas, deben ser cazadas en montería. Su método es fruto de la gran experiencia del capitán de montería, quien dispone de los puestos formando armadas o líneas de cerco. Las armadas interiores llamadas traviesas, están destinadas a cortar el paso a las reses que más avisadas se resisten a salir del monte. A la hora y señal convenida se da suelta a las rehalas o recovas agrupadas en colleras acompañadas por los podenqueros y mastineros con gran estruendo para que retruene el monte y mueva la caza. Van animando a los perros con sus voces y escopetazos de pólvora sola. Naturalmente, quando los perros empiezan a batir el monte y a levantar reses latiendo de rastro o de carrera, éstas, rompiendo monte dirígense a los puestos y empieza el escopeteo. Es muy importante el no cargar ayre, pues tanto el xabalí como el venado tienen olfato muy fino. Siempre os dé el ayre de cara; puesto que de no ser ansí, no podréis tirar pieza alguna. También cázase de la forma llamada de ronda; que consiste en salir de noche con mula o caballo y con perros de busca y podencos; llevando atraillados perros de agarre como mastines o alanos. Quando los perros de busca laten la pieza, suéltense los de agarre e yr con priesa al lugar del encuentro para dalle muerte con el chuzo al cochino agarrado y le apuntaréis a los delgadillos buscándole el corazón. Hay que asegurarse que esté muerto el guarro para evitar lances peligrosos. Sabed que guarros, gorrinos, cochinos y marranos, todos hermanos; y por eso llámanse de la mesma forma y son todos una mesma cosa. Concluidas tales enseñanzas, sepan agora la de cazar lobos; que antes de ser dificultosa, es fácil; porque sólo aprender tenéis que fazer un pozo en la tierra daqueste modo:
Sea de quatro varas en quadrado y en profundo. En su fondo se hincarán en firme cada quarta una estaca de quatro quartas o más que cubran todo el suelo, de modo que si cae el lobo, aqueste no pueda llegar con sus patas al suelo. Cúbrase con pestugas y hojarasca y ramas del entorno de forma que no sea diferente el color ni el suelo. Hay que meter dentro del hoyo un choto o borrego chico con cencerro, que quedará encerrado o protegido en una jaula que con palos fuertes y bien seguros habremos preparado; y que como está solo y no puede mamar, balará a su madre; y en oyéndolo el lobo, buscará fasta encontrallo y por su peso, descuido o por querer fazer su presa, quedan presos y no podrán salir por no poder avanzar en el salto y pinchalle las estacas en la panza. Os dixe que quatro cosas son nezesarias para la caza; mas aún diré otra que vínome de repente; y a esto según parece, dizen propina; y es la caza con hurón. Sepan al respecto que las hembras son mejores que los machos; y estas mejor si son pequeñas que grandes por deslizarse con más comodidad por los estrechos pasadizos. Quando es introducido por la madriguera, sabe por instinto cuáles son las galerías habitadas y se revuelve y lucha mejor en ellas, mordiendo y arañando a los conejos que encuentra. Apartaros a algunos pasos de distancia y oiréis, en el silencio, los golpetazos que dan los moradores de la madriguera; que salen a velocidad de saeta o rayo en busca de libertad. El tiro debe ser al tenazón; sin embargo desos hay que huir a no ser que la pieza traspóngase y pierda; y es forzoso tiralla ansí por no dar tiempo a otra cosa, pues la caza busca reservar su vida. Tener cuidado en no perder un conejo ferido que vuelva a su casa; pues cogido sería por el hurón y ahíto de sangre, no tardaría en dormirse. Esta caza sólo debe realizarse en invierno; ansí no se perjudica a las madres en preñez y habrá después más caza. Sólo queda dezir, que no le dixe antes por olvido, que si el hurón quédase dentro no hay más remedio que ahumar la madriguera para quel dormilón y perezoso salga a la luz. Y con esto, doy por esta noche concluida mi intervención.
CAPÍTULO XIX
Sin titulillo.
Verán vuesas mercedes que a aqueste capítulo no póngole título alguno por ser poco lo que acontesció dende el anterior y pasado mes de (no me acuerdo qual) a esta parte. Aquí no quedará mucha escritura por ser las cosas pasadas escasas y sin sustancia y por tanto no deben ponerse; mas como pueden suponer, y si no pueden, supóngomelas yo que si puedo; que por conoscer a Martín y a sus hijos, estos, no dexaron ni un día de cuidar sus animales, cazar en el monte de Cabeza Prieta, sembrar sus campos, esquilar a anequín sus ovejas y fazer matanza en diciembre de quatro cochinos tresañales que quedaron colgados del techo y en orzas a buen recaudo en la alacena de María, habiéndose superado en muncho aqueste año, al de anteantaño, que fue el mejor.
CAPÍTULO XX
Tomole el parto derecho y no revesado a María y parió dos fermosos infantes. Accidente que passóle a Martín y consejas del cirujano.
–¡Padre, padre! –llamaba Alonso dende la Asomailla de la Puente que pocos años atrás, fizo maese Vandelvira para pasar bien a las heredades de don Diego, faciendo retumbar su enérgica y poderosa voz barranco arriba.
Había Martín cortado la tierra para la hortaliza; regado las fabas y estando aporcando las pencas para que resultaran más blancas, diose cuenta de las voces y respondió presto con un fuerte y sonoro qué dende la tabla más alta de la huerta de los Molinos.
–¡Que tomole el parto a madre y parió dos fermosos infantes! ¡Me encarga maese el cirujano diga a vuesa merced, ande con tranquilidad, que vínole derecho!
Martín pensó en la dádiva que daría al cirujano por tenello bien merecido.
Quando al fin diose cuenta de lo dicho por Alonso, soltó el escardillo y corriendo qual galgo a escape, saltaba los cantones uno tras otro y en llegando a su altura, díxole –sin dexar de correr–, que recogiese las ferramientas, aparejase la mula y cargase el burdégano con forraje de alcacel y volviese a casa lo más adieso posible.
Tomó el camino del Molino Baxo del Concejo y en un santi amén passó por la puerta de la casa palacio del marqués de Camarasa, el qual, subido so un fermoso caballo disponíase a salir para reconoscer sus tierras.
Como vido a Martín con tal desasosiego, vínole a preguntar qué pasaba; y aqueste, al quitarse la descolorida papalina que para el campo tenía y al fazer la reverencia que obliga la cortesía, miró a don Diego y sin dexar su rápida marcha díxole:
–¡Ruego me disculpe su excellen...
–Iba a dezir –, pero fue tal el trompazo que no pudo terminar la razón. Desviose a la mano derecha por su rapidez y fuesse a topar contra una de las seis macizas columnas de pura y dura piedra que frente a la casa de don Diego hay para atar las caballerías. Fue tan aparatosa la calabazada que al instante descompúsose un diente delantero quedando la caja de la boca desequilibrada; un burujón en la frente y púsosele apriesa la cara desencajada, derrostrada y sólo diole tiempo de terminar la palabra diciendo... cia. Abombao, dio con su cuerpo en tierra cayendo de espaldas como fulminado por rayo candente a los pies del caballo de don Diego, el qual, al batacazo y como vido lo que no dezía ni chus ni mus, díxole a Martín:
–Si yo vi saltar estrellas al tolano, vuesa merced debió ver rebullir todo el firmamento.
Dispuso don Diego que sus mozos le atendiesen. Estos, mondábanse de risa y echáronle un zapito de agua so el pobre Martín y el vestido quedole todo calamitoso. Como viéronlo sin parpadear siquiera y con anhélito, dezíanle:
–¡Eho, qué os pasa!
Repizcábanle para que despertara; mas como no respondía, dábanle fuertes sopapos a ambos lados de la cara.
Al rato vino a despertar Martín y como apreciaron andaba tarumba y a media anqueta, dispusieron llevallo a su casa en unas angarillas .
Sólo acertó a poner en uve los dedos índice y corazón de sus manos y dezir durante todo el camino cansina y machaconamente:
–¡Dos y machos! ¡Los dos mis hijos! ¡Ay, ay mis dos hijos del alma! ¡Dó están!
–A lo que oigo, debió parir María dos machos tal como era su deseo –repuso un mozo.
–Eis de saber que a quien Dios quiere bien, la perra le pare lechones–respondió otro.
Como no dexaba de quexarse, díxole un mozo a Martín para su tranquilidad:
–Si la vuesa merced tuviese en cordura, oyería a los infantes llorar como Xeremías, que ya está en su casa.
Baxose Martín de las angarillas y trompicando, fuesse a sentar so una silla de la cocina do encontrábase el cirujano con sus hijos y algunas vecinas que atentas estaban a sus explicaciones científicas.
–Bien veo que debió ocurrille algún percance; mas como a simple vista sólo le aprecio cara de acelga y un canino menos, tiene poco mal. Atienda vuesa merced lo que voyle a dezir, que aprenderá algo sobre partos y sobre todo, como fuele a María y qué es lo que tiénesse que fazer dende agora, para más y mejor entendimiento desa materia.
–Para alcances de materias estoy yo –dixo Martín.
–Vos debe saber –prosiguió el cirujano–, y las demás también, quel parto es el echamiento del infante fuera de la madre. Las causas son por tres formas y maneras: La primera es que por el buen nutrimiento del niño crece muncho y ya no tiene habitación suficiente; por eso la madre se siente dañada, desea descarga de peso y lo echa. Por la causa del niño, y ya estamos en la segunda, es que no tiene do comer por haber dado ya fin su alimento y también fáltale ayre suficiente para su espíritu y no puede respirar por lo que desea salir apriesa y lo más presto posible. Las causas externas son la tercera; y pertenezen al tiempo; y por ser tal tiempo cumplido, no puede el infante esperar más por haberse ya acabado. Esto del tiempo entra más en la voluntad del Señor que en cosas de ciencia o razonadas; que unos nacen a los siete meses; pocos a los ocho; munchos a los nueve y otros munchos menos a los diez o más. Nunca naide dio ciencia cierta del porqué desto, y yo tampoco voylo a dar por carecer de tal entendimiento.
–Téngase un momento maese cirujano –dixo Martín–; que agora mesmo ha menester que uno de mis hijos busque presto a Blas Moya, para que venga a verme y convenir conmigo un importante negocio.
–Bien veo que vuesa merced está tolondrón para el entendimiento de cosas útiles y fructuosas; mas no para los negocios; aunque por ser respetador destas muxeres que me escuchan, remataré mi intervención faciéndole saber que María fue vigilada y cuidada en el momento del parto por Martina de Silva, comadre ingeniosa y muy exercitada según me han dicho y yo he podido ver. En tratando del parto fue bien por tener María buena calidad y virtud para ello. Después de dalle un baño caliente en el qual se cocieron malvas y fojas de violetas azules, fuele dado caldo de gordura, vino bueno y untada con manteca sin sal la parte inferior del pendexo para fazer suave y bondadoso el parto. Parió dos fermosos infantes como oirá por el berrear y verraquera que tienen como era vuestro deseo y que por agora no puede ver por no ser conveniente ni aconsejable, empero; y prosigo, después de quedar parida y sin contratiempo alguno, siendo las dos criaturas sanas, púsole Martina por mi consejo un pellejo vuelto de carnero húmedo de trementina de pino y quedose tranquila y fajada. Sólo queda, después de lo susodicho, dalle de comer caldo de gallina, carne, pan y todo lo que quiera beber desta mezcolanza de agua, sal, vinagre, azeite y algunas confituras finas durante tres días. Después de pasados éstos, désele vino, que ha de ser tinto, viejo, bueno y de buen olor. El agua ha de ser con fierro candente acerada. Guárdese del trabaxo y de enojos, tristezas y semejantes riñas y pasiones, no sea tenga dolor de vientre, dificultad en el mear, ascos, vómitos, falta de apetito o dolores de cabeza, que todo esto acontesce venir a las paridas y es menester prevenir. Débese obrar y cumplir, por tener buenas consecuencias y remedia muncho, como faze la ibis, que según dizen es por igual a cigüeña. Muestra a los hombres lo bueno de los clísteres porque ella en sintiéndose ocupada, toma agua del mar y con su largo y fino pico métela por sus partes baxas y desa manera se purga. Entre estos montes vuestras mercedes no advierten tales cosas. Si tuviéramos advertencia de lo que a los animales vemos fazer y lo aplicamos a las cosas que nos no alcanzamos a conoscer, munchas propiedades de nuevo entendimiento nos mostrarían; y sería cosa que muncho importa y maravilla.
–Porque bien merecido lo tiene vuesa merced; y por las buenas consejas que me da y otrora me dio, –dixo Martín al cirujano–, quede, daqueste mesmo instante u momento, y naide opóngase a ello, que las tierras que os concedió el Concejo, serán labradas, sembradas y cuidadas conforme a vuestro deseo por mí o mis hijos mientras vosacé more en esta villa. ¡Y no quiero oír ni pío! ¡Y que me traigan a Blas que es lo que más me interesa en aqueste instante!
CAPÍTULO XXI
Martín dispone un nuevo viaje a Granada de Blas. Acta que fizo Blas de Ortega, escribano del concejo y nuevas consejas del cirujano. Nombre que le pone a los infantes.
Encontrábase Blas a eso del medio día en el mesón de Pedro y fuele dicho por el pequeño Rodrigo del nacimiento de sus dos hermanos y que su padre requeríale para un negocio.
Bebiose la jarra de vino de una sola vez y solicitole a Benito que llenara de nuevo y echara china, dexando un puñado de blancas so el tablero de la mesa mostrador para proceder al pago de lo consumido.
Vido Benito tal acción y quando hubo contado, guardó siete monedas en el caxón y díxole:
–¿Me da, primo, que sale desta casa con más sed que con la que entró? No dexó vuesa merced ni gota.
–No creas, Benito; mira bien la jarra y verás que como hoy tengo priesa, dexado he más de pulgada y media de vino en el culo para que fagades vinagre con el sobrante –respondiole Blas saliendo con Rodrigo camino arriba para ver a Martín.
Quando entraron a la casa, vido tan mal parada la cara de Martín que preguntole qué habíale pasado.
–Cosa de poca monta, respondió aqueste; sin embargo notoria por lo que se ve, ya que un diente de los delanteros quedose fecho arenilla en las columnas que hay frente a la puerta de la casa de don Diego del tolano que me di. Mas no repare en ello, que lo más importante es que prevea vosacé nueva ida a Granada y llevar a su Real Chancillería el acta quel Escribano del Concejo, vuestro tocayo, está faciendo para solicitar la concesión de fidalgo a mi favor, que ya cumpliose tal particularidad conforme manda el Rey nueso Señor. Tras pasado mañana, será recogida tal acta, según díxome Alonso que dixo que se lo había dicho el escribano.
Débote pedir encarecidamente, amigo Blas, que tráigasme las melecinas nezesarias que por bien tenga vosacé y como usar dellas, no sea se desgracien estos dos hijos y efarátese y váyase todo a la garata después de tanto. También quisiese fuéredes al galeno aquél del alcahueta que os voló los...
–No me la recuerde vuesa merced, que era la páxara más esonrible y luxuriosa y soberbia del mundo –replicó Blas.
–¡Sea! Y siguiendo con la plática, quel tal galeno os dé algún tratado de las enfermedades y remedios que pudiesen tener los infantes. No repare vos en gastos.
Estando en esto, entró el cirujano Juan Caballero y el escribano Blas de Ortega, quien llevaba una memoria ya escrita y quiso leella a Martín para que aqueste confirmara ciertos extremos.
Al instante dispuso se sentaran junto a la mesa, y Antón dexó sobre ella una jarra de buen vino de una pinta y quatro tazillas que llenó. Sancho sirvió una decorada fuente llena de azeytunas de agua, ricamente aliñadas con ajos, hinojos, algunas fojas de laurel noble y abundantes ramillas de oloroso tomillo tomado en la Silleta; morcilla en azeite, queso en tarugos y lomo en adobo.
–Beban las vuesas mercedes y díganme a que se debe tan grata visita –preguntó Martín.
–Yo a revisar a la parida y a los infantes, y el escribano...
–El escribano –argumentó Blas de Ortega–, acercose para ratificar si son dos los nuevos hijos de vuestra familia y oír de vos si serán llamados como díxome Alonso en el Concejo; José Martín y Diego Hermenegildo López de Hermoso; que debo escribir sus patronímicos en aqueste documento.
–Acertó su señoría en todo y ansí os lo digo –dixo Martín–, y ya que sois presente, darme hedes por testimonio quanto habedes oydo y visto. Le pondré José al uno por una manda que fice tiempo atrás y no viene al caso dezillo ni explicallo agora; y Martín por haber nacido en el día daqueste santo. Al otro, troqué lo que en un principio pensado tenía y dezidido he llamalle Diego en reputación a Don Diego de los Cobos, que como bien saben, fue mi valedor y diome en medianía algunas de sus tierras faciéndome su hortelano y medianero. Favoreciome muncho quando merqué la tierra de Pulpite; y lo de Hermenegildo, que me solvidaba, por ser también hoy el día daqueste santo.
–Como no muda propósito en nada, escuche con miramiento la vuesa merced:
Yo, Blas de Ortega y López, Escribano Público del Concejo de la Villa de Torres, en Jahén del Andaluzía, en presencia de mí e de los tres testigos e declarantes infrascritos doy fe e asevero:
Que en martes, trece días daqueste presente mes y año, fueron alumbrados a aqueste mundo y en aquesta villa por doña María Hermoso de Montemayor, virtuosa, loable e noble muxer que es de don Martín López de Alcalá, dos hijos a un tiempo, siendo ambos dos vivos según yo digo e revelo más abaxo. Signan e estampillan tres testigos para mejor y más veráz confirmación.
La antedicha estirpe faze un número de siete hijos machos seguidos sin que hembra haya de por medio.
Por lo expuesto, levanto la presente Acta de Verdad, y sirva la mesma como Protocolo acreditativo para su presentación en la Real Chancillería de la Muy Noble y Leal ciudad de Granada, a fin de que sea solicitado al Concejo Real, allí do estuviere, carta de fidalguía a favor de:
Don Martín López de Alcalá y su esposa
Doña María Hermoso de Montemayor.
Suplicamos a V.I. encarecida e ponderadamente conceda perpetua memoria de la Fidalguía; ser Fidalgo Notorio de Solar Conocido y Caballero de Espuelas Doradas, perpetuamente y para siempre jamás, para él y sus descendientes, ya que ansí lo determina el Mandamiento de Su Majestad el Rey (q.D.g) por ansí habello mandado Él en la Pragmática que ante mí tengo. Signo más abaxo con los tres testigos en la villa de Torres, en jueves y a los quince días del mes de abril daqueste presente año de mil y quinientos setenta y tres del nascimiento de nueso Señor Iesucristo, e porque agora, en todo tiempo, por siempre jamás, lo juramos por Dios nueso Señor e por su Santa Madre e por las palabras de los Santos Cuatro Evangelios e por la señal de la Cruz, como por costumbre es, dende agora, en todo tiempo y por siempre jamas, juran fazer por firme esta escritura que signan en testimonio de verdad, e porque con la cual fe estoy aparejado para por ella solicitar sea cumplidero todo lo dicho, poniendo igualmente a Dios nueso Señor por testigo.
Signan:
Fernando Fernández Martín
Marcos Gutiérrez Mergarejo
Pedro Buendía Mendoza
Todos tres vecinos estantes de Torres.
–Lo que escribió su señoría pláceme muncho; mas coman y beban vuesas mercedes y no reparen en nada. Quedó todo despejado para el nuevo viaje a Granada. Más tarde, amigo Blas, convendremos cosas relativas a tal jornada –dixo Martín–; si bien ya le adelanté algo que no deseo olvide.
–Si vuesa merced no pone traba alguna, quisiera me traiga desa bella ciudad un cauterio para restañar sangre –dixo el cirujano–. Me es de nezesidad. Un real creo será en demasía; mas como no quiero que le falte moneda para tal fin, le daré dos.
–Piense vosacé en los remontados o monfíes que acechan en esos caminos para cometer hurtos y atropellos –díxole Blas–; y si por un casual, que Dios no lo quiera, fuesse assaltado, quedaríades vosacé sin su cauterio y sin caudal. Yo creo que no débeme dar tanta abundancia de moneda. ¡Será miserias el cirujano de los cojones! –comentó Blas para sí.
–Agora solicito vuestras excusas porque pasaré a ver a María y observaré como se encuentra. Si me tardo, no preocúpense, que munchas, ciertas y verídicas consejas –dixo el cirujano–, he de dar a la comadre Martina de Silva, que un clísteres débele fazer agora mesmo a María para su bien.
Fuesse presto; mas antes retornó al olor de la nueva cazuela de lomo en adobo que había preparado Alonso.
–¿No alcanzo a entender cómo en tan corto espacio de tiempo pudo dar tantas, ciertas y verídicas consejas vuesa merced a Martina? –dixo el escribano.
–Vuesa merced va errado por aquese camino, amigo mío.
–Coman sin reparo alguno y mientras tanto, sírvase en nos dezir maese cirujano, las cosas que a su entendimiento debe guardar una buena ama.
CAPÍTULO XXII
De las cosas que son nezesarias tener a una ama y lo que ésta debe guardar.
–De la elección del ama son munchas las cosas a tener en cuenta; a saber:
Sirviendo a modo de introducción, primero diré que dar la madre la teta al hijo es cosa muy natural si no hobiere impedimento, y de habello, como que lo hay, es menester fazer elección de ama. ¿Qué cómo debe ser ésta? Debe ser veladora, no tenga fuerte sueño, sea fácil para levantarse y pacificar al niño porque demasiadas nezesidades tienen: lloran, claman, están enojados, toman ira, muévense sin orden y esto porque algo los fatiga y no le saben dezir, o quieren mear y no le saben significar.
Siete cosas son nezesarias guardar al ama a mi entendimiento:
La primera es la edad, porque en la edad media está el temperamento de su complexión y la bondad de su leche. Débese tener siempre presente que si es joven y bella, place al padre y disgusta a la madre y al niño. ¿Por qué place al padre? Esto no hele de explicar; aunque sí, por qué disgusta a la madre y al niño. A la madre disgústale porque poco a poco o consiente o pierde al marido. ¿Y al niño? Porque si las tetas son como que lo son de alta calidad, él no mama porque las tetas de las amas nuevas tienen pezones tiesos.
La segunda, la figura que no sea ni flaca ni macerada, que tenga buen color blanco y rosado, lúcido y claro, tenga las carnes duras y no gordas. ¿Comprende agora lo del padre y lo de la madre?
La tercera, sus costumbres, que no sea riñosa, porque de serlo, inficionará a los infantes a ser rencillosos aún teniendo pocas causas o razones; y también sea benigna, joconda, diligente, limpia y casta.
La quarta, la forma de sus tetas, que esto es importante y recálcolo por ser muncho conveniente; han de ser éstas sólidas, porque la calor natural dellas está más agregado y puede mejor digerir la leche. Los pezones no sean muy gordos para no causar fastidio, sean más bien rosados a modo de piel de melocotón, que son para la boquilla de los infantes y no para otra como explicado ya he.
La quinta, la calidad de la leche que no sea espesa, gorda ni aquosa, sea media entre una y otra. Sabed que las cosas que fazen leche son: tetas de cabra o vaca, güevos absorbidos, simiente de hinojo, matalaúva, simiente de alfalfa y sobre todo, por ser lo más principal y mejor por habello yo experimentado, las naturales del ama; sobando con manos diestras, calentitas y suavecito; sin priesa y por todas ellas; esto faze leche en abundancia.
–No se frique las manos con alborozo, que lo veo venir. No le corresponde a vosacé tal faena –le argumentó el cirujano a Martín.
La sexta, si nueva o vieja es en el tiempo. Sea nueva a mi parecer es lo mejor para todos. Lo nuevo sirve para muncho, No ansí lo viejo; esto es tan vero como dezir: Si ve, no es ciego; o si fabla no es mudo; o tras el último, no hay naide. Desto no daré más comentarios ni explicaciones por ser tan claro como el día y tan oscuro como la noche.
La setena, en el género de la criatura, conviene saber si macho o hembra, y además, si de buen parto o malo o de buena o mala alcurnia, porque ansí como de una fuente clara lo son todos los chorros que della salen, será la criatura si clara es la fuente de do viene. ¿Comprenden? Aquí sabemos ambas cosas; que son dos machos y salieron de parto bueno.
Queda bien entendido que por ser estas cosas harto sencillas y quedar tan bien manifestadas, no debo perder más tiempo en explicallas.
–¿Y do busco yo semejante y excelsa ama que la naturaleza hayga dotado de tal gentileza, fermosura, primor, compostura y gracia? –preguntó Martín.
–Parece que la vuesa merced, como tiene las narices remachadas del tolano, también se remachó el entendimiento y no hiede ni lo que cerca dellas hay. ¿No reparó vos en Martina de Silva? ¿No ve vuesa merced que ajústase a maravilla en todo quanto descrito he?
–¡No le falta razón al cirujano! –dixo Martín. Los sesos y las narices téngolas limitadas; por eso emular a vosacé es lo más apropiado, ya que sóbrale el conocimiento y el olfato. Cuenta me di de la poca dificultad que vuesa merced tuvo en nos explicar lo que explicado ha nos. Fablaré con Martina más tarde daqueste asunto, porque lo que más priesa me corre es pagar la manda, no sea me solvide. Nezesito de vos, amigo Blas, fuéredes agora con uno de mis hijos al pósito del Concejo y saques a mi nombre veinte y quatro fanegas de trigo y las lleves en costales con mis mulos al forno del Concejo. Allí estaré esperando junto con el preste y el Alcaide Ordinario.
CAPÍTULO XXIII
Blas y Benito van a Granada por el camino de Mata Bexí. Llevan el acta de verdad para solicitar en la Chancillería la fidalguía de Martín.
Blas madrugó más quel alba tres horas y presto encontrose con Benito que montaba un frisón tostado de blancos crines en las eras de la Cuesta de la Pila, do habían convenido. El traje de aqueste era vistoso, entre guerrero y cortesano el cual, aún de su media armadura, ceñía un largo acero toledano cuya contera golpeaba el cuadril del gallardo bruto descolado. Dispuso llevar su mula cuatralva , y un mulo tordo de paso, que aunque cerril, es vigoroso; eso sí, no muy guarnezidos ni aderezados, para no llamar la atención.
Las capachas fueron prevenidas de viandas suficientes ya que Benito, con buena razón, dize que en el camino no hay quien preste.
Dispuso Blas quel acta de verdad fuera escondida bajo unos pliegues de la mantilla de la albarda del tordo, que aunque áspero, tiene buena presencia.
–Debedes recordarme –dixo Blas a Benito–, que en llegando a Granada, como lo primero y más principal menester es llevar el acta a la Real Chancillería y después, en pasando al pie de la catedral, viendo a los hierberos, proceder a mercar tales remedios de hierbas, y en la botica de Serafina, en la plaza de Biba-ranbla, medecinas y recetas de cómo usar dellas, a fin de asentar en Torres una tienda para consuelo de los males de los vecinos, y no débeseme olvidar el cauterio del cirujano.
–Entendiendo yo, querido primo, –dezía Benito–, que eso es cosa importante, bien que lo mesmo quel enfermo no debe proponer los remedios al galeno, ni el viajero imponer el camino a quien le guía, debo advertir empero y no obstante, por ser ello harto razonable, que si tomamos la vereda de la Mata, daremos con Cambil, y de allí, topando con el río Guadalbullón, alcanzaríamos presto el camino real que va a Granada y ahorraríamosnos, creo, unas cuantas leguas.
–Por esta vez vas acertado quasi en todo, y si perseveras en tal prudencia y subordinación –dezía Blas–, sin controversia llegaremos lenxos. Nos iremos por do vos dize.
El camino de la Mata es tortuoso, mal trazado y torcido y algo áspero. Hay barrancos por doquier.
Comenzaron a subir por su pendiente una vez dexada atrás la Fuenmayor y Benito, sobre su frisón, inclinábase de vez en quando so los cantones para coger ramillas de tomillo que a bulto veía y percibir su aroma. Daba aqueste en su rodilla diestra con el sombrero que lleva asido por el ala, mientras Blas le anima a arrear al corcel para al menos poder pasar antes del amanezer el puerto de la Mata.
Caminaron algún tiempo con paso seguro, aunque ligero, oyendo sin volverse la música de los vientos de los pinares de los Gamellones. Rayando la clara alba escuchaban arrobados el canto de las perdizes y el gorgogeo de los ruiseñores en la profundidad del barranco de Aguas Blancas, mezclados con el susurro de las ramas de los chaparros.
Llendo que íbamos, en llegando al puerto, gruesas gotas se desprenden de las cenicientas nubes que oscurecen el cielo y le dan brillo a las amarillentas hojas de los arces. Relámpagos frecuentes iluminan la copa de los árboles y los truenos retumban en las concavidades de las cañadas. Enfundáronse en sus respectivas capas y avivaron el paso de las monturas para llegar a guarnezerse presto en el cortijo de los Prados, el cual cortijo ya estaba cercano por oírse con claridad los ladridos de unos perros los quales, les advirtieron hallarse a su vera.
Una curruca parda y blanca que luce sus trinos flauteados, posa so la copa de un majoleto plagado de rojos frutos que lo visten de fuego. Ni siquiera el agua interrumpe la calma grandiosa daqueste paraje, cuyo perfume de tomillo y paja húmeda, dilata con deliciosa sensación el rostro de los recién llegados. Junto al cortijo hay una era y a pocas zancadas desta, a la mano diestra, sendas chozas que parecen habitadas por pastores. Ni un hombre, ni un niño, ni una sombra de persona se descubre en aqueste lugar. Pacen sueltos, acá y allá, algunos mulos trabados de manos; se ven acullá unas vacas bajo gigantescas y majestuosas encinas; se oye el cencerro de alguna que otra cabra; pero ni rastro de pastores; naide se halla en aqueste lugar.
Escampa el agua en el monte. Sobre una ilimitada capa de verdor, deziden continuar sus pasos para llegar, al menos, al castillo de la Mata Bexí que se halla cercano.
Al otro lado de un raso llano se inicia la falda de un mogote chico so el que se asienta el castillo, junto a un arroyo que baña con sus aguas de cristal la variada vegetación de la zona.
Diéronle descanso a los sus animales.
Dexaron atrás las tierras del conde de Bornos y en cruzando el río Oviedo al final de la jornada, dieron presto con la sierra del Rayo y montes de Granada. En horas avanzadas de la noche, y quando las estrellas difunden su frágil claridad, allá en el fondo, vense los montes lindantes a Iznalloz, punto do daríanse de nuevo sosiego, luego de tan interminable camino.
Después de cuatro intensas jornadas viéronse entrando por la encastillada puerta de Elvira, en la cual puerta, hay enhebradas gruesas y herrumbrosas cadenas de fierro que impiden que alguien pueda entrar galopando quando el cancerbero abre las puertas. Hay un gran barullo de gente que se dirige al centro de la ciudad.
Fueron a la posada de Fuente Nueva que ya conoscía Blas, y solicitaron al posadero que por sus mozos de cuadra, dieran buenas atenciones a los sus animales.
Deseoso Benito de trajín, llevolo después de merecido descanso, a la mañana siguiente próxima al Zacatín, do absorto veía las callejas llenas de viandantes, compradores, tratantes y merchantes. Detiénese junto a una zapatería y después de cierto regateo merca unas servillas pintadas de colores, de punta aguda, suela de cuero, forradas de seda y con un cordoncillo verde que remata la juntura de la parte delantera. Vanse a la calle de los sederos que es la más principal de la Alcaicería. En lo hondo de la calle de los gelizes hay una plazoleta en la que está la casa de la administración de la seda y junto a ella, una tira de tiendas a uno y otro lado en la que sólo el tendero cabe. En una dellas Blas fabla con un anciano venerable de barbas blancas que vende sayuelas de hombre con primorosos bordados, y marlotas, alcandoras, albornozes, aljubas, almizares, alquizeles moriscos y almalafas. Se llama Alonso de Esquilula, y es, junto con sus hermanos Sebastián y Cristobal, los que bordan, texen y cortan las telas para fazer tales vestidos. Faze la presentación de su mercancía a media lengua castellana con gran acierto y diligencia: camisas de lienzo delgado labradas con seda de colores, o blanco o negro; unas con oro, otras con plata. Tiene munchas prendas de muxer y muy variadas: tocas o velos de los que llaman almaizares, con colores prietos y morados, verdes y morados, azules y morados, colorados con las orillas en verde y los cabos labrados en oro.
Camino de Plaza Nueva cruzan por el puente de los Curtidores y apresuran el paso por el fuerte olor que a cuero respiran.
En la Chancillería dexan el Acta de Verdad a un receptor y le advierte y requiere –como díxole Blas de Ortega–, que tal acta de verdad es para que por la Sala otorgue calidad de fidalgo a Martín por haber sido cumplidero todo lo que S. M. el Rey dispuso en una pragmática. Por el receptor fuele dicho que por estar en obras la chancillería, tardarían quando menos dos o tres o cuatro o cinco o seis días para fazer tal documento.
–Pare vuesa merced que ansí llegaremos al telenta y telés días del mes que corre del año en curso –dixo Blas.
–Pregunten vuesas mercedes mañana no, el otro tampoco, el otro, por el letrado Gaspar de Baeza o Tello Fernández. Por uno dellos os será entregado tal nombramiento.
Convenido todo salieron de la Chancillería y tomaron a la mano izquierda, por el Chorrillo del Aire, a la altura de la iglesia de Santa Ana, para seguir por San Juan de los Reyes a la plazeta de San Gil. Blas díxole a Benito:
–Yo tengo preparadas las encías para los dientes quel cirujano me ha de poner nuevos. Disponga vos de lo vuestro que presto será trocada por otra.
–¡Vuesa mercé no olvida las bromas! –Dixo Benito.
–¡Bromas, bromas! Yo con buen criterio me pondré los dientes, mas vuesa mercé se pondrá... ¿Qué se pondrá mi primo? –Preguntaba Blas a Benito.
–¡La churrina, primo, la churrina!
Y riéronse de buena gana.
En la placeta hay un forno de pan que se nota por el olor característico y por que unos chaveas moriscos salen al paso, con una tabla de panes recientemente forneados que sostienen con sus manos so las cabezas.
Con los nudillos golpeó Blas la puerta de Abén Reduán y sorprendiose muncho al ver que le abría una bella muchacha morisca bien vestida y no la alcahueta de antaño.
Fuele pedido al galeno el cauterio que le encargó el cirujano Juan Caballero y cobrole por él diez reales de vellón.
–Debedes darme también todas las recetas y remedios que tenga vuesa merced. Son por un encargo muy nezesario que debo llevar a una serrana y apartada villa de Jaén –dixo Blas.
–De Jaén ni la burra ni la muxer; y en caso de duda... tráigase la burra, amigo, tráigase la burra –dixo el galeno.
–Y vinieron los sarracenos y nos molieron a palos, que Dios ayuda a los buenos quando son más que los malos – respondió Benito quando hubo ojeado el patio de la casa que estaba lleno de pacientes moriscos grandes y chicos y de todas clases.
El galeno Reduán traxo en sus manos un librillo empolvado el cual había sido cosido toscamente con tomizilla fina. Cobrole por él doce ducados por ser muncho el conocimiento que en él hay. En su primera página dize:
Sepan todos quanto esto vieren, y para no quitar reconocimiento a quien perteneze, que aqueste manual de alto conocimiento, ha sido extraído por el famoso galeno Abén Reduán, del libro del Arte de las Comadres o Madrinas y del Regimiento de las Preñadas y Paridas, y de los Niños, compuesto por el expertísimo doctor en artes y medicina maestre Damián Carbón, de la muy lejana isla de Mallorca, lo cual digo para que quede constancia. También es cierto que explicádolo he a mi forma para más, mejor y mayor entendimiento.
CAPÍTULO XXIV
De los munchos tratamientos que se compone el tal librillo y explicación cierta, escueta y clara, para que se puedan fazer y executar tales remedios en cualquier parte.
Tratamiento de las cámaras sueltas.- Para comprender todos más, se ha de dezir cagueta . Suprimir la leche del alimentación para que no se quaje en el estómago es lo mejor. También es bueno no comer nada en muncho tiempo, tanto como resistir se pueda, y de no poder ser, porque aquesto acontece a menudo, comer cosas duras y de consistencia, y a lo sumo tomar agua con sal y vinagre, y con esto no digo más por ser lo mejor.
Para las cámaras prietas.- Si cámara suelta es cagueta, cámara prieta es todo lo contrario, y por ser lo contrario, no fazer lo dispuesto en el punto anterior, antes bien: se utilizarán calas introducidas por el culo. Pueden ser de miel mezcladas con azeite, de raíces de col o de lirio que es de muy notable provecho, ciruelas secas machacadas y mezcladas con sebo de cabrón o lo que es lo mesmo porque faze igual; después de habelle untado toda la barriga con manteca, tomar otro poco della y la poner dentro de una cáscara de nuez so el ombligo de manera que no se le caiga.
Si la enfermedad que padeze el niño es de tos y flemas que le dificultan la respiración he aquí el remedio: Primeramente se echarán dende dos palmos de alto so la cabeza agua caliente, de tal manera que dure esto cosa de media hora; entre tanto que lo fazen, faredes que en la boca tenga un poco de miel. Fecho esto le meterás dentro de la boca una pluma moxada en azeite de almendras dulces y dentro le darás con ella e irritarás, y moverás a que vomite algo de los humores gruesos y pegajosos de que abunda, y procurarás que los escupa y ansí convalecerá.
Para las supuraciones de oydo.- Introducir en ellos unas hebras de lana impregnadas en miel, vino y azafrán. Si el niño tuviese intenso dolor se le instalarán en el oydo unas gotas de azeite en que hayan cocido orégano y mirra y se le dará un gran soplido a fin de quel azeite vaya a su sitio natural que debe ir.
En caso de vejigullas .- Es nezesario que maduren y para ello poner al niño en pelota al vapor caliente de un cocimiento fecho de figos secos, manzanilla, pasas, trigo, dátiles bien maduros, simiente de malvavisco y de lino. Después de madurar si no se rompen espontáneamente se abrirán una a una con una aguja de oro o de plata limpiándolas luego con un lienzo suave. Hay que tener cuidado quel niño, al pataguear , no escúrrase de las manos y caiga al cocimiento.
Si el niño llora por las noches y no puede dormir.- Es urgente dar orden de que la nodriza se corrija y enmiende la leche o que le mude a otra. Si esto no fuesse suficiente se dará al niño un poco de jarabe de adormidera junto con agua de lechugas. Si se demuestra que por lo que llora es por hambre, se le aportará algún caldillo fecho de capón o de gallina o de perdiz, cocida con buen carnero y que la nodriza coma lo mesmo; las yemas de güevo con azúcar muy blandas son buenísimas.
Para los vómitos infantiles.- Toma unos pocos cominos y faredes que la nodriza los masque y con ellos le aliente al niño en la boca, y con su lengua le eche una poquillos en su boquilla. Otro remedio es poner so el estómago un emplasto de sémola blanca toda tostada y puesta en remojo en vinagre a la que se añade yema de güevo cocida, incienso, goma arábiga y zumo de hierbabuena; a la vez que se aplica esta mezcla poner dentro de la boca del niño un poco de pan todo tostado caliente.
Para las lombrices.- El niño tomará azeite de oliva y se le aplicarán fomentos en el culo con cocimiento de acacia y de zumaque o una cala larga y redonda hecha de carne salada sin grasa; ansí las tres especies, a saber, lombrices, ascárides y nicurbitinos desaparecerán. Y si las lombrices suben al estómago, dalle una ayuda de leche con miel y baxaranse.
Las escoceduras provocadas por la mordacidad acrimonia de la orina.- Pueden tratarse por emplastos de farina de cebada y de lentejas o con agua de rosas. De forma simultánea la nodriza deberá prescindir de su dieta de salazones, azeytunas y cosas empimentadas, bebiendo sólo vino bueno.
Para evitar la bisojera o vista suelta en el niño.- Débese poner la cuna en tal posición que le dé la luz derechamente de medio en medio entre los ojos y no de lado o a parte que haya de tornar y torcer el niño los ojos. Pero si comenzase a manifestarse el bisojo pondrás la cuna de modo que tenga la luz a la parte contraria a la que a comenzado a tomar el vicio, para que le sea forzoso tornar la vista de aquella a do declinaba el defecto, advirtiendo que no les dexen llevar de chiquillo largo el cabello; porque dexándoselo fasta la mitad de la frente y so las cejas, para querer verle pueden tomar el vicio. Si luego que sea de quatro o cinco años y persistiese bisojo, átenle tras la espalda las manos y en colgándole un cascabel a la parte contraria a la bisojera, díganle que es bonito y tiene colores a fin de obligalle a forzar el ojo a la contra y ansí quedar en su sitio. Si el niño al tiempo no faze por el cascabel, póngasele otra qualquier cosa fasta quel ojo quede derecho.
Del espasmo.- Suele venir a los infantes espasmos y, dexando munchas razones que sería menester para la declaración de dicha materia, baste agora saber que tal accidente suele venir a los infantes por mucha replección y abundancia de humedad y poca resistencia de su virtud y calor natural. Es menester procurar beneficio en el vientre, faciendo calas de miel cocida y, si no saliese, dalle un servicial o ayuda, con caldo de malvas, salvado y sal, todo cocido y colado, puesto con miel y azeite de lirio y agárico con un poco de benedicta. Puédese calentar con paños la cabeza porque vale muncho, y ponelle encima un taleguito de flores de ajenjo, de salvia, de mayorana y ruxado de agua ardiente. Y denle de las quales cosas dos veces al día.
Del mal de la boca de los infantes que dizen alcola.- Algunas llaguillas se fazen en la boca de los infantes las quales los doctores arábigos suelen llamar alcola. Dizen viene por la malicia de la leche que no se puede digerir en el vientrecico del qual se levantan por el calor unos vapores que suben a la cabeza y a la boca faciendo unas malas pustulicas con gran calor en la lengua y en el paladar, las quales se dilatan y son corrosivas. Hanse de curar con cosas ligeras como tomar lentejas descorticadas y fojas de rosas de violeta, un poco de cada uno, sea cocido y colado y póngasele zumo de lechuga y deso, en caliente, lávese munchas veces la boquilla.
De la tos y el romadizo en los infantes.- En las causas del toser asignan los doctores a que estando en el vientre de la madre aspiran el ayre caliente, después de nacido aspiran ayre frío y, no acostumbrado por eso tose y de su cerebro que está lleno de humores, baxan a la garganta y al pecho, engendrando estos romadizos y toses. Puesto que munchas cosas fazen los doctores en tales accidentes, no pongo sino las más nezesarias y experimentadas. Es nezesario tomar agua caliente, templada, y echalla so la cabeza desa forma: puesto el niño en lugar caliente, echalle encina de la cabeza el agua suavemente y despacio; después, con paños calientes, enxuagallo y ponelle paños calientes encima y tapallo bien. Después friéguenle fuertemente la lengua y el paladar con miel, con la boca abierta para que las humedades le salgan.
Si fuere ventosidad y no pudiere mear.- Si bien otras veces he dicho esto, importa tanto, que lo torno a dezir aquí. Tomen vuesas mercedes muncho interés, por ser muy molesto, el no poder tornar el mal oloroso y corrompido ayre del vientrecico a la calle. Pongan al niño desnudico boca arriba so una tabla dura que no se hunda. Pringad vuestras manos de sebo o abundante azeite para que en poniéndose a la contra del niño (su cabeza junto a vuestro vientre), le dad masajes dende baxo sus tetillas fasta su pitillo u lo otro, si niña fuesse, a fin de quel ayre estancado salga a presión. En esto no habrá yerro porque será oydo con certeza. Os aseguro que será de vuestro agrado y contentamiento y habrá risas entre los presentes.
De la educación y crianza del niño quando más crecido fuere.- En el aspecto de sus costumbres, para que la salud de su entendimiento si fuesse buena no se dañe, si mala se repare, ya que las virtudes son de dos maneras, a saber, intelectuales y morales.
Las intelectuales en nos munchas veces toman aumento, y esto por doctrina la qual se gana por estudio.
Las morales se comprenden por exercicio, porque ninguna virtud moral se halla en nos por naturaleza.
Digamos primero lo que es menester para el regimiento por parte del cuerpo, que es de dos maneras: la una por parte de su exercicio y la otra por parte del comer y beber.
Es nezesario por parte del medicinal regimiento del comer y beber que, en pasar de un extremo a otro se vaya por el medio, y es que, después quel niño se haya levantado de su dormir, friéguenle sus miembros ligeramente, y vestido con sus ropas (según su condición) es menester estiralle sus brazos y sus piernas, lavalle la cara, los ojos, las narices y las manos. Después que vaya un poco a jugar. Procuren que vaya de cuerpo naturalmente; si no, procúrenlo con alguna compota de miel cocida o con algunas raíces de acelgas con azeite y sal. Después procuren dalle de comer alguna yema de güevo con pan que no sea fresco. Puede comer caldo de pollo o de polla con un poco de la carne. Y según las disposiciones del tiempo, si fuere de la fruta, le darán alguna a lo último, procurando que no coma mucha de una vez. Denle de beber el vino cristiano o muy aguado. Después descanse un poco y torne a jugar juegos, según le incline su natural condición. Y después de haberse digerido, denle de comer. Y ansí han de guardar orden, guardándolo de indigestión. Y guárdenlo que después de comer no tome agua para que lo comido no pase a su digestión. Si queremos tratar en lo político, diremos algunas cosas según mi criterio.
La primera es que si fuesse goloso, deseoso de muncho comer, con palabras de represión es menester dalle exemplo de que los golosos son viles animales, como perros y lobos.
La segunda es que quando se sentaren a la mesa con otros mayores de condición, o de días, no coma sino lo que le pusiesen delante.
La tercera, que se contente con lo que le dieren, sea una vianda o munchas,
La quarta es que su comer no sea por delectación ni por sabor, sea por utilidad a su salud; ni sea en cantidad, sino lo nezesario para sustentarse.
La quinta que le partan el comer en dos iguales partes o comidas.
La sexta es que guarden las viandas gruesas y de mala digestión, y esto para fazelle buen entendimiento.
La setena es que se guarde de cosas demasiado dulces, porque son opilativas y deleitosas.
La octava es que la hora de comer es de mañana, después de algún exercicio, porque no sólo los moros sino también los griegos, según dize Galeno, acostumbran lavar a los infantes con agua dulce y después le dan de comer. Lo fazen para abrir las porosidades y ansí que crezcan más porque los miembros, fatigados por el exercicio, con el baño se confortan y expulsan algunas inmundicias las quales están en el cuerpo fijas.
Es verdad que Avicena no quiere que le den agua después del pasto para quel cebo no pase indigesto.
Por parte de sus costumbres dize Avicena: Cum autem sex habuerit annos magistro tradendus erit qui eum doceat, in quo etiam gradatum est ordinandus. Quiere dezir Avicena que lleven el niño al maestro para que tome disciplina, y esto muy a paso y con orden, sin mucha fuerza, ni peso, ni gran temor, ni con azotes; ni es menester estar todo el día en estudio sino que de poco a poco tome un descanso, y en la atención del estudio mezcle un poco del hogar.
Galeno pone algunas reglas, las quales no dexaré de dezir: La primera es quel niño debe dormir tanto como fuere menester, de manera que no sea demasiado porque lo superfluo relaja el cuerpo, fatiga el seso, mortifica el cuerpo y sofoca el corazón. Es pues nezesario levantarse de mañana para fazer buen hábito.
La segunda es quel lugar do duerma no tenga munchos colchones ni delicada cama, porque le es nocivo.
La tercera es que haga algún exercicio con arreglo a su condición y no esté ocioso.
La quarta es que no es menester avezallo a lindas vestiduras, porque lo fazen elevar en soberbia y por consiguiente a malas costumbres.
La quinta es que acate a los mayores y muncho a su maestro, y dese aprenda lo siguiente: Nunca tuvo poco el que contento está con lo que tiene, y nunca tuvo demasiado el que desea más. Que daqueste consejo escoja la primera parte.
La sexta, que no jure ni por Dios ni por los Santos (ni por vero ni por falso); sea verdadero y no mentiroso.
La setena, que no sea codicioso de moneda, avaricioso y menos pedigüeño.
La última, que sea obediente a sus padres y guárdese del vino, porque los documentos que trae el vino más fácilmente se activan en el niño que en los mayores, porque es generativo de cólera; por su calidad faze elevar vapores a la cabeza, los quales son muy nocivos al cerebro y dañan los nervios - que son flacos en el niño- hincha la cabeza, trae furor, congelación y estupor, y daña muncho las buenas costumbres.
Galeno dize que podemos dar a los infantes algo de vino muy aguado, según es nuestra costumbre. Avicena no le quiere porque es moro, a los quales le está prohibido beber.
A munchas otras enfermedades están sujetos los infantes, de las quales por la brevedad desa copia no he tocado, contentándose con las dichas como más ordinarias.
Esto a mí, por parte del cuerpo, me basta, rogando a los que esto leyeren, que si alguna cosa no bien fabricada hallaren, con buen ánimo lo enmienden.
Advierto encarecidamente, que si es visto algún yerro, sírvase quien lo sepa y viere de enmendalle, sabiendo, eso sí, que hará buen servicio a nueso prójimo, advirtiendo, otrosí , que no todos los remedios aprovechan a todos; esto nace de la variedad de los humores que Dios nueso Señor puso a cada uno de nos en nueso cuerpo. ”
CAPÍTULO XXV
Vanse de noche a mundanear y pretensiones de Benito con Roxana. Apuesta que faze con Camila que presto aprenderán quien es.
En hora avanzada de la noche llegaron a una plazoletilla y a su diestra, subiendo por unas anchas escaleras empedradas, halláronse frente a una puerta de fierro forjado tras la qual puerta se ve un amplio patio con multitud de mazetas y verdor. Como las estrellas difunden una débil claridad, sólo puede verse en su delantera, el perfil de las altas torres del fantástico conjunto de la Alhambra.
Blas llama con el aldabón de fierro y una vieja muncho vieja, acercose renqueando para abrille la puerta. Ni preguntole siquiera quienes eran ni qué querían.
Por un pasillo a modo de túnel los adentra a otro patio quadrado en el que en su centro hay una fuente rodeada de jardines. De una de las habitaciones de la planta baja, sale una muxer morisca bien ataviada. Viste marlota de paño colorado y morado, con unos ribetillos de terciopelo negro, botones de oro y aljófar . Lleva una arrajafa o collar de oro con quatro piezas grandes a modo de monedas que cuelgan dél. No vale menos de doce ducados. Está de muy buen ver.
–¿Tiene vosacé muxeres públicas con inclinación a los gustos y delizias del cuerpo, especialmente las carnales y entregadas al vizio de la sensualidad al interés? –dixo Benito.
–¿De do asió su mercé semejante alzafaldas tan descarado? –preguntó Camila, que ansí se llama, dirigiéndose a Blas.
–Con vos señora queda dende agora mesmo finada esta mi conversación. Mis ojos otorgan preferencia a esa joven que en su mano trae un fino pañuelo de seda. Enamorado quedo della daqueste preciso momento –dixo Benito.
Apareció una preciosa muchacha que calza alcorques moriscos y viste marlota de camelote negro y azul, con las bocamangas de hilo de oro y granillos de aljófar. Toca su cabeza con un fino cendal blanco.
Tomó la muchacha la mano de Benito conduciéndolo a una habitación, al fondo del patio, con un gran portón de madera en el que hay un zagalón negro, de unos veinte años de edad, que a una indicación de Roxana, que ansí se llama la jovenzuela, descorre un enorme zerrojo y abre la pesada puerta. Al momento sale un agradable olor envuelto en humo plomizo que nunca él había olido y quando al dar un paso para entrar, vido extendida la mano del negro que díxole:
–¡Seis reales!
–¡Seis reales, primo, je je, seis reales! Cágome en la mesalina. ¿Seis reales dixo la vuesa mercé o seis maravedís? Para que vos vea que no es por lo de los seis reales, os daré aqueste mi único y preciado testamento en el que vos seréis mi heredera de todo quanto poseo –dixo Benito entregando a Camila, que habíase acercado, un pergamino plegado y lacrado. Desprecintad y ved si está a vuestro gusto.
–¿Vos creéis que acabome de caer del un nido de golondrinos agora mesmo? ¿Quándo os heredaré yo si sois tan joven?
–Si no queréis mi dote, sea –dixo Benito guardando el falso testamento en una bolsa que tenía colgada del cuello. Os doy algo muncho más valioso. Os doy aqueste apunte o índice que sirve para diferentes achaques; que en llevándolo so el pellejo de continuo y secretamente, de forma que no sea visto por naide, surte efecto. Aqueste, a poco tirar vale más de dos ducados, ya que su virtud principal es que quando se tiene amistad ilícita con hombre, no ha preñez ni concibimiento.
Yo vi uno destos que dezía poco más o menos:
Si no queréis concebir
guardad el “barbas” primero,
ansí podréis conseguir...
precintar el semillero.
–¡Tía Camila! –exclamó Roxana como solicitando que fazer.
–¡Seis reales o puerta! –afirmó Camila.
–¡Tía! –díxole Benito con la tercera artimaña. Aqueste güeso que veis aquí es de cabrón . Vale muncho más de lo que vos podéis tantear.
–¿Cómo podéis dezir –atajó Camila–, que güeso de cabrón vale demasiado? ¿Para qué sirve sino para perro hambriento?
Respondiole Benito:
–¡Zánjese aqueste negozio! El retozo con Roxana queda aplazado, demorado, postergado o suspendido fasta la próxima y venidera vez que vengamos a Granada; mas para que veáis tales virtudes daqueste güeso, sabed que mañana, antes del Ángelus, vos Camila y vos Roxana besaréis y reverenciaréis tal güeso, y seríanme dados por vuestras mesmas manos seis reales, o más, con diligencia y buena disposición. Idos a la plazoleta que está a la espalda desa iglesia de abajo, en el ribazo del río Darro, mañana a eso de las once y media.
Riose muncho Camila y díxole:
–¡Si, que soy yo tan estólida cómo para que vos me faga mamola ! ¡A fe de que no hay peligro dello! ¡Yo a besar güeso de cabrón! ¡Tenéis la cabeza llena de serrín!
Afirmando Benito y negando Camila, llegaron al acuerdo de que si besaba el hueso Camila, él se iría con Roxana; y si no lo besaba, perdería los seis reales que dexaba depositados en la casa.
–No lo besaré –dexía Camila. ¿Cómo podrá fazer que bese semejante güeso si yo no quiero?
Y fuéronse a dormir quando del horizonte se apartaba la marchita luna para dar paso a la claridad del día.
Llegó el día próximo siguiente que era domingo, y concurrió a aquel paseo todo el vezindario como por costumbre tenía. Púsose Benito en sitio preferente y exhibiendo el hueso so un trozo de paño ricamente labrado, refería con entusiasmo a las gentes las virtudes que tenía tal reliquia de santo llamado San Sanabundante, que fue martirizado por los romanos, lo cuál que quien tiene muncho, se llama abundancia en memoria de tal santo.
–Sana munchas enfermedades como tengo bien experimentado en mil partes mundanas. Cura la gota caduca , perlesia, el garrotillo, quartanas, pestilencias y sarnas, mal francés y otras cosas, pero en orden a las muxeres tiene una virtud más, que no digo en manera alguna a no saber que todas las aquí presentes –que son munchas–, fueran honestas y púdicas. Es esta virtud por la qual las muxeres deshonestas no pueden besar tan santa reliquia, porque la que cometiera tal osadía, queda innoble repentinamente. Más aún –advertía Benito. Débese abstener de dar maravedí alguno toda muxer que por un casual no sea casta o esté en pecado de libídine .
Oído esto por las muxeres, y sobre todo las menos castas, por ser tenidas por buenas, van como a porfía , queriendo ser cada qual la primera en besar el hueso de San Sanabundante y dexar al menos un real para demostrar su honestidad y honra.
La pobre Camila que hallábase con Roxana entre la vezindad allí congregada, quedó tan sorprendida por tal listeza, viéndose con la mayor inquietud, no sabiendo qué fazer en tal caso y diciendo entre sí:
–Si voy a besar el güeso pierdo seis reales, y lo que es peor, fago sacrilegio, pues se muy bien que es güeso de cabrón. Si no voy me tendrán todos por muxer deshonesta, meretríz y adultera y andaré deshonrada en lenguas del vezindario y perderé reputación y fama.
Permanezió en esta irresolución algún tiempo, pero finalmente se determinó a perder la apuesta, pagando los reales dichos por no extraviar el concepto de púdica que a duras penas mantenía día a día, que es más apreciado quel oro. Fue con las demás muxeres y para demostrar ante todos tal pureza, entregó a Benito dos ducados para ansí parecer más virtuosa. Inclinose con donaire ante el hueso de cabrón.
Diose Benito un beso en la punta de los sus dedos de la mano derecha, y soplando so ellos, dirigió la mirada hazia do estaba Roxana, como queriendo que llegase tal beso con el soplo de su aliento a ella. Fue correspondido con una mirada fresca y cándida y una bella sonrisa.
Tres días más tarde muy de mañana, dirigiéronse a la Chancillería y por fin fuele dado un pergamino timbrado y fajado con una trencilla que como con los antecedentes, también aparecían bellos colores. Fuele solicitado por el pergamino veintiquatro reales para la Cámara de su Majestad y para el pago del escribano.
Habiendo mercado yesca pedernal y eslabón en la plaza de Biba ranbla, enseñole Blas a Benito la botica de Serafina Enríquez de Lara y adquirieron todas las sustancias que consideraron nezesarias y que aparecen en el librillo de Abén Reduán para uso de Martín tal y como él había requerido. Cargado todo, Blas guardó con disimulo ciertas píldoras en las alforjas que lleva so su hombro. Fuéronse al lado de la catedral para ver a los hierberos y también mercar lo nezesario.
Pedro Manzanilla, que ansí se llama el hierbero, es de ojos azules y pelo rubio. Vivo qual comadreja. Propusole una vez oído sus deseos que debían llevar paulina, acedera y acerolo como moderadores; rábano rusticano, mejorana, orégano, poleo y retama como excitadores; valeriana, menta, romero y espliego contra los espasmos; narcóticos, febrífugos, vomitivos, laxantes y purgantes, drásticos, contravenenos, antihelmínticos, emolientes, astringentes y revulsivos. Todo ello elucidado cada qual cosa con su apellido y usanza.
CAPÍTULO ÚLTIMO
Nombramiento de Martín como Hidalgo de España por el marqués de Camarasa.
Veladas las armas como de costumbre era y bendezidas por el preste; executadas las demás ceremonias, fue conducido Martín al Salón de Juntas del Concejo, do se hallaban con sus mejores y más galantes vestidos sentados en sillones puestos en ferradura todos los miembros del. En su centro, el Corregidor don Antonio de Gálvez y Rodríguez; a su diestra, el Alcaide Mayor don Alfonso de Ortega y de Molina; Regidor don Juan Herrera de Xódar; Juez de Residencia don Manuel Moreno de Tello; y el Alcaide Ordinario don Pedro Rodríguez de Vico. A la siniestra del corregidor, el Alguacil Mayor don Diego Fernández de Roxas; Secretario don José María Pérez Fernandez; Mayordomo del Concejo don Cristóbal López de Lorite; el Bachiller don Marcial de Castro y Sánchez, quien como testigo da fe y el Escribano, don Blas de Ortega y López que levantaría acta.
Para ceñille la espada de fidalgo y calzar espuelas de caballero, hallábase en representación real y como padrino, don Diego de los Cobos y Mendoza, Marqués de Camarasa, Conde de Ricla y Rivadavia, Caballero de Santiago, Canciller de las Indias, Adelantado de Cazorla y Regidor de Úbeda, señor de Torres, Canena, Recena y Ximena, el qual, luego que tomó en sus manos la Real Pragmática, besola y pússola so la su cabeza, teniéndola descubierta reverenciando y acatando con la debida solemnidad. Los lacres del pergamino fueron quitados y desenrollándolo, aparecieron los ricos, vistosos y llamativos colores bermejos y esmeraldas, y dirigiéndose a Martín preguntole:
–¿Está vuesa merced presto al cumplimiento en todo y por todo a lo que Su Majestad manda en esta Pragmática?
–Presto estoy señor en mi nombre y por las palabras de los Quatro Santos Evangelios.
Don Diego dixo en voz alta y frente a Martín, que se hallaba puesto de rodillas so un cojín de carmesí terciopelo.
–En el nombre de Dios, dueño y señor del Cielo y de su majestad don Felipe II, dueño y señor de la Tierra, en el día de la Concebición de Nuesa Señora, ha dispuesto:
A vos, don Martín López de Alcalá y a la muy esclarecida, virtuosa y discreta señora doña María Hermoso de Montemayor su muxer, vassallos nuesos y súbditos que viven en Torres de Jahén de la nuestra Andaluzía.
Por quanto habéis demostrado poseer las más altas virtudes y reunir las condiciones por mí otorgadas en una Provisión Real, y porque vos lo suplicásteis que diese perpetua memoria y porque vos don Martín y vuesa virtuosa e esclarecida esposa doña María, hicísteis y cumplísteis lo dispuesto por Nos, os fazemos merced della y damos por vuestras armas un escudo con un castillo de tres torres de oro. Dos a los lados y una entrambas, y so el castillo una “ M ” a la mano diestra y otra “ M ” a la siniestra por ser la primera letra de vuesos nombres, y sobre todo, al centro, mi Corona Real y so tal corona sea una cruz, ya que la Cruz de Nueso Señor estar tiene encima de todas las cosas mundanas, formada con siete luceros por cada uno de los vuesos hijos, todo ello sobre campo glauco, rematando el tal escudo ya blasonado con un yelmo ubicado en lo arriba del y su corona con cimera y los lambrequines, como más abaxo se ve:
Y como también lo pedísteis por merced, es la nuestra voluntad de les fazedes como por la presente os la fazemos, para más y mayor honra y merced que seays Fidalgo Notorio de Solar Conoscido y seays Caballero de Espuelas Doradas, y para que fuesses más honrado e ennoblecido, mando que en adelante y perpetuamente para siempre jamás fuesses llamado e intitulado y os nombren e intitulen.
“ Fidalgo de España ”
Por ende, vengo a concederos tal título y por ende:
Mando que os sean guardados todos los honores, preeminencias y tratamientos que como a tal Fidalgo y Caballero tenéis derecho, ansí como poner en vuestros reporteros y casas tal escudo de armas dado y os guarden y fagan guardar y cumplan e a vos don Martín e a vos doña María y a los vuesos hijos y descendientes la dicha merced, e se registre esta Real Cédula por mis Jueces de Residencia que están en la Real Chancillería de Granada, faciendo asiento del título concedido en el Libro de lo Salvado”
–Lo que Su Majestad manda naide sea osado ni ose en romper –dixo don Diego desenvainando la espada que dende aquél mesmo momento cedía al nuevo fidalgo. Diole con ella so el hombro tres golpes de plano diciendo:
–En el nombre del Padre... del Hijo... y del Espíritu Santo, de Santa María y de los Quatro Evangelios y de toda la Corte Celestial, de San Miguel y Santiago. Os nombro y concedo en nombre del Rey, la calidad de:
“ Fidalgo de España”
_Sed valiente, piadoso y honrado; socorred a los oprimidos y castigad a los opresores; defended la inocencia y la fermosura; sed siempre fiel a Dios, al honor, a la Patria y Amén.
Vista y leida la dicha cédula de Su Majestad, obedeziola con el debido acatamiento como cédula del Rey nueso señor
Martín levantose y besando la cruz del espada, púsosela so el pecho; besola nuevamente y mirando al techo como quien mira al cielo y al punto al Concejo, dixo con voz solemne después de besar el pergamino y ponerlo so su corazón:
_ Siendo como al presente estoy sano de mente y sano de cuerpo; estando en mí cumplida memoria y libre juicio y entendimiento natural, qual Nueso Señor fue servido de me dar; temiendo la muerte del qual ningún hombre del mundo puede escapar; acondicionado por la mi alma en la más llana carrera que puedo hallar a la merced de Dios: Acato y acepto aqueste nombramiento que es gran merced del Rey e la Reina, mi señor y señora, que ennobléceme y manda, que dende agora mesmo, y en adelante yo me llame don Martín y fuesse fidalgo por gracia y merced, primero, de Dios, en el qual creo bien y verdaderamente por ser también Todo Poderoso, y de paso digo, que tomo como abogada a la Gloriosa Virgen María, su madre, después del y della, a mi Señor y Señora, Cristianísimos y Muy Altos, Muy Excellentes y Poderosos Príncipes, para más honra mía y de mi familia, para defendimiento de la nuestra España allende nezesario fuesse, y dellos y sus descendientes que después dellos fuessen y viniesen, y de Dios, reitero, por encima de todas las cosas mundanas... ¡Amén!
_ FIN _
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