Poema a Torres
Los nubarrones de pena
que cubren el infinito del cielo,
borran los bellos claros de la luna
que sobre el pueblo se derraman.
Un remusguillo frío y penetrante
se adelanta a una débil lluvia
que empieza a caer sobre ti.
Los arces que pueblan el monte
se desvisten de sus hojas
y el bosque se apacigua y amansa
para tragar con pasión el agua
que en el verano te usurpó el cielo.
Las sombras se extienden sobre la Vieja
apagando las luces que hay sobre Torres.
Una nube que se pasea por los Portillos
anuncia tempestad no muy remota
y furtivos relámpagos que aumentan
a medida que la oscuridad avanza,
indican la proximidad de la tormenta.
El camino de la Mata es bello y tortuoso,
mal trazado y torcido.
Comienzo a subir por una pendiente
una vez dejada atrás la Fuénmayor.
Montado sobre mi caballo,
me inclino de vez en cuando
sobre los cantones para coger
alguna ramilla de tomillo,
y así percibir su aroma.
Arreo al corcel para al menos,
pasar antes del amanecer
el Puerto de la Mata.
Camino algún tiempo con paso seguro
oyendo la música de los vientos
de los pinares de los Gamellones.
Rayando la clara alba
escucho arrobado el canto
de las perdices
y el gorgoteo de los ruiseñores
en las profundidades
del barranco de Aguas Blancas.
En llegando al puerto,
gruesas gotas se desprenden
de las cenicientas nubes
que oscurecen el cielo.
Relámpagos frecuentes
iluminan las copas de los árboles;
y los truenos retumban
en los vacíos de las cañadas.
Avivo el paso de la montura
para guarnecerme en los Prados.
Una curruca parda y blanca
que luce sus trinos flauteados
posa sobre la copa de un majoleto
plagado de copiosos y rojos
frutos que lo visten de fuego.
Ni siquiera el agua interrumpe
la calma grandiosa del paraje,
cuyo olor a tomillo y paja húmeda
dilata con sensación dulce el rostro.
Junto al cortijo hay una era
y sendas chozas no habitadas.
Pacen sueltos, acá y allá
algunos mulos trabados de manos.
Deshago el camino a la contra,
y me descuelgo hacia la Fuénmayor
por las rastras del Almacén,
y desde este magno lugar…
…Hijo, allá, en lo hondo,
bajo el bello manto de azul severo,
¿ves Torres al fondo?
Ese es, hijo, en mi querer verdadero.
Lo ves balconado,
con su encrestado castillo altanero,
de cumbres rodeado
y de viejos olivos prisionero.
Hijo, ese es mi Torres.
Y si al tiempo fuera de él yo muero,
su tierra recorres
y le dices por mí, que yo lo quiero.
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